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LA 100 PIES

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Esa manguera es tuya. Allá por el año mil novecientos noventa y tantos, pasado el noventa y cuatro, creo que en el noventa y cinco o seis, en una de esas tardes tranquilas de nuestro pueblo, irrumpe el sonido de la sirena del cuartel. Imagínate mucho calor, los remolinos de tierra en las esquinas, y poca gente en sus calles, era la hora de la siesta. Así que fui corriendo, estaba a unas seis o siete cuadras, en el camino a unos trescientos metros antes de llegar al cuartel veo una columna de humo que salía en calle 4 entre la calle 11 y 13, apuré más mi carrera al parecer era una casa o un galpón. Al llegar al cuartel mis compañeros y yo nos vestimos rápido y uno tras otro subimos a la autobomba que era el móvil número 1. Otros llegaron después para salir en la segunda dotación. Nos desplazamos hasta el lugar y nos encontramos con una estructura tipo galpón dividida en tres sectores que consistía en un depósito en la parte que daba a la calle, en el sector central un taller y en la de atrás en otro depósito el cual ardía sin control. Las llamas consumieron los tirantes del techo el cual cayó por partes hasta derrumbarse por completo, las altas temperaturas comenzaron a quebrar las paredes y hacer grietas en la medianera de las viviendas vecinas cuyos ocupantes preocupados miraban nuestro accionar. Nuestro trabajo consistió en atacar el fuego con dos líneas devanaderas de 38 mm y otra de 45 mm desde la puerta y desde el techo de al lado, a mí me tocó subir con una de las líneas junto al segundo jefe que en ese entonces era Aldo. Al estar en el techo observé muchas hojas secas sobre las chapas que habían caído de un árbol lindero, miro hacia atrás para verificar que la línea viniera subiendo bien, una vez hecho esto me dirijo hacia adelante, cuando de repente una de mis piernas se hunde entre las chapas al pisar sobre las hojas que no dejaban ver bien el techo donde había una chapa que era de plástico o fibra de vidrio para dejar entrar luz al lugar. Alcancé a no pisar con el otro pie y en eso el segundo jefe me dio su mano y me ayudó a no caer más y salir rápido de esa situación. Una vez pasado esto pedimos presión en la línea y comenzamos a atacar las llamas. Al controlar el incendio y reducir su intensidad otros compañeros comenzaron a remover los escombros caídos de la estructura encontrando debajo de ellos garrafas y un par de tubos de acetileno a los cuales enfriamos para luego sacarlos a un lugar más seguro para su control. A todo esto afuera en la calle donde estaba el móvil y un regador que hacía de cisterna con sus maquinistas pasaban cosas, uno de ellos al colocar una de las mangas de abastecimiento que nos habían donado, recordemos que eran los principios donde no teníamos mucho y con ese poco hacíamos lo mejor que podíamos, esa manga (manguera) de unos cinco metros de largo que sirven para pasar el agua de un tanque al otro tenía muchos agujeros y al darle caudal y presión salían chorros de agua por todas partes, parecía un ciempiés, de todas maneras servía. La gente se reía y murmuraba asombrados por lo que veían. Como puede ser que los bomberos van a tener en esas condiciones las mangueras, es una vergüenza se escuchaba por ahí a lo bajo, esta gente ignoraba cómo eran las cosas en ese tiempo y depende de nosotros lograr que todos sepan en las condiciones que servimos.

Un tiempo después a los pocos días fui a cenar a uno de los restoranes que había en aquellos años en el kilómetro 100 de la ruta nacional número 9 con algunos amigos en el auto de uno de ellos, charlando de sobre mesa, uno de ellos; Darío mencho Maidana comienza a hablar del incendio con Fernando gato Tolosa y Fernando Toto De León y me preguntan si no me daba vergüenza de cómo esa manguera estaba rota y de cómo perdía agua. A lo cual le respondo -¿en serio me preguntas?, comenzamos a discutir los tres, ellos en complot me hacían renegar y yo caliente como una papa les decía; -esa manguera de la que hablas es tuya, tuya y tuya- es de todos, vergüenza deberían de tener ustedes que no ayudan a que tengamos lo necesario para brindar los servicios. Ellos se me reían en la cara, Richard Núñez que también estaba en la mesa solo me decía; -no les hagas caso y seguía comiendo. A todo esto, yo ya exploté de bronca y me levanté de la silla, dejé el dinero por lo que consumimos y los mandé al carajo. Salí caminando hacia lima que está a unos 5 kilómetros, serían las 23:41 horas más o menos, ellos se quedaron un rato más. Que rabia tenía, no podía creer que mis amigos pensaran así y seguí caminando, era una noche linda de verano. A mitad de camino veo venir el auto, se acercan, bajan el vidrio de la ventana y me decían; -vení subí pavote que te estábamos cargando, me subí y los quería matar. Hoy en día siempre recordamos esa noche y nos reímos mucho, estos tres amigos tenían la gracia de hacer enojar a cualquiera, terribles pillos y atrevidos, fui una de sus víctimas aquella vez.

Alma, corazón y fuego

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