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1. La variable política

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Así como los medios de comunicación no permanecieron al margen de los cambios producidos en el siglo XIX, tampoco la política fue ajena a estas transformaciones.

Durante los últimos veinticinco años de esa centuria, el amplio corpus legislativo a favor de la libertad de expresión y el sufragio universal en Europa, incidieron poderosamente en el reconocimiento de derechos fundamentales. “La nueva situación política convertía el periódico en un objeto con mayores alicientes para sectores crecientes de la población. Individuos que eran susceptibles de ser movilizados por la acción política y que antes permanecían al margen del sistema, van a encontrar un nuevo interés por las cuestiones públicas” (Bordería, Laguna y Martínez 2008: 331).

El periodismo político nació en el Viejo Continente en los siglos XVII y XVIII, en Francia y en Inglaterra, respectivamente. En España surgió después, en el siglo XIX, con las Cortes de Cádiz. Cuando se proclama la libertad de imprenta, surge la prensa partidista y con ella la censura (Martínez de Souza 1992: 402). La influencia de la prensa se puso de manifiesto en la fijación de los “marcos ideológicos (integrismo/absolutismo, liberalismo, radicalismo/socialismo, etcétera)”, de las corrientes de opinión y la formación de las agrupaciones partidarizadas que, en muchos casos, nacieron después de que contaron con un medio de difusión.

En esa centuria, dice el académico español Jesús Timoteo Álvarez (1992) en Historia y modelos de la comunicación en el siglo XX, los medios impresos se convirtieron en vehículos para la “reculturización urbana” y en instrumentos decisivos en la expansión económica. Periódicos, diarios y publicaciones especializadas “inundaron con imaginación y fuerza los mercados, ofreciendo, provocando, creando imagen y buscando negocio”, para hacerse “responsables directos de organizaciones y movilizaciones de masas, de regímenes de masas y, en definitiva, de la sociedad de masas”. Y frente a los grandes marcos ideológicos, “los periódicos fijaban las corrientes y daban origen a los partidos” (Timoteo 1992: 21-22).

Pero a fines del siglo XIX, se reconoció el peso de la información como detonante y como poder, con los procesos de democratización y de toma de conciencia política, la industrialización y el crecimiento urbano, el intervencionismo y fortalecimiento de los estados, así como la adaptación psicológico-social de las masas a un nuevo contexto.

La militancia abierta hacia tal o cual partido se camufla y casi se diluye. “El viejo periodismo político liderado por las cabeceras que abiertamente proclamaban ser el órgano de expresión de una formación política va quedando relegado a favor de los medios que tratan de difuminar sus tendencias políticas bajo la etiqueta de independientes” (Bordería, Laguna y Martínez 1998: 321).

Lo mismo sucedió en Estados Unidos. Hasta 1860 existieron publicaciones liberales clásicas, que podían ser diarios de partido o de personaje público, de negocio o industrializados. Su temática era diferente de aquella de los periódicos dominicales con tiradas que siempre doblaban al resto, con un formato y contenidos preparados para lectores no especializados ni habituales, y de la llamada prensa de penique (penny press) o de saldos, cuyo precio estaba por debajo de los costos de producción, pero que tiraban miles de ejemplares, convirtiéndose en la primera generación de los medios populares.

Bill Kovach y Tom Rosenstiel (2004), presidente del Committee of Concerned Journalist de Estados Unidos y director del Project for Excellence in Journalism, respectivamente, sostienen que para finales del siglo XIX los periódicos estadounidenses comenzaron a sustituir ideología política y fidelidad partidaria por independencia editorial y fidelidad al interés cívico.

En el Perú, la variable política sobrevivió al cambio de siglo y definió de manera predominante la agenda informativa hasta 1915, aproximadamente, cuando desaparecieron grandes e históricas cabeceras políticas. Cabe preguntarse si este acendrado interés por el tema —y por lo que se ha llamado la personalización de la política— explica de alguna manera la preocupación que el periodismo contemporáneo limeño mantiene hasta nuestros días por las cuestiones de gobierno y sus principales actores.

Lo cierto es que a lo largo del siglo XIX —y sobre todo en sus últimos años— resulta indispensable reconocer los roles cumplidos por el conjunto de medios políticos, independientes, interesados en hacer una labor docente (Casalino 2008: 90) o comprometidos con una ideología que, probablemente de manera natural, no calcularon que estaban definiendo o diseñando la estructura del mercado de los periódicos para la siguiente centuria. Tampoco meditaron en que estaban estableciendo un precedente importante: que los periodistas y los políticos pueden ser “antagonistas complementarios” (Ortega 2011: 63).

100 años de periodismo en el Perú

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