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«AL CALOR DEL AMOR EN UN BAR»

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Los optimizadores son personas capaces de recordarnos nuestros compromisos vitales, aquellos objetivos que, aunque nosotros hayamos elegido, se nos suelen olvidar por el vértigo del día a día. Consiguen, con sus preguntas y frases, reavivar nuestra capacidad para retomar las riendas aunque las hayamos perdido de manera momentánea. Nos ayudan también a rememorar tácticas que hemos utilizado en el pasado para salir de nuestros agujeros vitales. Y nos transmiten un sano sentido del desafío: nos dan fuerzas para entender la vida como un reto salpicado de contratiempos inesperados que acaban convirtiéndose en una constante oportunidad de crecimiento y mejora.

Rescato una investigación antigua que nos puede ayudar a elegir en el mundo actual a esas personas vigorizantes. Durante décadas, la psicóloga Emmy Werner siguió el camino vital de cientos de niños nacidos en medio de la pobreza en la isla de Kauai, en el archipiélago de las Hawái. Estos chavales fueron criados por familias desestructuradas con elementos traumáticos (violencia sexista, alcoholismo y enfermedades mentales) y muchos acabaron desarrollando patologías psicológicas. Pero una parte de esos niños consiguió un desarrollo vital positivo y la investigadora encontró un nexo común: todos habían encontrado en algún momento de su vida a alguien (un familiar, un profesor o una pareja) que los aceptó de forma incondicional.

En una sociedad personalista, esa podría ser otra de las características que cabe buscar en los individuos revitalizadores: la valoración incondicional, la aceptación de todo nuestro ser, entendiéndonos como un conjunto en el que hay aspectos que agradan y otros que molestan. Los que nos aprecian así logran transmitirnos un cariño que nos acompaña en el tránsito vital y deja que nos desenvolvamos solos mientras nos marcamos límites para evitar los peligros. Es decir, están cerca sin resultar sobreprotectores.

Quizá, mientras lees estos últimos párrafos, piensas en las personas que te han acompañado a lo largo de tu vida y te das cuenta de que pocas cumplían esas características. Muchos de los que nos rodean nos resultan, más bien, minimizadores. Aprovechan que nuestro cerebro está mejor preparado para detectar lo negativo que lo positivo y que nos cuesta creer los elogios. Buscan nuestros fallos, hunden nuestra autoestima y nos transmiten desánimo, apatía y desmotivación. Son «vampiros emocionales», personas que se sienten mejor a medida que se entristecen quienes los rodean. Para debilitarnos, utilizan diversas estrategias. Nos analizan en términos de todo o nada (utilizando frases del tipo de «Eres siempre muy egoísta» o «Todos te odian»), sobregeneralizando («Se te ha olvidado la sal: no sirves para hacer la compra»), minimizando lo positivo («Has acertado por suerte, pero esta no te va a durar toda la vida») y personalizando en exceso acontecimientos que no están bajo nuestro control («Algo habrás hecho para que te ocurriera eso»). Además, son expertos vendedores de miedo: el temor es una emoción con un gran impacto psicológico y este tipo de individuos intentan inculcárnoslo de manera continua. Intentan convencernos de que cualquier incertidumbre, tensión o problema es un síntoma catastrófico. Si hacemos caso a estas personas tóxicas para nosotros, viviríamos continuamente en estado de alarma y, además, crearíamos un efecto de «profecía autocumplida»: por el hecho de hablar continuamente de lo malo, viviríamos como si eso fuera lo único que existe.

La mente del futuro

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