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Afortunado en el amor, desafortunado en el juego

Afortunado en el juego, desafortunado en amores

Juego y amor, amor y juego. Jugar al amor o amar el juego. ¿En qué se parecen y en qué se diferencian el amor y el juego? Una cosa que parecen compartir es que en los dos se necesitan varias personas. Yo amo a alguien y yo juego con alguien, pero ¿es eso realmente así? ¿No puedo jugar solo? ¿No puedo amarme a mí mismo? Quizá no se necesitan varias personas, sino simplemente una que inicie el juego, una persona que empiece a amar.

Otra semejanza es que ambas son actividades. Nadie puede jugar fútbol tumbado en el sofá. Para jugar al fútbol, hay que estar jugando al fútbol; es una actividad que requiere acciones y movimiento. ¿Ocurre igual en el amor? ¿Puede haber amor sin una actividad? ¿Puede ser el amor solo sentimiento? ¿Puedo amar a alguien sin hacer nada? ¿O en cambio el amor necesita de acciones? ¿No es amor la entrega, el cariño y el cuidado? ¿No son estas tres palabras acciones? Parecería que sí. Que igual que solo hay juego cuando jugamos, y no cuando estamos parados, solo hay amor cuando amamos, y no cuando estamos quietos y fríos.

Pero también tienen grandes diferencias. Por ejemplo, en el juego se gana y se pierde. Se gana cuando se superan ciertos objetivos o cuando es mejor que el resto de jugadores. El juego es, muchas veces, competición. Y por contra, en el juego se puede perder cuando no conseguimos superar los retos a los que el propio juego nos empuja. ¿Puede verse el amor como un juego? ¿Es amor si se pierde y se gana? Sin duda, hay muchas relaciones que vemos en nuestro día a día en las que hay un amante que pierde más y otro amante que gana más, que reclama. La balanza del amor se desequilibra en estas relaciones. ¿Puede ser amor si uno de los dos pierde? Parecería que no, pero… ¿no necesitamos perder siempre un poco para amar? Fácilmente, podríamos decir aquí varios puntos en los que un amante tiene que ceder. El ejemplo más claro es la exclusividad sexual. ¿No perdemos nuestra libertad sexual para ganar una pareja estable? Parecería, pues, que en el amor también se pierde y se gana, pero ¿es esto amor o es un juego más?

Yo pierdo para ganar. Yo cedo para que tú me des. No hago esto a cambio de que tú no hagas esto tampoco. Reglas. Reglas del juego y reglas del amor. Los dos nos quitamos libertades y así los dos ganamos. Pero, si hacemos esto, ¿los dos ganamos o hemos perdido? Reglas, reglas. ¿Y si no qué? No me gusta que hagas esto, no lo hagas, por favor; a cambio, yo no haré esto otro. ¿A cambio? ¿El amor como contrato? ¿Son nuestras relaciones contratos? Pero, si en el amor pido, ¿estoy amando a la otra persona? Si la otra persona tiene que cambiar para que yo la pueda seguir amando, entonces ¿a quién amo: a ella o a mí? Si la otra persona tiene que cambiar para que encaje en nuestro modelo, ¿con quién tenemos una relación: con la otra persona o con nosotros mismos? ¿No implica amar que no pongamos condiciones? Si pongo condiciones al Otro para yo sentirme mejor… ¿a quién amo?

Pero, si en el amor no hay reglas, si en el amor no se pierde, entonces el amor no puede ser un juego. ¿Qué es el amor entonces? Decía Julieta (de Romeo y Julieta) que su amor era como el mar: infinito; y que, cuanto más lo daba, más tenía. Quizá, visto así, el amor sea lo único que al darlo nos hace más ricos, que al darlo nos hace tener más (amor). El amor sin cambio, el amor puro en entrega. Pero ¿por qué entonces sufrimos cuando amamos? ¿Por qué nos sentimos vacíos sin la otra persona y con la otra persona completos? ¿No se convierte así la otra persona en la medida exacta de nuestras carencias? ¿No se convierte así en un parche? ¿No se convierte en un medio para mi propia felicidad? Cuando amamos y sufrimos, ¿por qué sufrimos? ¿A qué tenemos miedo? ¿A que nos dejen solos? Pero ¿no debería centrarse el amor en que la otra persona sea feliz más que en atarla a nuestro lado? Si atamos a alguien para paliar nuestros miedos, surge la pregunta de siempre: ¿a quién narices estamos amando?

Si en el amor no se pierde, ¿se gana?, ¿ganan los dos? Y cuando no ganan los dos, ¿es amor?, ¿o es un juego? ¿Qué clase de amor nos obliga a quitarnos privilegios de nuestra soltería para poder estar con alguien? ¿Cómo alguien nos puede amar, pero a la vez querer cambiar? ¿Entonces nos ama?

Para amar, hay que abandonar la lógica del juego como competencia, del intercambio, del contrato, de las ganancias y pérdidas. Las reglas, las reglas, las reglas. El amor se juega, pero no es un juego. Por eso, y ya lo dice el contrarrefrán, afortunado en el amor, desafortunado en el juego.

Mentes inquietas

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