Читать книгу Cress - Марисса Мейер - Страница 30

Trece

Оглавление

Cress no habría creído que tenía la fuerza necesaria para arrastrar a Carswell Thorne debajo de la cama y apoyar su cuerpo inconsciente contra la pared si la prueba no estuviera en sus brazos. Durante todo ese tiempo, cables, pantallas, conectores, platos y comida caían y chocaban con estrépito alrededor de ellos. Las paredes del satélite gruñeron y ella apretó los ojos con fuerza, tratando de no imaginar el calor y la fricción derritiendo tornillos y juntas de soldadura, tratando de no adivinar cuán estable podría ser este satélite no probado. Tratando de no pensar en que iban en picada hacia la Tierra, sus montañas, océanos, glaciares y bosques, ni en el impacto que tendría un satélite lanzado desde el espacio cuando se estrellara en el planeta y se destrozara en miles de millones de pequeños pedazos.

Ella estaba haciendo un pésimo trabajo tratando de no imaginar todo eso.

La caída en la que su pequeño mundo se desintegraba duró una eternidad.

Ella había fallado. El paracaídas ya debería haberse abierto. Ella ya debía haber sentido cómo se accionaba, el tirón cuando frenaba el descenso y cómo los hacía aterrizar suavemente sobre la Tierra. Pero su caída solo era más y más rápida, y el aire dentro del satélite seguía calentándose. O ella había hecho algo mal, o la escotilla del paracaídas era defectuosa, o tal vez ni siquiera había paracaídas y el comando era un programa falso. Después de todo, Sybil había encargado este satélite. Seguramente ella jamás había tenido la intención de permitir que Cress aterrizara a salvo en el planeta azul.

Sybil había tenido éxito. Ellos iban a morir.

Cress plegó su cuerpo al de Carswell Thorne y hundió su rostro en el cabello del muchacho. Al menos él estaría inconsciente cuando todo sucediera. Al menos él no tendría que sentir miedo.

En ese momento, se produjo un estremecimiento, una sensación diferente a la caída, y ella escuchó el fuerte sonido de las cuerdas de nailon, un silbido y ahí estaba: el repentino tirón que parecía alzarlos de nuevo hacia el cielo. Ella gritó cuando su hombro golpeó contra la parte inferior de la cama y se aferró aún con más fuerza a Carswell Thorne.

La caída se convirtió en hundimiento y los sollozos de Cress se volvieron de alivio.

Estrechó el cuerpo postrado de Thorne, sollozó, hiperventiló y sollozó un poco más.

Pasó mucho tiempo antes del impacto, y cuando ocurrió la sacudida hizo que Cress volviera a golpearse contra la cama. El satélite se estrelló, se deslizó, rodó y se volteó. Se estaban deslizando sobre algo sólido, tal vez una colina o la falda de una montaña. Cress apretó los dientes para contener un grito y trató de proteger a Thorne con un brazo mientras con el otro lo mantenía apoyado contra la pared. Ella esperaba agua –gran parte de la superficie de la Tierra era agua–, no esta cosa sólida que habían golpeado. El descenso en espiral finalmente se detuvo con una colisión que sacudió las paredes alrededor de ellos.

Cress sintió que sus pulmones ardían por el esfuerzo de respirar el aire disponible. Cada músculo le dolía por la adrenalina, la tensión de haberse preparado para el impacto y la golpiza que su cuerpo había sufrido.

Pero en su cabeza el dolor era inexistente.

Estaban vivos.

Se encontraban en la Tierra y estaban vivos.

Un grito agradecido y conmocionado salió de ella y abrazó a Thorne, llorando de felicidad sobre el cuello de él, pero la dicha retrocedió cuando no la abrazó. Casi había olvidado la imagen de él cuando su cabeza golpeó la base de la cama, la forma en que su cuerpo fue lanzado por el piso, cómo había quedado tirado en una posición extraña en una esquina y no se movió ni emitió sonido alguno mientras ella lo arrastraba hacia debajo de la cama.

Se apartó de él. Estaba cubierta de sudor y su cabello se enmarañaba alrededor de ambos, uniéndolos casi con tanta fuerza como las sábanas que había anudado Sybil.

–¿Carswell? –siseó. Era extraño decir su nombre en voz alta, como si todavía no se hubiera ganado la familiaridad. Se tocó los labios con la lengua y su voz se quebró la segunda vez.

–¿Señor Thorne? –le presionó la garganta con los dedos. Su pulso era fuerte. Ella no podía decir con seguridad si durante la caída él estaba respirando, pero ahora con el mundo quieto y en silencio, ella pudo distinguir el resuello que venía de su boca.

Quizás había sufrido una conmoción cerebral. Cress había leído acerca de personas que sufrían conmociones al golpearse la cabeza. No podía recordar qué les había pasado, pero sabía que había sido algo malo.

–Despierte. Por favor. Estamos vivos. Lo logramos –le puso una palma sobre la mejilla, sorprendida de encontrar aspereza, nada parecido a su propio rostro terso.

Vello facial. Tenía sentido, pero de alguna forma ella jamás había incluido en sus fantasías la sensación del espinoso vello facial. Lo resolvería después de esto.

Sacudió la cabeza, avergonzada de estar pensando en algo como eso cuando Carswell Thorne estaba herido delante de ella y no podía hacer...

Él tuvo un espasmo.

Cress se quedó sin aliento y trató de proteger su cabeza en caso de que él se sacudiera demasiado.

–¿Señor Thorne? Despierte. Estamos bien. Por favor, despierte.

Un gemido grave y adolorido, y su respiración comenzó a normalizarse.

Cress le quitó su cabello de la cara. Se resistió, adhiriéndose a su piel empapada en sudor. Largos mechones estaban atrapados debajo de sus cuerpos.

Él volvió a gemir.

–¿C-Carswell?

Su codo vaciló, como si quisiera alzar la mano, pero sus muñecas seguían atadas. Sus pestañas se agitaron con rapidez.

–¿Qué...? ¿Eh?

–Todo está bien. Aquí estoy. Estamos a salvo.

Thorne se pasó la lengua por los labios, luego volvió a cerrar los ojos.

–Thorne –gruñó–. La mayoría de la gente me llama Thorne. O capitán.

El corazón de ella sintió alivio.

–Desde luego, Tho... capitán. ¿Le duele algo?

Él cambió de postura, incómodo, descubriendo que sus manos seguían atadas.

–Siento como si el cerebro estuviera a punto de salirme por las orejas, pero fuera de eso me siento de maravilla.

Cress le revisó la nuca con los dedos. No había humedad, así que al menos no estaba sangrando.

–Se golpeó la cabeza bastante duro.

Él refunfuñó y retorció las manos para tratar de zafarlas de la sábana anudada.

–Espere, por aquí había un cuchillo –buscó a gatas entre el desorden y los escombros alrededor de ellos.

–Cayó de la cama –dijo Thorne.

–Sí, lo vi... ¡aquí está! –vio la empuñadura del cuchillo debajo de una pantalla caída y se acercó para agarrarlo, pero su cabello estaba tan enredado alrededor de ella y Thorne que la jaló de regreso. Ella dio un grito y se frotó el cuero cabelludo.

Él abrió los ojos de nuevo, frunciendo el ceño.

–No recuerdo que nos hubieran atado juntos.

–Lo siento. Mi cabello a veces se mete en todas partes y... si solo usted pudiera... Mire, ruede hacia acá.

Ella lo tomó del codo y lo empujó sobre su costado. Con el entrecejo fruncido, él accedió y le permitió moverse lo suficiente para alcanzar la empuñadura del cuchillo.

–¿Estás segura de que ya pasó...? –empezó Thorne, pero ella ya se había repantigado y estaba cortando la sábana–. Oh, tienes buena memoria.

–¿Humm? –murmuró ella, concentrada en la filosa hoja. Cortaba con facilidad y Thorne suspiró aliviado cuando la tela cayó. Se frotó las muñecas, luego se llevó las manos a la cabeza. Cuando los mechones de Cress trataron de detenerlo, él jaló más fuerte.

Cress dio un grito y se estrelló contra el pecho de Thorne. Él pareció no darse cuenta y se llevó los dedos a la parte posterior del cráneo.

–Ay –masculló.

–Sí –coincidió ella.

–Este chichón va a durar un tiempo. Toca, siente esto.

–¿Qué?

Él buscó su mano, luego la llevó a la parte trasera de su cabeza.

–Tengo un chichón enorme allí atrás. Con razón tengo esta jaqueca.

Efectivamente, él tenía un golpe impresionante en el cráneo, pero Cress solo podía pensar en la suavidad de su cabello y en la forma en que estaba prácticamente recostada sobre él. Se ruborizó.

–Sí. Claro. Tal vez debería, eh...

Ella no tenía ni idea de lo que él podría hacer.

Besarla, pensó ella. ¿No es lo que la gente hacía cuando sobrevivía junta a estremecedoras experiencias cercanas a la muerte? Ella estaba segura de que no era una sugerencia apropiada, pero estando tan juntos fue lo único en lo que pudo pensar. Cress ansiaba recostarse aún más para presionar su nariz sobre la tela de su camisa e inhalar profundo, pero no quería que él pensara que era extraña. O que adivinara la verdad, que ese instante, llenos de heridas, con el satélite destruido y separados de los amigos de él, era el momento más perfecto de su vida.

Él frunció el ceño y notó que un mechón de cabello se había apretado en torno a su bíceps.

–Necesitamos hacer algo con este cabello.

–¡Está bien! ¡Está bien! –cambió de posición; su cuero cabelludo gritaba con el pelo enredado debajo de ambos. Empezó a desenredar los cabellos, cuidadosamente, uno por uno.

–Quizás ayudaría que encendiéramos las luces.

Ella se detuvo.

–¿Las luces?

–¿Se activan por voz? Si el sistema de cómputo se apagó en la caída... Espadas, debe de ser media noche. ¿Hay al menos una pantalla portátil o algo que podamos encender?

Cress ladeó la cabeza.

–Yo... no entiendo.

Por un instante él pareció exasperado.

–Ayudaría si pudiéramos ver.

Sus ojos estaban abiertos, pero tenía la mirada perdida más allá del hombro de Cress. Apartó algunos mechones de cabello que se habían enredado en su muñeca, luego pasó la mano frente a su cara.

–Esta es la noche más oscura que haya visto. Debemos de estar en el campo... ¿hay luna nueva esta noche? Frunció el ceño aún más y ella pudo notar que estaba tratando de recordar en qué fase estaba la luna.

–Eso no es normal. Debe de estar realmente nublado.

–¿Capitán? Es... no está oscuro. Yo puedo ver bien.

Él arrugó la frente confundido, y un momento después, preocupado. Tensó la mandíbula.

–Por favor, dime que estás bromeando.

–¿Bromear? ¿Por qué lo haría?

Sacudiendo la cabeza, cerró los ojos con fuerza. Los abrió de nuevo. Parpadeó rápidamente.

Maldijo.

Apretando los labios, Cress sostuvo los dedos frente a él. Los movió de un lado a otro. No hubo reacción.

–¿Qué pasó? –dijo él–. Lo último que recuerdo es que estaba tratando de meterme debajo de la cama.

–Se golpeó la cabeza con la base de la cama, y yo lo arrastré debajo. Y luego aterrizamos. Está un poco rocoso, pero... es todo. Solo se golpeó la cabeza.

–¿Y eso puede causar ceguera?

–Debe de ser algún tipo de traumatismo cerebral. Tal vez solo sea temporal. Quizá... quizás esté en shock.

Él apoyó la cabeza en el suelo. Un pesado silencio se cerró en torno a los dos.

Cress se mordió el labio.

Finalmente él habló de nuevo y su voz había adquirido un tono decidido.

–Tenemos que hacer algo con este cabello. ¿Dónde quedó ese cuchillo?

Antes de que ella pudiera cuestionar la lógica de darle un cuchillo a un hombre ciego, ya lo había puesto sobre su palma. Thorne llevó la otra mano a la espalda de ella y tomó un manojo de cabello. El contacto envió un delicioso cosquilleo a lo largo de su columna vertebral.

–Lo siento, pero vuelve a crecer –dijo él, sin que sonara en absoluto como una disculpa.

Él comenzó a cortar a través de los mechones, un manojo a la vez. Sujetar, cortar, soltar. Cress permaneció perfectamente inmóvil. No porque temiera que la cortaran –el cuchillo estaba firme en su mano a pesar de la ceguera, y Thorne mantuvo la hoja cuidadosamente inclinada lejos de su cuello–, sino porque era Thorne. Era el capitán Carswell Thorne, pasando las manos por su cabello, su quijada áspera a solo unos centímetros de sus labios, el ceño contraído por la concentración.

Para cuando él pasó sus dedos, suaves como plumas, a lo largo de su cuello en busca de mechones faltantes, ella estaba mareada de euforia.

Él encontró un mechón al lado de su oreja izquierda y también lo cortó.

–Creo que ya está –colocó el cuchillo debajo de su pierna para saber dónde encontrarlo y hundió sus manos en el cabello corto, imposiblemente ligero, desenredando los últimos mechones. Una sonrisa de satisfacción se extendió por su rostro–. Tal vez las puntas quedaron un poco desparejas, pero está mucho mejor.

Cress se llevó la mano a la nuca, sorprendida por la sensación de la piel desnuda, aún mojada de sudor, y el cabello recortado que tenía una ligera ondulación ahora que todo el peso se había ido. Se rascó el cuero cabelludo, fascinada por el placer de esa sensación extraña. Sentía como si le hubiesen cortado diez kilos de la cabeza. Sus músculos se estaban liberando de una tirantez de la que ella ni siquiera había sido consciente.

–Gracias.

–De nada –dijo Thorne, sacudiéndose los mechones de cabello que aún se aferraban a él.

–De verdad lo siento... por la ceguera.

–No es tu culpa.

–En cierta forma lo es. Si no le hubiera pedido que viniera a rescatarme, y si yo hubiera...

No es tu culpa –repitió, con un tono que cortó su argumento–. Suenas como Cinder. Ella siempre se culpa por las cosas más estúpidas. La guerra es su culpa. Lo de la abuela de Scarlet es su culpa. Apuesto a que también se responsabilizaría por la peste, si pudiera.

Levantando el cuchillo, salió a tientas de debajo de la cama, extendiendo los brazos en un círculo amplio para apartar cualquier escombro, antes de apoyarse en la orilla del colchón. Su progreso era lento, como si no confiara en poder moverse más de unos cuantos centímetros a la vez. Cress lo siguió y se paró a su lado, apartando algunos desechos con sus pies descalzos. Una mano se quedó hundida en su cabello.

–Lo importante es que la bruja trató de matarnos, pero sobrevivimos –dijo Thorne–. Encontraremos la forma de contactar a la Rampion, vendrán por nosotros y estaremos bien.

Lo dijo como si tratara de convencerse, pero Cress no necesitaba convencimiento alguno. Él tenía razón. Estaban vivos, y estaban juntos, y estarían bien.

–Solo necesito un momento para pensar –agregó Thorne–. Para decidir qué haremos.

Cress asintió y se apartó. Por un buen rato, Thorne pareció estar concentrado en sus pensamientos, con las manos juntas sobre el regazo. Después de un minuto, Cress se dio cuenta de que temblaban.

Finalmente Thorne inclinó la cabeza hacia ella, aunque sus ojos extraviados se dirigían a la pared. Respiró hondo, exhaló y luego sonrió.

–Comencemos de nuevo, con presentaciones apropiadas. ¿Me dijiste que tu nombre es Crescent?

–Solo Cress, por favor.

Extendió una mano hacia ella. Cuando ella le dio la suya él la atrajo, inclinó la cabeza y besó sus nudillos. Cress se puso tensa y casi se desmaya; sus rodillas amenazaban con ceder.

–Capitán Carswell Thorne, a tu servicio.

Cress

Подняться наверх