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El inicio

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Eran cerca de las 9 de la noche cuando Kate Magnus estaba llegando al trabajo. Por una infortunada circunstancia le había tocado el turno nocturno, lo cual significaba que sería una larga, larga noche. Esto, combinado con el hecho de que no había logrado dormir mucho durante el día, estaba empezando a irritarla. Optó por su método favorito de relajación; la música. Conectó su iPod al adaptador del carro y subió el volumen completamente. La melodía de su grupo de rock favorito comenzó a inundar su alrededor y dejó que su cerebro se pusiera en automático mientras conducía al trabajo.

Al estacionar, su mente estaba mucho más tranquila, pero se llevó su iPod consigo. Suspiró y rogó, al salir de su carro, que su jefe estuviese de mejor humor que la noche anterior.

Kate trabajaba como asistente de una de las mentes más brillantes del siglo XXI. Su jefe, Jonathon Rook, era conocido por su malgenio y sus mañas. Sus gritos y arrebatos de ira eran legendarios en el trabajo y todos eran cuidadosos al dirigirse a él. Solo ella había logrado ver la persona detrás, aunque igual peleaban todo el tiempo, era a ella a quien le hacía caso y quien podía hacer que él entrara en razón. Por eso la mayoría de los científicos y pasantes preferían dirigirse a Kate cuando tenían que comunicar algo al Dr. Rook.

Rook siempre tomó a Magnus como su protegida y a lo largo de los años se había hecho claro que la cuidaba como si fuese su hija. Este hecho era algo que ella apreciaba mucho, sin haber tenido un padre, pero reflexionando y recordando todo lo que habían pasado para llegar a esta etapa... No, nunca fue fácil con él.

Magnus pertenecía a ese 1% de la población mundial que poseía el coeficiente intelectual más alto conocido por el hombre; era miembro de Mensa desde los 20 y obtuvo su primer doctorado a los 22. No es necesario decir que a la edad de 27 era una de las científicas más anheladas por todas las agencias del mundo; privadas o gubernamentales.

Fue en una conferencia acerca de la materia oscura donde el profesor y Kate se conocieron, meses antes de obtener su primer doctorado. Él era el vocero y ella le hizo una pregunta que lo dejó analizando la respuesta; el análisis que ella había realizado para elaborar esa pregunta le dejó en tal shock que, al terminar la charla, Jonathon la buscó y le ofreció trabajo. Ella todavía recordaba las palabras exactas que había utilizado: “Usted, Señorita, tiene algo que no había visto hace tiempo, debe venir a trabajar conmigo. Como mi asistente aprenderá más de lo que cualquier otra agencia pueda ofrecerle, ¿Por favor?” No fue hasta que de verdad lo conoció, cuando supo lo importante que había sido para él decir esas palabras.

Si hoy le preguntaran a la Dra. Kate Magnus el porqué de su decisión, ella no sabría responder; probablemente les diría algo como que “necesitaba el dinero” o “él es muy brillante, puede enseñarme mucho” pero en realidad, había sido algo en su mirada, un brillo que la hizo sentir segura y que él era digno de confianza. No es que ella lo admitiría. Nunca. Ella tenía sus sentimientos muy bien guardados y asegurados en una fortaleza. Esta había sido su manera de ser desde la muerte de su madre cuando ella tenía apenas 18 años. Este hecho había sido el punto de quiebre de su vida. Todos los sucesos estaban categorizados entre antes o después de su madre y habían definido su personalidad adulta. Uno de esos detonantes fue el detective de la rama de homicidios, Tom Shemming, anunciando la noticia del asesinato de su madre, de una manera fría y sin sentimiento alguno. Su falta de preocupación, como si su madre no fuese una persona, una mujer, una madre, una hija, sino simplemente otro caso, otro número en el sistema.

Cuando estudiaba y trabajaba ella escapaba de estos recuerdos y sentimientos, convirtiéndose en una adicta al trabajo.

Los primeros meses trabajando con Rook fueron los más estresantes de su vida. El profesor parecía tener mañas para cada pequeña cosa que una persona hacía y aún para las cosas que no. No podía dejar nada fuera de lugar, ni sentarse en su lugar. Su café tenía que estar hecho a la perfección y ni se digan sus comidas. Las maneras de preparación podrían llenar un libro, o una docena, y ella tenía que saberlas todas, sin equivocación.

Aparte de sus malas costumbres, estaba el hecho de su personalidad. Kate podría jurar que él era bipolar. Cuando estaba bajo estrés era petulante, egocéntrico y muy impaciente. Pero cuando salían a cenar o estaban hablando de ningún tema en particular era amable, juguetón y.… egocéntrico. El brillo en sus ojos cuando estaba emocionado por un nuevo gadget para su iPhone o el nuevo juego de Halo le recordaba a un niño de nueve años que sufría de una sobredosis constante de azúcar. Su profesor tenía muchas capas y a lo largo de los años ella había logrado una tolerancia extremadamente alta para él cuando estaba en su modo “estrés”.

Pero ocho años después, Kate no estaba preparada para el nivel de estrés de Jonathon del mes pasado. Estaban atascados, ninguno de ellos podía resolver el problema que presentaba su último experimento y, por si fuese poco, el gobierno les estaba presionando para que lo terminaran.

El viaje por sus recuerdos tuvo que terminar cuando llegó al edificio del profesor. Dicho edificio, ofrecido por el gobierno, en conjunto con alguno que otro contratista privado, solo era para ellos dos y un grupo de internos que iban y venían cada tantos meses. Era uno de muchos en un conjunto a las afueras de la ciudad en medio de la nada, por lo cual todos los trabajadores eran residentes. Las instalaciones habían formado un pequeño pueblo; tenían un cafetín, librería, cine, hasta una lavandería y una que otra tienda de ropa. Cualquiera que pasara por el lugar pensaría que era un pequeño y humilde pueblito. ¡Si supieran!

Su edificio había sido nombrado por el mismo Rook, “Firefly”. Cuando ella le preguntó si le gustaban mucho los insectos, él simplemente respondió “Deberías ver más televisión”. Guiñando un ojo, de forma amigable, la dejó pensando mientras seguía con su trabajo. Más tarde descubrió que se trataba una serie de ciencia ficción muy popular. Sería un genio, pero era un Geek donde lo pusieras. Ella era más afín con series de crimen y misterio.

Con pies pesados entró y subió por el ascensor hacia el último piso donde estaba la oficina privada de Jonathon. Al salir del ascensor, notó que la puerta de la oficina estaba entreabierta, llegó a ella en cuestión de segundos. Él nunca dejaría la puerta abierta, no mientras estuviera trabajando y mucho menos la de su oficina privada. Solo se podía acceder a ese piso si se tenía una llave especial, cuya única copia pertenecía a ella, siendo la original de él. Lentamente abrió la puerta. Una parte de ella esperaba encontrar a John dormido sobre una pila de papeles o trabajando, pero algo en su interior le decía que eso no iba a suceder.

Con un poco de temor asomó su cabeza a través de la puerta y observó la oficina. Como esta era la oficina privada de Rook, estaba decorada a su gusto; con paredes y piso de madera, una tenue luz que venía de unos dispositivos, inventos del profesor, que se asimilaban a velas, pero irradiaban mucha más luz que una lámpara normal. La pared del fondo estaba cubierta de estantes de roble, altos y poderosos, llenos de libros antiguos y algunos nuevos. Al profesor le encantaba la poesía, los clásicos de la literatura y tenía un gran amor hacia los libros. Frente a su colección había un sillón grande y extremadamente cómodo, era color vino tinto y la textura era suave, parecía lleno de plumas y se acomodaba a tu cuerpo deliciosamente.

Kate atravesó lentamente la habitación examinando cada rincón con detalle, al llegar al escritorio principal del profesor su mirada se detuvo; detrás de la silla había una especie de espejo que ella estaba segura no estaba en esa pared la noche anterior. Al acercarse más, vio que en el piso estaban todos los informes y papeles que pertenecían al escritorio. Con un poco más de preocupación empezó a recoger el desorden cuidando de no pasar por alto algún indicio de lucha o sangre. No había ningún rastro de violencia. Pero si había alguien que Kate Magnus conocía perfectamente era a Jonathon Rook, y no había manera posible de que él dejara algo fuera de lugar.

Su mente empezó a imaginar los peores escenarios, algo heredado de su madre. Secuestro fue lo primero que vino a su mente, pero no podía convencerse de aquello, su pueblo estaba en la zona más segura del país, nadie conocía lo que realmente pasaba y técnicamente no estaba en el mapa. Todo el pueblo tenía un campo magnético que actuaba de escudo para los satélites y demás dispositivos que pudiesen detectarlos. Los únicos que conocían de su existencia eran el gobierno y algún turista que se perdía. Mientras su mente repasaba todas las posibilidades, su mano tropezó con algo puntiagudo que no reconoció. Lo observó mientras lo recogía. Era un objeto triangular, plano y delgado hecho de un material similar a las características del cristal, incluyendo sus dimensiones; emitía un brillo entre azul y rosado, cabía perfectamente en la palma de su esbelta mano.

Después de parpadear un par de veces para asegurarse de que no estaba imaginando cosas, le dio vuelta al objeto para examinarlo. En la otra cara del cristal se encontraba un pequeño botón en el centro, casi imperceptible a no ser por el hecho de poseer un pequeño relieve.

Sin darse cuenta apretó el botón. Lo último que recordó fue una luz blanca y un viento que desordenó los papeles que había logrado acomodar antes de que todo se apagara.

Por el espejo

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