Читать книгу Cress - Марисса Мейер - Страница 23

Nueve

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Cinder gimió. El impacto de su reciente aterrizaje aún reverberaba a lo largo de su columna vertebral. El techo de la plataforma de carga giraba y se bamboleaba en su visión.

–¿Eso era necesario?

Wolf y Scarlet aparecieron por encima de ella.

–Lo siento –dijo Wolf–. Pensé que lo tenías bajo control. ¿Estás bien?

–Frustrada y dolorida, pero sí, estoy bien –se forzó a tomar la mano que Wolf le tendía. Él y Scarlet la ayudaron a ponerse de pie–. Tienes razón. Perdí la concentración. Sentí que ya no podía contener tu energía, como si fuera una bandita elástica –eso fue momentos antes de que Wolf completara la maniobra que ella había logrado frenar durante seis segundos, sujetándola por un brazo y lanzándola por encima de su hombro. Se frotó la cadera–. Necesito un momento.

–Quizá deberías dejarlo por hoy –aconsejó Scarlet.

–Casi llegamos al satélite.

Iko emitió una alerta que sonó como una campanilla.

–El tiempo aproximado de llegada es de nueve minutos y treinta y cuatro segundos, que, según mis cálculos, es suficiente para que Cinder sea derrotada y puesta en ridículo en siete peleas más.

Cinder miró furiosa al techo.

–También es tiempo suficiente para desconectar tu dispositivo de audio.

–Si tenemos unos minutos –comenzó Scarlet–, quizá deberíamos hablar acerca de cómo vamos a tratar a esta chica. Si ha estado atrapada en un satélite durante siete años, sin nadie con quien hablar además de una taumaturga lunar, puede que sea... poco desenvuelta socialmente. Creo que debemos hacer un esfuerzo extra para darle la bienvenida, apoyarla y... tratar de no aterrorizarla.

Una carcajada salió de la cabina y Thorne apareció en la entrada, ajustándose una pistolera en la cintura.

–¿Le estás pidiendo a la cyborg fugitiva y al animal salvaje que sean el comité de bienvenida? Eso es adorable.

Scarlet puso los brazos en jarra.

–Digo que deberíamos ser conscientes de lo que ha tenido que pasar y ser comprensivos... Puede que esta no sea una transición fácil para ella.

Thorne se encogió de hombros.

–La Rampion será como un hotel de cinco estrellas después de haber vivido en ese satélite. Se adaptará.

–¡Yo voy a ser agradable con ella! –exclamó Iko–. Podemos ir de compras por la red y ella puede ayudarme a escoger mi futuro guardarropa de diseño exclusivo. Mira, encontré esta tienda de moda para androides de compañía que tiene los mejores accesorios y algunos modelos con descuento. ¿Cómo me vería con el cabello anaranjado? –la pantalla de red en la pared cambió a una lista de compras para una androide de compañía. La imagen de una modelo giraba lentamente, mostrando las proporciones perfectas de la androide, su piel aterciopelada y una pose propia de la realeza. Tenía los iris púrpuras, cabello corto color mandarina y el tatuaje de un carrusel antiguo que giraba alrededor de su tobillo.

Cinder cerró un ojo.

–Iko, ¿qué tiene que ver esto con la chica del satélite?

–A eso iba –un menú se desplazó por la pantalla y se detuvo en accesorios para cabello. Decenas de íconos se aglomeraron para mostrar de todo, desde pelucas rizadas hasta diademas con orejas de gato y broches para el pelo con diamantes de imitación–. Solo imagina cuántas posibilidades tiene con un cabello así.

–¿Lo ves? –dijo Thorne dándole un empujoncito a Scarlet en el hombro–. Iko y la chica prisionera socialmente inadaptada del satélite, mejores amigas para siempre. Lo que a mí me preocupa es cómo vamos a dividir el dinero de la recompensa cuando todo esto termine. Esta nave empieza a sentirse incómodamente llena y no creo que vaya a hacerme feliz dividir mis ganancias con todos ustedes.

–¿Cuál recompensa? –preguntó Scarlet.

–La recompensa que Cinder va a pagarnos con el tesoro lunar cuando sea reina.

Cinder puso los ojos en blanco con fastidio.

–Debí haberlo imaginado.

–Y eso es solo el comienzo. Al final de esta aventura, todo el mundo nos verá como héroes. Imaginen la fama y la fortuna, las oportunidades de patrocinio, las propuestas de mercadotecnia, los derechos por dramatizaciones en la red. Creo que debemos discutir la división de ganancias lo antes posible. Justo ahora estoy considerando un reparto 60-10-10-10-10.

–¿El cuarto diez por ciento es para mí? –dijo Iko–. ¿O es para la chica del satélite? Porque si es para la chica del satélite, empezaré una huelga.

–¿Podemos hablar después de ese dinero imaginario? –dijo Cinder.

–Digamos... cuando haya dinero real sobre el cual discutir –sugirió Scarlet–. Además, ¿no tienes que preparar el módulo espacial?

Oui, mademoiselle –luego de cuadrarse, Thorne tomó una pistola de un contenedor y la metió en la funda.

Scarlet ladeó la cabeza.

–¿Estás seguro de que no quieres que vaya? Se van a necesitar maniobras precisas para conectarse a la abrazadera de acoplamiento, y por lo que Cinder me ha contado acerca de tus habilidades...

–¿Qué quieres decir? ¿Qué te dijo Cinder sobre mi destreza para volar?

Scarlet y Cinder intercambiaron miradas.

–Naturalmente, me dijo que eres un piloto fantástico –respondió Scarlet tomando su abrigo rojo con capucha de un contenedor. Aunque había resultado desgarrado en París, lo había remendado lo mejor que pudo–. Absolutamente excelente.

–Creo que está siendo sarcástica –comentó Iko.

Thorne le echó una mirada furiosa, pero Cinder solo se encogió de hombros.

–Solo digo –continuó Scarlet mientras metía los brazos por las mangas– que el acoplamiento puede no ser sencillo. Tienes que atracar lentamente y no abandonar el módulo hasta que estés seguro de que el sistema del satélite es compatible y de que tienes una conexión firme.

–Puedo manejarlo –dijo Thorne. Guiñó un ojo, extendió la mano y pellizcó suavemente la nariz de Scarlet, haciendo caso omiso de Wolf, quien se crispó detrás de ella–. Pero es muy dulce de tu parte estar tan preocupada por mí.


Thorne logró conectarse con la abrazadera de acoplamiento al segundo intento. Le pareció bastante bueno, considerando que nunca se había acoplado a un satélite. Esperaba que Scarlet estuviera mirando, después de que había puesto sus habilidades en duda con tanta insolencia. Revisó la conexión antes de poner el módulo espacial en modo de espera y desabrocharse el arnés. A través de la ventanilla pudo ver la parte curva del satélite y uno de sus giroscopios circulares dando vueltas con lentitud en lo alto, impulsando el satélite a través del espacio. Solo podía ver el borde de la abrazadera de acoplamiento a través de las ventanillas de la nave, pero parecía segura, y los instrumentos le indicaban que los niveles de presión y de oxígeno eran satisfactorios para salir.

Jaló el cuello de su camisa. No era un hombre paranoico por naturaleza, pero tratar con lunares le ocasionaba más titubeos de lo habitual, aun cuando se tratara de lunares jóvenes más bien lindas. Jóvenes más bien lindas que probablemente se habían vuelto locas por años de soledad.

Thorne deslizó hacia arriba la escotilla del módulo y dejó al descubierto dos escalones que conducían a una rampa con un barandal a un lado y, más allá, un estrecho corredor. Sus oídos se destaparon con el cambio de presión.

La entrada al área central de satélite seguía cerrada a presión, pero al acercarse escuchó un silbido y las puertas se abrieron, deslizándose suavemente dentro de las paredes.

Reconoció la habitación que había visto en el enlace D-COMM: docenas de pantallas planas y transparentes, algunos gabinetes en lo alto, una cama desordenada con mantas raídas, una corriente de luz blanca azulada proveniente de lámparas empotradas. Una puerta a la izquierda conducía a lo que él supuso era un baño, y justo del lado opuesto estaba la escotilla de la cápsula del segundo módulo espacial.

La chica estaba sentada en la orilla de la cama, con las manos sobre el regazo. El cabello descendía por ambos hombros hasta acabar en un montón de nudos crespos junto a sus pantorrillas.

Sonreía con los labios cerrados y tenía un aspecto educado que contrastaba por completo con el manojo de nervios que él había visto por el D-COMM.

Pero su sonrisa vaciló al verlo.

–Oh, eres tú –dijo ella inclinando la cabeza a un lado–. Esperaba a la cyborg.

–No es necesario que te muestres tan decepcionada –Thorne metió las manos en los bolsillos–. Cinder puede reparar naves, pero no sabe volar. Yo seré tu acompañante hoy. Capitán Carswell Thorne, a tu servicio –inclinó la cabeza hacia ella.

En vez de desmayarse o pestañear, como se hubiera esperado de ella, la chica desvió la vista y miró encolerizada una de las pantallas.

Tosiendo, Thorne se balanceó sobre sus talones. De alguna forma esperaba que una chica que no había tenido interacción humana sería mucho más fácil de impresionar.

–¿Ya empacaste todo? No nos gusta quedarnos mucho tiempo en el mismo lugar.

Sus ojos brillaron con un dejo de irritación.

–No importa –murmuró para sí–. Jacin y yo iremos por ella.

Thorne frunció el ceño, sintiendo un poco de remordimiento por burlarse, aun cuando solo lo había hecho en su mente. ¿Y si la soledad realmente la había vuelto loca? ¿Jacin?

Ella se puso de pie y el cabello giró alrededor de sus tobillos. No había podido calcular su estatura, pero ahora, al ver que no medía más de metro y medio, se sintió más tranquilo. Loca o no, resultaba inofensiva.

Probablemente.

–Jacin, mi guardia.

–Correcto. Bueno, ¿por qué no llamas a tu amigo Jacin y nos vamos?

–Oh, no creo que vayas a llegar lejos.

Se paró frente a él, y en ese movimiento se transformó.

El nido de cabello se volvió oscuro y sedoso como el ala de un cuervo. Sus ojos cambiaron de azul celeste a gris claro, su pálida piel se tornó dorada y su cuerpo se alargó, volviéndose alto y grácil. Hasta su ropa cambió, del vestido liso y gastado a un abrigo de mangas largas, blanco como una paloma.

Thorne ocultó rápidamente su sorpresa.

Una taumaturga. Transformada.

Sin asomo de resistencia, se resignó de inmediato, tensando los hombros. Entonces todo había sido una trampa. La chica había sido la carnada, o quizás ella había estado involucrada desde el principio.

Qué gracioso: él solía tener mejor olfato para este tipo de cosas.

Echó otro vistazo alrededor de la habitación, pero no había señales de la chica.

Algo hizo un ruido metálico al otro lado de la escotilla de la segunda entrada, y el satélite se sacudió. Esperanza. Su tripulación debía de haber notado que algo andaba mal. Podrían ser ellos, a bordo del segundo módulo espacial.

Esbozó su sonrisa más ensayada y encantadora y alcanzó su pistola. Hasta sintió orgullo por un instante, cuando logró sacarla completamente de la funda, antes de que su brazo se congelara contra su voluntad.

Thorne encogió el hombro que no tenía controlado.

–No puedes culparme por intentarlo.

La taumaturga hizo una mueca burlona y los dedos de Thorne se aflojaron.

La pistola cayó al suelo.

Capitán Carswell Thorne, ¿cierto?

–Es correcto.

–Me temo que no usarás ese título por mucho tiempo. Estoy a punto de confiscar tu Rampion para la reina.

–Lamento escucharlo.

–Además, supongo que eres consciente de que ayudar a una fugitiva como Linh Cinder es un crimen que se castiga con la muerte en Luna. Tu sentencia se cumplirá de inmediato.

–Eficiencia. Respeto eso.

La segunda puerta se abrió detrás de ella. Thorne intentó enviar mentalmente advertencias a sus compañeros: ¡Es una trampa! ¡Prepárense!

Pero no fue Cinder, Scarlet o Wolf quien apareció en la segunda escotilla de entrada, sino un guardia lunar. Las esperanzas de Thorne empezaron a marchitarse.

–Jacin, abordaremos la Rampion usando su propio módulo.

–Aaah, tú eres Jacin –dijo Thorne–. Pensé que ella te había inventado.

Ambos lo ignoraron, pero ya estaba acostumbrado.

–Ve a asegurarte de que esté lista para partir tan pronto como termine con esto.

El guardia inclinó la cabeza respetuosamente y se retiró para obedecer las órdenes.

–Con cuidado –dijo Thorne–. La conexión no fue fácil. Requirió algunas maniobras realmente precisas. De hecho, ¿no quieres que desconecte la nave por ti, solo para asegurarme de que lo hagas bien?

El guardia lo miró con aire de suficiencia al pasar; su mirada no estaba tan vacía como cuando apareció. Pero no respondió mientras iba hacia el corredor, dirigiéndose hacia el módulo espacial de Thorne.

La taumaturga agarró una manta de la cama y se la arrojó a Thorne. Él la habría atrapado por reflejo, pero no era necesario: sus manos hicieron todo el trabajo sin él. De pronto estaba envolviendo sus propias muñecas con la manta, atándola con intrincados nudos y dándole un tirón final con los dientes para dejarla lista.

–Ansío volver a Luna a bordo de tu nave para dar la buena noticia de que Linh Cinder ya no es una amenaza para la corona.

Sus cejas se crisparon.

–Todo lo que pueda hacer para contribuir a la benevolente causa de su Majestad.

La taumaturga se dirigió a zancadas a la pantalla junto a la escotilla e ingresó un comando: un código secreto de seguridad seguido de una compleja serie de instrucciones.

–Primero pensé en apagar los sistemas de soporte vital y dejarlos a ti y a Crescent jadear por aire mientras el oxígeno se agota. Pero eso tomaría demasiado tiempo, y odiaría darles la oportunidad de liberarse y pedir ayuda. En lugar de eso seré misericordiosa –concluyó, y alisó sus largas mangas–. Considérense afortunados. Será rápido.

–Yo siempre me considero afortunado.

Su mirada se tornó dura como el metal y Thorne se descubrió marchando hacia la puerta abierta que conducía al baño. Al acercarse vio a la chica atada con una sábana alrededor de sus manos, rodillas y tobillos, y una mordaza de tela en la boca. Vestigios de lágrimas escurrían por su rostro sucio. Su cabello era una maraña enredada en el suelo a su alrededor, y muchos mechones habían quedado atrapados en las ataduras.

Las entrañas de Thorne se contrajeron. Estaba seguro de que ella los había traicionado, pero su cuerpo tembloroso y su expresión horrorizada decían lo contrario.

Sus rodillas cedieron y aterrizó en el piso con un gruñido.

La chica se sobresaltó.

Resoplando por la nariz, Thorne miró con odio a la taumaturga.

–¿Todo esto es necesario? Estás asustando a la pobre chica.

–Crescent no tiene razones para estar molesta. Su traición es lo que nos ha traído a esta situación.

–Claro. La chica de metro y medio amarrada y amordazada en el baño siempre tiene la culpa.

–Además –continuó la taumaturga, como si él no hubiera hablado–, voy a concederle a Crescent su mayor deseo. Voy a enviarla a la Tierra.

Sostuvo un pequeño chip reluciente, idéntico al D-COMM que Cinder llevaba consigo.

–Estoy segura de que a Crescent no le importará que me quede con esto. Después de todo, es propiedad de su Majestad.

Sus mangas se sacudían detrás de ella mientras se marchaba. Thorne escuchó el ruido de sus tacones, cómo se abría la escotilla, y la puerta que se cerraba tras ella. El motor del módulo espacial sonaba apagado, pero sintió un leve tirón cuando se desacopló.

Fue entonces cuando sintió la primera punzada de impotencia.

Ella se había llevado su nave.

Esa bruja se había llevado su nave.

Pero la Rampion tenía un segundo transbordador. Su tripulación aún podía ir por ellos. Irían por ellos.

Pero entonces sintió algo nuevo: un leve tirón, una suave ascensión, y la chica gimoteó.

La trayectoria del satélite había sido alterada. La gravedad lo reclamaba, sacándolo de su órbita.

El satélite estaba cayendo hacia la Tierra.

Cress

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