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El Dios de la felicidad

La felicidad no se encuentra en lo externo, sino solamente en Dios: Él es la felicidad.

Por la pastora Angélica Castillo de Rosas

¿Felicidad? ¿Qué es felicidad? ¿Existe la felicidad? Y si es que existe, ¿dónde la busco? ¿Cómo la encuentro? Todas estas preguntas estallaban en la mente de Mara después de leer un titular en la revista que hojeaba, el cual decía: “¡Compra tu casa con nosotros y encuentra la felicidad!” Pero después de unos segundos, arrojando la revista al piso exclamó en voz alta: ¡La felicidad no existe!

Mientras estaba sentada en ese viejo sofá, se quedó con la mirada perdida dando rienda suelta a sus pensamientos, los cuales se volcaron como un torbellino de recuerdos tristes, desoladores, con imágenes de aquellos momentos desagradables que aparecieron como una bomba estallando en sus entrañas: la traición de su esposo después de casi 20 años de matrimonio que partió su corazón, la tristeza dibujada en el rostro de sus dos hijos, traía una vez más esos sentimientos de desilusión, ira y frustración, acompañados de impotencia y soledad.

De pronto, escuchó que alguien tocaba a la puerta, abruptamente volvió en sí, limpiando las lágrimas que sin darse cuenta habían rodado por sus mejillas. Se levantó, con mucha cautela, se asomó por la ventana, aunque apenas movió un poco la cortina para no ser vista.

¡Mara! –gritaba una mujer desde afuera.

¡Lo que me faltaba! –exclamó Mara para sus adentros.

Mara se volvió a sentar quietamente hasta que aquella mujer se fue. Su nombre era Lizy, quien después de varios intentos de llamar a la puerta, se dirigió a su auto y se fue.

Lizy había sido la mejor amiga de la secundaria de Mara, mantuvieron comunicación por algún tiempo, pero se perdieron la pista por varios años y hacía apenas unos meses que se habían reencontrado. Las dos habían estado muy contentas, gastaron largas horas en llamadas para ponerse al día, se contaban una a la otra qué había sido de sus vidas en esos últimos años. En una de esas interminables pláticas acordaron verse un día.

Entonces Mara comenzó a recordar que, aunque moría de ganas por ver a su amiga, al mismo tiempo no quería hacerlo ya que le parecía que Lizy tenía la vida perfecta a diferencia de ella, quien sentía pena por sí misma y vergüenza por su reciente divorcio. Aun así, y después de mucha insistencia por parte de Lizy, se vieron en un café donde platicaron por largas horas.

¡Fue un gran día!, pensó Mara con un largo suspiro, se recostó en el viejo sofá y recordó la alegría que sintió cuando volvió a ver a su amiga, revivió la emoción de ese caluroso abrazo que se dieron después de tantos años y el cariño que el tiempo no había podido menguar en absoluto.

Una pequeña sonrisa apareció cuando recordó su eufórico encuentro en la cafetería, a tal grado que los comensales voltearon a verlas, y eso no les importó. Pero la sonrisa y alegría que expresaba el rostro de Mara fue disminuyendo a medida que recordaba el gran estilo de vida que tenía Lizy, la ropa tan elegante que vestía y sus hermosas zapatillas color rosa que combinaban perfectamente con su bolsa. A Mara le parecía que su amiga había salido de un aparador.

¡Yo nunca podría verme así!, pensó en voz alta Mara. Es más, ni trabajando horas extras por un año podría comprarse una bolsa como esa. Mara continuó recordando el momento cuando miró el reloj y le dijo a su amiga que tenía que volver a casa, entonces Lizy le preguntó si tenía auto.

Mara sintió como un balde de agua fría. “No, no tengo, pero ahorita todavía encuentro transporte”, respondió sintiendo una especie de humillación y tristeza al pensar que no tenía el estilo de vida de su amiga.

- ¡Yo te llevo! –inmediatamente le dijo Lizy.

- ¡No, gracias, no te preocupes! –replicó Mara.

- ¡No dejaré que mi mejor amiga se vaya a esta hora sola! ¡Vámonos, te llevo! -insistió Lizy.

Mara terminó por aceptar la oferta de su amiga y para terminar de sorprenderse, el auto más bonito de los que estaban ahí era el de Lizy. Desde la perspectiva de Mara, y a pesar de que sentía un cariño sincero por Lizy, se sintió infeliz y menospreciada, asumiendo que Lizy era muy feliz. Después de ese día Mara dejó de contestar sus llamadas.

Por otra parte, Lizy se había sentido muy contenta de haber visto a su amiga, también sentía un gran aprecio por ella, pero a diferencia de Mara, ella ni se percató del tipo de ropa o zapatos que vestía; toda la atención de Lizy estuvo en la alegría de volver a ver a su mejor amiga y recordar tantas cosas que vivieron juntas.

Recordaba las travesuras que le hicieron al maestro de matemáticas en segundo grado, los apodos que tenían sus compañeros, la última excursión en tercer grado donde hicieron su pacto de amistad para jamás olvidarse; tantos y tantos recuerdos que brotaron de sus memorias en ese café hicieron que el tiempo transcurriera como un dulce parpadeo.

Verdaderamente Lizy disfrutó al máximo esos momentos con su amiga, quien exclamó con un tono de añoranza: - ¡Éramos felices!

- ¡Sí, éramos muy felices! –Después de una breve pausa preguntó Lizy- ¿Y ahora? ¿Eres feliz Mara?

- ¡La felicidad no existe! ¡Ésta es la vida real amiga! –dijo Mara con un tono muy seco y firme.

- ¡Pues yo sí que estoy un poco feliz ahora, después de mucho tiempo!

Pero Mara pensó que se trataba por su encuentro y no quiso preguntar más. Lo que no se enteró, aunque lo haría después, fue que esa noche cuando Lizy llegó a su casa, algo inesperado apagaría esa felicidad.

Pasaron algunas semanas después de su reencuentro en las cuales Lizy le estuvo llamando a Mara con mucha insistencia, pero sin éxito y poco a poco fue desistiendo hasta que dejó de buscarla. Mara ignoraba que Lizy quería verla para contarle lo que le había sucedido. Esta era la razón por la que Lizy había tocado la puerta de Mara una vez más, esa tarde en que Mara sumida en su depresión no logró ver la tristeza que embargaba el rostro de su amiga.

Después de varios meses, Mara seguía sumergida en sus propios problemas, lidiando con una hija adolescente que cada día era más rebelde y quien le exigía ropa de marca, inconsciente de que su mamá estaba batallando por encontrar un trabajo, lo cual a su edad y sin experiencia no le había sido fácil; ya llevaba tres empleos en el último año y culpaba a todos por sus fracasos, pensaba que todos estaban en su contra. Realmente Mara estaba sumergida en un océano de desprecio por ella misma y una enorme ausencia de autoestima.

Un domingo cuando regresaban a casa de la iglesia, Mara estaba enojada, renegando de todo y maldiciendo su situación. Minutos después, cuando estaban sentados a la mesa, cambió el tono de voz e hizo una breve oración por los alimentos. Luego, regresó ese tono molesto al contestarle a su hijo quien le preguntó: - ¿Por qué estás enojada mami?

- ¡Cómo no voy a estar enojada si me regañaron por volver a llegar tarde, son unos desconsiderados, como si no supieran que Dios no me ha querido dar un auto!

Cambiando un poco a un tono burlón, continuó diciendo- ¡Ah, pero no fuera la hermanita Lolita porque a ella no le dicen nada! ¡Claro, porque ella es del grupo preferido del pastor, por eso la pusieron de líder! –Se quedó pensando por unos segundos y continuó: - Me cae mal porque aparenta felicidad con su sonrisa hipócrita. Su hija asintió: - Tienes razón mamá, esa hermana es una hipócrita al igual que su hija, me cae muy mal, es una presumida.

Desafortunadamente todo lo que salía de la boca de Mara estaba impregnado de amargura. Lo que no se había dado cuenta era que ella misma estaba contaminando a sus hijos. Cuando terminaron de comer tocaron a la puerta y el hijo de Mara corrió para abrir.

- ¿Está tu mamá? –preguntó una voz dulce.

- ¡Sí! –respondió el niño.

Mara se asomó para ver quién era y, para su sorpresa, vio a su amiga Lizy en la puerta. Un poco sorprendida y apenada la invitó a pasar y mientras tomaban té, Lizy le contó: - Resulta que aquella noche cuando nos vimos en aquel café, tenía apenas unas semanas de embarazo y una gran esperanza de que por fin ese bebé sí se lograra, para darnos la felicidad que tanto estábamos buscando.

Lizy y su esposo tenían buenos trabajos, económicamente tenían una vida holgada, pero tenían un vacío que les hacía sentirse infelices, además de la presión familiar y social que los abrumaba, lo cual en los últimos años había desgastado su relación en la búsqueda obsesiva por especialistas y tratamientos que, en lugar de ayudar, los había distanciado cada vez más el uno del otro.

- ¿Y qué sucedió? –preguntó Mara con inquietud.

- Pues, lo que me temía, esa noche se fue mi sueño, se desvaneció mi última esperanza, ya que el médico nos había dicho que sería el último intento, pues mi vida estaba en peligro–conteniendo las lágrimas, continuó- ¡Me sentí la mujer más infeliz de la tierra!

- ¡Cuánto lo lamento Lizy! ¡Perdóname por favor!, ¡Perdóname, por no contestar tus llamadas! –Con los ojos llenos de lágrimas, Mara se disculpaba con mucha vehemencia.

- No te preocupes amiga, todo quedó perdonado– Con una sonrisa y un fuerte abrazo Lizy continuó- Los primeros días mi esposo y yo nos sentimos devastados, nada nos consolaba, ni siquiera las oraciones del pastor–Guardó silencio unos segundos y con la voz quebrada continuó- Incluso me enojé con Dios, le grité y le reclamé, le pregunté por qué nos hacía esto, culpándolo por mi desgracia, pero no obtuve respuesta en ese momento, y pienso que si me la hubiera dado, de todas maneras no lo habría escuchado.

- ¿Y cómo estás ahora? –preguntó Mara tiernamente sosteniendo sus manos entre las suyas.

- ¡De eso quiero hablarte precisamente! ¡Mi esposo y yo tuvimos un encuentro con el amor de Dios y pudimos conocerlo y aceptarlo como nuestro Padre! – Al hablar, sus ojos destellaban una paz celestial- ¡Hemos aprendido a confiar y descansar en Él como sus hijos!

- ¡A ver, a ver, espérame!, desde que nos conocimos ya éramos cristianas, por eso nos hicimos amigas, ¿cómo es que ahora me dices que acabas de aceptar a Dios como Padre?

- Todos estos años sólo tuve una religión llamada “cristianismo”, pero no conocía realmente a Dios. Mi esposo y yo nos tomamos el tiempo para sumergirnos en su Palabra, estudiando, buscando la verdad, y como dijo Jesús: “el que busca encuentra”, ¡Nosotros la encontramos! La verdad es que Dios es un buen Padre que no da piedras a sus hijos que le piden pan, aprendimos que Dios no es quien manda enfermedad o tragedias a sus hijos, ni siquiera para corregirlos. Nos dimos cuenta de que estuvimos buscando la felicidad equivocadamente.

Lizy continuó muy emocionada - Te voy a compartir lo que descubrimos: la palabra “feliz” es un sinónimo de “bendito” y pude entender que Dios siempre ha querido que seamos felices ya que recordé cuando le dijo a Abraham “Te bendeciré” y “serás bendición”, también le dijo: “Serán benditas en ti todas las familias de la tierra”; en otras palabras, le estaba diciendo: “Te haré feliz, serás felicidad y las familias que procedan de ti serán felices”.

También mi esposo descubrió un texto que dice: “…con el glorioso mensaje evangélico que me ha confiado el Dios de la felicidad” (1 Timoteo 1:11, PHA) y entendimos que, al tener a Dios, teníamos la felicidad, ¡Solamente Dios puede dar verdadera felicidad!

- ¿El Dios de la felicidad? –preguntó con asombro Mara.

- ¡Sí!, solo que algunos no se han dado cuenta y la están buscando afuera, como yo, o como tú. –Concluyó Lizy- ¡Yo decidí vivir esa felicidad!, ¡No por lo que tengo sino por lo que soy! ¡Soy hija del Dios de la felicidad! Mara, tú eres muy bendecida porque tienes a Dios, tienes salud, tienes hijos, pero, no pareces ser feliz, Mara ¿quieres ser feliz?

Mara le respondió: ¡Claro! pero ¿cómo?

- ¡Yo te voy a ayudar! –respondió Lizy con mucho entusiasmo.

Después de ese día Lizy estuvo compartiendo con Mara y sus hijos todo lo que había estado viviendo, ayudándoles, por medio de las Escrituras, a conocer realmente al Padre amoroso que Dios es.

Al poco tiempo Mara comenzó a valorar y a agradecer a su Padre Eterno todo el amor y cuidado que había tenido con ellos. Ese amor sanó su corazón y le enseñó a experimentar poco a poco la felicidad que sólo hay en Él.

Existen muchas Maras que se sienten infelices por no tener esto o aquello, también hay otras tantas Lizys que creen que la felicidad se las puede dar “alguien”, llámese hijo, novia o esposo, pero la felicidad no se encuentra afuera, la felicidad se encuentra en Dios, Él es la felicidad, por eso: ¡Felicidad comienza con FE porque sin FE es imposible vivir la verdadera felicidad!

Angélica Janet Castillo Arenales nació en la Ciudad de México, contrajo matrimonio con Alfredo Rosas Castro, originario de la ciudad de Veracruz, en 1992. Juntos fundaron la iglesia “ROCA: Centro de Avivamiento Mundial” en la ciudad de México donde pastorean desde 1993. Procrearon tres hijos llamados Jedidías, Alfredo y Hepsiba quienes, por la gracia de Dios, lo aman y le sirven. También es presidenta del “Centro de Respuestas y Solución Integral Familiar Club de Valores la Familia A. C.”

Email: angie.rosas2811@gmail.com

Teléfonos: + 55-2271-2773 y +55-5369-6254

Facebook: Pastora Angélica Castillo de Rosas


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