Читать книгу 100 años de periodismo en el Perú - María Mendoza Micholot - Страница 16

2.1 Piérola y el periodismo

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La figura de Nicolás de Piérola permite estudiar las relaciones que la prensa ha mantenido con el poder.

Durante su segundo mandato, el caudillo demócrata estableció nuevas reglas de juego, una de las cuales fue la desaparición del cuestionado “delito de opinión” que, como hemos analizado, aplicó en su primer mandato, cuando llevó a prisión a los directores de los principales diarios capitalinos.

Con esta medida, aparentemente, se redujeron los frenos que se habían impuesto sobre articulistas, periodistas o editorialistas amenazados con terminar sus días en prisión si el contenido de sus comentarios había disgustado al gobierno de turno. Esto explica la cobertura y las ediciones extraordinarias que algunos periódicos le brindaron, desde el 17 hasta el 23 de marzo de 1895, por su triunfo sobre Cáceres que significó el término de la guerra civil, como revela este aviso editorial de El Comercio:

Aviso editorial. Restablecida la libertad de imprenta en el Perú y con el advenimiento del nuevo régimen político, suplicamos a nuestros antiguos colaboradores y a las demás personas que están en condición de darnos noticias fidedignas de las provincias que se sirvan hacerlo a la mayor brevedad posible. No deben olvidar nuestros corresponsales que cada carta suya debe ser firmada, como garantía de autenticidad; aunque la firma no se publicará, sino en el caso de que se nos autorice especialmente para ello (El Comercio, 23 de marzo de 1895).

Porras Barrenechea refiere que durante este gobierno, la relación de Piérola con el periodismo mejoró. “Causa de su proficua administración la moderación de la prensa, o la conformidad de esta consecuencia del buen gobierno, el periodismo concedió durante estos años un saludable descanso a sus discordes pasiones, cuyo rencor se mitigó desde entonces” (Porras 1970: 38).

No obstante, al inicio de su mandato el pierolismo fue combatido por el cacerista La Opinión Nacional, cuyo director, Andrés Avelino Aramburú, fue acusado de encubrimiento cuando se negó a revelar las fuentes de dos denuncias sobre abusos de un grupo de gendarmes (recuadro 7). Al respecto, Basadre reseña lo siguiente:

El ministro de Gobierno ordenó que Aramburú quedara a disposición del Juzgado del Crimen. Desde la cárcel, escribió el inculpado un editorial altivo en el que protestó en nombre de los fueros de la prensa y desconoció la jurisdicción del magistrado que tenía la causa a su cargo […]. Se le ofreció la oportunidad de salir si pedía su libertad bajo fianza; pero se negó a ello y sostuvo que solo reconocería al jurado de imprenta, por el delito, si lo era, de haber acogido una denuncia en su periódico (Basadre XI, 2005: 87).

Ventilado el caso en la Corte Superior y luego en la Suprema, el notable periodista fue absuelto porque se reconoció, ya entonces, que no había encubrimiento en quien acoge una información en un periódico.

Este episodio merece un lugar en la historia del Perú. Aramburú triunfó en su negativa valerosa a aceptar el fuero común para lo que él creía un simple delito de imprenta, si lo había. Quedó demostrado, al mismo tiempo, que los hechos denunciados no eran sino una alarma de los vecinos. El Poder Judicial evidenció su independencia. El debate se hizo en público. El Gobierno, después de su enérgico gesto inicial, acató, frente a uno de sus enemigos más temibles, la sentencia de la Corte Suprema y el voto de la opinión (Basadre XI, 2005: 87).

En el último año de su mandato, Piérola sostuvo además frecuentes polémicas con el librepensador Manuel González Prada, a través de los semanarios anarquistas Germinal (1899-1906) y El Independiente (1899). La primera publicación dejó de salir a consecuencia de “un litigio judicial alrededor de la imprenta que lo editaba, removido por el Gobierno, según los perjudicados por ella”. A juicio de Basadre, las diferencias se fundamentaron en por lo menos tres razones: la inoperancia política del Partido Unión Nacional, la coyuntural popularidad del pierolismo y sus derivados, que constriñeron la repercusión multitudinaria del radicalismo, y el odio de González Prada hacia Piérola, a quien había conocido en el Seminario de Santo Toribio, donde nació la enemistad entre ambos; un odio “que resuena como una de las notas nocturnas de la atormentada historia republicana del Perú” (Basadre XI, 2005: 84-85).

Recuadro 7

Los primeros periodistas

Andrés Avelino Aramburú (1845-1916) estuvo preso en tres oportunidades. Sus editoriales fueron muy influyentes —se voceaban en las calles cuando él los escribía— e instauró una forma de redacción novedosa y ágil. Basadre encuentra en ella un estilo moderno, que luego siguieron otros periodistas, como José María de la Jara y Luis Fernán Cisneros:

Se puede estar en desacuerdo con alguna o muchas de las cosas que Aramburú escribió o hizo; pero no se le puede negar su sitial en la historia de la cultura peruana, no la de los museos y la de los sepulcros, sino la de las discusiones vibrantes de la vida cotidiana que el tiempo ha apagado. Una de las facetas sugestivas de la personalidad de Aramburú fue su amor por los obreros, especialmente por los gráficos. Se interesó por ellos desde los primeros días de su organización gremial, como lo hicieron Francisco de Paula Vigil, Ricardo Palma, Fernando Casós y otros, y les predicó una doctrina social basada en la bandera de la patria y la fe religiosa (Basadre XVI, 2005: 177).

Ricardo Palma (1833-1919), director de la Biblioteca Nacional e insigne tradicionista, tenía unos 15 años cuando publicó composiciones literarias en El Comercio y también en El Progreso; luego incursionó en el periodismo satírico, en La Zamacueca Política y La Campana.

Hizo sus primeras armas literarias en este diario… allá por los años de 1850; atraído por don Manuel Amunátegui, fundador de El Comercio, que con paternal afecto, iba a buscar a los claustros mismos del Convictorio Carolino a los jóvenes que revelaban disposiciones para las letras (El Comercio, 25 de julio de 1892).

El 3 de junio de 1876 escribió “Quizá quiero, quizá no quiero”, un artículo que inauguró su relación como colaborador semanal del decano. Allí escribió por espacio de cuarenta años “los conocidos productos de su ingenio” y sus reportes como corresponsal en España, a donde viajó como representante del Perú para asistir a las actividades por el IV Centenario del Descubrimiento de América. Estos artículos, que incluían una amena sección llamada “Cabos sueltos”, se difundieron del 27 de noviembre de 1892 al 24 de enero de 1893, con dos meses de retraso debido a las limitaciones de las comunicaciones (Miró Quesada Sosa 1991: L). Su última colaboración salió el 24 de marzo de 1899, aunque en 1908 publicó su conocida crónica “La historia del Perú por el padre Urías”, del agustino Fray Juan de Dios Urías, en la que ensalza la credibilidad y carácter referencial de El Comercio.

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