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AGRADECIMIENTOS

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Algunos de los miembros del Instituto Nacional de Salud Mental, a quienes está dedicado el presente libro, ya se interesaron por mi carrera profesional en 1955, al inicio de mi etapa como alumno de postgrado. El resto lo han ido haciendo con los años. Ha sido una época extraordinaria —de 1955 a 2002—, repleta de ánimos, consejos y, en aquellos primeros años, de una fe considerable. Sin su ayuda no habría llegado a ser psicólogo investigador, ni profesor universitario, ni habría aprendido lo que he aprendido y luego he plasmado en el papel. La redacción de este libro ha contado con el apoyo del Senior Scientist Award K05MH06092.

Asimismo, dedico la presente obra a mis tíos maternos, Leo Siegel y Robert Semer. A mis dieciocho años, inexperto y por vez primera solo en el mundo, hicieron posible que prosiguiese con mi educación. Sine qua non.

Wally Friesen y yo hemos trabajado juntos veinticinco años. Casi todas las investigaciones sobre las que luego he escrito las llevamos a cabo conjuntamente. Le agradezco, pues, su ayuda y su amistad. David Littschwager me ha dado consejos de tipo fotográfico de gran utilidad sobre los retratos de Eve incluidos en los capítulos del 5 al 9. Mi hija Eve tuvo la paciencia y el talento de adoptar las expresiones que aparecen en este libro y otras miles que fotografié. Wanda Matsubatashi, que ha sido mi ayudante durante más de veinticinco años, ha organizado el texto y las referencias. David Rogers realizó los montajes de imágenes con Photoshop y colaboró enormemente en la obtención de los permisos correspondientes a las fotografías comerciales.

Los psicólogos Richard Lazarus y Philip Shaver me ofrecieron sus valiosas opiniones sobre un primer borrador de la primera parte del libro. Phil también realizó una corrección minuciosa y detallada y me planteó interesantes retos intelectuales. La filósofa Helena Cronin animó y estimuló mi pensamiento. El psiquiatra Bob Rynearson y los psicólogos Nancy Etcoff y Beryl Schiff hicieron sugerencias útiles sobre una primera versión del texto. Entre los numerosos alumnos de los que obtuve información, Jenny Beers y Gretchen Lovas fueron especialmente generosas con su tiempo. Mis amigos Bill Williams y Paul Kaufmann colaboraron con sus sugerencias y críticas constructivas.

Toby Mundy, actual editor de Atlantic Press London, me alentó a ampliar el campo de mis esfuerzos y abordar los aspectos tratados en los capítulos 2, 3 y 4. Claudia Sorsby aportó sus críticas, sugerencias y colaboración editorial sobre una primera versión, y mi editor en Times Books, Robin Dennis, supuso una enorme ayuda al insistir en que me plantease determinados temas que yo a veces pasaba por alto, y cooperó con algunas buenas correcciones. Mi agente, Robert Lescher, ha sido una excelente fuente de ánimo y consejo.

El rostro de las emociones

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