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Cuida tu corazón

“Sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque este determina el rumbo de tu vida.”

(Proverbios 4:23, NTV)

Por el pastor Rodrigo Carvajal

Cuando salí de la universidad en México tenía una tesis con la que sentía que había develado el misterio del ser. Entonces la llevé con el encargado del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM para que la revisara. Increíblemente me recibió, hojeó el escrito y me dijo: “No puedo ayudarte por ahora. Estoy trabajando en un posdoctorado con Umberto Eco. Se ve interesante, pero mira: cuando tengas 45 años escribe algo y me lo traes”.

Así, el doctor Mauricio Beuchot me ubicó sobre lo difícil que es compartir una palabra propia. Ya tengo 48, y cuando veo mi escrito de hace 25 años me doy cuenta de cuánta razón tenía aquel sabio varón.

La experiencia en estos años me reveló la importancia de la vida interior, la cual abarca los pensamientos, los sentimientos y todo lo que creemos, lo cual tiene dos niveles:

1 Lo que crees sobre ti.

2 Lo que crees que los demás creen de ti, lo cual determina en quién confías y en quién no, y por qué sí o por qué no.

La vida interior

Es lo que está dentro de ti, lo que condiciona cómo reaccionas. Por ejemplo, si alguien en quien no confío hace algo sospechoso, me pongo a la defensiva; si alguien en quien confío hace algo sospechoso, le doy el beneficio de la duda. Así, mi comportamiento será diferente con cada uno; me enojaré con uno y platicaré con el otro.

Desde adentro viene la inmensa tristeza que nos embarga algunas veces, así como la depresión, el enojo y la alegría. Daré otro ejemplo: Me enojaba mucho cuando, siendo académico de una universidad, me trataban como si fuera un “cualquiera”; reaccionaba defensivamente, haciendo uso de los clásicos “no sabes quién soy”, o “no sabes con quién te estás metiendo”, o algo así.

La realidad es muy compleja. El corazón es traicionero, tanto como para traicionarte a ti, o a los demás, sin importar cuánto los aprecies o quieras (“Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio.” Jeremías 17:9, NVI). Entonces tomamos nuestras decisiones con base en lo que creemos, porque en el fondo lo que somos capaces de corroborar por nosotros mismos es casi nada.

Un ejemplo un poco más habitual puede ser cuando un hombre o una mujer dentro de una relación tiene una aventura. El otro miembro de la pareja puede tener indicios al respecto, pero si se cree culpable de haber hecho algo a la pareja, si cree que el otro es mayor o menor, si cree que se lo merece por malo, etc., estas percepciones harán que la interpretación de los indicios que notó se convierta en algo diferente a lo que está sucediendo en la realidad.

Entonces, cuando la evidencia es irrefutable (“lo agarraron con las manos en la masa”) surge la pregunta “¿Cómo no me di cuenta antes?”. Claro que se dio cuenta, pero lo que creyó alteró su visión de lo que estaba sucediendo. No podemos no creer, es necesario creer. Los psicólogos hacen énfasis en lo que crees sobre ti. Valoran un buen concepto propio como algo saludable.

Se dice que no es importante lo que los demás piensen de ti. Sin embargo, tomamos una gran cantidad de decisiones tratando de influir no solo en lo que piensan de mí, sino en lo que pensarán, en la imagen que quiero crear en los demás sobre mí para lograr que actúen conforme a lo que quiero. Sí, para manipular a los demás. En todas las relaciones humanas la manipulación es una constante.

La vida interior está llena de todo esto. Conduce nuestras decisiones y caminos. Cuando la Biblia dice “Sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque este determina el rumbo de tu vida” (Proverbios 4:23, NTV) se refiere a esta vida interior. Es necesario creer, pero debemos ser muy cuidadosos en lo que creemos, y la realidad es que muchas veces le damos muy poca importancia.

En la facultad de Ciencias de la Comunicación tuve un compañero que era camarógrafo de guerra y le tocó cubrir el conflicto en la antigua Yugoslavia. Un día estaba en una carretera en la cual, alineados de forma transversal, había kilómetros de cuerpos, la gran mayoría asesinados por francotiradores. Las cabezas y los torsos estaban destruidos.

Él debía hacer una toma que revelara la masacre que estaba sucediendo en aquel lugar, pero no era respetuoso ni correcto tomar los cadáveres en el estado en que se encontraban. Entonces tomó los pies y las piernas de los cuerpos, y extendió la toma a lo largo de la carretera hasta el horizonte, en el cual no se veía el final de la línea de cuerpos.

Me enseñó que los medios de comunicación hacen tomas de televisión, fotografías, muestran cosas y dicen cosas para hacernos creer en algo. Algunos como mi amigo, para evitar una escena grotesca. Otros esperan una reacción que sea conveniente a sus intereses.

Preguntas como: ¿Por qué me lo dice? ¿Por qué me lo dice ahora? ¿Qué espera de mí? ¿Por qué esto y no otra cosa? Son preguntas que deberíamos hacernos constantemente para tomar conciencia sobre lo que estamos creyendo. Necesitamos filtros que cuiden nuestra vida interior. Y hay cosas que es mejor no saber.

Oídos sordos

En una ocasión fui a ver a mi maestro, emocionado para contarle un chisme. Antes de dejarme hablar me dijo:

 Rodrigo, ¿lo que me vas a decir es importante?

 Pues, no.

 ¿Es urgente?

Tomé unos segundos y respondí:

 No, tampoco.

 ¿Es necesario?

 Mmm, no. Tampoco.

 Entonces no me lo digas. Gracias.

 Y me acompañó a la puerta de la oficina.

No es fácil no querer saber. La curiosidad, el morbo, el poder. ¿Cómo decir “no” a las conversaciones que me llegan? Pensamos: “Podría ayudarme saber, darme ventaja”, pero puede hacerte creer cosas que dañarán tu corazón. En mi caso, traté de seguir las enseñanzas recibidas por mi maestro, pero en el momento en que me descuidé toda mi vida colapsó.

Comencé por pensar mal de las personas que eran cercanas a mí. Me volví celoso, un poco paranoico (“todos hablan mal de mí, todos me quieren dañar”). Y una profunda tristeza y desasosiego inundó mi corazón y mi vida. Y lo que veo a mi alrededor es que no soy el único. Todo se debe a los pensamientos que dejé entrar a mi corazón, los cuales me hicieron creer muchas fantasías e ignorar la realidad, la cual es cruel, porque cuando se revela destruye tu vida.

Lo que creías era mentira. Las consecuencias, espantosas. El dolor es horrible, te sientes traicionado por todo y por todos, y es culpa tuya. Dejaste entrar pensamientos que no debías. Se te rompe el corazón. No es fácil estar pendiente de lo que uno piensa y cree.

Durante mucho tiempo estuve tratando de seguir las enseñanzas de mis maestros, velando lo que pensaba y lo que creía. Sin embargo, esto socialmente también te hace pasar por distraído o por idiota. Te discrimina, no tienes tema de conversación: cuando todos critican a alguien, tú te alejas. Tienes que luchar contra el morbo de saber qué pasó, cómo pasó, quién lo dijo. Y, todavía peor, qué dijo de ti. Sin embargo, era más feliz. Saludaba a todos, no miraba a nadie con recelo, me alejaba de las personas que sólo critican.

Desearía haber seguido así. Sin embargo, en un momento de la vida, tratando de encajar con los demás, de pertenecer, comencé a dejar entrar pensamientos que parecían reales, pero que ya no filtraba. Y a prestar oído a palabras que hubiera sido mejor ignorar.

Cuando menos lo pensé, era un hombre celoso, estaba paranoico, era mentiroso, manipulador, y con una angustia y opresión en mi corazón insoportables, profundamente deprimido, con una tristeza y autocompasión horribles.

Tres cuestiones sobre la percepción

Como cristiano uno tiene que contemplar las cosas desde una perspectiva muy diferente a como lo hace la gente común. Creer en la palabra de Dios tiene que ver con nuestro corazón, con dejar que penetre en nuestros pensamientos y se convierta en el centro de lo que creemos y usamos para tomar decisiones. Es necesario darnos cuenta de algunas cuestiones:

Primero, nadie conoce la realidad como es, sino como cree que es. Solamente Dios la conoce en su totalidad de manera directa. Para conocer qué está pasando realmente nos tiene que ser revelado. No es el amigo, no son los medios de comunicación, no es la cantidad exorbitante de información que hay en las redes sociales, no es lo que dicen los chinos o los americanos, tal o cual partido político o candidato, incluso tal o cual predicador.

Todos tienen solo una ficha del rompecabezas, y a veces menos. Nadie ha visto el rompecabezas armado, solo Dios. Perdemos mucha energía defendiendo aquello que es solo una parte del todo, como si fuera el todo. ¡Cuánta frustración se cosecha cuando la realidad, que es como es, te lo echa en cara!

Segundo, la imagen, el auto concepto, el fundamento de nuestra autoestima pueden estar basados en una fantasía y no en la realidad; en lo que crees que eres, pero no eres. ¡Y cómo cuesta trabajo darse cuenta! Pensabas que no podrías traicionar a tu familia, y lo has hecho. Pensabas que no podrías hablar en público, y lo has hecho. Somos mucho más o mucho menos de lo que creemos de nosotros mismos. Resulta que el fabricante, el artesano, es el que mejor conoce su obra. Y ese es Dios, el que sabe verdaderamente quien soy.

Tercero, no tienes injerencia en lo que los demás piensen de ti, y lo que quieres que piensen de ti no va a generar lo que piensas. No controlamos la realidad. Recuerdo a Alicia, la niña que me gustaba en la escuela secundaria, cuando tenía alrededor de 12 años. Un día me armé de valor, como buen mexicano, y me propuse decírselo. No era un asunto fácil, pero al final hice un guion que practiqué en el espejo unas cuarenta veces, y elegí un día para el acontecimiento.

Iba preparado para todo. Si me contestaba “Lo voy a pensar”, “Mañana te digo”, “No”, “Tengo novio”, lo que sea, tenía una respuesta. Así que me puse de acuerdo con sus amigas y me dejaron a solas con Alicia. Solté mi discurso de treinta minutos (cronometrados exactamente), donde le exponía de manera romántica mis intenciones. Me escuchó pacientemente, y una vez que todo estaba dicho, tranquilamente dijo: “Tú también me gustas”. ¡Cielo Santo! Para esa respuesta no iba preparado, y como si me repusiera de un golpe en la cara, solo atiné a decir: “¿En serio?”.

Las relaciones humanas son complejas, totalmente incomprensibles para los humanos. Somos capaces de amarnos, honrarnos, usarnos, manipularnos, denigrarnos, etc. Y el único que sabe deshacer el nudo es Dios. Creer en Él no consiste solamente en creer en Su existencia o en Su creación. No es algo externo a nosotros.

Es algo que proviene de nuestra vida interior: creo en lo que Él tiene para mí, creo en lo que Él ha dicho de mí, creo en lo que Él me pide. Nuestra vida interior determina en qué creemos, así como nuestra fe. El cuidado que pongamos en cuidar nuestro corazón y nuestra fe nos dará felicidad. Es un reto. Inténtalo.

Rodrigo Carvajal Calderón reside en la ciudad de Valle de Bravo, en México, con su esposa Janett de Carvajal, y sus dos hijas, Emily y Yunnuén. Ha sido servidor en diferentes áreas de la iglesia durante diez años, sobre todo desempeñándose en el área de los discipulados y los estudios bíblicos, siendo llamado al pastorado hace dos años, ejerciendo como pastor adjunto en su iglesia.

Whatsapp: +52-72-2531-7193

Email: rdrgcrvjl@gmail.com


Antología 8: Felicidad comienza con fe

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