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INTRODUCCIÓN

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Las emociones determinan la calidad de nuestra existencia. Se dan en todas las relaciones que nos importan: en el trabajo, con nuestros amigos, en el trato con la familia y en nuestras relaciones más íntimas. Pueden salvarnos la vida, pero también pueden hacernos mucho daño. Pueden llevarnos a actuar de una forma que nos parece realista y apropiada, pero también pueden conducirnos a actuaciones de las que luego nos arrepentiremos de todo corazón.

Si su jefa le criticase ese informe que usted pensaba que iba a ser objeto de alabanzas, ¿reaccionaría con temor y se mostraría sumiso en lugar de defender su trabajo? ¿Cree que eso le protegería de daños ulteriores, o es que quizá usted no entendió lo que ella quería? ¿Podría ocultar sus sentimientos y «actuar profesionalmente»? ¿Por qué sonreía su jefa al empezar a hablar? ¿Podría ser que ya estuviese saboreando la perspectiva de echarle una bronca, o quizá se trataba de una sonrisa de azoramiento? ¿Acaso era una sonrisa para darle confianza? ¿Todas las sonrisas son iguales?

Si usted tuviese que enfrentarse a su cónyuge porque se ha gastado una suma enorme en adquirir algo sin hablarlo antes con usted, ¿podría distinguir si lo que muestra su rostro es temor o indignación, o si lo que hace es poner caras largas a la espera de lo que suele calificar de «comportamiento demasiado emocional»? ¿Usted siente las emociones de la misma forma que su cónyuge?, ¿que los demás? ¿Se enfada o siente temor o tristeza por cosas que a los demás parecen traerles sin cuidado? ¿Qué podría hacer al respecto?

¿Se enfadaría si oyese volver a casa a su hija de dieciséis años dos horas más tarde de su toque de queda? ¿Qué es lo que desencadenaría el enfado: el temor que usted siente cada vez que mira el reloj y se da cuenta de que no ha llamado para decir que llegará tarde, o las horas de sueño que pierde esperándola levantado? Al día siguiente, cuando lo hable con ella, ¿podrá controlar su enfado hasta el punto de que ella crea que en realidad lo de la hora de llegada a usted le importa un comino, o lo que verá será una ira contenida y se pondrá a la defensiva? Al ver su rostro, ¿sabrá usted si se siente avergonzada, culpable o quizá un poco insolente?

He escrito el presente libro para dar respuesta a esas preguntas. Mi propósito es ayudar a los lectores a profundizar en la comprensión de su vida emocional y a mejorarla. Aún me sorprende comprobar lo poco que, hasta no hace mucho tiempo, tanto científicos como profanos sabían sobre las emociones, dada su importancia en nuestra vida. Sin embargo, corresponde a la propia naturaleza de las emociones el que no sepamos del todo ni cómo nos influyen ni cómo reconocer sus señales en nosotros y en los demás, temas que abordo en esta obra.

Las emociones pueden desencadenarse con gran celeridad —y con frecuencia lo hacen—, con tanta que, de hecho, nuestro yo consciente no participa e incluso ni es testigo de lo que en la mente dispara una emoción en un momento determinado. Esa velocidad puede salvarnos la vida en una situación de emergencia, pero también puede destrozárnosla si reaccionamos de manera exagerada. No poseemos demasiado control sobre lo que nos vuelve emocionales; ahora bien, es posible, aunque no fácil, realizar ciertos cambios en lo que desencadena nuestras emociones y en nuestra forma de comportarnos cuando nos alteramos emocionalmente.

Mi estudio sobre las emociones se inició hace ya más de cuarenta años. Me he centrado básicamente en la expresión y, más recientemente, en la fisiología de la emoción. He podido examinar a pacientes psiquiátricos, a individuos adultos normales y a niños de muchos países. Los he estudiado cuando reaccionan exageradamente o demasiado poco, cuando no reaccionan apropiadamente o cuando mienten o dicen la verdad. El capítulo 1, «Las emociones en las distintas culturas», describe esa investigación, la plataforma desde la que hablo.

En el capítulo 2, «¿Cuándo respondemos emocionalmente?», planteo la siguiente pregunta: cuando respondemos emocionalmente, ¿por qué lo hacemos? Si queremos cambiar lo que nos lleva a alterarnos emocionalmente, tenemos que saber la respuesta a esa pregunta. ¿Qué es lo que desencadena cada una de nuestras emociones? ¿Podemos eliminar un determinado detonante? Si nuestro cónyuge nos dice que estamos yendo por el camino más largo para llegar a nuestro destino, quizá eso nos irrite y hasta nos enfade al sentir que nos está indicando lo que debemos hacer o porque vemos criticada nuestra habilidad como conductores. ¿Por qué no podemos recibir la información sin alterarnos? ¿Por qué nos afecta? ¿Podemos cambiar para que esas minucias no nos provoquen tales emociones?

En el capítulo 3 explico cómo y cuándo cambiar lo que nos lleva a alterarnos emocionalmente. El primer paso consiste en identificar los detonantes emocionales más sensibles que nos conducen a comportarnos de una manera que luego lamentamos. También necesitamos poder ver si un detonante concreto va a resistirse al cambio o si podremos debilitarlo con facilidad. De hecho, no vamos a tener éxito siempre, pero comprendiendo cómo se han creado los desencadenantes emocionales, dispondremos de mejores oportunidades de cambiar esos factores que nos alteran.

En el capítulo 4 explico de qué forma se organizan nuestras respuestas emocionales: expresiones, acciones y pensamientos. ¿Somos capaces de manejar la irritación para que no se nos note en la voz ni se muestre en el rostro? ¿Por qué razón a veces parece que las emociones sean como un tren lanzado a toda máquina, como si no tuviésemos control alguno sobre ellas? Pero lo cierto es que no tendremos esa oportunidad a menos que seamos más conscientes de cuándo nos comportamos emocionalmente; con mucha frecuencia no somos conscientes de ello hasta que alguien empieza a molestarse o hasta que posteriormente reflexionamos. Este capítulo trata de cómo volvernos más atentos a nuestras emociones tal cual son, de manera que exista la posibilidad de comportarnos emocionalmente de forma constructiva.

Para reducir el número de episodios emocionales destructivos y aumentar el de episodios emocionales constructivos, tenemos que conocer la historia de cada emoción, el tema central de cada una de ellas. Al conocer los detonantes de cada emoción, los que compartimos con los demás y los que son únicamente nuestros, seremos capaces de reducir su impacto o, por lo menos, sabremos por qué algunos de esos desencadenantes emocionales son tan poderosos que se resisten ante cualquier tentativa de lograr que su control de nuestra vida disminuya. Del mismo modo, cada emoción genera un patrón de sensaciones único en el cuerpo. Así pues, al familiarizarnos más con dichas sensaciones, nos daremos cuenta de la respuesta emocional con suficiente antelación para tener la posibilidad de escoger si seguimos adelante o si interferimos en la emoción.

Cada emoción posee señales únicas. Las más identificables se dan en la cara y en la voz. Aún queda mucho por hacer en el campo de las señales emocionales vocales, pero las fotografías que se incluyen en los capítulos correspondientes a cada emoción muestran las expresiones faciales más sutiles —y que con facilidad se nos pasan por alto—, que indican que una emoción está surgiendo o que se está conteniendo. Gracias a la capacidad de identificar las emociones en cuanto empiezan a percibirse, estaremos en mejores condiciones para relacionarnos con los demás en situaciones muy distintas y para manejar nuestras propias respuestas emocionales a sus sentimientos.

La tristeza y la angustia se describen en el capítulo 5, la ira en el 6, la sorpresa y el miedo en el 7, la repugnancia y el desprecio en el 8, y los numerosos tipos de disfrute en el 9. Todos ellos contienen distintas partes, en las que se aborda:

• Los detonantes específicos más comunes de cada emoción.

• La función de cada emoción, de qué nos sirve y cómo puede causarnos problemas.

• De qué forma la emoción tiene que ver con alteraciones mentales.

• Ejercicios que mejorarán la conciencia del lector sobre las sensaciones corporales correspondientes a la emoción, con lo que aumentarán las posibilidades de poder elegir su comportamiento cuando esté experimentando emociones.

• Fotografías de los indicios más sutiles de la presencia de la emoción en los demás, de forma que el lector será más consciente de lo que sienten otras personas.

• Una explicación acerca del modo de utilizar esa información sobre cómo se sienten los demás en las relaciones con el lector en el trabajo, en la familia y con las amistades.

En el apéndice se incluye un test que el lector puede realizar antes de leer el libro para determinar hasta qué punto es capaz de reconocer expresiones faciales sutiles. Quizá desee volverlo a hacer al concluir la lectura para comprobar su mejora.

Se preguntará el lector por qué alguna emoción sobre la que siente especial curiosidad no aparece en el libro. He optado por describir las emociones que sabemos a ciencia cierta que son universales, que todo ser humano experimenta. El azoramiento, la culpabilidad, la vergüenza y la envidia son probablemente universales; sin embargo, me he centrado en las emociones que presentan expresiones universales claras. Hablo del amor en el capítulo de emociones placenteras, y hablo de la violencia, el odio y los celos en el capítulo que versa sobre la ira.

La ciencia aún está indagando en cómo cada uno de nosotros experimenta las emociones —por qué algunos pasamos por experiencias emocionales más intensas o tendemos a alterarnos emocionalmente con mayor rapidez—, y concluyo el libro exponiendo lo que estamos aprendiendo y lo que podríamos aprender, y describiendo cómo el lector podrá utilizar esta información en su vida.

Resulta difícil sobreestimar la importancia de las emociones en nuestra vida. Mi mentor, el difunto Silvan Tomkins, afirmaba que lo que motiva nuestra vida son las emociones. Organizamos nuestra vida para maximizar la experiencia de las emociones positivas y minimizar la experiencia de las negativas. No siempre lo logramos, pero es lo que intentamos. Decía que las emociones motivan todas nuestras elecciones importantes. En un texto de 1962, un período en el que a las emociones no se les prestaba la menor atención en las ciencias del comportamiento, Silvan exageraba el tema, pues, sin duda, hay más motivos. Pero las emociones son importantes, muy importantes, en nuestra vida.

Las emociones pueden invalidar lo que la mayoría de psicólogos ha considerado ingenuamente las motivaciones fundamentales que impulsan nuestra vida: el hambre, el sexo y la voluntad de sobrevivir. Pero hay personas que no comerán si piensan que lo único que hay para comer es asqueroso. Morirán incluso, aunque a otras personas ese mismo alimento les parezca sabroso. ¡La emoción triunfa sobre el impulso de comer! El impulso sexual es especialmente vulnerable a la interferencia de las emociones. Una persona puede intentar evitar siempre el contacto sexual por la interferencia del miedo o el asco, o quizá siempre sea incapaz de culminar un acto sexual. ¡La emoción triunfa sobre el impulso sexual! Y la desesperación puede pasar por encima del deseo de vivir y llevar al suicidio. ¡Las emociones triunfan sobre el deseo de vivir!

Para expresarlo con sencillez: las personas quieren ser felices, y la mayoría de nosotros no deseamos experimentar el miedo, la ira, la repugnancia, la tristeza o la angustia si no es en los seguros confines de un teatro o entre las tapas de una novela. Sin embargo, como explico más adelante, no podríamos vivir sin dichas emociones; la cuestión es cómo vivir mejor con ellas.

El rostro de las emociones

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