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5 ¿CÓMO MEMORIZA EL CEREBRO?

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En el capítulo anterior ha podido conocer algunos de los principales tipos de memoria y sus funciones, y seguramente habrá intuido la tremenda complejidad que entrañan todos ellos. Para poder desarrollar un proceso de tan alta complejidad como es la memoria, el cerebro humano ha tenido que desarrollar distintas áreas cerebrales que deben ser coordinadas con otras de sus estructuras más primitivas. Son tantas las zonas y los sistemas implicados en los procesos de aprendizaje y recuerdo que casi cualquier lesión o deterioro cerebral tiene como primera consecuencia algún tipo de problema de memoria.

Como ya hemos dicho, el cerebro de un adulto pesa entre 1. 300 y 1. 400 gramos. Aunque tiene el tamaño aproximado de un coco, si pudiéramos extender la corteza cerebral, alcanzaría la superficie de un cojín de 50x 50 centímetros. Esto es debido a que el cerebro humano se ha desarrollado tanto y tan deprisa que ha tenido que arrugarse para caber dentro del cráneo, mucho menos desarrollado. El resto de los animales también cuentan con arrugas en su cerebro, aunque son menos abundantes y profundas que las del ser humano. Casi un litro de sangre circula por él cada minuto y durante ese tiempo se consumen 50 centímetros cúbicos de oxígeno. El 96% de este oxígeno es utilizado por la materia gris, la parte pensante de su cerebro. Los impulsos nerviosos pueden llegar a viajar a una velocidad de 450 kilómetros por hora. Como ya hemos dicho, en total el cerebro humano cuenta con aproximadamente 100. 000 millones de neuronas, tantas como estrellas tiene una galaxia. El hemisferio izquierdo cuenta casi con 200 millones de neuronas más que el derecho. Ciertamente, al leer estos datos es natural sentirse fascinado por el cerebro. Es el órgano más complejo del cuerpo humano.

En este capítulo se expondrán los mecanismos de aprendizaje y recuerdo del cerebro, mencionando no solo el funcionamiento de la memoria, sino también las distintas partes del cerebro implicadas en los procesos de aprendizaje, almacenamiento y recuerdo.

En relación con el funcionamiento de la memoria, debemos recordar de nuevo que esta funciona gracias a la interconexión entre las células del cerebro. Las neuronas son unas células que se encuentran en nuestro cerebro y que se encargan de crear y transmitir impulsos nerviosos entre ellas. Este proceso de comunicación entre neuronas es lo que nos permite sentir, desear, movernos, pensar o recordar.

Todas las neuronas se componen de tres partes principales: el cuerpo neuronal, las dendritas y el axón. El cuerpo neuronal es el corazón de la célula, allí donde reside su núcleo y otros órganos que permiten que se desarrolle y se nutra. Las dendritas son las vías y ramificaciones que facilitan la recepción de información (en forma de impulsos nerviosos). Y finalmente el axón, también terminado en ramificaciones, permite llevar el impulso nervioso a otras neuronas.

Seguramente habrá oído hablar de las sustancias blanca y gris. Pues bien, la sustancia gris está compuesta principalmente por cuerpos neuronales y dendritas. Esta se encuentra principalmente en la corteza cerebral, la parte más externa y activa en las funciones del pensamiento. Los procesos de atención, toma de decisiones, aprendizaje o recuerdo ocurren principalmente gracias a la comunicación de las neuronas de su corteza cerebral. Por otra parte, la sustancia blanca está compuesta por los axones de las neuronas y su misión es llevar el impulso nervioso de su sustancia gris a cualquier lugar del cuerpo. La razón de que a estas fibras se las llame sustancia blanca es que los axones están recubiertos de una fina película de grasa llamada mielina que es de color blanco. Esta, al igual que el plástico que recubre los cables de electricidad, es un protector que permite que el impulso nervioso se transmita con mayor rapidez, evitando a su vez interferencias con otros impulsos nerviosos. Cuando usted dice la palabra «coche», la sustancia gris de su cerebro se encarga de tomar la decisión de pronunciarla, de buscar las células que activan la idea mental que esta implica, así como de decidir qué partes de su boca, lengua, cuerdas vocales y pulmones tienen que moverse, en qué dirección y con qué intensidad para que pueda expresarla. Los axones transmiten esta información a los músculos de la cara, labios, lengua, pulmones y cuerdas vocales para que la palabra pueda pronunciarse.


Como ya hemos dicho, en todo momento cientos de miles de neuronas se comunican a través de estos impulsos nerviosos, que permiten las funciones más básicas del ser humano. Normalmente las neuronas están organizadas o asociadas con otras vecinas con las que suelen comunicarse para realizar ciertas operaciones mentales. A cada grupo de estas neuronas que se ponen en marcha de manera sincronizada se le llama red neuronal.

La comunicación interneuronal se lleva a cabo a través de unos puentes que unen sus ramificaciones llamados sinapsis. La sinapsis entre dos neuronas se comienza a crear cuando estas se excitan (se activan) simultáneamente. Pongamos, por ejemplo, que en un viaje a Roma con su pareja acaban cenando en una terraza de una de las muchas plazas de la ciudad. Un tenor canta arias de ópera frente a un gran monumento y eso hace que la terraza esté muy animada. Sus vecinos de mesa parecen también turistas a juzgar por el calzado cómodo, su cámara de fotos y la cara sonrojada por el sol. Usted también nota su cara caliente después del largo día paseando al aire libre. Sus pies también parecen estar cansados. Usted pide una pizza cuatro estaciones y su pareja un plato de pasta. Comparten una ensalada de tomate y albahaca que llena la atmósfera de frescor campestre. Pasan una velada excepcional entre la música de ópera, la deliciosa comida y la agradable sensación de comer en la calle. Durante esta velada tan apetecible millones de neuronas se han activado en conjuntos coordinados de miles de ellas que han permitido que usted perciba el olor a albahaca, el sabor de la pizza, el sonido de la ópera, la temperatura del frescor de la noche en sus calientes mejillas y el aspecto de la plaza y de sus vecinos de mesa. La impresión que le produce este conjunto de estímulos de manera aislada y combinada activa otras miles de neuronas en su cerebro. La excitación simultánea de todas ellas supone que empiecen a establecerse conexiones (sinapsis) entre unas y otras. Dicho de otro modo, usted comienza a asociar todos esos elementos de la velada convirtiéndolos así en una experiencia única: «Aquella maravillosa cena en la plaza de Roma».

Gracias a las conexiones establecidas, usted puede «reactivar» ese grupo de neuronas de manera simultánea cada vez que quiera, reviviendo así una sensación similar a la experiencia que tuvo en Roma. A esta experiencia mental que recrea el pasado es lo que denominamos recuerdo. Es posible que cuando vuelva a encontrarse con su pareja, a tomar algo en una terraza, a sentir los pies cansados o simplemente a ver una foto de aquel viaje, active rápidamente todo ese conjunto de interconexiones neuronales, volviendo a recordar lo deliciosa que le supo aquella ensalada de albahaca o cómo eran sus vecinos de mesa. Es posible que se acuerde del cantante de ópera, de su vestimenta, incluso de alguna de las canciones de su repertorio y del lugar de la plaza desde el que cantaba. Cuanto más consolidadas estén las asociaciones, más fácil será acceder a los recuerdos y más difícil que se le olviden.

El mismo proceso que utiliza el cerebro para recuperar un episodio tan agradable como una velada durante unas vacaciones se utiliza para recordar, por ejemplo, el nombre de una persona o el lugar donde se encuentra la farmacia más cercana a su casa. Todo lo que usted recuerda está a su alcance porque forma parte de alguna red de neuronas que se comunican entre sí a través de las sinapsis y que le permiten encontrar la experiencia o información buscada.

En la siguiente ilustración quedan distinguidas algunas de las estructuras más importantes del cerebro.


Comencemos orientando el dibujo para que usted pueda comprender mejor las explicaciones que desarrollaremos a continuación. Por un lado, el lóbulo frontal (a su izquierda) se encuentra detrás de la frente, mientras que, por otro lado, el cerebelo se sitúa a la altura de nuestra nuca. Por lo tanto, este dibujo muestra un cerebro de perfil y que está mirando hacia la izquierda.

Empezando por la parte de detrás de la nuca, encontramos el cerebelo, que contiene casi el 50% de las neuronas de nuestro cerebro y se encarga de muchas funciones motoras: coordina desde los movimientos centrales de distintas partes del cuerpo (saltar a la comba) hasta aquellos más precisos (enhebrar una aguja). Por eso quienes tienen dañado el cerebelo no poseen precisión en su locomoción y les cuesta mantener el equilibrio al caminar o articular lengua y labios, de modo que hablan como si estuvieran borrachos. Pero el cerebelo es fundamental para la memoria porque se encarga de los procesos de aprendizaje y recuerdo de los movimientos. Es la estructura que nos permite fijar las posiciones de lengua y labios para poder hablar, las de las piernas para caminar y correr y la coordinación de brazos, piernas y espalda para conseguir pedalear, dirigir el manillar y mantener el equilibrio al montar en bici. El cerebelo permite aprender a tocar un instrumento y recordar las distintas piezas. En definitiva, es la parte del cuerpo que se encarga de aprender y recordar secuencias de movimientos.

El lóbulo temporal se encuentra aproximadamente detrás de la parte superior de la oreja. En su interior encontramos una estructura que tiene forma de caballito de mar y que es un área crucial para nuestra memoria, ya que nos permite recordar palabras, nombres y acontecimientos importantes en nuestra vida. Su importancia es tal que si el hipocampo se ve dañado podríamos olvidar muchas palabras y no reconoceríamos a personas muy cercanas. La enfermedad de Alzheimer comienza atacando a este caballito de mar y haciendo que progresivamente vayamos olvidando muchas de las palabras, personas y lugares que han sido importantes en nuestra vida. Empezando por los más recientes y alcanzando con el tiempo las palabras, personas y lugares de nuestra juventud y niñez. De hecho, los trastornos más devastadores para la memoria atacan al hipocampo y algunos de ellos de un modo tan virulento que en unas pocas horas podríamos olvidar todo o casi todo lo que conocíamos. Afortunadamente, este tipo de trastornos son extraordinariamente raros y no se pueden ni prever ni prevenir, así que no tiene sentido que se preocupe por ellos.

Como veníamos diciendo, el lóbulo temporal asiste a la memoria de mucha información. Pero ¿qué tipo de información exactamente? El hipocampo facilita el recuerdo de la información que podemos expresar verbalmente. Dónde guardé las llaves, cómo se llama esta persona, cómo puedo llegar al supermercado, quién me regaló este reloj al que guardo tanto cariño y cómo se llaman mis seres queridos. Por lo tanto, sabemos que el hipocampo ayuda a recordar lugares y acontecimientos vividos y puede permitir que esta información esté disponible a nuestra conciencia por un período prolongado. En esta especie de archivo a largo plazo quedan registrados todos los datos que pueden ser necesarios en un futuro: el número de teléfono de nuestro trabajo, sí, pero el que hace dos semanas nos facilitaron en la pescadería, no; el camino para llegar al supermercado de nuestro barrio, sí, pero el lugar donde aparcamos el coche hace tres semanas, no; el nombre de su médico habitual, sí, pero el que le atendió en urgencias en aquella ocasión, no; las palabras «cuchara» o «enchufe», sí, pero las palabras «asíntota» o «escolopendra», probablemente no. Esto se debe a que para usted resulta más importante saber aquella información que le pueda ser útil y práctica en su día a día, que la que quizá solo necesite remota o puntualmente. Por lo tanto, esos datos son seleccionados por el cerebro porque resultan significativos para usted, así que serán identificados para entrar en el exclusivo grupo de recuerdos a largo plazo, que el hipocampo registrará y codificará.

El sistema límbico es el responsable de nuestra memoria emocional. Está conformado por varias estructuras cerebrales situadas en la parte más profunda e inaccesible del cerebro. Su situación en un lugar tan recóndito se debe a que es una de las estructuras más primitivas del cerebro, pero también una de las más esenciales para la supervivencia humana. Por eso debe estar bien oculta y protegida en lo más profundo del cerebro.

El sistema límbico también es conocido como «cerebro reptiliano», porque fue desarrollado por los reptiles y heredado después por aves y mamíferos, ya que garantiza el aprendizaje y recuerdo de las emociones básicas e instintivas, destinadas a la supervivencia. Por ejemplo, puede aprender que el ceño fruncido de una persona siempre viene acompañado de un grito o enfado, de modo que se alarmará cuando vea esa expresión e intentará protegerse de ella. Puede también relacionar un determinado aroma con saciar el hambre y, por lo tanto, cuando vuelva a percibirlo seguramente este le provocará reflujos gástricos. Todas las reacciones básicas que permiten la supervivencia de los animales (incluidos los seres humanos) como son la amenaza, el miedo, el dolor, la satisfacción de necesidades básicas como el hambre, el sexo o el ser aceptado por un similar, son percibidas, registradas y almacenadas por el sistema límbico en un lugar tan profundo que impida que puedan ser borradas.

Otra característica de este tipo de memoria emocional es que es involuntaria e inconsciente. Nuestro cerebro registra toda esta información vital para nuestra supervivencia automáticamente, sin nuestro permiso y sin que nos demos cuenta. Igualmente, cualquier estímulo que se recuerde peligroso, amenazante o atractivo provoca respuestas fisiológicas de ataque, defensa, excitación o huida de manera automática. Por una parte puede resultar un fastidio que nuestro cuerpo actúe sin nuestra autorización. Pero la supervivencia del individuo y las reacciones ante el peligro, la comida o el apareamiento deben ser gestionadas en centésimas de segundo, y estos recuerdos primarios y automáticos son la manera más eficaz de protegernos. La sensación que nos produce este tipo de recuerdos emocionales es lo que comúnmente se denomina intuición o sexto sentido, aunque en realidad se asienta biológicamente en recuerdos que permiten la supervivencia.

Uno de los rasgos más característicos de esta memoria límbica es que provoca una rápida reacción fisiológica en la persona. Por un lado, puede disparar la adrenalina dilatando nuestras pupilas, abriendo los poros de la piel y aumentando el ritmo cardíaco. Cuando esto ocurre es porque la memoria emocional le está avisando de que usted está ante algo de lo que debería huir. Puede ser una persona, un lugar, un olor o una decisión que en el pasado le provocaron malestar. Por otro lado, puede activar la segregación de serotonina, lo que le provocará un estado de relajación que le avisará de que su cerebro asocia de manera inconsciente la situación a la que se enfrenta con un estado placentero. Aunque en la sociedad moderna cada vez prestemos menos atención a nuestras sensaciones corporales y con frecuencia llevemos a nuestro cuerpo y mente en dirección contraria a la que nos piden ir, muchos investigadores han demostrado que esta memoria emocional, este sexto sentido, puede ser una importante fuente de bienestar emocional para las personas que saben escucharla. Cualquier persona puede desarrollar esta habilidad innata para prestar atención a su memoria emocional. La rama de la psicología que le puede ayudar a escuchar y comprender sus recuerdos emocionales o a superarlos es la bioenergética.

Algunos tipos muy raros de tumor pueden aparecer en alguna de las estructuras que componen el sistema límbico provocando que la persona no pueda regular su grado de enfado, miedo o excitación ante algunos estímulos. Aun así, la memoria emocional es muy resistente a la lesión cerebral, al deterioro cognitivo y a la neurodegeneración, de modo que no tiene por qué preocuparse por su seguridad. Si algún día le diagnostican Alzheimer y se cruza con esa persona tan desagradable de su vecindario, puede que no recuerde quién es ni cómo se llama, pero su cuerpo le enviará una respuesta instintiva y le defenderá ante cualquier amenaza que le represente ese individuo. Así es como el sistema límbico, nuestro cerebro de cocodrilo, puede ayudarnos a sobrevivir hasta el último momento de nuestras vidas.

El lóbulo frontal es una de las partes más importantes del cerebro. Los demás animales lo tienen muy poco desarrollado y es la estructura cerebral que nos permite ser conscientes de nosotros mismos, plantearnos metas y objetivos tan grandes como crear una familia o tan pequeños como levantarnos a tomar un vaso de agua o decidir que ya es hora de acostarnos.

Esta parte de nuestro cerebro decide sobre qué información necesitamos para completar una tarea, desde recordar el nombre de una persona a la que acabamos de ver, hasta utilizar palabras en una conversación o decidir qué queremos comer hoy en base al recuerdo de lo que comimos ayer. En otras palabras, el lóbulo frontal es, en gran medida, el jefe de todo este sistema de memoria y decide hacia dónde vamos y qué información o recuerdos necesitamos en cada momento.

Además de seleccionar la información más relevante o la que necesitamos recordar, el lóbulo frontal se encarga de poner en marcha el proceso para buscarla. Algunas personas, por ejemplo, cuando están deprimidas pueden tener problemas para recordar ciertos datos porque su lóbulo frontal no es capaz de realizar este tipo de búsquedas con precisión. Así, se puede sentir que se tiene la palabra en la punta de la lengua pero no llegar a encontrarla o simplemente no alcanzar a recordarla.


El lóbulo frontal también se encarga de llevar a cabo otra tarea imprescindible para la memoria: el aprendizaje. Por un lado, decide qué información es importante y debe ser atendida, de modo que actúa como filtro para nuestra memoria, seleccionando lo que debemos recordar de lo que no. Decide, además, si atendemos el libro de recetas que estamos hojeando o el vuelo de una mosca, si queremos atender los problemas conyugales que nos cuenta nuestra mejor amiga tomando un café o fijarnos en lo que pide cada nuevo cliente que entra en la cafetería.

Por otro lado, nuestro lóbulo frontal permite que esa información sea guardada de una manera ordenada y clasificada para facilitar su recuerdo. La receta de paella que acabamos de leer quedará almacenada junto a otras comidas que sabemos preparar, y clasificada en las secciones de «arroces», «platos típicos españoles» y «cosas que me gustan». De la misma manera, la conversación con nuestra amiga se almacenará junto con otras conversaciones compartidas con ella y con las etiquetas «confidencias», «problemas conyugales» e incluso «café». La clasificación y el etiquetado de palabras, lugares y acontecimientos es una función del lóbulo frontal que nos ayuda a buscar y encontrar la información que necesitamos con rapidez. Si no tuviéramos toda esa información clasificada correctamente, seguramente sería imposible encontrar la que necesitamos en cada momento. Es por ello que para tener una buena memoria y aliviar los problemas que esta pueda tener el orden es, sin lugar a dudas, el mejor aliado.

En las enfermedades o lesiones que afectan al lóbulo frontal, el afectado suele distraerse con facilidad y, por lo tanto, no puede atender a la información relevante, hecho que provoca que no la recuerde, simplemente porque no le prestó la atención necesaria. Otras veces puede ocurrir que no sea capaz de etiquetar los recuerdos de la mejor manera posible, hecho que supone que, al no estar guardados o etiquetados como deberían, a posteriori no los encuentre. Y en algunos casos el enfermo puede tener dificultades para escoger las etiquetas más adecuadas, para hallar la palabra que necesita y, en consecuencia, para encontrar la información que requiere.

Cerebelo, hipocampo, sistema límbico y lóbulo frontal son algunas de las estructuras más importantes del cerebro en el funcionamiento de los procesos de memoria. Esta disociación entre distintas estructuras de codificación emocional permite fenómenos cuanto menos curiosos en la memoria humana. Es muy posible que un paciente con Alzheimer que haya perdido la mayor parte de su memoria no recuerde a su mujer o a sus hijos, pero sin embargo se sienta muy a gusto a su lado. Es probable que alguien que ha olvidado gran parte de su pasado no recuerde quién le enseñó a montar en bici, pero pueda reproducir los movimientos necesarios para hacerlo. Otros casos que no implican enfermedades pero acarrean deficiencias de la memoria suponen, por ejemplo, que no recordemos el nombre de alguien pero sí a la persona, que no nos acordemos de una anécdota pero la reconozcamos cuando la escuchemos, no saber la letra o el cantante de una canción pero poder tararearla, o no conocer el motivo por el que hemos entrado en la cocina pero tener la sensación de que teníamos que hacer algo allí.

Ya hemos visto como neuronas vecinas se asocian entre ellas para formar redes neuronales. Relacionado con esto, debemos saber que, aunque algunas conductas se gestionan únicamente gracias al funcionamiento de una única red de neuronas, la mayoría de las funciones complejas del cerebro, y especialmente la memoria, necesita de la interacción de distintas redes neuronales. Aquellas que intervienen en la memoria se encuentran en distintas partes del cerebro, algunas incluso bastante alejadas entre ellas. En realidad, la memoria funciona como una gran red neuronal que engloba casi la totalidad del cerebro y cuyos componentes se activan de una manera u otra según lo que necesitemos recordar. Esto puede darle una idea de la enorme complejidad de la memoria y ayudarle a entender por qué cualquier alteración en el estado del cerebro, incluyendo el propio envejecimiento, puede afectar su funcionamiento.

Anteriormente hemos hablado del hipocampo como un área clave para el almacenamiento de información. Hasta hace bien poco los científicos pensábamos que las palabras y los recuerdos eran literalmente guardados en esta estructura cerebral. Solo desde hace unos pocos años hemos empezado a comprender que el hipocampo no almacena la información como tal: cada recuerdo está compuesto por pequeños fragmentos que se encuentran distribuidos por todo el cerebro. El hipocampo funciona como un director de orquesta que tiene como misión activar y reunificar todas las neuronas relacionadas con un recuerdo concreto convirtiendo fragmentos de información en un recuerdo unificado. En otras palabras, el hipocampo no guarda estos recuerdos enteros, sino que almacena las claves o patrones que permiten activarlos. Cuando el lóbulo frontal solicita al hipocampo que recuerde una información concreta, este manda una señal de activación que hace que todas las neuronas implicadas en el recuerdo se estimulen de manera simultánea. ¿Recuerda aquella maravillosa velada en Roma? Pues bien, cuando usted decide buscar ese recuerdo, las neuronas asociadas al olfato le activarán la percepción de la ensalada, las térmicas le harán recordar la agradable temperatura que refrescaba su cara, las auditivas permitirán que se acuerde del sonido de la ópera y otras áreas del cerebro se excitarán para facilitar el recuerdo de otros detalles de la experiencia como el aspecto de su compañero de mesa o el tema de conversación. Cada una de esas redes neuronales se encuentra en un lugar distinto, a veces muy distantes entre sí, del cerebro y se activan de una manera muy similar cuando usted vive la experiencia que cuando la recuerda. En cierto sentido, el dicho popular que asegura que recordar es volver a vivir es muy cierto desde el punto de vista neurológico.

Hace años pensábamos que la memoria funcionaba como un ordenador, con un gran disco duro que almacenaba toda la información. En cierto sentido la memoria actúa de manera similar a como trabaja un pianista. El pianista (el lóbulo frontal) decide qué melodía quiere tocar y saca la partitura adecuada, del mismo modo que el hipocampo activa las redes sinápticas precisas. Finalmente, los sonidos aparecen de las distintas teclas del piano igual que los recuerdos emergen de las diversas áreas del cerebro (olfativa, visual, verbal, táctil, emocional, etc.) implicadas en la vivencia y el recuerdo de esa experiencia concreta. En cierto sentido, el cerebro almacena una cantidad casi infinita de recuerdos, aunque solo unos pocos son accesibles a nuestra conciencia. Así, su propio cerebro es la suma de sus experiencias y recuerdos.

Todo este proceso de aprendizaje, almacenamiento y recuerdo ocurre a través de un complejo sistema de comunicación. Sabíamos acerca de la importancia de las redes neurales en el recuerdo, pero ahora acabamos de aprender la importancia de la comunicación entre distintas redes, frecuentemente muy alejadas entre sí, incluso en regiones opuestas del cerebro, en los procesos de aprendizaje y recuerdo. Para entender cómo las distintas redes se activan para encontrar una palabra solo debe colocar el meñique izquierdo en la frente y el pulgar de la misma mano entre la parte superior de la oreja y el cráneo. Todo lo que abarca esta mano se corresponde con estructuras cerebrales compuestas por millones de neuronas que se comunican entre sí cuando usted intenta recordar el nombre de una persona u objeto. Las neuronas que se ocultan debajo del dedo meñique lanzan la señal y piden a las de la zona del pulgar que busquen datos sobre un animal en el que estamos pensando (rabo, colmillos, caseta, huesos, fidelidad, ladrido, hocico, etc.). Esta comunicación entre distintas regiones cerebrales se establece en unas pocas milésimas de segundo pero es el mecanismo principal del que emerge cualquier recuerdo.

Finalmente debemos centrarnos en otros protagonistas de la conexión cerebral: los neurotransmisores. Esta palabra que tanto habrá oído en la televisión designa a una serie de sustancias químicas (biomoléculas) normalmente generadas por la propia neurona que permiten que el impulso nervioso «salte» de ella a las demás. Podríamos comparar los neurotransmisores con los estibadores que descargan la mercancía de los barcos y la cargan en los camiones. Cuando un impulso neurológico llega a la terminación nerviosa de una neurona, esta libera el neurotransmisor, que es captado por los receptores de otra neurona vecina, provocando que el impulso recorra la siguiente neurona hasta su terminación, donde el proceso se repite.

Aunque esto de los transmisores pueda parecerle excesivamente técnico y un poco complicado, he querido explicarlo porque su papel es crucial en algunos problemas de memoria, sobre todo en aquellos provocados por los trastornos del ánimo. En muchos de estos casos no se producen, ni se liberan o reciben los neurotransmisores con total normalidad y esto provoca retraso y lentitud de los impulsos nerviosos. Cuando esto se produce suelen aparecer problemas de atención y codificación, lo que genera dificultades de aprendizaje y, por lo tanto, de recuerdo.

Me falla la memoria

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