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PRÓLOGO

Hace quince años el Servei de Publicacions de la Universitat de València nos encargó un manual universitario de Lingüística general y aplicada que se publicó con este título en 1990. Tres ediciones y numerosas reimpresiones avalan el éxito del mismo entre los estudiantes de nuestra Facultat de Filologia y entre los de muchos otros centros españoles e hispanoamericanos. También ha merecido varias reseñas favorables a cuyos autores agradecemos de verdad las observaciones críticas que nos hicieron. Pero en la vida científica todo tiene fecha de caducidad y malo sería que alguna disciplina fuese ajena a dicha ley inexorable que obliga a reinventarse continuamente los métodos, los conceptos y las soluciones. La lingüística, por cierto, se enfrenta a esta exigencia más que ninguna otra ciencia porque habla metalingüísticamente del objeto lenguaje con el propio lenguaje, lo que se traduce en un doble perspectivismo, empírico y categorizador. Aunque los responsables de la editorial universitaria nos requirieron muchas veces una edición ampliada y renovada, siempre fuimos reacios a hacerla, y ello por una razón muy simple: si bien en este tránsito entre dos siglos todas las ciencias han acelerado su transformación, la nuestra lo ha hecho de manera vertiginosa. Esto no es un tópico: el contenido y, sobre todo, el tono de los manuales que se están publicando últimamente son tan distintos de los de hace tres lustros que casi parece que se trate de dos materias diferentes.

Con todo, más profunda ha sido todavía la transformación del lector prototípico. Cuando escribimos el manual de 1990, la lingüística era una ciencia dura y formalizada, venía a ser las matemáticas de las letras, por expresarlo de manera gráfica, y así lo refleja con fidelidad el índice de aquella obra. Pero lo que los lectores piden a un texto de lingüística en el siglo XXI es muy diferente. Comenzando por el título mismo, ya no interesa tanto el método lingüístico cuanto el lenguaje como fenómeno: fenómeno social, fenómeno cultural, fenómeno mental y hasta fenómeno biológico. Digamos que, en el momento presente, la ciencia del lenguaje, sin dejar de ser ciencia, ha retomado una dimensión humanística que nunca debió perder. Ello implica un replanteamiento absoluto de los contenidos y del tono, lo cual nos obligaba a escribir una obra completamente nueva. En cuanto a los contenidos, este trabajo atiende sobre todo a lo que, parafraseando el título de un conocido libro de Charles Bally, pudiéramos llamar el lenguaje y la vida. En cuanto al tono, se ha concebido como una obra de divulgación científica y no como una obra de referencia. En otras palabras que es más un libro para leer que para estudiar y, sobre todo, aspira a ser un libro para motivar.

¿Motivar? ¿Motivar a qué? ¿Acaso esto de la lingüística no es simplemente una de las partes que integran el currículo de los profesores de lengua, tanto materna como segunda? También, desde luego, pero no sólo y cada día menos. Ya no se trata únicamente de que en el momento actual el panorama de las salidas laborales docentes se presente ensombrecido: esto es algo contingente que pasará. Lo más importante es que la actitud de los seres humanos ante el lenguaje ha cambiado: ahora se sabe que el lenguaje es un instrumento poderoso que permite cambiar la sociedad mediante los medios de comunicación –el cuarto poder– y la economía mediante el dominio de las relaciones comunicativas, que permite entender el mundo mediante los símbolos culturales, que permite terapias insospechadas en pacientes de etiología muy variable. Todo lo cual no es nuevo, claro, sino antiquísimo: el lenguaje como poder, como retórica o como taumaturgia es tan antiguo como la civilización occidental. Sólo que nadie le había prestado atención en el mundo académico, entretenidos como estábamos en estériles análisis gramaticales y en inacabables comentarios de texto.

Los profesores que hemos elaborado este libro pertenecemos a las universidades valencianas, a la de València, a la de Alacant y a la Jaume I, pero también al Colegio de México. Ello representa ya una ampliación respecto a la procedencia de los autores del manual de 1990, si bien menos amplia de lo que hubiéramos deseado. Son razones de proximidad geográfica y el aprovechamiento de una estancia investigadora en España las que han determinado una colaboración viable, quiere decirse, real. Un problema de las obras colectivas es que cada uno sólo se preocupa de su parte y, al final, el lector no sabe a qué carta quedarse. Confiamos en que este no sea nuestro defecto. Porque el carácter humanístico que ha llegado a tener la lingüística puede dar la impresión de que se trata de una serie de opiniones dispersas sobre el lenguaje. No hay tal: ni están dispersas ni se trata de meras opiniones sin contrastar. Pero el mejor juez de la coherencia de la obra que presentamos al lector será el lector mismo: a su buen juicio nos encomedamos rogándole, eso sí, que no deje de hacernos partícipe de sus comentarios, sugerencias o reservas.

ÁNGEL LÓPEZ GARCÍA

BEATRIZ GALLARDO PAÚLS

Conocimiento y lenguaje

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