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SED UNOS PADRES «P. C.»

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No, no me refiero a políticamente correctos. (Que no cunda el pánico: ¡la mujer que susurra a los bebés no tiene ninguna intención de presentarse a las elecciones al congreso!) Los padres P. C. son pacientes y conscientes, dos cualidades que os serán útiles, independientemente de la edad de vuestro hijo. De manera invariable, cuando conozco a padres obsesionados por algún problema concreto, habitualmente relacionado con uno de los tres grandes temas: el sueño, la alimentación o el comportamiento, mi consejo siempre incluye uno de estos dos elementos, o ambos. Sin embargo, no sólo los problemas requieren paciencia y conciencia, también nuestras interacciones diarias. Jugar con el niño, una excursión al supermercado, estar con otros chicos y una gran cantidad de actividades cotidianas mejoran enormemente si papá y mamá son pacientes y conscientes.

Ningún padre es P. C. todo el tiempo, pero cuanto más practiquemos, más fácil será que se convierta en una forma natural de actuar. Mejoramos con la práctica. A lo largo de este libro, os iré recordando que seáis unos padres P. C., pero ahora dejad que os explique el significado de cada letra:

PACIENCIA. Educar bien exige paciencia, porque es un camino duro, difícil y aparentemente interminable; un proyecto que requiere una perspectiva a largo plazo. Un gran problema de hoy se convierte en un lejano recuerdo al cabo de un mes; no obstante, tenemos tendencia a olvidarlo cuando lo estamos viviendo. Queridos míos, he observado este fenómeno una y otra vez: padres que, en el fragor del momento, optan por lo que entonces les parece un camino fácil y luego se dan cuenta de que eso les ha conducido a un peligroso callejón sin salida. Y así es como empiezan los errores de crianza (ampliaré este tema más adelante). Por ejemplo, hace poco trabajé con una madre que solía consolar a su hija dándole el pecho; a los quince meses la criatura no tenía ni idea de cómo dormirse sola y pedía el pecho de su madre de cuatro a seis veces por noche. La pobre mujer, completamente exhausta, insistía en que estaba preparada para destetar a su bebé, pero a veces querer algo no es suficiente. Se debe tener la paciencia de hacer frente al periodo de transición.

Además, tener un hijo puede generar un gran caos. Por tanto, también necesitarás paciencia (y fortaleza interior) para tolerar el desorden, los líquidos que se derraman y las marcas de dedos por todas partes. A los padres que no tengan paciencia les resultará muy duro superar «las primeras veces» de sus hijos. ¿Qué niño pequeño consigue beber de una taza de verdad sin verter primero litros de líquido al suelo? Al cabo de poco, sólo se le escaparán unas gotas por las comisuras de los labios y, finalmente, logrará tragárselo casi todo. Sin embargo, esto no ocurre de la noche a la mañana y menos aún sin reveses y recaídas a lo largo del camino. Enseñar a un hijo a utilizar los cubiertos, a servir bebidas o a ir al baño y permitir que ande por un salón-comedor lleno de objetos que quiere tocar mientras se le repite «no-no» son cosas que exigen la paciencia de los padres.

De forma inconsciente, los padres que no poseen esta cualidad pueden llegar a provocar conductas obsesivas incluso en niños muy pequeños. Tara, una niña de dos años que conocí en uno de mis viajes, obviamente había aprendido bien las lecciones de su madre, Cynthia, una mujer ultraescrupulosa con la limpieza. Al entrar en casa de esta mamá, era difícil adivinar que allí vivía una niña que todavía gateaba. Cynthia pasaba la aspiradora a todas horas y constantemente perseguía a su hijita con un paño húmedo en la mano, limpiándole la cara, fregando las manchas de los líquidos que derramaba o volviendo a guardar los juguetes de Tara justo en el instante en que ella los dejaba. Pues bien, como dice el refrán, de tal palo tal astilla, así que «susio» fue una de las primeras palabras que pronunció la niña. Lo cual podría haber sido una monería, de no ser por el hecho de que Tara tenía pánico de aventurarse demasiado lejos ella sola y lloraba si la tocaban otros niños. Un caso extremo, diréis. Quizás, pero realmente somos muy injustos con nuestros pequeños cuando no les permitimos comportarse como los demás niños: ensuciarse un poco y hacer alguna que otra travesura de vez en cuando. Una maravillosa madre P. C. que conocí me explicó que, de forma regular, ella solía organizar una «noche guarra» con sus hijos, es decir, una cena sin cubiertos. Y ahí va una ironía sorprendente: cuando les damos a nuestros hijos permiso para que se desmadren, normalmente no van tan lejos como podríamos imaginar.

Tener paciencia es de vital importancia, sobre todo a la hora de intentar cambiar malos hábitos. Naturalmente, cuanto mayor sea el niño, más tiempo costará conseguirlo. Sin embargo, independientemente de la edad, se debe aceptar que los cambios requieren tiempo: el proceso no se puede acelerar. Pero te diré una cosa: es más fácil ser paciente ahora y tomarse el tiempo necesario para enseñarle a tu hijo lo que esperas de él, que hacerlo más adelante. A fin de cuentas, ¿a quién te sería más sencillo pedirle que limpie lo que ha ensuciado: a un niño de dos años o a un adolescente?

CONCIENCIA. Ya desde el momento en que una criatura respira por primera vez fuera de la matriz, sus padres deben tomar conciencia de quién es. Y tener siempre en cuenta la perspectiva de su bebé. Y lo digo tanto en sentido figurado como literal: sentaos en cuclillas a la altura de los ojos de vuestro hijo. Fijaos en cómo se ve el mundo desde su punto de vista. Pongamos, por ejemplo, que lleváis a vuestro hijo por primera vez a la iglesia. Agachaos; imaginad el panorama desde el asiento de vuestro hijo o desde su cochecito. Oled el aire. Intentad imaginar el impacto del incienso o las velas en la sensitiva nariz de un bebé. Escuchad. ¡Qué ruidoso es el vaivén de la gente, los cantos del coro, el retumbar del órgano! ¿No será demasiado para los oídos de vuestro niño? No os estoy diciendo que deberíais evitar los lugares nuevos. Más bien al contrario, es positivo exponer a los niños a nuevas experiencias, sonidos y personas. Pero si vuestro bebé llora repetidamente en entornos desconocidos, en tanto que padres conscientes sabréis que os está diciendo: «Es demasiado para mí. Por favor, id más despacio», o bien «Volved a intentarlo dentro de un mes». El hecho de ser conscientes os permitirá sintonizar con vuestro hijo y, con el tiempo, conocerlo y confiar en vuestros instintos a la hora de averiguar qué le ocurre.

Tener conciencia también implica pensar detenidamente las cosas antes de hacerlas, así como planificarlas con antelación. No esperes a que se produzca la catástrofe, sobre todo si ya has vivido la experiencia con anterioridad. Por ejemplo, si tras varias citas para jugar con otro niño ves que tu hijo y el hijo de tu amiga se pasan el rato peleándose y la mañana siempre acaba en sollozos, organiza una nueva cita con otro niño, aunque su mamá no te caiga tan bien. Una cita para jugar es una cita para jugar. Cuando quieras «salir» con tu mejor amiga, en lugar de obligar a tu pequeño a estar con un niño que no le gusta o con quien no se lleva nada bien, mejor que llames a una canguro.

Ser consciente también consiste en prestar atención a las cosas que le dices a tu hijo y a lo que haces con él y en ser coherente. Las incoherencias confunden a los niños. Así, si un día le adviertes: «En el salón no se come», y al día siguiente no le dices nada mientras engulle una bolsa de patatas en el sofá, a la larga tus palabras no tendrán ningún significado. Tu hijo te ignorará, ¿y quién podrá culparlo?

Por último, la conciencia es simplemente esto: estar alerta y ahí para ayudar a tu hijo. Me duele cuando veo que los padres no hacen caso de los llantos de sus bebés o niños pequeños. El lloro es el primer lenguaje de los niños. Si les damos la espalda, les estamos diciendo: «Tú no importas». Y al final, los bebés desatendidos acaban por dejar definitivamente de llorar, pero también de desarrollarse con normalidad. He visto a padres que no atendían a los llantos de sus hijos argumentando que así se les fortalecería el carácter («No quiero que sea un niño mimado» o «Le hará bien llorar un poco»). Y he visto a madres encogerse de hombros y decir: «Su hermanita me necesita… así que él tendrá que esperar». Pero entonces todo se complica y el niño tiene que esperar y esperar y esperar. No existe ninguna buena razón para ignorar a un niño.

Nuestros hijos nos necesitan, necesitan que estemos a su lado y que seamos fuertes y sabios para mostrarles el camino. Somos sus mejores maestros y, durante los tres primeros años, prácticamente los únicos que tienen. Tenemos que ser unos padres P. C. por ellos: para que puedan desarrollar lo mejor de sí mismos.

Guía práctica para tener bebés tranquilos y felices

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