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«WITH A LITTLE HELP FROM MY FRIENDS»

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Pero yo creo que olvidan un aspecto importante de esa forma de vivir de los jóvenes que se convirtió en nuestro nuevo hábito durante la pandemia. En efecto, en una vida así las personas parecen pegadas a pantallas, pero... al otro lado siempre hay alguien. Y ese interlocutor con el que nos comunicamos por WhatsApp, intercambiamos fotos por Instagram, ligamos en Tinder o jugamos a League of Legends es alguien a quien elegimos por afinidad. En efecto, en el mundo moderno no atendemos en exceso a la persona que nos ha tocado tener enfrente. Pero estamos mucho más cerca de aquellas personas con las que conectamos, aunque la distancia geográfica nos separe.

De hecho, ese es mi recuerdo del desconfinamiento. Aproveché para limpiar mucho ruido social: salirme de grupos de WhatsApp en los que nunca había querido estar o evitar conversaciones por Skype con aquellos con los que menos conectaba. Y sí, sufrí un cierto síndrome de la cabaña. Me costó volver a encontrarme con gente con la que no tenía ningunas ganas de hablar y, en esos momentos, casi deseé volver al confinamiento. Pero te aseguro que me moría de ganas de ver a mis amigos verdaderos y que no tardé en quedar a charlar y echar unas risas con ellos. Para mí (y para muchas personas con las que he hablado del tema), la pandemia se alió a Internet y nos descubrió el placer de poder dedicar tiempo y energías a aquellos con los que me merece la pena estar.

La enfermera australiana Bronnie Ware trabajó durante mucho tiempo con enfermos terminales. Esa experiencia la conmovió y la llevó a escribir un artículo —después convertido en libro— en el que recopilaba los actos de los que se arrepentían sus pacientes en el lecho de muerte. En Los cinco mandamientos para tener una vida plena: ¿De que no deberías arrepentirte nunca?,12 nos recordaba que la vida (eso que nos sucede mientras nosotros estamos ocupados haciendo otros planes) va muy deprisa. Y es cierto que, en muchas ocasiones, aprendemos sus enseñanzas cuando ya es demasiado tarde para ponerlas en práctica. La inminencia de la muerte es la experiencia que más nos acerca a esa sensación: la difícil asunción de nuestro fin nos puede ayudar a entender qué es lo que de verdad nos parece importante. Como decía el terapeuta Irvin Yalom: «Si bien el hecho de la muerte, su fisicalidad, nos destruye, la idea de la muerte puede salvarnos». Para él, al igual que para muchos psicólogos existenciales, los últimos momentos de nuestra vida nos proporcionan un estado de lucidez que nos lleva a entender de repente nuestras prioridades vitales y aprender máximas que la urgencia de lo cotidiano no nos ha permitido dilucidar.

La mente del futuro

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