Читать книгу Cress - Марисса Мейер - Страница 15

Cinco

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–Pantalla cuatro –dijo Cress, entornando los ojos al ver la cuadrícula de íconos.

–Sota a... D5.

Sin esperar a que la figura animada se desplazara a su nueva ubicación, ella dirigió la atención al siguiente juego.

–Pantalla cinco. Tomar rubíes y dagas. Desechar coronas.

La pantalla destelló, pero ella ya había avanzado.

–Pantalla seis –hizo una pausa, mordiéndose las puntas del cabello.

Doce hileras de números llenaron la pantalla; algunos espacios estaban en blanco y otros marcados con colores y patrones. Después de que su cerebro dio vueltas alrededor de una ecuación que no estaba segura de poder repetir, el rompecabezas se iluminó ante ella, con la respuesta tan clara como la salida de la Luna sobre la Tierra. “3A, insertar amarillo 4. 7B es negro 16. 9G es negro 20”. La cuadrícula se disolvió y fue reemplazada por un cantante de la Segunda Era extasiado frente a un micrófono y un público que aplaudía a rabiar.

–Felicitaciones, Hermana mayor –dijo la Pequeña Cress–. ¡Ganaste!

La victoria de Cress duró poco. Se recostó de lado y volvió al primer juego. Ver el movimiento que la Pequeña Cress había hecho después de su último turno acabó con su orgullo. Se apoyó contra una esquina.

–Pantalla uno... –murmuró, pasándose el cabello por encima del hombro, trenzando con descuido las puntas húmedas alrededor de sus dedos. Cinco nudos después, su victoria en la pantalla seis había quedado olvidada. La Pequeña Cress iba a ganar esta vez.

Ella suspiró e hizo la mejor jugada que pudo, pero de inmediato la Pequeña Cress movió el rey al centro del laberinto holográfico y se apoderó del cáliz de oro. Un bufón risueño apareció y engulló el resto del tablero de juego.

Cress gimió y se quitó el cabello del cuello, esperando la tarea que su yo menor escogiera para ella.

–¡Gané! –exclamó la Pequeña Cress una vez que el holograma desapareció de la pantalla. Los demás juegos se bloquearon automáticamente–. Me debes diez minutos de baile estilo country, como aparece en el siguiente video, seguidos de treinta saltos con sentadillas. ¡Empezamos!

Cress puso los ojos en blanco, deseando no haber estado tan alegre cuando grabó la voz. No obstante, hizo lo que le indicaron, deslizándose de la cama mientras un hombre de bigote y sombrero grande aparecía en la pantalla, con los pulgares metidos en las trabillas del pantalón.

Hacía algunos años, al darse cuenta de que su alojamiento le ofrecía pocas oportunidades para estar activa, Cress se entusiasmó con el ejercicio. Había instalado en todos los juegos un programa que escogía diversas actividades físicas que debía realizar cada vez que perdiera. Aunque con frecuencia se arrepentía del programa, la había ayudado a no quedarse pegada a la silla y en cierta forma disfrutaba las rutinas de yoga y baile. Pero no estaba ansiosa por hacer esos saltos con sentadillas...

Justo cuando el rasgueo de una guitarra anunciaba el comienzo del baile, una alerta sonora detuvo lo inevitable. Con los pulgares en las trabillas del pantalón imaginario, Cress miró las pantallas.

–Pequeña Cress, ¿qué...?

–Hemos recibido una petición de enlace de comunicación directa de Usuario desconocido: mecánica.

Sintió una agitación en su interior, como si hubiera efectuado un salto acrobático hacia atrás.

Mecánica.

Con un grito, tropezó al abalanzarse hacia la pantalla más pequeña, tecleó apresuradamente el código para anular la rutina de ejercicio, revisó el sistema de seguridad y las configuraciones de privacidad, y entonces la vio. Una solicitud D-COMM y la más inocente de las preguntas.

¿Aceptar?

Con la boca seca, Cress se pasó las palmas por el cabello.

–¡Sí! ¡Aceptar!

La ventana se desvaneció, sustituida por oscuridad, y entonces...

Entonces...

Ahí estaba él.

Carswell Thorne.

Estaba reclinado en un asiento, con los tacones de sus botas apoyados frente a la pantalla. Tres personas estaban de pie detrás de él, pero todo lo que Cress pudo ver fueron los ojos azules que la miraban fijamente, directamente a ella, y comenzaban a llenarse del mismo arrobamiento que ella sentía.

El mismo asombro.

El mismo encanto.

Aunque estaban separados por dos pantallas y un enorme espacio vacío, ella pudo sentir en esa mirada el vínculo que se había forjado entre los dos. Un vínculo que no podría romperse. Sus ojos se habían encontrado por primera vez, y por la expresión de total estupor de su rostro, ella supo que él también lo sentía.

El calor avanzó lentamente por sus mejillas. Sus manos comenzaron a temblar.

–Estrellas –murmuró Carswell Thorne. Dejando caer los pies al suelo, se inclinó hacia adelante para verla más de cerca–. ¿Todo eso es pelo?

El vínculo se rompió; la fantasía de un momento perfecto de amor verdadero se desintegró a su alrededor.

De pronto, un pánico apabullante atenazó la garganta de Cress. Con un grito agudo, se ocultó de la vista de la cámara y se metió debajo del escritorio. Su espalda chocó contra el muro con un golpe seco y apretó los dientes. Se agazapó allí, con la piel ardiendo y el pulso retumbante mientras miraba la habitación: la habitación que él también estaba viendo ahora, con las mantas arrugadas y el hombre de bigote en todas las pantallas diciéndole que tomara a su pareja imaginaria y se meneara.

–¿Qué...? ¿A dónde se fue? –la voz de Thorne llegó a ella a través de la pantalla.

–En serio, Thorne –la voz de una chica. ¿Linh Cinder?–. ¿Alguna vez piensas antes de hablar?

–¿Qué? ¿Qué dije?

–¿Todo eso es pelo?

–¿Lo viste? Era como una cruza entre el nido de una urraca y una bola de estambre atacada por un guepardo.

Un latido después:

–¿Un guepardo?

–Fue el primer gato grande que me vino a la mente.

Cress trató de peinarse apresuradamente con los dedos. No le habían cortado el cabello desde que la dejaron en el satélite y ahora llegaba debajo de sus rodillas, pero Sybil no llevaba objetos filosos al satélite y hacía mucho tiempo que Cress había dejado de preocuparse por tenerlo cuidadosamente trenzado. Después de todo, ¿quién iba a verla?

Ah, si se hubiera peinado esa mañana. Si se hubiera puesto el vestido que no tenía el cuello agujerado. ¿Se había cepillado los dientes después de desayunar? No podía recordarlo, y ahora estaba segura de que tenía entre los dientes pedazos de espinaca de huevos a la florentina congelados.

–Déjame hablar con ella.

Sonido de movimiento desde la pantalla.

–¿Hola? –una chica de nuevo–. Sé que puedes escucharme. Lamento que mi amigo sea tan tonto. Puedes ignorarlo.

–Eso es lo que hacemos normalmente –dijo la otra voz femenina. Cress buscó a toda prisa un espejo o algo que pudiera servirle.

–Necesitamos hablar contigo. Yo... Yo soy Cinder. La mecánica que reparó el androide.

Cress golpeó con el dorso de la mano el cesto de ropa, que chocó con las ruedas de la silla, la cual salió disparada a la mitad de la habitación, donde dio contra el borde del escritorio e hizo que un vaso medio lleno de agua se tambaleara. Cress se quedó helada, con los ojos muy abiertos, mientras el vaso se inclinaba hacia la memoria extraíble donde estaba alojada la Pequeña Cress.

–Eh... ¿hola? ¿Es buen momento?

El vaso volvió a enderezarse sin que se derramara una gota.

Cress exhaló lentamente.

No era así como se suponía que iba a ocurrir este encuentro. Esta no era la fantasía con la que había soñado cien veces. ¿Qué había dicho ella en todos esos sueños? ¿Cómo había actuado? ¿Quién había sido esa persona?

Lo único en lo que podía pensar era en la ardiente mortificación por el vaquero bailarín (¡Ahora de frente a tu pareja y vueeeelta!) y su cabello de nido de urraca, sus palmas sudorosas y su pulso ensordecedor.

Apretó los párpados y se obligó a concentrarse, a pensar.

Ella no era una niñita tonta escondiéndose debajo de su escritorio. Ella era... Ella era...

Una actriz.

Una actriz hermosa, desenvuelta y talentosa. Y estaba usando un vestido de lentejuelas que brillaban como estrellas, que podía hipnotizar a cualquiera que lo viera. No iba a cuestionar su propio poder de encantar a quienes estaban a su alrededor, no más de lo que una taumaturga pondría en duda su capacidad de manipular a una multitud. Ella era imponente. Ella estaba...

Aún escondida debajo del escritorio.

–¡Estás ahí?

Un resoplido.

–Ajá. Esto realmente está funcionando –Carswell Thorne.

Cress se sobresaltó, pero su respiración se fue haciendo más pausada a medida que se envolvía en el capullo de la fantasía.

–Esto es un escenario –murmuró en voz suficientemente baja para que no pudieran escucharla. Hizo un esfuerzo de imaginación. Esto no era su dormitorio, su santuario, su prisión. Esto era el escenario, con cámaras, luces y docenas de directores y productores y un enjambre de androides asistentes.

Y ella era una actriz.

–Pequeña Cress, detén el programa de ejercicio.

Las pantallas se congelaron, la habitación quedó en silencio y Cress salió a gatas de abajo del escritorio.

Ahora Cinder estaba sentada frente a la pantalla, con Carswell Thorne observando sobre su hombro. Cress lo miró lo suficiente para captar una sonrisa que quizás intentaba ser de disculpa, pero que solo sirvió para hacer que su corazón se pusiera frenético.

–Hola –dijo Linh Cinder–. Perdón por sorprenderte de esta forma. ¿Me recuerdas? Hablamos hace un par de semanas, el día de la coronación, y...

–S-sí, desde luego –tartamudeó. Sus rodillas comenzaron a temblar mientras arrastraba subrepticiamente la silla hacia ella y tomaba asiento–. ¡Me alegra que estés bien! –se obligó a concentrarse en Linh Cinder. No en Carswell Thorne. Si solo evitaba encontrarse de nuevo con su mirada podría arreglárselas. No perdería el control. Con todo, la tentación de fijar la vista en él seguía ahí, apoderándose de ella.

–Oh, gracias –dijo Cinder–. No estaba segura... Quiero decir, ¿estás al tanto de las noticias de la Tierra? ¿Sabes qué ha estado ocurriendo desde...?

–Lo sé todo.

Cinder hizo una pausa.

Cress se dio cuenta de que había hablado atropelladamente y se recordó que debía cuidar la enunciación al interpretar un papel tan sofisticado. Se forzó a sentarse un poco más erguida.

–Sigo todos los canales de noticias –aclaró–. Me enteré de que te vieron en Francia y he estado rastreando tu nave, por lo que supe que no había sido destruida, pero no sabía si habías resultado herida o qué había ocurrido, y estuve tratando de establecer el enlace D-COMM, aunque nunca respondiste –se apagó un poco, mientras sus dedos intentaban hacer nudos con el cabello–. Pero me alegra ver que estás bien.

–Sí, sí: ella está bien, nosotros estamos bien, todo el mundo está bien –dijo Thorne, apoyando un codo sobre el hombro de Cinder e inclinándose hacia la pantalla con el ceño fruncido. Encontrarse con sus ojos era inevitable, y un chillido involuntario escapó de sus labios, un sonido que ella nunca había escuchado de sí misma–. ¿Dijiste que has estado rastreando nuestra nave?

Ella abrió la boca, pero la cerró un instante después, sin emitir sonido alguno. Finalmente pudo asentir débilmente.

Thorne la miró de reojo, como si estuviera tratando de adivinar si estaba mintiendo o si solo era idiota.

Cress sintió deseos de volver a meterse debajo del escritorio.

–¿De verdad? –dijo él arrastrando las palabras–. ¿Y para quién trabajas?

¡Eres una actriz! ¡Una actriz!

–Para la ama –respondió forzando las palabras–. La ama Sybil. Ella me ordenó localizarlos, pero no le he dicho nada y no lo haré; no tienen que preocuparse por eso. Yo... yo he estado bloqueando las señales de radar, asegurándome de que los satélites de vigilancia apuntaran en otra dirección cuando ustedes pasaban; ese tipo de cosas. Para que nadie más pudiera encontrarlos –titubeó al darse cuenta de que cuatro rostros la miraban boquiabiertos como si acabara de caérsele todo el cabello–. Se habrán dado cuenta de que no han sido capturados...

Alzando una ceja, Cinder deslizó la mirada hacia Thorne, quien de pronto soltó una carcajada.

–¿Todo este tiempo pensamos que Cinder estaba lanzando un encanto mágico sobre las otras naves y eras ?

Cinder frunció el ceño, pero Cress no pudo distinguir con quién estaba molesta.

–Creo que te debo un enorme agradecimiento.

Cress se encogió de hombros, incómoda.

–No fue difícil. Encontrarlos fue la parte más complicada, pero cualquiera pudo haberlo averiguado. Y ocultar naves alrededor de la galaxia es algo que los lunares han estado haciendo durante años.

–La recompensa por mi cabeza es suficientemente grande como para comprar la Provincia de Japón –dijo Cinder–. Si alguien supiera cómo encontrarnos ya lo habría hecho, así que gracias, de verdad.

El rubor subió por su cuello.

Thorne le dio un codazo a Cinder en el brazo.

–Ablandarla con halagos: buena estrategia.

Cinder entornó los ojos con fastidio.

–Mira, la razón por la cual nos pusimos en contacto contigo es porque necesitamos tu ayuda. Evidentemente, más de lo que imaginé.

–Sí –dijo Cress enfática, desenrollando el cabello de sus muñecas–. Sí. Lo que necesiten.

Thorne sonrió complacido.

–¿Ven? ¿Por qué ustedes no pueden ser así de accesibles?

La segunda chica le dio un manotazo en el hombro.

–Ella ni siquiera sabe qué queremos que haga.

Cress la miró bien por primera vez. Tenía cabello rojizo y rizado, una colección de pecas sobre su nariz y curvas que parecían injustamente exageradas junto a Cinder, que en comparación era totalmente angulosa. El hombre que estaba junto a ellos los hacía ver como enanos. Tenía el cabello castaño despeinado, que apuntaba en todas direcciones; cicatrices descoloridas que indicaban más de una pelea, y una magulladura reciente en la mandíbula.

Cress hizo su mejor esfuerzo por parecer segura.

–¿En qué necesitan ayuda?

–Cuando hablé contigo, el día del baile, me dijiste que habías estado espiando a los líderes de la Tierra e informando a la reina Levana. Y que también sabías que una vez que Levana se convirtiera en emperatriz planeaba ordenar que asesinaran a Kai para tener el control absoluto de la Comunidad y usar ese poder para lanzar un ataque a gran escala contra los demás países terrestres.

Cress asintió, quizá con demasiado vigor.

–Bueno, necesitamos que la gente de la Tierra sepa hasta dónde está dispuesta a llegar con tal de reclamar todo el planeta, no solo la Comunidad. Si los otros líderes supieran que ella los ha estado espiando todo este tiempo y que tiene la intención de invadir sus países en la primera oportunidad, no habría forma de que aprobaran esta boda. No la aceptarían como lideresa mundial, la boda se cancelaría y, con algo de suerte, eso nos daría la oportunidad de... humm. Bueno, el objetivo final es destronarla por completo.

Cress se pasó la lengua por los labios.

–Entonces... ¿qué quieren que haga?

–Pruebas. Necesitamos pruebas de lo que planea Levana o de lo que ha estado a haciendo.

Pensativa, Cress se hundió en su silla.

–Tengo copias de todos los videos de vigilancia grabados durante años. Sería fácil seleccionar algunos de los videos más incriminatorios y enviárselos por este enlace.

–¡Eso es perfecto!

–Pero es circunstancial. Solo demostraría que Levana está interesada en lo que hacen los otros líderes, no necesariamente que planea invadirlos; y tampoco creo tener un documento que diga que quiere asesinar a su Majestad. Se trata de mis sospechas y especulaciones personales sobre las cosas que mi ama ha dicho.

–Está bien. Usaremos lo que tengas. Levana ya nos atacó en una ocasión. No creo que sea muy difícil convencer a los terrícolas de que puede hacerlo de nuevo.

Cress asintió, pero su entusiasmo había disminuido.

Se aclaró la garganta.

–Mi ama reconocerá las grabaciones. Ella sabrá que yo se las di.

La sonrisa de Cinder empezó a esfumarse, y Cress supo que no necesitaba aclarar ese punto. La matarían por su traición.

–Lo siento; si hubiera alguna forma de que pudiéramos alejarte de ella lo haríamos, pero no podemos arriesgarnos a ir a Luna. Pasar por la vigilancia del puerto...

–¡No estoy en Luna! –las palabras de Cress se atropellaron, en un tono que era una mezcla de ruego y esperanza–. No tienen que ir a Luna. No estoy allí.

Cinder observó la habitación detrás de Cress.

–Pero dijiste que no podías ponerte en contacto con la Tierra; ¿entonces no estás...?

–Estoy en un satélite. Puedo darles mis coordenadas. Hace algunas semanas revisé si su Rampion tiene sistemas de acoplamiento compatibles y así es, o al menos los módulos espaciales que incluye los tiene. Ustedes... todavía tienen los módulos, ¿verdad?

–¿Estás en un satélite? –preguntó Thorne.

–Sí, ubicado en una órbita polar de dieciséis horas alrededor de la Tierra.

–¿Cuánto tiempo has vivido en un satélite?

Ella enredó su cabello alrededor de los dedos.

–Siete años... más o menos.

–¿Siete años? ¿Sola?

–S-sí –se encogió de hombros–. Mi ama me reabastece de comida y agua y tengo acceso a la red, así que no es tan malo, pero... bueno...

–Pero eres una prisionera –dijo Thorne.

–Damisela en apuros me gusta más –murmuró.

Un lado de la boca de Thorne esbozó esa media sonrisa perfecta que mostraba en la foto de graduación. Un tanto engañosa, pero absolutamente encantadora.

El corazón de Cress se detuvo, pero si ellos notaron que se estaba derritiendo en la silla, no dijeron nada.

La chica pelirroja se inclinó hacia atrás y salió de cuadro, aunque Cress seguía escuchándola.

–Como si pudiéramos hacer algo para que Levana tenga aún más deseos de encontrarnos... Además –dijo Cinder intercambiando miradas con sus compañeros–, ¿realmente queremos dejar en manos de Levana a alguien que sabe cómo rastrear nuestra nave?

Los dedos de Cress comenzaron a hormiguear ahí donde el cabello le estaba cortando la circulación, pero apenas lo notó.

Thorne volteó la cabeza y la miró a través de la pantalla.

–Muy bien, damisela. Envía esas coordenadas.

Cress

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