Читать книгу Cress - Марисса Мейер - Страница 26

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Once

–¡Tiene a Scarlet! –dijo Cinder– ¡Rápido, cierra la escotilla! Voy a tomar el otro módulo para seguirlos...

Sus palabras sonaron vacilantes; su cerebro cayó en la cuenta: no sabía cómo pilotar un módulo espacial.

Pero podía averiguarlo. Podría descargar algunos instructivos y podría... tendría que...

–Tu amigo está muriendo.

Se dio vuelta. Había olvidado al guardia lunar.

Tenía una mano presionada sobre el costado, donde el proyectil de Cinder seguía incrustado, pero se mantenía atento a Wolf.

Wolf, que estaba inconsciente y rodeado de sangre.

–Oh, no. Oh, no –de su dedo salió una navaja y comenzó a cortar la tela manchada de sangre y a retirarla de las heridas de Wolf–. Thorne. Tenemos que rescatar a Thorne. Luego iremos por Scarlet y yo... vendaré a Wolf y...

Miró al guardia.

–Camisa –dijo con firmeza, aunque la orden fue más bien para concentrarse en sus propios pensamientos. En segundos, las manos del guardia trabajaban siguiendo sus órdenes, retirando la pistolera vacía y sacándose por la cabeza su propia camisa ensangrentada. Ella se sintió feliz al ver una camiseta debajo: tenía la sensación de que iba a necesitar cada pedazo de “vendaje” que encontrara para detener la hemorragia de Wolf. Al final tendrían que llevarlo a la estación médica, pero no había forma en que ella pudiera moverlo en esas condiciones, especialmente por esa escalera.

Intentó ignorar el molesto pensamiento en su cabeza que le decía que eso no bastaba. Que ni siquiera los vendajes en la estación médica serían suficientes.

Agarró la camisa del guardia y la apiñó sobre el pecho de Wolf. Al menos esta bala no había dado en el corazón. Ella esperaba que la otra tampoco hubiera tocado algo vital.

Sus pensamientos eran nebulosos, repitiéndose en su cabeza una y otra vez.

Tenían que llegar a Thorne. Tenían que ir tras Scarlet. Tenían que salvar a Wolf.

Ella no podía hacerlo todo.

No podía hacer nada.

–Thorne... –su voz se quebró–. ¿Dónde está Thorne? Manteniendo una mano presionada sobre la herida de Wolf, con la otra alcanzó el cuello de la camiseta del guardia y lo jaló hacia ella.

–¿Qué le hiciste a Thorne?

–Tu amigo, el que abordó el satélite –dijo en un tono que podía ser de pregunta o de afirmación. Había arrepentimiento en su rostro, pero no suficiente–. Está muerto.

Ella gritó y lo azotó contra la pared.

–¡Mientes!

El guardia se encogió, pero no trató de protegerse, aunque ella ya había perdido la concentración. No podía mantenerlo bajo control mientras sus pensamientos estuvieran tan divididos, mientras el caos y la devastación reinaran en su cabeza.

–El ama Sybil cambió la trayectoria del satélite y lo sacó de su órbita. Arderá cuando entre a la atmósfera. Probablemente ya ocurrió. No hay nada que puedas hacer.

–No –dijo ella, sacudiendo la cabeza. Cada parte de su cuerpo temblaba–. Ella no sacrificaría también a su propia programadora.

Sin embargo, en su visión no había ninguna luz anaranjada que lo delatara. No estaba mintiendo.

El guardia inclinó la cabeza hacia atrás mientras su vista examinaba a Cinder de pies a cabeza, como si estudiara a un espécimen raro.

–Ella sacrificaría a cualquiera para llegar a ti. La reina parece creer que eres una amenaza.

Cinder apretó los dientes con tal fuerza que sintió que su mandíbula reventaría por la presión. Ahí lo tenía, dicho con tan evidente sencillez.

Esto era su culpa. Todo esto era culpa de ella.

La estaban persiguiendo a ella.

–Tu camiseta –murmuró. Esta vez no se molestó en controlarlo y él se quitó la camiseta sin discutir.

Cinder se la arrebató y vio el extremo de su propio proyectil que sobresalía en la piel, justo debajo de las costillas.

Volteando la mirada, presionó la camiseta contra la herida en la espalda de Wolf.

–Recuéstalo de costado.

–¿Qué?

–Colócalo de lado. Eso despejará las vías aéreas, lo ayudará a respirar.

Cinder lo miró con rabia, pero en cuatro segundos una búsqueda en la red confirmó la autenticidad de su sugerencia, y ella puso a Wolf de costado con tanta delicadeza como pudo, colocando sus piernas como indicaba el diagrama médico en su cerebro. El guardia no ayudó, pero asintió con aprobación cuando Cinder terminó.

–¿Cinder?

Era Iko, con voz baja y contenida. La nave se había quedado a oscuras, y funcionaba solo con las luces de emergencia y los sistemas básicos. La ansiedad de Iko estaba interfiriendo con su capacidad de reaccionar tanto como ocurría con Cinder.

–¿Qué vamos a hacer?

Cinder luchaba por respirar. Una jaqueca había estallado de pronto en su cráneo. El peso de todo hizo presión sobre ella hasta que casi estuvo tentada de hacerse un ovillo sobre el cuerpo de Wolf y simplemente rendirse.

No podía ayudarlos. No podía salvar al mundo. No podía salvar a nadie.

–No lo sé –susurró–. No lo sé.

–Podrías empezar por encontrar un lugar para esconderte –sugirió el guardia, a lo que siguió el sonido de la tela al rasgarse mientras arrancaba un jirón de su pantalón. Hizo un gesto de dolor al arrancarse el proyectil y arrojarlo al corredor, antes de presionar la tela contra la herida. Por primera vez, ella notó que él aún llevaba en el cinturón lo que parecía un enorme cuchillo de cacería.

Como ella no respondió, él alzó la mirada, los ojos punzantes como picahielos.

–Tal vez algún lugar donde tu amigo pueda recibir ayuda. Es solo una idea.

Ella sacudió la cabeza.

–No puedo. Acabamos de perder a nuestros dos pilotos y yo no puedo volar... No sé cómo...

–Yo puedo volar.

–Pero Scarlet...

–Mira: la taumaturga se pondrá en contacto con Luna para enviar refuerzos, y la flota de la reina no está tan lejos como podrías pensar. Estás a punto de tener a una armada detrás de ti.

–Pero...

–Pero nada. No puedes ayudar a la otra chica. Considérala muerta. Pero podrías ayudarlo a él.

Cinder bajó la barbilla, encogiéndose sobre sí misma mientras las decisiones que luchaban en su cabeza amenazaban con desgarrarla. Él estaba siendo lógico. Ella reconocía eso. Pero era tan difícil admitir la derrota. Renunciar a Scarlet. Hacer ese sacrificio y tener que vivir con ello.

Sin embargo, a cada segundo estaba más cerca de perder también a Wolf. Miró hacia abajo. La cara de Wolf se contraía de dolor, con la frente perlada de sudor.

–Nave –dijo el guardia–, calcula nuestra ubicación y la trayectoria relativa sobre la Tierra. ¿Cuál es el lugar más cercano al que podemos llegar? Algún sitio que no esté muy poblado.

Hubo un titubeo antes de que Iko hablara.

–¿Yo?

Él miró de reojo al techo.

–Sí. .

–Claro, perdón. Calculando –las luces aumentaron su brillo–. Siguiendo un descenso natural hacia la Tierra, podríamos estar en el norte o el centro de África en aproximadamente diecisiete minutos. Un radio abierto nos permitiría llegar a la región mediterránea de Europa y a la parte oeste de la Comunidad Oriental.

–Él necesita un hospital –murmuró Cinder, y cuando lo dijo supo que no habría hospital en la Tierra que no descubriera tan pronto como lo recibiera que él era uno de los híbridos de lobo de la reina. Y el riesgo que implicaba llevarlo ella misma, y lo fácil que sería reconocer la Rampion... ¿a dónde podrían ir en busca de refugio?

Ningún lugar era seguro.

Abajo, Wolf gimió. Su pecho temblaba.

Necesitaba un hospital. O un doctor.

África. El doctor Erland.

Miró fijamente al guardia y por primera vez se abrió paso a través del aturdido desorden dentro de su cabeza para preguntarse por qué estaba haciendo esto. ¿Por qué no los había matado a todos? ¿Por qué los estaba ayudando?

–Tú sirves a la reina. ¿Cómo puedo confiar en ti?

Él hizo una mueca, como si ella hubiera hecho una broma, pero sus ojos volvieron a endurecerse pronto.

–Sirvo a mi princesa. A nadie más.

El suelo se abrió debajo de sus pies. La princesa. Su princesa.

Él lo sabía.

Contuvo el aliento para que su detector de mentiras identificara el engaño, pero no lo hizo. Estaba diciendo la verdad.

–África –dijo Cinder–. Iko, llévanos a África... a donde ocurrió el primer brote de letumosis.

Cress

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