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La identidad colectiva

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Hasta ahora se ha hecho referencia estrictamente al concepto de identidad individual y a los distintos aportes teóricos de su construcción. Es bien sabido que el sólo concepto de identidades colectivas ha sido ampliamente discutido y criticado en las ciencias sociales, pues muchas veces ha llevado a hacer una hipóstasis de los actores colectivos, atribuyéndoles intención y subjetividad propia de los individuos (Giménez, 2000). La ambigüedad propia de un concepto que hoy parece servir para cualquier fenómeno, hace imprescindible precisar lo que será considerado en este trabajo como parte de una definición.

En primer lugar, la identidad colectiva no es un agregado de individuos que comparten atributos o características similares, sino que mantiene estrecha y compleja relación con la identidad individual. No puede existir una identidad individual sin suponer la presencia de una identidad colectiva, ya que es el grupo social el que le entrega elementos al individuo para la construcción de la identidad individual. Tampoco la identidad colectiva puede existir sin los individuos específicos e históricos que le dan vida, so pena de convertirse en concepto vacío y suprahistórico.4 Así, éstas serán concebidas como entidades relacionales (Giménez, 2000), compuestas de individuos que comparten alguna pertenencia y un conjunto de significados comunes: no entenderemos la identidad colectiva como un dato de la realidad, sino como un fenómeno construido y relativo a la autopercepción de los sujetos en el marco de determinadas relaciones.

Uno de los autores que trabaja más claramente esta relación es Anderson (1983), en su análisis de la nación. En su estudio de las comunidades imaginadas, hace referencia a las pertenencias sociales de los individuos que les permiten ser parte de un colectivo que, si bien no conocerá nunca en su totalidad, orientará su acción y le otorgará un marco desde el cual interpretar la realidad. Estas comunidades son imaginadas porque no requieren cercanía física ni conocimiento directo y muchas veces no son fuente de acción colectiva: simplemente dan al sujeto un sentido imaginado de pertenencia y comunión con otros.5

Empero, no todas las pertenencias sociales ni todos los atributos de los individuos tendrán la misma importancia a la hora de organizar su identidad y, por ello, el individuo participará con distinta intensidad de las identidades colectivas creadas a partir de éstas. También pudiera no participar de algunas. Veremos que existe cierto orden jerárquico de los atributos que es dado por las características del contexto socio-histórico en el que se inserta el individuo y por las características biográficas específicas. Por ejemplo, un individuo puede identificarse a la vez como hombre, latinoamericano, padre, trabajador y cristiano, pero estas pertenencias sociales no tendrán igual relevancia en la construcción de su identidad personal, por lo que tampoco lo harán parte con la misma intensidad de todas las identidades colectivas emergentes de ellas ni orientarán su acción de la misma manera en distintas situaciones.

Esta aclaración nos remite directamente a la forma en que se constituyen las identidades colectivas, concepto que reflexionaré a partir del trabajo de Polleta y Jaspers (2001). Para estos autores, la existencia de atributos o pertenencias sociales compartidas no implica necesariamente la formación de identidades colectivas, pues muchas de estas pertenencias no encuentran significado en determinado contexto histórico-social. En ese sentido, los individuos no se perciben a sí mismos ni se identifican con una comunidad o un colectivo determinado sin que éstos sean significativos, por lo que es capital considerar la relación entre identidad colectiva y cultura, como se ha establecido en el caso de las identidades individuales. Sin embargo, Polleta y Jaspers (2001: 291) son cuidadosos en señalar que es erróneo entender esta relación como una de determinación estricta, ya que es evidente que algunas identidades colectivas surgen a través de acciones colectivas, movimientos sociales, etc. Con esa óptica, consideran trascendente incluir en el análisis los distintos tipos de relaciones que pueden darse entre los procesos culturales, las determinantes estructurales, y los actores colectivos y políticos, con el fin de no oscurecer el carácter creativo de la acción colectiva. Este punto es de suma importancia en este trabajo ya que permitirá entender los cambios existentes en la relación entre política-estructura ocupacional-identidad colectiva, sin transformar esta última en categoría residual.

Para Polleta y Jaspers (2001: 298), la identidad colectiva describe comunidades concretas o imaginadas y es emergente de la interacción social con diferentes audiencias por lo que en su construcción es central la presencia de otros interlocutores e interactuantes. Las identidades colectivas no se construyen sólo con la existencia de una característica o la pertenencia social compartida, sino que también adquieren elementos del contexto social en que se insertan y de los juicios, acciones y estereotipos que los otros no pertenecientes a esta identidad colectiva les atribuyen. De esta manera, las identidades pueden ser hetero-dirigidas, en tanto pueden ser conformadas mediante la delimitación externa de un colectivo por un otro, quien le asigna características y atributos similares, siempre y cuando los individuos se apropien de esta pertenencia, convirtiéndola en una identidad. Por esta razón, la identidad colectiva no puede ser concebida ya como un ente monolítico dado e invariable en el tiempo, puesto que la relevancia del contexto cultural, histórico y, sobre todo, de la interacción con otros hace de ésta un fenómeno dinámico, fluido y de alta complejidad.

La importancia que tienen los otros en la construcción identitaria proviene de la necesidad de establecer comunidades limitadas, en el sentido de generar o evidenciar diferencias entre los individuos que pertenecen a la comunidad y aquellos que no pertenecen (Anderson, 1983: 16). Estas diferencias implican la construcción de fronteras de manera relativamente similar a la descrita en el caso de las identidades individuales. Como hemos señalado, éstas pueden ser espaciales, temporales y por atributo (Larraín, 2004: 43).

Las fronteras permiten establecer quiénes están fuera de la comunidad. Pero ¿qué pasa con los que están adentro?, ¿existen fronteras internas en las identidades colectivas? Para Anderson (1983: 16), cuyo trabajo es aquí uno de los ejes para la construcción de este concepto, la noción de comunidades —acuñada en su estudio sobre la nación— no es casual: refiere precisamente al carácter comunitario de las identidades colectivas, en cuanto que éstas implican un proceso de invisibilización de desigualdades y conflictos dentro del grupo, estableciendo una horizontalidad que refuerza el sentido de pertenencia de los individuos. En ese aspecto, la pertenencia y la construcción de un “nosotros” implican que todos los sujetos que participan deben hacerlo de igual manera, estableciendo cierta “hermandad” entre los miembros de la comunidad. En muchos casos, esta idea de igualdad y horizontalidad no es más que ficción; sin embargo, el sentido de pertenencia requiere que las diferencias sean colocadas fuera, en una exterioridad que finalmente constituye a las identidades.

Por otra parte, las identidades colectivas son históricas, dinámicas y contingentes. No existe una identidad colectiva capaz de trascender la coyuntura histórica y las condiciones que le dieron origen. Aun cuando permanezca mostrará cambios importantes tanto en el sentido como en el significado que los sujetos otorgan a determinada pertenencia social que se encuentra en la base de la identidad colectiva. Pero es necesario establecer que, si bien las identidades colectivas cambian a lo largo del tiempo, poseen mecanismos para mantener una unidad relativa: la memoria colectiva. Al igual que la identidad biográfica de los individuos (Giménez, 2000: 10) que otorga unidad a la trayectoria de los sujetos, la memoria colectiva genera una narrativa que sitúa a la comunidad en una línea de tiempo.

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