Читать книгу Yo no pedí ser oro - Patricia Adrianzén de Vergara - Страница 10

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LLAMADO

“Después oí la voz del Señor, que decía. ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí”.

(Isaías 6:8)

El Señor me llamaba y no podía eludir su voz. Durante toda la reunión me estuvo hablando. Recordé la primera vez que lo hizo, de una manera similar, hacia aproximadamente siete años, cuando me llamó al ministerio. Fue en un congreso juvenil que mi corazón tuvo la convicción que debía limpiar mi vida para servirle. En ese entonces tenía veinte años y no entendía a plenitud la naturaleza del llamado que estaba aceptando. Sólo recuerdo que fue sincero y solemne y que el deseo de vivir para servirle se desbordaba por mi piel y por mis lágrimas.

Algo similar vivió mi esposo, que en ese entonces no lo era, por la misma época. Casi paralelamente a su conversión con un pasaje del libro de Jeremías, entendió que Dios lo usaría como un instrumento para llevar su mensaje a otros si él aceptaba su llamado. Y lo aceptó, renunció a otras oportunidades profesionales para dedicarse más tarde a servirle a tiempo completo.

Esta experiencia común fue una de las cosas que nos unió cuando nos enamoramos. Ambos amábamos su obra y sentíamos que trabajar en su viña era el privilegio más grande. Fue así como Dios permitió que uniéramos nuestras vidas sobre esta base como una amalgama cuando él ya ministraba como pastor asociado en la iglesia en la cual habíamos nacido espiritualmente. Sentíamos plenas nuestras vidas consagradas enteramente a su servicio.

Y ahora, su voz desde el cielo nuevamente sonaba con potencia en lo más profundo del corazón. Se trataba de un culto sobre misiones y casi al finalizar, Dios claramente me invitaba a que acepte el llamado de salir al campo misionero, de ir lejos y ser portadora de su mensaje a aquellos que nunca escucharon de Él. Su voz me destrozaba por dentro.

Luché unos minutos sentada en la banca y le cuestioné.

—¿Es que acaso todo lo que haces no es perfecto? ¿Por qué me llamas ahora con esta intensidad, ahora que estoy casada y espero mi primer hijo? ¿Por qué no lo hiciste cuando esta soltera? ¿Cómo podré ir así? Si mi esposo no siente lo mismo que yo, será imposible Señor obedecerte.

Su Espíritu siguió ministrando mi corazón y el quebranto ante la urgencia de la salvación de quienes esperaban oír su mensaje se apoderó de mi alma.

—Está bien, Señor, iré donde tú quieras que vaya.

Sentí la respiración de mi esposo orando a mi lado y le susurré al oído:

—El Señor me está llamando.

Y cual no sería mi sorpresa al ver su rostro en el mismo estado que el mío y oír su voz diciéndome:

—A mí también.

Nos pusimos de pie y le dedicamos nuestras vidas y la de nuestra familia nuevamente para su obra y decidimos obedecer su llamado e ir donde Él mande.

Yo no pedí ser oro

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