Читать книгу Identidades políticas - Mayarí Castillo Gallardo - Страница 10

La identidad individual. Una perspectiva sociológica

Оглавление

Como lo señalaba anteriormente, la idea de una identidad construida con base en los contextos social e histórico tiene una antigüedad importante en el pensamiento social de occidente, pues fue desarrollada con amplitud durante los siglos XIX y XX. Siguiendo a Hall y Mc Grew (1992), he agrupado estas teorizaciones en el nombre de identidad sociológica en el apartado anterior. Empero, es indudable que esta clasificación subsume una pluralidad de enfoques cuyas divergencias pueden llegar a ser tan grandes como sus coincidencias en torno a la construcción de identidad.

Por esta razón, y dada la rica discusión al respecto, limitaré esta exposición a aquellos aportes que establecen la importancia de lo social en la construcción identitaria por medio del rol de los signos y significados intersubjetivos. Tomando como base el trabajo de Goffman (1963), analizaré los trabajos de otros autores vinculados con la temática de la identidad y estableceré sus principales contribuciones a la delimitación del concepto, a partir de cuatro ideas fundamentales:

1) La identidad es un fenómeno intersubjetivo.

Existe cierto consenso en el pensamiento sociológico contemporáneo respecto a que la identidad de un individuo no se constituye de manera aislada sino a partir de ciertos elementos presentes en el mundo social. La identidad no puede ser pensada sin la referencia al contexto cultural que permite al individuo establecer los enclaves significativos que lo llevarán a crearse una imagen de sí mismo. En consecuencia, la identidad es un fenómeno intersubjetivo.

Este carácter ha sido apuntado con el concepto de signos y símbolos compartidos de Goffman (1963).1 A través de estos elementos compartidos, el sujeto interpreta y actúa en función de determinado marco cultural y a partir de un conjunto de expectativas acerca de su comportamiento: el contexto sociocultural es la piedra angular que permite entender la constitución de las identidades, pues orienta a los individuos en su comprensión y accionar en el mundo. Con estos signos y símbolos, se establecen aquellas categorías que son socialmente significativas y que se constituirán en ejes articuladores de las identidades.

Así, la identidad se configura con base en un lenguaje simbólico compartido por los miembros de una sociedad, el cual mediará la interacción y establecerá un núcleo de expectativas sociales acerca del comportamiento. En función de esto, Goffman construye la diferencia entre identidad virtual e identidad social real: la primera es un conjunto de expectativas y estereotipos atribuidos culturalmente a los sujetos con quienes interactuamos, mientras que la segunda es la que el sujeto realmente posee en un momento determinado. Si bien en muchos casos estos dos tipos de identidades tienden a coincidir, en ocasiones esto no ocurre. Esto producirá desconcierto y desorientación en el individuo interactuante, el cual deberá echar mano de su repertorio simbólico para interpretar la situación y generar una respuesta adecuada.

Esta distinción parece relevante en el caso chileno que analizaremos, en donde aparenta existir una transformación de los ejes articuladores de las identidades y, con ello, un cierto desajuste entre identidad virtual e identidad social real de los sujetos. Desde el periodo 1920-1973, Chile se caracterizó por la predominancia del binomio identidad de clase-identidad política en la construcción identitaria de los individuos: existía una fuerte coincidencia entre identidad social real e identidad virtual, por lo que si alguien interactuaba con un obrero fabril esperaba que viviera en determinado barrio, comiera determinadas comidas, escuchara determinada música, y se identificara con los trabajadores y con los partidos de izquierda tradicionales. Durante este periodo es probable que dicho conjunto de expectativas coincidiera con la identidad social real del sujeto, aunque, evidentemente, esta coincidencia no tuviera carácter de necesidad. Como veremos en el próximo capítulo, a partir del periodo dictatorial la construcción identitaria de los sujetos parece estar articulándose alrededor de nuevos ejes: hay un tránsito hacia nuevas formas de identificación y en ese movimiento se ha producido cierto desajuste entre la identidad social real y la identidad virtual, lo que puede ocasionar desconcierto en la interacción entre individuos.

Esta distinción constitutiva de la identidad, así como el rol significativo del contexto sociocultural, también pueden ser encontrados en otros desarrollos teóricos, aunque con énfasis distintos. Por ejemplo, en Castells (1997: 6), la identidad se definirá como el conjunto de significados internalizados por el individuo, con mayor interés en la dimensión colectiva de la construcción de identidad. Para Larraín (2004: 42), la identidad se definirá a partir de un conjunto de atributos socialmente significativos manifestados en dos dimensiones: dimensión subjetiva, en la que el sujeto le otorga sentido a los atributos que posee, genera una narrativa y un sentido para su acción, y la dimensión social, que comprende el conjunto de expectativas que rodean al individuo y que le permiten orientar su acción con cierta previsibilidad.

Sin embargo, la distinción entre identidad social real e identidad virtual —relevante para el estudio de caso que realizaremos— ha sido mejor apuntada por Goffman, por lo que aquí utilizaré el concepto de este autor. Para Castells, el vínculo entre identidad individual y contexto sociocultural aparece en la forma de internalización de significados por parte del individuo, cuestión que impide observar la relación entre los significados y su apropiación individual. No sólo no permite establecer analíticamente la distinción entre el conjunto de estereotipos, expectativas e imágenes de los otros y la identidad que el propio individuo construye a partir de estos elementos, sino que oscurece una parte fundamental para esta investigación: el cambio permanente en las identidades.

El concepto de Larraín, en cambio, es una reelaboración de los planteamientos de Goffman que permite visibilizar algunos aspectos como la narrativa propia, el sentido de la acción, y la previsibilidad de las acciones. Empero, todo esto se encuentra ya contenido en los conceptos de Goffman y ha sido trabajado por este autor en otras investigaciones que no han sido analizadas por razones de espacio.

2) La identidad es un terreno en disputa.

Otro elemento importante en torno al concepto de identidad es que, a causa de que ésta es la manifestación subjetiva de un contexto sociocultural determinado, muestra y pone en movimiento los principales conflictos y contradicciones de una sociedad. La identidad no se da sólo como un proceso que condensa significados compartidos sino que también se construye en un contexto signado por relaciones de poder entre los individuos, que cristalizan en algunas ocasiones la producción y la reproducción de desigualdades dentro de determinadas sociedades (Goffman, 1963). Desde este punto de vista, el individuo construye su identidad con base en ciertos atributos considerados como significativos por una sociedad, pero es notorio que tal significación pasa por un marco cultural hegemónico que moldea la construcción identitaria (Castells, 1997: 6).2

Si bien Goffman reflexiona estas cuestiones a partir de su trabajo sobre el estigma, creemos necesario complementarlo con el aporte de Pierre Bourdieu, quien mediante sus conceptos de campo y habitus ilustra claramente la relación existente entre las estructuras de poder objetivas y las construcciones cognoscitiva y simbólica del individuo. La identidad, para Bourdieu, se construye en la relación dinámica entre ambos conceptos: el individuo interioriza la estructura objetiva del campo gracias a un complejo proceso de condicionamientos, oportunidades, medios, limitaciones, etc. Ello da lugar al habitus del sujeto: “Sistema socialmente construido de disposiciones estructuradas y estructurantes, adquirido mediante la práctica” (Bourdieu, 1995: 64). En ese sentido, la identidad del individuo está marcada por las relaciones de poder y la desigualdad de la sociedad en la que se inserta. No obstante, esto no implica que los sujetos se encuentren completamente constreñidos: toda identidad es producto de una pugna de intereses y de determinaciones sociales. Hay una relación recíproca entre estos elementos que hace que la identidad se constituya como un terreno relacional, conflictivo y por ello muchas veces contradictorio e inconsistente.

En este punto queremos complementar la idea de relación entre estructura objetiva y construcción identitaria, con el trabajo de Larraín (1996: 112). Para este autor, puesto que la cultura determina los atributos que serán significativos en la construcción de la identidad y considerando que la cultura está cruzada por las contradicciones y desigualdades propias de cada sociedad, es notorio que las categorías que sirven a los sujetos para organizar su identidad serán atributos culturales que no siempre pueden ser abandonados por elección propia y que delimitarán cierto marco para la configuración identitaria.

3) La identidad implica fronteras.

La presencia de los otros no sólo es necesaria como proceso de identificación, sino también en tanto parte de un ejercicio fundamental en la construcción de la identidad: la delimitación de fronteras.

Estas fronteras, según Larraín (2004: 43), pueden ser de distinta naturaleza dependiendo del tipo de diferencia fundamental en que estén trazadas. El primer tipo es la frontera temporal, que permite delimitar la identidad en función de un periodo de tiempo específico o de un parteaguas que establezca un antes y un después. Por ejemplo, los jóvenes que nacieron antes de la dictadura en Chile y los que lo hicieron después de ésta. Tal corte temporal no establece sólo un periodo de tiempo, sino que da cuenta de atributos identitarios que permitirán a los sujetos delimitar su propia identidad.

El segundo tipo de frontera puede ser establecida en función de un criterio espacial, que delimita un dentro/fuera que articula las identidades de los sujetos. Un ejemplo clásico es la construcción del Estado-nación, que, con base en un criterio de este tipo, construye una narrativa que confiere a los sujetos un criterio de pertenencia e identidad basado en la dicotomía dentro (nacional)/fuera (extranjero).

El tercer tipo de frontera se traza con la presencia o ausencia de algún requisito o atributo social definido culturalmente como relevante. Un ejemplo es la construcción moderna de la mujer como sujeto que carece de razón y es poseedora de intuición. En esta dialéctica entre lo social y lo individual, esto provoca que las mujeres organicen su identidad en torno a la falta de un atributo (la razón) y la presencia de otro (la intuición).

4) La identidad como síntesis entre lo individual y lo compartido.

Para este punto, otra vez tomaremos como base el trabajo de Goffman (1963), para quien la identidad se constituye de tres partes: la primera es la personal y remite a marcas de reconocimiento que son consideradas una conjunción única. La segunda es la social, también llamada identidad de roles, que trata de los distintos papeles instituidos que desempeña el individuo en su vida cotidiana. La tercera, denominada por Goffman como identidad del yo, será la síntesis entre los dos tipos de identidad anteriores y representará la conciencia subjetiva y reflexiva del individuo sobre sí mismo.

Esta conjunción de lo social con lo individual también ha sido discutida por Giménez (2000), lo que representa un intento por pensar nuevamente y profundizar en el concepto habermasiano de identidad cualitativa. Dicho concepto alude a que las personas requieren un reconocimiento de un otro mediante una intersubjetividad lingüística para conformar su identidad. En el transcurso del intercambio comunicativo se va constituyendo una identidad relativamente estable que Habermas (1987) denomina identidad cualitativa para diferenciarla de la distinguibilidad, que es la identidad establecida por un externo al sujeto.3 Esta identidad cualitativa se compone de elementos similares a la identidad del yo de Goffman (1963): en primer lugar, la identidad de pertenencia, que hace referencia al conjunto de pertenencias sociales. En segundo, la identidad caractereológica, que alude al conjunto de atributos que el sujeto posee. Por último, la identidad biográfica, que será aquella que dote al individuo de una narrativa personal y única, de una historia incanjeable.

Los dos desarrollos teóricos expuestos coinciden en la relevancia de las pertenencias sociales y de la biografía individual en la construcción de la identidad de los sujetos. Sin embargo, conservaremos el concepto de Goffman, pues se adapta mejor a la idea de identidad como signos y símbolos compartidos. El énfasis en el carácter lingüístico de la intersubjetividad del concepto de Giménez impide observar otras dimensiones de la construcción identitaria, sobre todo las referidas al rol de los símbolos en la misma.

Los símbolos, encarnados en objetos materiales, personajes o ideas abstractas pueden ser importantes para la construcción identitaria y muchas veces se asocian a soportes no lingüísticos. Su análisis será primordial para esta tesis, por lo que consideramos necesario complementar el concepto de Goffman con las tesis de Larraín (2004: 43) en este tema. Para este autor, las posesiones materiales desempeñarán un rol esencial en la constitución de la identidad; incluirán el cuerpo, la tierra y otras pertenencias significativas y marcarán la identidad de un individuo, pues al producir, poseer, adquirir o crear determinados objetos, el individuo realiza una proyección, una producción y una reafirmación identitarias que no pueden dejarse fuera del análisis.

Identidades políticas

Подняться наверх