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4.2 Un mundo de imágenes

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Un aporte del siglo XIX tiene que ver con el desarrollo de la litografía, el fotograbado, la fotografía y sus repercusiones en la prensa y el periodismo impreso.

Los minuciosos trabajos de Nanda Leonardini, en El Grabado en el Perú republicano, y de Natalia Majluf y Luis Eduardo Wuffarden, en La recuperación de la memoria. Perú 1842-1942, el primer siglo de la fotografía, sistematizan ese proceso que, además de técnico y artístico, tuvo mucho de sociológico porque puso en evidencia el quehacer de los primeros profesionales de un arte que en cada época supo reflejar los sentimientos de su sociedad.

Resulta significativo, por ejemplo, que los primeros talleres litográficos que se instalaron en Lima a comienzos del siglo XIX —extranjeros y nacionales— competían con los periódicos de la época (antes de reconocer, como sucedió varias décadas después, que podían y debían ser socios). El primer taller data de 1817 y fue el de José Masías. Funcionaba en la calle Pescadería 127; ofrecía un surtido de viñetas para periódicos y un trabajo de calidad, reconocido por Manuel Atanasio Fuentes como el mejor de todo el Perú; con él competían las imprentas de El Comercio, El Heraldo, El Mercurio y El Nacional (Leonardini 2003: 21).

En cuanto a la fotografía, Lima fue una de las primeras capitales sudamericanas en la que se estableció el uso del daguerrotipo, procedimiento fotográfico en que las imágenes se fijan en una placa de metal, basado en el principio de la cámara oscura. El Comercio publicó en setiembre de 1839 los hallazgos de Louis-Jacques-Mandé Daguerre apenas un mes después de su anuncio oficial (Majluf y Wuffarden 2001: 20).

Además de litografistas extranjeros, tempranamente la ciudad fue invadida por una legión de daguerrotipistas europeos y norteamericanos que, de manera itinerante, recorrían los océanos en busca de nuevos mercados; a ellos se atribuye la producción de los primeros retratos.

De 1846 data el daguerrotipo más antiguo elaborado por un extranjero y también el aviso de Jacinto Pedevilla, el primer fotógrafo peruano. Sus trabajos se ofrecían en una joyería de la calle Villalta y se estima que habría sido un destacado aprendiz de Maximiliano Danti o Philogone Daviette, dos de los daguerrotipistas que llegaron a Lima en aquellos años.

Para fines de la década de 1850 había surgido en Lima la primera generación de fotógrafos peruanos. En esta etapa de transición, en que se experimenta con otras formas de producción de imágenes, un personaje clave es el norteamericano Benjamín Franklin Pease, quien llega a Lima en 1852 y prácticamente pone punto final a la itinerancia del fotógrafo cuando se instala en la calle Plateros de San Pedro. Su obra maestra es el conocido retrato de Ramón Castilla, uno de los escasos daguerrotipos peruanos de placa completa que se conoce hasta hoy.

En setiembre de 1853, Jacinto Pedevilla introdujo la técnica de la fotografía en papel, que para 1858 se había convertido en el principal medio para registrar el entorno inmediato. Precisamente, Manuel Atanasio Fuentes pudo incluir en su Estadística General de Lima de 1858 grabados basados en fotografías. Los principales estudios de la época eran los de Pease, Félix Salazar y Emilio Garreaud.

Como en todo mercado en ebullición surgió la inevitable competencia. Majluf y Wuffarden anotan lo siguiente:

Ya en 1857 las columnas de El Comercio elogiaban a Félix Salazar, joven retratista limeño, quien había abierto un pequeño estudio en la calle Mercaderes y cuyos precios eran “sumamente moderados en relación con los extranjeros que se anuncian pomposamente”. Por la misma época empezarían a trabajar Juan Fuentes y Pedro Pablo Mariluz, quienes también redujeron sus tarifas de un modo importante. Sin embargo, ninguno de ellos pudo adaptarse a la dinámica de los grandes estudios y tuvieron que resignarse a la producción en pequeña escala o a buscar alguna forma de protección oficial (2001: 37-38).

Incluso antes del surgimiento de la prensa ilustrada, que se dio entre 1900 y 1920, la fotografía registró acontecimientos trascendentales de la política internacional alrededor del mundo: la Guerra de Crimea (1854-1856) y la Guerra de Secesión de Estados Unidos (1861-1865). El asesinato de Abraham Lincoln (1865) y el trágico final del emperador Maximiliano de México (1867) fueron difundidos en Lima por el estudio Courret.

Respecto a la noticia local, los investigadores destacan la publicación de algunas fotos en las páginas conmemorativas. La más antigua parece ser la necrología del presbítero José Mateo Aguilar, publicada en 1862, y la corona fúnebre dedicada al expresidente San Román a pocos días de su muerte, en abril de 1863, tuvo mayor difusión quizás porque fue un retrato post mórtem, repitiendo la costumbre colonial de pintar las facciones de los muertos.

Algunos estudios fotográficos hacían caricaturas de acontecimientos importantes, en temas como la guerra con España (1864-1866) y la toma de las islas guaneras de Chincha (1864):

[…] seguramente a raíz de la guerra con España, Mariano Ignacio Prado ya había constatado la importancia de la imagen fotográfica como medio de persuasión y propaganda. En octubre de 1867, cuando tuvo que marchar hacia Arequipa con sus tropas para combatir la revolución iniciada allí, Prado decidió incorporar a Félix Salazar, un joven fotógrafo peruano, quien —según El Comercio— enviaría una colección de vistas (Majluf y Wuffarden 2001: 56).

Así como la fotografía y la pintura no fueron excluyentes, la caricatura fue una de las formas que adoptó la llamada fotografía de acontecimientos, “cuyo desarrollo local no parece tener paralelo en otros países”.

La caricatura política en la prensa limeña habría aparecido a mediados del siglo XIX. Ramón Castilla fue uno de los más caricaturizados (Mc Evoy 2007: 140), aunque no necesariamente para denigrarlo. Fue el caso del establecimiento fotográfico del norteamericano J. Williez, quien en la serie litográfica lograda entre 1850 y 1860 (Zevallos 2010: 19), denominada “Adefesios”, ensalzó a Ramón Castilla mientras caricaturizaba a sus contrincantes militares, los consignatarios del guano y grupos conservadores. En su local, ubicado en el Portal de Botoneros, ofrecía láminas en las que aparecían José Rufino Echenique y Torrijos, muy cotizadas por los limeños por su mordaz humor (Leonardini 2003: 32).

Se considera a Eugenio Maunoury como el primer fotógrafo-caricaturista, quien explotó sus dotes de dibujante para, en los primeros años de la década de 1860, elaborar jocosas figuras con cabezas enormes o humanizar animales que encarnaban personajes políticos. Igualmente, el estadounidense Villroy L. Richardson apoyó la campaña electoral de Manuel Pardo en 1871 haciendo sátira de los miembros prominentes del militarismo. Los presentaba vestidos de frailes y monjas, con base en retratos eclesiásticos difundidos por otros estudios, como Courret y Negretti, o en fotomontajes. La gracia le costó purgar prisión entre diciembre de 1871 y setiembre de 1872.

Como lo demuestran bien estos montajes o las caricaturas, la fotografía no siempre sirvió como un medio objetivo de representación. En este primer período, la veracidad documental estuvo lejos de ser la única función de la práctica fotográfica, que adquirió en ocasiones visos de militancia ideológica. A medio camino entre el sensacionalismo y la intervención política directa, ella no solo registró los hechos de la historia contemporánea, sino que además llegó a constituir un activo agente de la vida social y política (Majluf y Wuffarden 2001: 57).

Antes de la Guerra del Pacífico, la expansión de la fotografía coincidió con el período de mayor auge económico. Es más, contribuyó positivamente “a forjar la imagen de la joven república y a proyectarla hacia el mundo” y a registrar visualmente el país, en un esfuerzo sostenido por parte de iniciativas individuales. Entre 1860 y 1879 hay un esfuerzo, al parecer de independientes, de asistir al desarrollo del país, a la construcción de obras de infraestructura como las líneas ferroviarias y a la modernización (Majluf y Wuffarden 2001: 64).

Durante la guerra, Lima —la capital más importante para el mercado fotográfico en la América del Sur— entró “en un penoso paréntesis”. Los únicos estudios que permanecieron al estallar la guerra fueron el de Rafael Castillo y el de la Casa Courret (Majluf y Wuffarden 2001: 92).

El período de la reconstrucción nacional, en la década de 1890, devolvió vida a la fotografía y con ella a su tarea de mostrar el Perú al resto del mundo. Destacan fotógrafos como Charles Kroehle, con sus trabajos sobre la Amazonía; Fernando Garreaud, quien hizo un balance gráfico del país por encargo de Piérola, el cual concluyó cuando gobernaba López de Romaña; captó paisajes y sitios arqueológicos que sirvieron para promover el turismo; Luis D. Gismondi, con sus imágenes del sur; y Max T. Vargas, quien fotografió calles e iglesias de Puno, Arequipa y Cusco.

Después de la guerra, el auge del fotograbado y la litografía se deben al nacimiento de revistas nacionales, como El Correo del Perú (1871-1877), que introduce grabados nacionales y extranjeros, tomados de fotografías o de reproducciones de obras europeas. Pero como sostiene Nanda Leonardini, esta modalidad no solo se mantiene sino que se amplía.

En ese lapso destaca la obra del empresario Peter Bacigalupi, quien funda y dirige El Perú Ilustrado (1887-1892), de avanzada tecnología en la impresión, calidad de contenidos y reconocidas firmas (recuadro 10).

Utilizó como base documental para realizar litografías la fotografía. Y sobre todo fue escuela para las futuras generaciones.

Esta revista, donde laboran reconocidos artistas como el peruano Evaristo San Cristóval, el norteamericano Williams Taylor y el italiano Carlos Fabbri, tiene como política abrir las puertas a jóvenes artistas interesados en aprender litografía, quienes practican dicho arte en los talleres del mismo semanario, estímulo recompensado con la publicación de los trabajos (Leonardini 2003: 25).

Bacigalupi no solo fue el que mayor importancia concedió a las imágenes fotográficas y las reprodujo en sus páginas a través de grabados, sino que promovió el arte en los aficionados. Es más, distribuyó nuevas máquinas Kodak en el país, contribuyendo a la popularización de la fotografía, y fue el precursor de los procesos fotomecánicos (Majluf y Wuffarden 2001: 103-104).

Ello explica la proliferación de publicaciones desde fines del siglo XIX hasta los años 1930, como América Ilustrada (1890), Boletín de Lima (1891), El Hispano Americano (1891), El Perú Artístico (1893-1895), La Revista Social (1897), Lima Ilustrada (1898-1904), El Rímac (1889-1890) y, en el nuevo siglo, Actualidades (1903-1908), Prisma (1905-1908), Variedades (1908-1930), Ilustración Peruana (1909-1913) y Mundial (1920-1930).

Recuadro 10

Prensa y mujer

La presencia de la mujer en el periodismo tiene sus raíces en el siglo XIX. La escritura femenina, que durante las centurias previas salía de los conventos, se expresó en la pluma de un grupo de “ilustradas” escritoras (Guardia 2006: 265) que abrieron trocha en un mundo en el que la mujer no tenía voz ni voto.

La producción de Clorinda Matto de Turner y Mercedes Cabello de Carbonera ha sido revalorada a lo largo de la historia, pero falta mucho por hacer respecto al trabajo de otras pioneras, como Juana Manuela Gorriti, Teresa González de Fanning, Carolina Freire de Jaimes, Lastenia Larriva.

Sus trabajos se hallan compilados en los libros que escribieron, pero sobre todo en los diarios y semanarios culturales que fundaron, dirigieron o colaboraron, como La Revista de Lima (1859-1862), El Correo del Perú (1871-1877) y El Perú Ilustrado (1887-1892), en cuyas páginas se pueden encontrar los retratos de estas literatas. Francesca Denegri, estudiosa de la trayectoria de las mujeres ilustradas del siglo XIX, dice que en la segunda mitad de esa centuria “la prensa era el más importante espacio de debate cultural”. Allí se dio cuenta de sus ‘veladas literarias’ y de sus escritos influenciados por la poética romántica, la intelectualidad liberal, la ideología civilista, la indigenista y la política, un terreno en el que no se les permitió inmiscuirse demasiado (Denegri 1996: 12).

El caso de Clorinda Matto de Turner es representativo del rol intelectual, literario y activista de la mujer en la prensa durante este período. A diferencia del resto de escritoras costeñas, provenía de una familia cusqueña de notables. Perteneció a la generación literaria nacida entre 1852 y 1866, que también integraron Abelardo Gamarra, Elvira García y García, Alberto Ulloa Cisneros y otros exponentes. Fundó el semanario de literatura, arte y educación El Recreo (1876), fue jefa de redacción de La Bolsa de Arequipa (1881) y directora de El Perú Ilustrado (octubre de 1889-julio de 1891). Debido a la publicación de Magdala, un relato de Henrique Coelho Neto considerado sacrílego por el arzobispo Manuel Antonio Bandini, fue excomulgada (Varillas 1992: 290). Respaldó a Andrés Avelino Cáceres y durante el gobierno de Piérola debió exiliarse en Chile. “Servíamos al Partido Constitucional y si cometimos el pecado de mezclarnos en política, fue por el derecho que existe de pensar y de expresar el pensamiento…”, escribió en sus memorias. Reconocida como la tradicionista de mayor peso, después de Ricardo Palma (Ward 2007: 439), es precursora de la novela indigenista en el Perú (Guardia 2007: 266).

Las novelas de Clorinda Matto habían transgredido desde un principio el contrato mediante el cual las mujeres habrían sido aceptadas en los ámbitos literarios, a condición de mostrar una feminidad apolítica y no cuestionadora […]. Prueba de ello es que cuando Matto respondió sin ambages al llamado que hiciese González Prada de producir literatura de propaganda y ataque, sus libros desataron una violencia física y verbal contra ella, de tal envergadura, que finalmente la obligaron a partir al exilio (Denegri 1996: 16).


El Comercio (8 de mayo de 1839). Quinta edición, lanzada tres días después de que empezara a circular, en papel San Lorenzo (utilizado en diarios centroamericanos), con logotipo de letras compactas y formato casi tabloide.


El Comercio (25 de febrero de 1846). El logo varió muchas veces a lo largo de su historia, pero mantuvo por algunos años el punto final después de El Comercio. En la primera foto se aprecia lo que fue el primer eslogan. Igualmente cambió su formato. En la edición número 2012 adopta un tamaño más grande, muy similar al actual.


La Opinión Nacional (15 de enero de 1879). Diario importante, fundado por Andrés Avelino Aramburú, sobrevivió al cambio de siglo. Su primera página representa una concepción periodística en boga por aquellos días: formato gran estándar, a tres columnas normales y otras dos ampliadas, y contenidos publicitarios. Todos competían por los avisos.


El Heraldo de Lima (24 de febrero de 1854). Otro diario influyente. Tenía portada comercial y recibía avisos solo hasta las dos de la tarde. Fue el primero en crear una sección informativa con noticias económicas, políticas y crónicas de la ciudad. Circuló todos los días, excepto los feriados.


La Patria (30 de enero de 1880). Uno de los diarios que hizo un amplio despliegue informativo sobre los últimos días del presidente José Balta. Durante la Guerra del Pacífico fue tomado por el ejército chileno. En este número publica en detalle noticias de la avanzada de Chile sobre el Perú. Además, alerta sobre las inversiones en armamento que el país vecino estaba realizando, frente a las cuales el Perú no debía confiarse.


La Zamacueca (3 y 8 de enero de 1859). Dos ediciones de este tabloide sensacionalista, correspondientes al número cero o prospecto y al primer número. Salía los miércoles y los sábados. Tenía cuatro hojas. También lleva en un lugar destacado el siguiente lema: “La Patria es la troncha”, firmado por M. M. del Mazo.


Su carácter jocoso y crítico de la política lo expuso en el editorial de este número cero: “El mundo es un gran fandango, y el que no baila es un tonto. Este dicho vulgar encierra mucha filosofía […] y aplicado a nuestra política, es una verdad de a puño…”.


La Campana (27 de febrero de 1873). Semanario de formato tabloide que brilló por su amarillismo. Publicó noticias falsas en contra del régimen del presidente Manuel Pardo y desinformó a sus lectores al dar cuenta de un levantamiento ficticio en el Cusco. No identifica a su director, pero debajo del logotipo figura esta frase: “Tiene editor responsable”.


La Butifarra (8 de marzo de 1873). De corte sensacionalista, circulaba en Lima los días sábados al precio de un real. En su editorial de lanzamiento al mercado da su primera clarinada en estos términos: “Caballeros el país está descontento… La Butifarra será una verdadera butifarra, bien condimentada pero cargada de ají”. También decía tener “editor responsable”.


La Broma (15 de octubre de 1877). Fue un diario que utilizaba un lenguaje satírico y burlón. En su primer año de circulación publicó el “Almanaque para 1878”, que se promocionó como un “Elegante libro de más de 200 páginas en excelente papel satinado”. Se imprimía en la calle La Rifa (hoy jirón Miró Quesada), en el centro de Lima.


La Mascarada (8 de agosto de 1874). Tabloide sensacionalista que ofrecía una portada llena de texto y una caricatura a color en la página central. Su eslogan era “Fandango semanal, político, económico, crítico, burlesco y de trueno”.


La Mascarada (15 de agosto de 1874). Famosa caricatura firmada por Joaquín Rigal, titulada “El último día de César”, un macabro anticipo del asesinato del presidente Manuel Pardo. El editor Milá de la Roca debió responder por el dibujo, aunque la revista aseguró que no intervenía en la redacción, que era “esencialmente anónima”.


El Murciélago (11 de junio de 1879). Tabloide, opositor e incisivo que fundó Manuel Atanasio Fuentes. Cada número salía con un eslogan diferente. En este fue: “Burla y songa a los héroes de la Covadonga”. Aquí da cuenta de la detención en el Callao de El Luxor, una nave de la Compañía Hamburguesa de Navegación, que transportó armas de Montevi-deo a Chile en la coyuntura de la Guerra del Pacífico.


La Integridad (11 de marzo de 1899). Una de las primeras publicaciones defensoras de las ideas anarquistas, dirigida por Abelardo Gamarra “El Tunante”. Pese a que su circulación era más citadina, destacaba los eventos organizados en otros puntos del país, como la Gran Exposición de Trujillo. Defendía “el programa de la Unión Nacional”, agrupación fundada por Manuel González Prada.


El Libre Pensamiento (25 de marzo de 1899). En sus inicios fue vocero de la Gran Logia del Perú y luego se reconoció como “Órgano de la Liga de Libres Pensadores del Perú. Semanario consagrado a la defensa y propaganda de las doctrinas liberales”. Adhería las ideas anarquistas y anti-


La Sociedad (1 de junio de 1870). En este primer número se comprometió a “propagar todas las doctrinas que conducen a la conservación y progreso de la sociedad…”, pero se le reconoce como un diario clerical. Primero lo dirigió un grupo de intelectuales y, en 1871, el presbítero Manuel Tovar. Fue partidario de Nicolás de Piérola.

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