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Оглавление1. Comunicación y lenguaje
José María Bernardo Paniagua
Universitat de València
1.1 Introducción
Los manuales de Lingüística suelen comenzar con un capítulo titulado comunicación y lenguaje en el que se presentan, a modo de introducción y supuesto general, algunas cuestiones que hacen referencia a la comunicación (delimitación, elementos, dinámica, funciones y tipología) y, a partir de ese marco disciplinar, otras relacionadas con la definición del lenguaje (capacidad humana, instrumento o sistema de comunicación). Además suelen especificarse aquellos rasgos que se consideran más relevantes para abordar el tratamiento científico del lenguaje por parte de la Lingüística, fundamentalmente las unidades sígnicas que lo componen, su inserción en los diferentes niveles lingüísticos y la interrelación de las mismas en las construcciones que conforman los hablantes para interactuar en las diferentes y peculiares acciones y situaciones comunicativas.
Ahora bien, y como quiera que las cuestiones aludidas anteriormente tienen un tratamiento adecuado y prolijo en varios de los capítulos de esta obra, hemos optado por elaborar este apartado siguiendo pautas y coordenadas que marcan los estudios actuales de Teoría de la Comunicación y, por otra parte, dar entrada a ciertos aspectos que los lingüistas no suelen tratar normalmente por razones diversas. Entre otras, el planteamiento restrictivo que limita el objeto de la Lingüística al estudio del lenguaje humano oral o escrito y deja de lado aquellas manifestaciones de la comunicación y del lenguaje que tienen que ver de manera especial con ciertos espacios comunicativos que se caracterizan por la complejidad proveniente de la producción y recepción de determinados textos o discursos propios de un tipo de acción comunicativa muy relevante que se vehiculiza a través de los medios de comunicación social actualmente dominantes: la prensa, la radio, la televisión, el cine e internet. En segundo lugar, el riesgo de que se considere una osada intromisión o arriesgada aventura el intento de afrontar esas manifestaciones desde la perspectiva lingüística. Finalmente, también debe contemplarse la posibilidad de que los propios lingüistas estén guiados por prejuicios que conduzcan a mirar con cierto desdén algunos lenguajes y, por lo mismo, consideren impropio o poco serio el tratamiento científico de los mismos.
A este planteamiento puede concedérsele, sin duda alguna, un carácter marcadamente prospectivo puesto que significa una exigencia con vistas al futuro del desarrollo de los estudios lingüísticos. No obstante, y tal como demuestra de forma exhaustiva S. Serrano (2000), tiene sus raíces en la propia evolución de la comunicación, del lenguaje y de los estudios sobre ambos fenómenos en el mismo campo de la Lingüística y en otros de ciencias cercanas y no tan cercanas a ese campo del saber. Por esa y otras razones, quizás sea conveniente comenzar a asumir esta propuesta como necesidad basada en supuestos antropológicos (Grau, 2002; Duranti, 2000), semiótico-comunicativos (Martín-Barbero y Rey, 1999; Pérez, 1995) y específicamente lingüísticos como subraya, desde una doble perspectiva pragmática y epistemológica, López (1999: 75) al afirmar:
Hoy, como siempre, las secuencias lingüísticas son verbalizaciones del mundo, que lo presuponen y reflejan en mayor o menor medida, lo que ha cambiado es que, ahora, grandes parcelas de la lengua son indisociables de una imagen que las acompaña. Más aún, la percepción de la lengua que tienen los hablantes, la cual es el fundamento de su estudio científico, es una percepción ligada indisociablemente al mundo visual. En un panorama como el que estoy bosquejando, me parece que la relación entre la Lingüística y la Comunicación Audiovisual son obvias. Hoy la cultura es una cultura más audiovisual que escrita. Y si la Lingüística aspira a ser una de las ciencias culturales del momento presente, forzoso es que, como disciplina ocupada en desentrañar los fundamentos del acto comunicativo, tienda puentes hacia la modalidad más popular de la comunicación de fines del siglo XX, la audiovisual.
Para responder a las cuestiones mencionadas en esta introducción, realizaremos un breve recorrido que tiene como hitos fundamentales:
a) la constatación de la pluralidad y diversidad de las situaciones comunicativas, y no sólo el constructo paradigmático del modelo o modelos de representación del sistema comunicativo, como punto de partida para la reflexión científica sobre la comunicación y el lenguaje;
b) la revisión del proceso histórico de la construcción de la Ciencia (o ciencias) de la Comunicación; c) la presentación de los factores conformantes de una aproximación compleja a la comunicación actual; d) las derivaciones de esa visión de la comunicación en el tratamiento de los lenguajes dominantes y, como conclusión,
e) las implicaciones de todo lo anterior en la aproximación lingüística a los fenómenos provenientes de la realidad comunicativa actual y de los lenguajes en ella empleados.
1.2 Variables y constantes en las situaciones comunicativas
1.2.1 Las esferas de la comunicación
Antes de enfrentarnos a la aproximación científica, diacrónica y sincrónica de la comunicación, consideramos importante presentar lo que podemos denominar realidad comunicativa y atribuir cierta relevancia a una serie de cuestiones que, sin duda, constituyen el punto de partida o referente del tratamiento científico de la comunicación. Es decir, desde una perspectiva científica, esa constatación de la realidad comunicativa constituye, sin duda, el referente concreto, la realidad, para llevar a cabo el proceso de reflexión que supone la aproximación científica a la comunicación como objeto de investigación, reflexión y explicación. En otras palabras, la delimitación de la comunicación como objeto científico, como operación inicial del proceso de investigación y de construcción de una disciplina o campo del saber, ha de realizarse extrayendo de la realidad comunicativa concreta lo que se considera más relevante para ser estudiado, de acuerdo con los supuestos y exigencias de una determinada perspectiva científica o paradigma.
El tratamiento de la pluralidad de las manifestaciones comunicativas ha sido realizado de forma diferente por diversos autores en función de su perspectiva de estudio. A modo de ejemplo, introduciremos a continuación algunas muestras presentando básicamente las clasificaciones propuestas por estudiosos representativos.
Bougnoux (1999: 15), por ejemplo, propone esta enumeración: «esferas o círculos de la comunicación: doméstica, educativa (comunicación pedagógica), espacial (urbana), pública (relaciones públicas y marketing) y global (esfera mundial de los intercambios)». Por su parte, McQuail (1999: 35-38) resume su planteamiento en los términos siguientes:
Para calificarse como red de comunicación, en el pleno sentido de la palabra, tiene que haber tanto un medio de entrega e intercambio como un flujo activo de mensajes en el que todos o la mayoría participen activamente. Existen tecnologías capaces de soportar una red alternativa (no de masas) a escala de toda una sociedad (en particular, la red de transportes, la infraestructura de telecomunicaciones y el sistema postal), pero éstas suelen carecer de los elementos sociales y papeles públicos a escala de toda la sociedad que tienen los medios de comunicación de masas. En un nivel inferior a la sociedad, hay varios tipos de redes de comunicación. Uno de ellos reproduce el conjunto de la sociedad a escala de la región, ciudad o población e incluso puede tener su propia estructura mediática paralela. Otro queda representado por la empresa u organización laboral, que quizás no tenga una única ubicación pero que suele estar bien integrada dentro de sus límites organizacionales, entre los cuales se suele producir la mayor parte del flujo de comunicación. Un tercer tipo lo ilustra la «institución», como las del gobierno, de la enseñanza, de la justicia, de la religión o de la seguridad social. Las actividades de una institución social siempre son muy diversas y requieren, asimismo, correlación y mucha comunicación, siguiendo rutas y formas establecidas. Las organizaciones e instituciones sociales se distinguen de las redes a escala de toda una sociedad mediante la especificidad de sus tareas. También están limitadas y relativamente cerradas, si bien la comunicación sí atraviesa sus límites (por ejemplo, cuando una burocracia o una empresa comunica con sus clientes, y viceversa). Por debajo de este nivel se dan aún más tipos, y más variados, de redes de comunicación basados en alguna particularidad compartida de la vida cotidiana: un entorno (un barrio, por ejemplo), un interés (como la música), una necesidad (por ejemplo, el cuidado de niños pequeños) o una actividad (como el deporte). En este nivel, las cuestiones clave conciernen a la adhesión y la identidad, y a la cooperación y la creación de normas. En los niveles intragrupal (por ejemplo, la familia) e interpersonal, se ha prestado normalmente más atención a las formas de conversación y a las pautas de interacción, influencia, afiliación (grados de adhesión) y control normativo. En el nivel intrapersonal, la investigación de la comunicación se concentra en el procesamiento de la información (por ejemplo, la atención, la percepción, la comprensión, la memoria y el aprendizaje) y sus eventuales efectos (sobre el saber y las opiniones y actitudes). Esta pauta aparentemente sencilla se ha complicado con la creciente «globalización» de la vida social, en la que han intervenido los medios de comunicación de masas. Hay, sin embargo, un «nivel» más elevado de comunicación e intercambio que debe ser considerado: el que atraviesa, e incluso ignora, las fronteras nacionales en una gama cada vez mayor de actividades (económicas, deportivas, políticas, lúdicas, etc.). Las organizaciones e instituciones se encuentran menos confinadas dentro de sus fronteras nacionales y los individuos también pueden satisfacer necesidades de comunicación fuera de su propia sociedad o entorno social inmediato. La correspondencia, antes muy destacada entre, por una parte, unas pautas de interacción social personal en un espacio y tiempo compartidos y, por otra, unos sistemas de comunicación se ha debilitado mucho a medida que se ensancharon considerablemente nuestras opciones culturales e informativas.
Es cierto que no es posible hablar de la pluralidad de las manifestaciones comunicativas sin recurrir a los estudios de carácter científico que han realizado los autores que iremos citando a continuación. No obstante, la información que seleccionaremos será empleada desde una perspectiva previa a la aproximación científica propiamente dicha con la finalidad de poner en evidencia la variedad que ofrecen los hechos comunicativos como exigencia de la multiplicidad de situaciones de interacción comunicativa y social (Livolsi, 2000: 25-28, 455-483). Dicha pluralidad de las formas de la comunicación ha sido resaltada por todos los teóricos de la comunicación por razones diversas y desde perspectivas diferentes. A partir de esos testimonios podría ensayarse un elenco ecléctico en el que se incluyeran, al menos como una mera enumeración, todas las modalidades de comunicación desde la intra e interpersonal a la mediada, social, de masas o virtual. Sin embargo, consideramos más riguroso hacer constar algunos testimonios que hemos seleccionado como muestra representativa de ese ámbito de estudio.
Saperas (1998: 111-117), por ejemplo, afirma que:
Un diagnóstico general de esta compleja estructura comunicativa nos permite reconocer cinco niveles básicos de estructuración de los sistemas y procesos de comunicación, y consecuentemente definen cinco niveles de análisis que organizan internamente la teoría de la comunicación: nivel intrapersonal, nivel interpersonal, nivel de las organizaciones, nivel institucional (instituciones comunicativas) y nivel macrosocial (sociedad y opinión pública.
Esa enumeración responde a la necesidad de subrayar que las teorías actuales de la comunicación amplíen el objeto de estudio y, por lo tanto, el campo de investigación como única y adecuada manera de responder a la complejidad de la propia realidad comunicativa. En ese contexto, aboga por la necesidad de que los teóricos de la comunicación contemplen el conjunto de niveles de la comunicación que, aun siendo realidades y situaciones autónomas, guardan entre sí una radical interrelación. Cualquier forma de comunicación se encuentra interrelacionada con otras formas del proceso comunicativo de mayor o menor complejidad y pensar en cada elemento comunicativo de forma segmentada del resto de las comunicaciones es ignorar la compleja realidad actual.
La pretensión, en segundo lugar, de fundamentar su tesis de la interdisciplinaridad a la hora de formular y desarrollar un tratamiento científico de la comunicación conduce a Wolton (1999) a presentar una versión diferente a la de los autores citados hasta el momento con respecto a las manifestaciones que pueden observarse en la comunicación humana y a establecer, basado en los campos científicos que se ocupan de la comunicación, tres polos que indican diferentes delimitaciones y aproximaciones.
El primer polo, conectado con las neurociencias (neurobiología, neurofisiología, neurofarmacología, neuropsicología, informática) y con las ciencias cognitivas (psicolingüística, lógica, informática, psicología cognitiva, lingüística), estudia la comunicación en sus relaciones con el cerebro tanto al nivel de la percepción como en el de la memoria, del tratamiento de las informaciones y del lenguaje.
El segundo polo, en conexión con las ciencias cognitivas y las ciencias para el ingeniero (informática, electrónica, modelos matemáticos, automática) se centra en los problemas de comunicación entre el individuo y las máquinas a partir de una modelización y de una simulación de las características de la comunicación humana.
El tercer polo, centrado en las ciencias humanas y sociales, estudia el impacto de las técnicas de comunicación (informática, telecomunicación, audiovisual) en el funcionamiento de la sociedad. Analiza la reacción de los diferentes medios sociales a la llegada de esas técnicas y las condiciones de aceptación y de rechazo que se abren paso.
Rosengren (2001: 52-53; 61-64), como último ejemplo, propone una clasificación de las formas o tipos de comunicación partiendo de las particularidades estructurales de las mismas o de su desarrollo histórico en relación con los medios o técnicas que intervienen en ellas. Entre otras, enumera la comunicación no verbal, la verbal oral, escrita, audiovisual, multimediática, etc. Además, afirma que la comunicación humana puede tener lugar o bien dentro de una única unidad o de unidades diversas por su dimensión y complejidad. Este podría ser el elenco de algunas unidades formales e informales cuya existencia depende de la comunicación: individuos y pequeños grupos; comunidad y redes locales, regionales, nacionales e internacionales, organizaciones formales; entes locales como países, ciudades, pueblos, provincias y regiones; sociedades, naciones, estados, coaliciones, federaciones y otras organizaciones internacionales de estados soberanos.
1.2.2 La comunicación como proceso
Responder a la pregunta ¿qué es la comunicación? o, lo que es lo mismo, ¿cuáles son aquellos elementos que se consideran normalmente componentes de las acciones y de los procesos de la comunicación? exige, al decir de Pasquali (1973: 42), un cierto esfuerzo de abstracción definitoria para tratar de comprender lo que la comunicación es, y los elementos esenciales que intervienen en su proceso, sea cual fuere la época, el grado de desarrollo o la condición social en que se ejerce. Esto no significa olvidar los aspectos históricos, sociopolíticos, técnicos o económicos del problema, mas para intentar una verdadera definición de comunicación deben omitirse temporalmente sus aspectos cambiantes en el tiempo, para centrarnos en lo que hay en ella de universal y necesario. En una palabra, han de apresarse los rasgos comunes, esenciales y distintivos presentes en todo proceso de comunicación.
La enumeración de las innumerables definiciones que se han dado sobre la comunicación constituye un empeño imposible de cumplir y quizás de no mucha utilidad. No obstante, hay autores que han llevado a cabo esa tarea de forma exhaustiva y recopilado un gran número de definiciones. Parece pues, más razonable recurrir a los ensayos que han realizado algunos autores para configurar un marco sintético en el que se hagan constar los rasgos comunes de un conjunto de definiciones a partir de ciertos criterios o núcleos de clasificación. Ésta es la operación que han llevado a cabo, entre otros, Morcellini y Fatelli (2000: 119123) y Sorice (2000: 75-82).
Precisamente ese autor (Sorice, 2000: 75) cree que deben esclarecerse al menos ocho conceptos de base que subyacen a las definiciones normalmente más empleadas en el ámbito sociológico y mediológico, si bien estas referencias tendrán un carácter general que no eximen del análisis en torno a los fundamentos de la comunicación.
– Comunicación como contacto que, además, asume el concepto de comunicación como participación, es un concepto antiguo que relaciona la comunicación con la comunicación ferroviaria, carretera, canales, etc.
– Comunicación como transferencia de recursos e influencia que se refiere a la trasmisión de una propiedad, de un recurso o de un estado de un sujeto a
otro; en ella, hay necesariamente una actividad humana ni existe una dimensión interpretativa. Relacionada con esta acepción está la acepción de comunicación como influencia que posee varias direcciones interpretativas: a) comportamiento de un ser viviente que influye en otro o bien, b) cualquier tipo de emisión de una señal por parte de un organismo que influye en otro organismo. Esta acepción tiene su fundamentación en un modelo explicativo de carácter conductista o behaviorista y, en el estudio de la comunicación de masas, con la denominada teoría de aguja hipodérmica: la inoculación de mensajes, ideas, orientaciones sobre un público de masa considerado sustancialmente pasivo e incapaz de producir elaboraciones propias.
– Comunicación como paso (trasmisión) de información que se desarrolla de forma analítica en la posguerra cuando surge la necesidad de medir la información y comprender cómo se puede conseguir una mayor eficacia en la trasmisión de información, que concede la mayor relevancia posible a la fuente e implica la existencia de soportes tecnológicos para vehiculizar los flujos de información que presenta características específicas en la nueva sociedad de la información. En este ámbito explicativo se puede incluir el desarrollo de la teoría de la comunicación realizado por U. Eco.
– Comunicación como participación. En este caso, el proceso comunicativo debe entenderse como el envío de mensajes y, sobre todo, como el acto social de participación. Se trata de un sistema en el que los interlocutores producen su propia percepción de la realidad.
– Comunicación como inferencia. Es una acepción alternativa al concepto y modelo informacional que defiende que el proceso comunicativo no se sustancia en la trasmisión de información, sino más bien una actividad compleja de construcción de indicios y producciones de conjeturas (inferencias, implicaturas) sobre los indicios producidos por los interlocutores. La actividad deductiva consiste, pues, en la producción de instancias de pertenencia.
– Comunicación como intercambio que también se relaciona con el concepto de cooperación y, quizás, de competición. En esta acepción se incluyen formas particulares de comunicación tales como las estrategias de marketing o los ritos de carácter antropológico. Este concepto de intercambio implica que ambos polos poseen determinadas características.
– Comunicación como relación social. Constituye un caso particular de intercambio y tiene una evidente relevancia sociológica: la formación de una unidad social se realiza a partir de cada uno de los individuos mediante el uso del lenguaje o de los signos. Esta acepción es la base de muchas hipótesis de carácter psicológico.
– Comunicación como interpretación. Está basada en los presupuestos de la Hermenéutica y su idea central es que el disfrute de un texto no puede reducirse al acto de escuchar ni para aquél que lo descodifica; es necesario, en cambio, una actividad muy compleja que defina un proyecto, precomprensión, sobre la base de la hipótesis sobre el significado de profundo. En resumen, el concepto de interpretación recoge un proceso de reelaboración de todas las posibles direcciones de la comprensión. En este ámbito se incluyen teorías que están incluidas en el círculo hermenéutico y en las tesis, como la de Eco, relacionadas con la interpretación y el uso, así como teorías semióticas ligadas a la elaboración de descodificación aberrante.
Aún valorando la riqueza teórica que supone la gran variedad de definiciones de comunicación, preferimos optar, en consonancia con otros autores, y referirnos únicamente a aquellas definiciones que inciden en la concepción de la comunicación como proceso e interacción entre los agentes que participan en el mismo, como emisor/emisores y receptor/es, como productores y receptores e intérpretes de los textos o productos que albergan determinados mensajes codificados de formas plurales y variados. Esta opción se debe básicamente a la relevancia de esa forma de concebir, explicar e interpretar la comunicación a la hora de construir su definición como síntesis de elementos constantes que, debido a su propia e ineludible dinámica, aparece configurado de formas diferentes en función de las variadas situaciones comunicativas que, por otra parte, constituye el supuesto fundamental para realizar una aproximación coherente y adecuada a las formas y niveles de la comunicación que actualmente todos los autores reivindican como parte del objeto de las teorías y de la Ciencia de la Comunicación.
Ya hemos aludido a la definición de la comunicación humana dada por Rosengren (2001: 52-53) y que se deriva de los requisitos siguientes:
Interacción (influencia recíproca) que sea intersubjetiva (conocida mutuamente) e intencional, voluntaria y se realiza a través de un sistema de signos basado fundamentalmente en un sistema de símbolos verbales caracterizados por la doble articulación que, a su vez, se basa en sistema completo que incluye la fonética, la sintaxis, la semántica y la pragmática; en otros términos, «la comunicación es una interacción intersubjetiva y voluntaria mediante un lenguaje humano basado en la doble articulación y en un sistema simbólico».
En términos similares se expresa Livolsi (2000) cuando afirma que la comunicación, como hemos dicho, es el proceso por el cual Q1 dice alguna cosa a Q2 sobre la base de motivaciones particulares y para conseguir objetivos determinados en una específica situación-contexto. La parte ‘dice alguna cosa’ significa que Q1 usa uno o más códigos lingüísticos (por ejemplo, la palabra) para expresar los contenidos. Los códigos son los instrumentos utilizados para comunicar. Casi siempre la atención (especialmente de los no especialistas) se refiere más a qué cosa se dice que a cómo se dice. Esto sucede en todo tipo de comunicación, desde el saludo a la relación íntima, a la ficción televisiva, etc. En resumen, también el modo de decir las cosas está determinado por el contexto en el que se desarrolla la situación. El efecto contexto determina la elección de los códigos particulares y tiene en cuenta, entre otras cosas, la eventual asimetría de poder entre los dos partner cuando uno de ellos tiene más prestigio o poder que otro.
Para este autor (Livolsi, 2000: 16), no obstante, sólo
hay comunicación cuando Q1 dice algo a Q2, pero sólo si se trata de la fase inicial del proceso de comunicación pero, en realidad, la comunicación se realiza verdaderamente cuando Q2, que ha recibido la información, la descodifica, la comprende, la valora y, consecuentemente, responde a Q1, cualquier tipo de respuesta, aunque sólo sea una inclinación de cabeza para expresar acuerdo o desacuerdo. Sólo después de la respuesta de Q2 se puede hablar, efectivamente, de proceso de comunicación; de lo contrario, se debe, como máximo, afirmar que Q1 ha emitido señales que no han sido recibidas. La comunicación presupone tanto el envío como la recepción de una señal, es decir que Q2 haya sido implicado y haya recibido una señal que ha interpretado, no importa si de forma absolutamente exacta.
Serrano (1984: 37-51) en el primer capítulo de la Semiótica presenta una delimitación de la comunicación, de sus elementos y del proceso de comunicación desde una perspectiva semiótica que expresa de esta manera:
Si en la historia del pensamiento, afirma, de los últimos treinta años hemos de buscar una palabra clave, sin duda esta palabra es «comunicación». Ya señalábamos en el primer capítulo la importancia excepcional que ha tenido el tema de la comunicación, verbal y no verbal, en el desarrollo de la semiótica. En realidad, y como es natural, el estudio de los signos siempre ha sido relacionado con el concepto de comunicación, así como con el de pensamiento. Decíamos: no hay pensamiento sin signos: y decimos: no hay signos sin comunicación. En estricta lógica podemos decir: no hay pensamiento sin comunicación. Todos estaremos de acuerdo en que buena parte de nuestra actividad resulta ser una actividad comunicativa. Es tan natural en nosotros que incluso prácticamente no le damos importancia. Nos es tan natural y familiar como el respirar. Pues bien, este proceso tan común y tan familiar se había simplemente aceptado hasta hace poco pero no se había intentado analizar de una forma rigurosa a fin de explicitarlo. Esto es lo que se empezó a hacer a partir de los años cincuenta. Ahora, paradójicamente, estamos en condiciones de afirmar que este proceso tan común y familiar es extraordinariamente complejo y heterogéneo. Que en él intervienen una gran cantidad de factores y que las estrategias que rigen el comportamiento de los elementos son de lo más variadas.
Desde esa perspectiva, y como operación previa al análisis de los elementos que componen la estructura de la comunicación e interactúan en su dinámica, este autor define la comunicación como
Proceso por el cual unos seres, unas personas, emisor y receptor (es), asignan significados a unos hechos producidos y, entre ellos, muy especialmente al comportamiento de los otros seres o personas. Un caso particular, naturalmente, es el de la lingüística, y aún de ésta la que se establece, en este momento, entre el autor de este libro y el lector. El concepto de comunicación presupone, pues, otros dos conceptos: el concepto de relación y el de transmisión. La relación es entre seres, entre personas, y la transmisión es de información, de significado.
El concepto de comunicación presupone, para este autor, otros dos conceptos: el concepto de relación y el de transmisión. La relación es entre seres, entre personas, y la transmisión es de información, de significado. El proceso de comunicación se fundamenta, pues, en los conceptos de relación entre seres y de transmisión de un mensaje. Existen unos elementos que forman parte del proceso de comunicación y justamente ponen en contacto la relación y la transmisión, son el contexto y el feed-back (retroalimentación). El término contexto se refiere, en sentido amplio, a la situación en que el mensaje es producido por el emisor e interpretado por el receptor. El contexto incluye un conjunto de factores de tipo psicológico, sociológico y físico que configuran el entorno en que tiene lugar el acto (relación + transmisión) comunicativo, incluye el contacto, es decir, condiciones que hacen posibles la comunicación, el referente, realidad objetiva a la que se refiere el mensaje y el entorno, ecológico, biológico, sociológico y psicológico de la relación.
A modo de resumen, las claves del planteamiento de S. Serrano (1984: 43) serían que: a) los conceptos base del acto de comunicación son proceso y participación; b) un proceso es un concepto abstracto que designa una relación dinámica entre objetos concretos, una secuencia organizada de hechos o acontecimientos; c) el proceso es de transmisión de información mediante el mensaje. [...]; en la comunicación, todos sus componentes sufren cambios constantemente, y de manera especial los elementos más importantes del proceso, los participantes en el acto, los actores. Es decir:
La comunicación, el acto comunicativo, lo podemos considerar, pues, como un proceso de participación. La realización de este proceso puede resultar exitosa o un fracaso. Como en el proceso intervienen un conjunto de elementos, de cada uno de ellos depende, en cierto modo, el éxito o el fracaso del acto.
Finalmente, Rodrigo (2001), comentando la definición de Gifreu según el cual «la comunicación humana es un proceso histórico, simbólico e interactivo por el cual la realidad social es producida, compartida, conservada, controlada y transformada», explica que la comunicación:
– Es un proceso: «cualquier hecho comunicativo es un episodio contingente, que empieza y acaba y sigue un determinado desarrollo; esta característica procesual vale tanto para el individuo como para los grupos o las colectividades o sociedades». Efectivamente la comunicación es un proceso que se inicia, tiene un desarrollo y acaba. Sin embargo, las características del proceso serán distintas si se trata de individuos o de sociedades. En la comunicación interpersonal o en el teatro, por ejemplo, en el propio proceso comunicativo se establecen las señales de inicio y de final. En el caso de las colectividades o sociedades, excepto en casos de hitos emblemáticos (y aún en este caso podría cuestionarse), es más difícil establecer el inicio y el final.
– Es un proceso histórico. «No hay comunicación en abstracto, sino en concreto, todos los fenómenos de comunicación se producen en la historia y en una historia particular de los pueblos y las culturas». Toda realidad social está enmarcada en un momento histórico determinado y con los referentes propios de aquel momento histórico para una cultura determinada. Muchos fenómenos comunicativos han evolucionado dentro de una misma sociedad y son bastante distintos de los que se producen en otras sociedades. Aunque también puede haber puntos de contacto e hibridaciones.
– Es un proceso interactivo: «comunicar es un hecho social por definición que pone en contacto sujetos sociales capaces de hablar y capaces de actuar; comunicar es una relación, no una cosa». Incluso en el caso de los medios de comunicación de masas cada vez se tiene más claro que se produce una relación entre el receptor y el medio de comunicación. Llevado al extremo podríamos decir que hablar de comunicación interactiva es un pleonasmo. Si la comunicación es la relación, la producción del mensaje, el mensaje en sí mismo y el efecto serían la materialización de la relación: el producto / el resultado de la comunicación.
– Es un proceso simbólico: «la interacción se produce por medio de símbolos cargados de significación y ordenados en forma de texto o discurso; el fundamento básico de esta significación es el lenguaje natural». Con la primera parte de la afirmación no puedo estar más de acuerdo; pero desearía hacer alguna puntualización sobre la importancia del lenguaje natural. En primer lugar, la distinción entre los lenguajes naturales como inmanentes al ser humano y los lenguajes artificiales como una construcción humana puede hacernos olvidar que el lenguaje natural es también convencional. En segundo lugar, Gifreu se centra sobre todo en el lenguaje verbal. El título del primer capítulo de su libro es suficientemente esclarecedor de su postura: «Comunicar, es decir, hablar» (Gifreu, 1991: 15). Para la cultura occidental, el verbo es seguramente el principio. Pero otras culturas pueden valorar más otro tipo de formas de comunicación, como por ejemplo el gesto.
– Por el cual la realidad social es producida: «hablamos de realidad social como equivalente a “sociedad” en el sentido de sistema de relaciones entre sujetos socializados; y hablamos de producir entendiendo tanto las estructuras profundas de la socialidad como las estructuras históricas de las sociedades que resultan de procesos y relaciones de comunicación». En mi opinión, éste es el corazón de la propuesta de Gifreu, y me atrevería a decir que estamos ante una propuesta básicamente constructivista.
– Es compartida: «en la medida que la realidad social es una realidad celebrada y ritualizada por los miembros y grupos que la integran». Aquí también desearía hacer una matización. Efectivamente la realidad social es compartida por los miembros de un grupo o grupos que la integran, pero también puede ser negociada por grupos que inicialmente no la integran. Se puede intentar compartir la realidad social mediante la comunicación con personas de otras culturas. En la comunicación intercultural, el hecho que no se comparta totalmente la realidad social hace que sea una comunicación más dificultosa, pero no deja de ser comunicación. Quizás yo hubiera preferido señalar que es compartida y/o negociada.
– Es conservada: «la realidad social necesita ser reproducida permanentemente, misión que se encarga a las instituciones de la comunicación (y no a las económicas, por ejemplo)». Aquí podríamos referirnos a los aparatos ideológicos del estado según Althusser (1974: 105-170). Recordemos que para la reproducción de las relaciones de producción los estados se valen de una serie de aparatos ideológicos: escolar, familiar, religioso, jurídico, político, sindical, de la información y cultural.
– Es controlada: «todo proceso de comunicación tiene una dimensión de control o responde a unas estrategias de control y de interés para influir en el grupo o la colectividad». Esta característica es prácticamente un corolario de la anterior. Para la conservación es imprescindible un control, o al menos un intento de control. De hecho hasta en el acto de comunicación más simple se pretende causar determinado efecto en el interlocutor. Si hago un aseveración espero ser creído, si hago una pregunta espero una respuesta, si cuento un chiste espero al menos una sonrisa aunque esté llena de condescendencia.
– Es transformada: lo mismo que sirven para conservar la realidad social, los procesos de comunicación la ponen constantemente en cuestión forzándola a la renovación y a la transformación de acuerdo con las alternativas emergentes». Evidentemente, si aceptamos que es producida hay que pensar que puede ser transformada; sin embargo, no está de más señalarlo explícitamente, sobre todo en la época actual.
1.3 La construcción de la Teoría de la comunicación
Una vez presentada, en el apartado anterior, la dimensión plural de la comunicación y las propuestas de su delimitación o definición, es preciso realizar una revisión de los diferentes modelos de aproximación a la realidad comunicativa como objeto científico. Es decir, ofrecer un panorama, diacrónico y sincrónico, de la construcción de la Ciencia de la Comunicación que, en realidad, se presenta como un complejo mosaico formado por múltiples teorías, opuestas o simplemente complementarias, que afrontan los fenómenos o hechos comunicativos desde perspectivas y supuestos fundamentados y enraizados normalmente en los contextos sociales y científicos en los que surgen y se desarrollan.
1.3.1 Propuesta de reconstrucción epistemológica
Las reconstrucciones de la evolución de la ciencia y de las teorías de la comunicación suelen ser realizadas por la mayoría de los historiadores de acuerdo con una perspectiva cronológica, historicista y fundamentalmente descriptiva. Por nuestra parte, creemos necesario ensayar dicha reconstrucción de acuerdo con los criterios epistemológicos asumiendo los principios o supuestos que los filósofos, historiadores y sociólogos de la ciencia formulan para explicar el, por ellos denominado, cambio científico o, de forma más genérica, historia de la ciencia. Esto constituye un paso indispensable para la investigación en el campo de la historia de la comunicación ya que en él pueden verse reflejadas coincidencias y discrepancias en torno a 1) las unidades consideradas fundamentales para estudiar el cambio o progreso científico; 2) la evaluación de las teorías o modelos explicativos dentro de un momento determinado del desarrollo de una ciencia; 3) la racionalidad del cambio.
Existen, aunque no abundan, intentos de reconstruir la historia de los estudios, investigación y explicación de la comunicación con criterios similares a los que han planteado o establecido los epistemólogos o filósofos de la ciencia. No obstante, es difícil encontrar un desarrollo completo de acuerdo con los supuestos y, como es lógico, no es posible que esa operación pueda realizarse en el espacio y contexto de este trabajo. A pesar de todo, aunque sea de forma sucinta, consideramos importante señalar algunas líneas o pautas que podría seguir la reconstrucción del cambio científico en el campo del saber de la comunicación con criterios eminentemente epistemológicos en el que concurren factores y elementos externalistas e internalistas.
La reconstrucción de la historia de las teorías y de la ciencia de la comunicación, a nuestro entender, debe centrarse en el proceso de complementación y superación de los paradigmas que la comunidad científica acepta como más coherentes y eficaces para responder a las exigencias explicativas de la realidad comunicativa en función de los contextos en que se desarrollan los sistemas comunicativos y los propios paradigmas que pretenden representarlos, analizarlos e interpretarlos. Con este supuesto, debería concederse relevancia histórica básicamente a aquellos paradigmas realmente significativos tales como el Funcionalismo, la Teoría de la información, la Teoría crítica, el Estructuralismo, la Semiótica, el Interaccionismo simbólico, los Estudios culturales, la Teoría sistémica, etc. y, por el contrario, perderían relevancia aquellas propuestas que, por razones diversas, han de ser consideradas fragmentarias o parciales, normalmente dependientes o en conexión con los paradigmas dominantes.
La revisión epistemológica del proceso de formación y consolidación del estudio científico de la comunicación que, de forma sucinta, presentaremos a continuación incluye una triple operación: el planteamiento y desarrollo de una secuenciación de las etapas de la evolución de esa ciencia, la presentación de los paradigmas comunicativos que los especialistas consideran más importantes y, en último lugar, el establecimiento de algunas conclusiones en torno a las exigencias que debe cumplir la demarcación de la Teoría o Ciencia de la Comunicación.
Acorde con lo dicho anteriormente, la periodización del proceso de construcción de la Ciencia de la Comunicación debe superar la perspectiva cronológica, descriptiva y positivista, dominante en la elaboración de la historia de las teorías de la comunicación y asumir los supuestos históricos e histórico-científicos que la Filosofía de la Ciencia exige para construir la evolución y el cambio científico (Estany, 1990).
A nuestro entender, la historia de las teorías de la comunicación deberá contemplar, en primer lugar, una etapa precientífica en la que la comunicación es afrontada desde diferentes ámbitos que, sin aportar resultados sistemáticos desde el concepto moderno de ciencia, ofrecen el soporte y las pautas para el tratamiento científico posterior de la comunicación. En segundo lugar, la etapa propiamente científica dentro de la cual es preciso distinguir tres momentos o períodos fundamentales: el inicio, la consolidación y la normalización. El primero corresponde a los primeros intentos de conceder estatuto científico a los estudios de la comunicación; el segundo se caracteriza por el establecimiento del estatuto y por la creación de tendencias de investigación que tendrán continuación hasta nuestros días; el tercero, en fin, supone la total aceptación de estos estudios en la comunidad científica y académica además de la pluralidad paradigmática como perspectivas de aproximación a los fenómenos de la comunicación.
La etapa precientífica se refiere al tratamiento que, desde diferentes ámbitos del saber y disciplinas vigentes o dominantes en épocas anteriores al siglo XX, se ha dado a la comunicación como elemento o factor determinante de la propia naturaleza humana y, sobre todo, conformación de la convivencia y sociabilidad de las personas. Al reivindicar la relevancia de ese momento precientífico nos colocamos, sin duda, del lado de planteamientos que aparecen en algunos teóricos de la comunicación, provengan del campo de conocimiento que provengan, en consonancia con el planteamiento gnoseológico (Bueno, 1992-1994, 1995) de la ciencia como cierre categorial donde esas aportaciones no tienen un significado meramente anecdótico al que hay que aludir como expresión de lo que no es propiamente científico desde un criterio de demarcación de la ciencia excesivamente restringido, si no prejuiciado.
Las aportaciones más relevantes de esta etapa precientífica con respecto a la comunicación y a sus manifestaciones plurales (Serrano, 2001) tienen que ver especialmente con las reflexiones que algunos filósofos, de forma individual o como miembros de determinados movimientos filosóficos, han llevado a cabo fundamentalmente en torno al lenguaje como elemento de interacción humana y en torno a la comunicación como basamento de la sociabilidad; lo mismo ocurre con aquellos autores que, centrados en la delimitación de la acción política, recurren a la comunicación como fundamento de la construcción de los sistemas sociales y políticos y, de forma especial, de la conformación de lo que posteriormente se denominará opinión pública.
Mención especial, sin duda, merecen las aportaciones de fundadores y creadores de la gramática, la poética, la oratoria y la retórica por cuanto que, en cierto modo, son los precursores de la pragmática, factor y componente comunicativo de la ciencia comunicación y la teoría del texto y del discurso y, según otros, de la propia publicidad, al menos de lo que en ella hay de organización del discurso y, especialmente, de estructura argumentativa encaminada a la persuasión de los receptores. No es menos cierto, en fin, la trascendencia que diversos historiadores de las teorías de la comunicación han querido conceder tanto a los avances tecnológicos anteriores al XX como a la interpretación que de los mismos se hizo en su momento a la hora de construir posteriormente una ciencia de la comunicación e información.
Para la etapa científica algunos autores establecen una fragmentación muy puntual y de carácter eminentemente cronológica que difícilmente puede sostenerse desde los supuestos que los filósofos y sociólogos e historiadores de la ciencia establecen para explicar el cambio o progreso científico; entre otras razones, porque suponen cortes o rupturas drásticas que quizás no respondan a la lenta y compleja dinámica de la evolución de los paradigmas y teorías científicas y, en este caso, de las teorías de la comunicación.
Por esa razón, y sin minusvalorar los recorridos cronológicos detallados que suelen hacerse en las historias de las teorías de la comunicación, nos parece más coherente y adecuado proponer una periodización de tiempo largo que concuerde más con la propia evolución de esas teorías que, por otra parte, mantienen entre sí una especie de circularidad debido a las relaciones de complementariedad que poseen a lo largo de la historia. Esa periodización incluye un período inicial que se extiende desde finales del siglo XIX hasta la segunda década del siglo XX; un período de consolidación que transcurre entre la segunda década y 1960 y, por último, la etapa de normalización que se inicia en torno a 1960 y se mantiene en la actualidad.
Al primer período, el de los inicios de la Ciencia de la Comunicación, se le atribuye una gran trascendencia epistemológica debido a que supone la aparición de los primeros intentos de sistematización de los estudios de la comunicación de forma global o parcial desde las diferentes perspectivas. Según Mattelart (1997: 13), los inicios de la etapa científica deben atribuirse a las aportaciones realizadas por autores o tendencias pertenecientes básicamente al continente europeo a finales del siglo XIX que es considerado:
El siglo de la invención de sistemas técnicos de base de la comunicación y del principio del libre cambio, ha visto nacer nociones fundadoras de una visión de la comunicación como factor de integración de las sociedades humanas. La noción de comunicación, centrada primero en la cuestión de las redes físicas y proyectada en el corazón mismo de la ideología del progreso, ha abarcado al final del siglo la gestión de multitudes humanas. El pensamiento de la sociedad como organismo, como conjunto de órganos que cumplen funciones determinadas, inspira las primeras concepciones de una «ciencia de la comunicación».
Álvarez (1991: 105-106) defiende, aludiendo a los cambios acaecidos en la práctica comunicativa, que en el transcurso del siglo XIX se conforma la transición del viejo al nuevo orden informativo, ya que:
En esos momentos se sitúan cronológicamente la segunda y tercera fase de la gran revolución liberal contra el Antiguo Régimen, es decir, el asalto al poder político del absolutismo y su sustitución por regímenes liberales constitucionales, y la llegada de la industrialización como forma de producción alternativa de la manual y gremial. Pero, además, los cambios afectan a los más distintos aspectos de la vida. [...]
Del Antiguo Régimen venían establecidas las variables fundamentales sobre las que la información se mueve, a saber, el papel del estado (legislación y censura), la estructura de la información (tipos de medios, organización, etc.), la infraestructura tanto económica como tecnológica o de comunicaciones y la forma (presentación o imagen, lenguaje, etc.). Sobre esas variables, las revoluciones atlánticas provocaron una ruptura con el pasado haciendo desaparecer el monopolio y prepotencia estatal que definía los sistemas informativos absolutistas, dando pie a un inestimable equilibrio entre ellos generando dos grandes bloques de medios, que dominarán desde el principio los nuevos sistemas. Un bloque caracterizado por la utilización de los medios como arma política, lo que tradicionalmente se ha conocido como periodismo liberal, cumpliendo decisivas funciones en la consolidación de los sistemas políticos liberales y en el desarrollo de las sociedades democráticas contemporáneas. Otro bloque paralelo y no antitético caracterizado porque sus objetivos más inmediatos eran los beneficios económicos y el negocio. Aquí la definimos como prensa «de negocio» para diferenciarla de la anterior o «prensa política». La diferencia entre ambos bloques es mucho más que teórica. Mientras la primera será dominante en la primera mitad de siglo, manteniéndose estabilizada después en los regímenes democráticos, la «de negocio» evolucionará hacia la gran prensa de masas propia del siglo XX. No son, naturalmente, medios antitéticos. Un medio «de negocio» consolidado influye políticamente y viceversa.
Los estudiosos de la historia de las teorías de la comunicación afirman, casi unánimemente, que entre los años 1917 y 1960 se constituye un área académica específica pero sin estatuto científico propio y, por lo mismo, asistimos a la consolidación de la Ciencia de la Comunicación. Una primera generación de investigadores: los creadores de la investigación comunicativa, ya que la teoría de la comunicación se define por ser una modalidad de investigación social muy reciente orientada hacia un objeto de estudio muy antiguo. Según Saperas (1998: 95):
En este apasionante período se estudian los nuevos medios de comunicación desde las aportaciones específicas de cada ciencia social sin voluntad de crear un corpus teórico unificado y cada ciencia social se aproxima a la comunicación de masas para resolver problemas concretos o para llevar a cabo una crítica global del sistema comunicativo y de la industria de la cultura. Esos estudios, por otra parte, pueden considerarse, en cierto modo, las primeras construcciones teóricas y metodológicas que darán lugar posteriormente a las principales líneas de desarrollo de la investigación comunicativa.
De todas esas teorías, no obstante, sólo dos paradigmas asumen el papel de dominantes; en primer lugar, el Funcionalismo, que defiende un proceso lineal de transmisión eficaz de información dominada por la fuente emisora ante la cual los receptores son meros sujetos pasivos y exige el método experimental como soporte fundamental de las investigaciones; junto a él, la Teoría Crítica de la sociedad y de la comunicación que, con raíces freudianas y marxistas, aporta como legado fundamental la crítica de la irracionalidad de la sociedad industrial, responsable de la conformación de la cultura como pseudocultura tal como explica Muñoz (1995) a través de la que ellos peyorativamente denominan industria cultural y su componente básico, la comunicación de masas.
Junto a estos paradigmas ha de concederse relevancia específica a la Teoría matemática de la Comunicación de C. Shannon y W. Waever (1949) que adquiere su mayor importancia a partir de la segunda mitad del siglo XX debido, sobre todo, a su adaptación a campos científicos diferentes, entre otros al de la Lingüística estructural-funcional de R. Jakobson (1981: 79-94).
Según Mattelart (2002: 64-65), el ingeniero y matemático Claude Elwood Shannon formula una teoría matemática de la comunicación que implica una definición de la información estrictamente física, cuantitativa, estadística; se refiere, sobre todo, a «cantidades de información» y hace caso omiso de la información en cuanto proceso que da forma al conocimiento gracias a la estructuración de fragmentos de conocimiento. El problema planteado guarda relación con el cálculo de probabilidades ya que pretende encontrar la codificación más eficaz (velocidad y costo) de un mensaje telegráfico de un emisor para llegar a un destinatario. Por otra parte, este modelo mecánico remite a un concepto behaviorista (estímulo-respuesta) de la sociedad, perfectamente coherente con el de progreso indefinido que se difunde desde el polo central hacia las periferias. El receptor, de alguna manera, está condenado al estatus de clon del emisor. La construcción del sentido no figura en el programa del ingeniero. La noción de información que defiende este paradigma no tardará en transformarse en caja negra, palabra clave, llave maestra y comodín más allá del ámbito de la comunicación y, para ello, contará, además, con todas las facilidades que le ofrecía un contexto científico en el que numerosas disciplinas de las ciencias humanas, deseosas de participar de la legitimidad de las ciencias de la naturaleza, convertirán la teoría de Shannon en paradigma.
El objetivo de Shannon es diseñar el marco matemático dentro del cual es posible cuantificar el coste de un mensaje, de una comunicación entre los dos polos de este sistema, en presencia de perturbaciones aleatorias, llamadas «ruido», indeseables porque impiden el «isomorfismo», la plena correspondencia entre los dos polos. Si se pretende que el gasto total sea el menor posible, se transmitirá por medio de signos convenidos, los menos onerosos
Esta fase de la etapa científica de la construcción de la Ciencia de la Comunicación está, pues, definida por el surgimiento de todos los paradigmas a los que hemos aludido anteriormente, pero, según casi todos los estudiosos, lo más relevante de este período es el comienzo de la construcción científica sistemática de los estudios de la comunicación provenientes de las dos tendencias explicativas e interpretativas, Funcionalismo y Teoría Crítica, que significan básicamente dos modelos de entender no sólo la realidad comunicativa, sino también de establecer la demarcación de las ciencias sociales y humanas, dentro de las cuales ha de incluirse la teoría y la ciencia de la comunicación.
En resumidas cuentas, en su trayectoria posterior, han constituido el punto de referencia para conformar dos formas de estudiar e interpretar la sociedad y la comunicación (Saperas, 1993: 164). La corriente norteamericana que, surgida desde finales de los años veinte, intentará establecer un planteamiento empírico con aspiraciones de cuantificación estadística estricta y desde una óptica global de convertir a las Ciencias de la Comunicación en una rama más de las ciencias experimentales. La Teoría crítica, de procedencia europea, que se interesará esencialmente por determinar los aspectos subyacentes y no explícitos de los procesos de comunicación; es decir, los aspectos ideológicos en donde el sistema de comunicación debe de enmarcarse.
El tercer momento de la etapa científica de los estudios de la comunicación, el que hemos denominado de normalización, se soporta básicamente en la demarcación científica de esos estudios de acuerdo con los postulados que, desde la epistemología y filosofía de la ciencia, se exige a todo conocimiento científico y en el reconocimiento de esos estudios como campo específico y autónomo del saber tanto por la comunidad científica como por la académica.
Desde nuestro planteamiento, a partir de 1960, la investigación de los fenómenos comunicativos está consolidada y normalizada pero, al mismo tiempo, factores diversos (los cambios sociales, la evolución de la teoría científica, la implantación y predominio de nuevos medios de comunicación y las perspectivas de acercamiento y valoración de los mismos, en especial la televisión, la incidencia de las infraestructuras tecnológicas, la nuevas formas de acceder a la información, han hecho que surjan, en el campo científico de la comunicación, paradigmas diversos que intentan responder a las exigencias provenientes de las conformaciones complejas que va presentando el objeto de investigación y, desde luego, a los postulados implantados desde la Teoría de la ciencia.
La normalización a la que estamos aludiendo no significa, en modo alguno, unanimidad o univocidad paradigmática; antes bien, durante este largo período, y como ocurre en el resto de las ciencias sociales y naturales, uno de los rasgos más significativos es la convivencia de modelos explicativos y teorías alternativas, complementarios y, raramente, contrarios. Al fin al cabo, los paradigmas son propuestas de comprensión, análisis e interpretación de una realidad, en este caso la comunicativa, seleccionada como objeto de explicación e investigación que, por lo tanto, deben estar atentos a la evolución de la complejidad de los fenómenos comunicativos y, desde luego, a las novedades ofrecidas por la teoría científica en general que ofrece nuevos marcos y postulados metateóricos que pueden ser trasladados a los campos de conocimientos específicos
A modo de resumen, a partir de los años setenta surgen, en el ámbito de la comunicación y del resto de las ciencias sociales, paradigmas que adquieren especial relevancia representativa y explicativa debido a la adecuación que presentan con respecto a la situación real del sistema comunicativo (producción, productos, circulación y consumo) y a la adaptación de los modelos científicos en general a la realidad comunicativa en particular.
Por otra parte, en casi todos los casos parten de la concesión de un estatuto científico autónomo a la comunicación e información, superando, pues, la dependencia y subsidiariedad respecto a disciplinas como la Sociología o Psicología, lo cual no significa en modo alguno dejar de lado las ineludibles interrelaciones con otros factores o subsistemas que conforma el entramado sistémico de la sociedad.
Estructuralismo, Semiología y Semiótica, Estudios Culturales, etc., son paradigmas que responden a esos rasgos detallados anteriormente y que ofrecen, en contraste con lo que ocurría con el Funcionalismo y la Teoría crítica, la particularidad, por un lado, de tener vigencia mundial y no exclusivamente en uno u otro continente, por más que su aplicación pueda presentar algunas particularidades en las comunidades científicas de cada país; por otra, la de afrontar el fenómeno comunicativo en su totalidad y no sólo de modo más bien fragmentario como ocurría tanto en el Funcionalismo como en la teoría Crítica. Como es lógico, por otra parte, el predominio de estos paradigmas no significa la desaparición de los anteriores que, con revisiones y adaptaciones a los cambios del propio objeto de investigación, la realidad comunicativa, seguirán siendo cultivados por los investigadores de la comunicación.
En las últimas décadas del siglo XX, la peculiaridad de la normalización de los estudios de la comunicación proviene fundamentalmente de que los investigadores desarrollan su actividad en el contexto histórico de la Sociedad de la Información. En ella se produce el pleno reconocimiento académico y social de la investigación comunicativa y de sus investigadores, al mismo tiempo que se asiste a una notable diversificación teórica y metodológica.
En conclusión, afirma Saperas (1998: 106-107), las últimas décadas del siglo XX han significado la aparición de:
Una generación caracterizada por la diversidad teórica. Sin embargo, también será una generación del diálogo y del intercambio de experiencias académicas. Esta situación vendrá dada por el hecho de situarnos en un momento de transición histórica, de cambio del sistema comunicativo y de pérdida del valor de los grandes paradigmas teóricos. Es una generación que integra a la investigación la dimensión macrosocial aplicada al estudio de la comunicación de masas, rompe con el modelo lineal del proceso de comunicación e incorpora componentes estructurales. Es una generación que incorpora abiertamente los métodos cualitativos a la investigación comunicativa: la observación participativa, las encuestas en profundidad, las técnicas etnográficas, las técnicas de observación directa intensivas, el estudio cualitativo de los mensajes, la tematización, el estudio de la situación de recepción, entre otras. Sin embargo estas formas cualitativas conviven con los métodos cuantitativos, experimentales y aplicados. Es una generación que crea una teoría de la comunicación que se define como disciplina académica autónoma, pero sin renunciar a mantener un estrecho contacto con científicos sociales. Por ello, actualmente, no podemos entender la actual evolución de la sociología o la ciencia política o de las disciplinas lingüísticas sin su creciente interés por incorporar las implicaciones del sistema comunicativo sobre sus propios objetos de estudio.
1.3.2 Supuestos para la aproximación científica a la comunicación actual
1.3.2.1 Las dimensiones de la realidad comunicativa
La Epistemología y la Filosofía de la ciencia actuales consideran que el proceso de investigación ha de girar en torno al objeto que, teniendo como referencia la realidad que se pretende estudiar, se delimita de acuerdo con unos parámetros, factores o supuestos específicos.
La realidad comunicativa, el sistema comunicativo, en definitiva la comunicación, forma parte, como subsistema, de la sociedad contemporánea (sistema) y, por lo mismo, ha de entenderse como un fenómeno complejo debido a los factores que convergen en él, bien como marco para el desarrollo del proceso comunicativo o bien como elementos estructurantes del mismo. La adecuación y eficacia de los paradigmas que pretendan afrontarlo, de forma genérica o en alguno de los aspectos, deberán, pues, asumir esa complejidad como supuesto y principio determinante para ensayar su explicación e interpretación.
Al mismo tiempo, la comunicación e información actuales son el resultado de la incidencia determinante de las llamadas nuevas tecnologías, sobre todo las relacionadas con la informatización, la digitalización y la realidad virtual, que constituyen la base de nuevas formas de percibir, representar, comunicar y conocer (Bettetini y Colombo, 1995: 29-39). Al decir de Ramonet (2000: 12):
La comunicación se ha visto afectada en los últimos veinticinco años por transformaciones tecnológicas de gran envergadura. Transformaciones tecnológicas que han modificado no sólo el campo de la comunicación sino que han modificado, en realidad, el contexto general de nuestras sociedades. Pero de hecho, evidentemente, son tecnologías, se llaman nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, que han afectado, muy directamente, al campo de la comunicación».
La delimitación de la realidad comunicativa actual como objeto de investigación definido por la complejidad supone, como hemos dicho, partir de la complejidad de la propia sociedad contemporánea dentro de la cual se enmarca la dinámica comunicativa a la que pretendemos enfrentarnos y, por consiguiente, el punto de partida para definir los fenómenos comunicativos actuales ha de ser el diagnóstico de la sociedad actual que, en la mayoría de los casos, se denomina con términos o expresiones que aluden al factor informativo: sociedad o era de la información, sociedad informacional, sociedad digital.
Un aspecto fundamental del diagnóstico sobre la sociedad actual hace referencia a la trascendencia de la revolución tecnológica y, de forma especial, de la revolución que conllevan las tecnologías de la información (Castells, 1997: 44-45). Es decir, los especialistas conceden un lugar preferente a la comunicación e información, a sus industrias y a sus productos, en la estructura y desarrollo de la propia sociedad. Esto es, las industrias de la información y de la comunicación y las actividades relacionadas con ese complejo industrial ocupan cada vez un mayor número de personas y significan un mayor porcentaje de la actividad productiva nacional de un país. Todo ello exige, sin duda alguna, la necesidad de atribuir a la comunicación rasgos específicos que superan la mera función transmisora de mensajes o de contenidos informativos y la convierten en un factor que participa necesariamente de la misma naturaleza compleja de la sociedad en que cumple una función preponderante como agente social (Livolsi, 2000: 333351, 455-483). Precisamente por eso, Ramonet (2000: 11-12) sostiene que:
Cuando reflexionamos así, como acabamos de hacer muy rápidamente, sobre la larga historia de la relación entre tecnología y comunicación, nos damos cuenta de que la tecnología es un aspecto, pero no el único, y que para que haya cambios sustanciales, se producen también otros cambios. Por ello yo digo siempre, y a mis estudiantes en particular, que cuando reflexionen sobre la comunicación tengan en cuenta, sistemáticamente, tres parámetros. Primero, el parámetro tecnológico que, efectivamente, tiene su importancia y sobre lo que vamos a hablar ahora. Segundo, el parámetro económico, o económico-industrial: ¿Qué tipo de industria, qué tipo de empresa se preocupa de desarrollar la comunicación de masas en un momento dado? Y tercero, el parámetro retórico: ¿Qué tipo de retórica, qué tipo de discurso organiza esta nueva tecnología, esta nueva empresa cuando se producen esos cambios?».
Tal como afirma Castells (1997: 360-361):
Una transformación tecnológica de dimensiones históricas similares está ocurriendo 2.700 años después, a saber, la integración de varios modos de comunicación en una red interactiva. O, en otras palabras, la formación de un supertexto y un metalenguaje que, por vez primera en la historia, integran en el mismo sistema las modalidades escrita, oral y audiovisual de la comunicación humana. El espíritu humano reúne sus dimensiones en una nueva interacción entre las dos partes del cerebro, las máquinas y los contextos sociales. Pese a toda la ideología de ciencia ficción y el despliegue comercial que rodea el surgimiento de la denominada autopista de la información, no se debe subestimar su significado. La integración potencial de texto, imágenes y sonido en el mismo sistema, interactuando desde puntos múltiples. En un tiempo elegido (real o demorado) a lo largo de una red global, con un acceso abierto y asequible, cambia de forma fundamental el carácter de la comunicación.
La complejidad que hemos presentado de forma sucinta constituye, como hemos reiterado, el supuesto básico para afrontar las siguientes fases del proceso de investigación: conformación del modelo de representación y explicación, el corpus conceptual y terminológico, el planteamiento de hipótesis y el método adecuado. Por supuesto, en esta delimitación no hemos incidido en algo a lo que hemos aludido a la hora de hablar, en otro apartado, de la necesidad de superar las restricciones que muchas veces ha impuesto la selección exclusiva de la comunicación de masas como objeto de investigación, pero es evidente que, bien estudiadas de forma autónoma o bien en relación con la comunicación social y mediada o mediática (condicionantes de la recepción y consumo), las peculiaridades de cada forma y nivel de comunicación (Rosengren, 2000: 89ss.), como es lógico, constituyen, como manifestaciones fundamentales de la realidad comunicativa, el objeto de la investigación y, por lo mismo, han de incluirse en las preocupaciones de las disciplinas relacionadas con el estudio de la comunicación.
1.3.2.2 Los límites de los paradigmas
A partir de lo afirmado anteriormente, aunque no nos atrevemos a afirmar con la rotundidad que lo hacen algunos autores, la realidad comunicativa tal como se presenta actualmente exige un cambio radical de paradigma o paradigmas explicativos y, por tanto, nos colocaría ante una revolución científica en los términos que acuñó Khun en su obra La estructura de las revoluciones científicas y en desarrollos posteriores y que vendría provocada por la crisis e ineficacia de la mayor parte de los elementos y factores que conforman los paradigmas comunicativos vigentes actualmente. No obstante, y valiéndonos de las acotaciones de algunos autores, haremos alusión a algunas carencias que, cuando menos, sirvan como señales de alerta ante la pérdida de vigencia y, sobre todo, eficacia científica y epistemológica de aquellos modelos o teorías de la comunicación que no contemplen las peculiaridades que definen actualmente los fenómenos comunicativos, sus infraestructuras y sus derivaciones con respecto a la generación de nuevos productos y a la percepción e interpretación de los mismos.
Rojas-Vera y Arape (1998: 64-80) han elegido el término Poscomunicación para construir una teoría que afronte los nuevos retos y exigencias que conlleva la comunicación contemporánea realizando este diagnóstico:
Con toda seguridad, hoy tenemos, además de la desilusión en la comunicación, un gran déficit conceptual y teórico para entender la nueva posibilidad. La comunicación puede ser el eje transformacional para contribuir a nivelar el déficit. A pesar de los cambios vertiginosos, el progreso tiene una deuda con la comunicación. La parcialidad disciplinaria podría ser ahora un peligro.
No existen tantos conceptos claros para interpretar y entender lo que puede estar sucediendo. En realidad, la situación no es tan fácil como para reducirla a modelos operativos. La sociedad preinformacional tiende a simplificar el tema de sociedad de la información a sociedad informatizada, precisamente por existir un déficit conceptual. El mismo peligro corre al entender la idea de poscomunicación como una comunicación supertecnificada o simplemente hiperinformatizada. Tal vez tengamos una curvatura en la evolución y acerquemos las tecnologías a la comunicación no tangible. A pesar de que la distancia temporal entre la sociedad de la información y la industrial fue menor que entre esta última y la agraria, la brecha cultural y epistemológica que nos anuncia la poscomunicación será mayor [...] La brecha para comprender lo que debemos afrontar parece mayor que las anteriores. ¿Cómo aproximarnos a la sociedad poscomunicacional? Y ¿acaso podremos imaginarla o comprenderla con la racionalidad aún incomprendida de la misma sociedad de la información? Si explicar la sociedad de la información desde conceptos industriales ha sido un error por el riesgo de reduccionismo técnico, tanto más lo será acercarse a la sociedad poscomunicacional desde los conceptos de la misma sociedad de la información.
Otros autores, en cambio, constatan las peculiaridades de la nueva comunicación, sobre todo las que provienen de la incidencia trascendental de las nuevas tecnologías y de las nuevas dimensiones y funciones en la estructura y dinámica de la sociedad global y, sin afirmarlo clara y rotundamente, también plantean, e incluso han ensayado, la necesidad de incorporar un nuevo bagaje analítico e interpretativo para aproximarse a la nueva comunicación ante el riesgo de inadecuación e ineficacia de los modelos vigentes. En esta dirección han de ser leídas las obras de autores ya citados (Bettetini y Colombo, 1995; Echeverría, 1999; Gubern, 1986 y 1999; Ramonet, 1998; Terceiro y Matías, 2001).
1.3.2.3 Exigencias de la complejidad
Los autores citados anteriormente, Rojas-Vera y Arape (1994: 64-80), también han diseñado el paradigma de la poscomunicación como respuesta a la complejidad que presentan la comunicación y la sociedad en la que se enmarca y cuyos ejes fundamentales son:
1) la valoración del cambio acelerado de todo y, en especial, del mundo de la comunicación; 2) el papel preponderante de la información y la comunicación, y su conocimiento científico, para la construcción de la sociedad del siglo XXI; 3) la crisis de las fronteras comunicacionales; 4) la nueva esperanza del mundo comunicacional y 5) el creciente déficit conceptual para entender las nuevas realidades.
Partiendo de esos supuestos, pueden extraerse algunas pautas importantes para analizar e interpretar de forma adecuada la realidad comunicativa tal como enumeraremos a continuación.
La aceptación de la complejidad de los fenómenos comunicacionales y, por tanto, de los respectivos paradigmas explicativos, asumiendo, como correlato, la necesidad de la interdisciplinariedad o transdisciplinariedad en estos términos. En efecto, el gran tema de las comunicaciones, desde el sentido humano al social, desde lo técnico a lo estratégico, exige abordajes más allá de lo interdisciplinario, conduciéndonos hacia la transdisciplinariedad. Lo cual representa un reto para científicos y estudiosos de la comunicación centrados en modelos comunicacionales industriales o informacionales.
La creación de nuevos conceptos, nuevos términos para nombrar los nuevos fenómenos comunicativos y, de esa manera, superar el déficit conceptual, puesto que:
No existen tantos conceptos claros para interpretar y entender lo que puede estar sucediendo. En realidad, la situación no es tan fácil como para reducirla a modelos operativos. La sociedad preinformacional tiende a simplificar el tema de sociedad de la información a sociedad informatizada, precisamente por existir un déficit conceptual.
1.3.2.4 Ciencia, tecnologías y comunicación
Como hemos señalado reiteradamente en este trabajo, un factor especialmente relevante e importante para definir la complejidad de los fenómenos comunicativos es el componente tecnológico de la producción comunicativa e informativa. Es cierto que caben diferentes interpretaciones sobre el papel que se les asigna en la conformación de los productos, en el conjunto del proceso de producción, circulación y recepción e incluso en la explicación de la evolución de la sociedad, pero hoy en día no podemos limitar la valoración de las tecnologías al ámbito infraestructural o de soporte de la dinámica comunicativa, puesto que la mayoría de los especialistas están de acuerdo en que el factor tecnológico (la informatización, la digitalización y los artefactos de la realidad virtual) es un elemento constitutivo de los productos comunicativos en cuanto a su producción y percepción (Gubern, 1996) y, por lo mismo, ha de ser considerado elemento indispensable de su definición.
Las nuevas teorías de la comunicación, por consiguiente, están obligadas a conceder a las tecnologías un papel imprescindible en la delimitación del objeto y en los procesos de investigación y, para ello, a nuestro parecer, es preciso incidir en este trabajo en las aportaciones que la filosofía de la tecnología puede aportar a la planificación y formulación de una teoría compleja de la comunicación, puesto que, por otra parte, es uno de los ámbitos que, hasta el momento, los teóricos de la comunicación han relegado normalmente. Como afirma J. Echeverría (2000: 249):
Tanto los sociólogos de la ciencia como los filósofos de la ciencia han comenzado a hablar de tecnociencia en los últimos años, rompiendo la separación tradicional entre ciencia y tecnología. En la medida en que los filósofos, los sociólogos y los historiadores estudian la ciencia contemporánea, y no sólo la ciencia moderna, la componente tecnológica de la actividad científica resulta inexorable.
Las acotaciones que presentamos a continuación, no obstante, han de entenderse como una propuesta de trabajo y no como una formulación de un paradigma científico. Por ese motivo, centraremos la atención en aquellas cuestiones que los filósofos de la ciencia y de la tecnología consideran fundamentales para delimitar ese ámbito del saber, para marcar los pasos de la dinámica investigadora y asumir algunas de las posibles implicaciones que la integración de la tecnociencia tendrán en la formulación de los nuevos paradigmas que pretendan afrontar la comunicación desde la complejidad. En palabras de Castells (1998: 360):
Sin examinar la transformación de las culturas en el nuevo sistema de comunicación electrónico, el análisis general de la sociedad de la información fallaría por su base. Por fortuna, aunque haya discontinuidad tecnológica, existe en la historia una gran continuidad social que permite el análisis de las tendencias mediante la observación de las que han preparado la formación del nuevo sistema durante las dos últimas décadas.
La bibliografía sobre esta nueva perspectiva científica comienza a ser, también en nuestro país, muy abundante (López Cerezo y Sánchez Ron, 2001; Broncano, 2000; Quintanilla, 1989, 2000; González, López Cerezo y Luján, 1997; Medina, 1989; Muguerza y Cerezo, 2000) y está adquiriendo un elevado grado de especialización en torno a los diversos aspectos y cuestiones objeto de su preocupación. Nuestro interés, dentro de los límites de este trabajo, se reduce únicamente a plantear la exigencia y necesidad de recurrir a esta disciplina como requisito de la adecuación y eficacia de los paradigmas comunicativos y, por eso mismo, nos limitaremos a subrayar algunas cuestiones básicas.
Teniendo en cuenta ese diagnóstico, es evidente que el cambio acaecido en el contexto externalista puede servir para justificar la aparición de un nuevo paradigma en el ámbito de la comunicación, más aún cuando la relación entre comunicación y sociedad quizás sea la clave para entender esta nueva sociedad y que, por lo tanto, obligue a replantear tanto la definición de la comunicación e información como la delimitación de la propia sociedad contemporánea dado que la nueva comunicación se ha convertido en el soporte indispensable de la globalización que, con todas sus ventajas e inconvenientes, parece ser su característica más relevante.
Junto a esos cambios coyunturales de la sociedad, es preciso resaltar también la evolución que ha tenido lugar en el contexto científico que hace referencia al conjunto de las ciencias y de la investigación científica y, como ya hemos anotado, a ciertos aspectos relacionados con la filosofía de la ciencia y de la epistemología como pueden ser: el concepto de ciencia, el estatuto y clasificación de las ciencias, el proceso de investigación, el papel del investigador, que tiene que ver, entre otras cosas, con la integración de la tecnología dentro del ámbito de la teoría científica.
Llámese cambio o revolución científica, es evidente que las teorías o paradigmas que pretendan estudiar la comunicación de una forma adecuada y coherente no pueden prescindir ni de los condicionantes o determinaciones que impone la naturaleza del objeto, la realidad comunicativa actual, ni el bagaje epistemológico vigente en el ámbito de la comunidad científica internacional. Por esta razón, y a modo de sugerencia, concluiremos el trabajo sugiriendo algunas pautas para desarrollar investigaciones parciales o globales en el campo de la comunicación.
El postulado de la complejidad del objeto ha de ser, sin duda, un requisito ineludible y así lo han entendido los investigadores que han formulado y desarrollado paradigmas como la Sociosemiótica, la Economía Política de la Comunicación o los Estudios Culturales. No obstante, por razones fácilmente comprensibles si se estudian los objetivos de dichas teorías y las delimitaciones del objeto de investigación que proponen, no han cumplido con todas las exigencias que impone la complejidad de los hechos comunicativos y que supone considerar el conjunto de dimensiones que conforman su naturaleza.
Para avanzar coherentemente en esa dirección es preciso, sin duda, superar la parcialidad que, con respecto a la delimitación del objeto y a la conformación de un modelo explicativo, supone la fragmentación del conocimiento y de la investigación en ámbitos disciplinares y avanzar hacia la transdisciplinaridad, que no es la suma de los resultados de cada disciplina, sino la conformación de un modelo complejo en el que se interrelacionen las diferentes perspectivas disciplinares de manera que puedan abarcar las plurales dimensiones del objeto.
En el caso de los hechos comunicativos, el modelo deberá interrelacionar su naturaleza retórica, semiótica y tecnológica con su dimensión política, socioeconómica e ideológica y, por lo mismo, construir un modelo que, partiendo de la sociedad como sistema global, establezca las interrelaciones e interdependencias existentes entre los subsistemas político, social, económico y cultural e ideológico dentro del cual se enmarcan específicamente los productos comunicativos e informativos, si bien, precisamente por las interrelaciones mencionadas, los hechos comunicativos superan esa dimensión y adquieren peculiaridades que provienen del resto de subsistemas.
El desarrollo y aplicación de ese modelo nos conduce a diseñar la investigación, al menos la de carácter global, desde una perspectiva transdisciplinar que sólo puede llevarse a cabo por medio de equipos de trabajo que, aún aportando la peculiaridad de las perspectivas de los investigadores de cada disciplina específica, tengan como objetivo fundamental diseñar y desarrollar aproximaciones globales.
El corpus conceptual y terminológico, en fin, quizás sea el que mayor dificultad conlleva porque, como han puesto de relieve diversos estudiosos, el transcendental cambio que ha sufrido la realidad comunicativa en su conjunto debido, sobre todo, a la incidencia o determinación de las nuevas tecnologías. Por esa razón, quizás se deba hablar de un nuevo espacio conceptual que lleva consigo nuevas formas de nombrar sus elementos, nueva terminología (espacio conceptual original y nuevo vocabulario) que ha de extenderse al proceso de producción, a los elementos que conforman los productos y a las formas de percepción (abril 1997: 112-140).
1.4 Teoría de la comunicación y teoría del lenguaje
Se hace necesario un encuentro inaplazable entre la teoría lingüística y la teoría de la comunicación, preocupada ésta especialmente por los discursos mediáticos, por la comunicación social en general. Lo cual constituye, desde nuestra perspectiva, no una cuestión de importancia menor sino fundamental; es evidente el desencuentro entre investigadores lingüistas y teóricos de la comunicación con respecto a los objetos de investigación y, quizás por eso mismo, no exista conciencia de un distanciamiento en el ámbito de la dinámica investigadora entre los cultivadores de tales campos del saber, sin duda interconectados por el objeto de estudio, el lenguaje, y por los retos que su conformación y tratamiento actuales conlleva.
Precisamente por eso se hace indispensable profundizar en las razones de largo alcance que subyacen a ese desencuentro y, al mismo tiempo, se necesita establecer algunas pautas para despejar ciertos obstáculos con el fin de iniciar, al menos, el largo camino que se deberá recorrer para que lingüistas y teóricos de la comunicación trabajen en proyectos comunes que contribuyan a realizar una aproximación integral a los lenguajes y a los discursos mediáticos.
1.4.1 Del lenguaje natural a los lenguajes mediáticos
En los párrafos dedicados a establecer la demarcación de la comunicación actual se ha aludido explícitamente al problema del lenguaje como factor determinante de la complejidad de la comunicación. Partiendo, precisamente, de ese supuesto, se establecen a continuación una serie de acotaciones en torno a la necesidad de un replanteamiento de las implicaciones que conlleva el tratamiento científico-teórico de la realidad comunicativa actual en la delimitación del lenguaje y en las exigencias de ese objeto en los enfoques de la teoría lingüística.
La perspectiva cognitiva contempla el proceso definido por el conocer y la manifestación (manifestaciones) o expresión (expresiones) de ese conocer. Tanto una aproximación sincrónica como diacrónica puede desvelarnos una clara interrelación, complementación, entre el pensamiento, la conceptualización, el conocer y su manifestación en formas primitivas y elementales a través de la imagen, y en forma arbitraria (contractual) y compleja a través de la palabra oral o escrita; en ambos casos se trata de un proceso cultural y culturizador (Debray, 1994; Gubern, 1996). Al mismo tiempo, la interpretación de esa interrelación ha conducido a posturas quizá intransigentes y con prejuicios: desde supuestos antropológicos, señalan, la imagen como símbolo de lo primitivo y hasta cierto punto de incultura frente a la palabra, y sobre todo la escritura, considerada como símbolo superior de cultura (Sartori, 1998).
Esta visión intransigente y de prejuicios es relativamente fácil cuando en su origen está la ignorancia, pero resulta francamente difícil de entender cuando viene acompañada de una batería de pruebas arropadas de cientificismo y argumentadas desde ámbitos de conocimiento diferentes.
En la postura primera subyacen los conceptos de complementación y superposición de imagen y lenguaje (natural), en la segunda los de perversión o decadencia. Tales tesis exigen una atención específica encaminada a clarificar algunos de los pormenores de sus argumentaciones. Las dimensiones de la comunicación no permiten desentrañarlas en todos sus entresijos, pero tampoco justifica llegar hasta el extremo de no hacer explícitas las pautas de análisis.
Desde una perspectiva evolutiva, pero no lineal, unidireccional (la historia de la Humanidad en modo alguno puede entenderse como un progreso continuado e ineludible), dentro de la visión que definimos como defensora de la complementación, consideramos imprescindible subrayar que el desarrollo humano se construye efectivamente como un complejo proceso de complementación que supone, no obstante, el rechazo o exclusión de ciertos elementos y la aceptación o inclusión de otros. El lenguaje es considerado como factor o instrumento de mediación en la interacción comunicativa entre el yo y el otro, o entre el yo y su desdoblamiento (esto es, en el pensar o reflexionar). En nuestro trabajo de estudio habitualmente consideramos el lenguaje natural de un modo u otro en función de supuestos parciales. Pero ello puede significar, sin duda, el olvido de la necesaria complementación evolutiva a la que hemos aludido.
Por eso es preciso afirmar y trabajar desde la premisa de que el instrumento del lenguaje ha de conectarse con el conjunto de factores que determinan el modelo específico de comunicación dominante en los diferentes estadios de la historia de los agentes de esa comunicación. Dicho de otro modo: la dominancia del lenguaje iconográfico-simbólico-representacional propio de los pueblos primitivos (antiguos y contemporáneos) es el resultado de un modelo de vida, una situación socioeconómica y cultural que posee un grado de racionalidad y complejidad proporcional y adecuado a la racionalidad y complejidad de esa formación social, según apuntan ciertas tesis antropológicas.
La ampliación de ese medio comunicativo, esto es, del lenguaje iconográfico-simbólico-representacional, y su perfeccionamiento da lugar a que aparezca en otro momento de la historia un nuevo instrumento de interacción comunicativa: la escritura. Además de un instrumento absolutamente más perfecto, este hecho supone el surgimiento de un lenguaje diferente que complementa el anterior y que posee, con respecto al anterior, algunos aspectos de carácter más restrictivo y otros de carácter evidentemente superador.
Por otra parte, la dominancia de la escritura sobre el lenguaje oral y el icónico, no puede ser considerada fruto de su valor objetivamente superior con respecto a los anteriores, sino más bien efecto de un conjunto de factores no exclusivamente lingüísticos que, en cierto modo, tienen que ver con la conformación clasicista de la propia sociedad. Esto es, leer y escribir puede suponer diferenciar socialmente las élites cultas del pueblo analfabeto y ágrafo en un momento determinado de la historia de la Humanidad (y quizás aún en la actualidad).
Otra cuestión diferente, sin duda, es la constatación de la particularidad y especificidad de los lenguajes oral e iconográfico primitivos con respecto al escrito, y el reconocimiento de la trascendencia de unos y otros para el desarrollo de la sociedad, la conservación del legado histórico y, en suma, la conformación de la memoria histórico-cultural de los pueblos y las posibilidades de expresión más plural y compleja que ofrezca un tipo de lenguaje con respecto a otro.
Desde esta perspectiva, no es razonable realizar el análisis y la valoración social del lenguaje de los actuales discursos mediáticos (audiovisuales, informáticos, virtuales y multimediáticos) siguiendo parámetros de perfección e imperfección, superioridad e inferioridad, o bondad y maldad, con respecto al resto de lenguajes anteriormente citados. Su análisis e interpretación debe enmarcarse dentro de unas coordenadas sociohistóricas y comunicativas adecuadas que puedan conducir a una aproximación distanciada que permita comprobar su particularidad proveniente de su conexión con el momento o formación social en la que ha surgido (Wolton, 2000), su conexión con la naturaleza compleja de su conformación y con la función, funciones y efectos que se le atribuye en la sociedad de la información, del espectáculo y del simulacro (Castells, 1997-1998).
En otras palabras, es preciso iniciar un proceso de reflexión de carácter plural, interdisciplinar y complejo mediante la comparación de los lenguajes por su naturaleza y por su función primordial de servir de instrumento de expresión e intercomunicación. Ello ha de servir para, por una parte, superar los prejuicios de superioridad de unos lenguajes sobre otros, y, por otra, para profundizar en el tema de la interacción de los lenguajes que conforman los productos audiovisuales, dado que éstos constituyen, por encima de todo, una construcción compleja. En ella, no obstante, se mantiene la peculiaridad de cada uno de los lenguajes al tiempo que todos ellos se complementan en un nuevo lenguaje (sistema de comunicación y sistema de codificación) de naturaleza y función específica, y diferente de los lenguajes de origen.
A modo de conclusión de este primer epígrafe, introducimos un postulado previo como supuesto básico que soportará el resto de reflexiones: el lenguaje audiovisual y el virtual tienen la particularidad de ser un lenguaje complejo que no sólo interrelaciona diversos lenguajes, sino que ofrece además nuevas posibilidades para establecer las relaciones existentes entre el pensamiento y la expresión del mismo, sea cual sea la función que se les atribuya desde los emisores o productores.
Reconocer la complejidad del lenguaje, de los discursos mediáticos audiovisuales o no, supone, como mínimo, exigir la aceptación de la misma en tres ámbitos del proceso de comunicación: en el de la producción, en el del producto o discurso y en el del análisis e interpretación. Asimismo, esta característica de la complejidad conduce a las implicaciones de la misma en el ámbito específico de la competencia comunicativa y, en este caso, en el de la propia investigación.
La complejidad del proceso de producción nos traslada ineludiblemente al papel determinante de las nuevas tecnologías como soporte a la vez que factor determinante en la conformación de los discursos mediáticos. Y, sin comulgar necesariamente con las tesis del determinismo tecnológico, nos lleva a afirmar el papel que esas tecnologías juegan como ampliación de la capacidad humana para la representación, la comunicación y el conocimiento (Bettetini y Colombo, 1995: 11-41).
Sí, en cambio, hemos de interesarnos por la complejidad de los productos, cuando menos en los términos que señala, por ejemplo, Cebrián (1995: 54) cuando afirma que:
Lo audiovisual engloba, en definitiva, dos sentidos claramente definidos desde la perspectiva lingüística: a) Un sentido amplio, como mera yuxtaposición de los dos términos: audio y vídeo, pero sin establecimiento de relación alguna entre ambos; en este sentido se considera lo auditivo por un lado y lo visual por otro con plena autonomía de funcionamiento de cada uno de ellos y presencia de diversos medios. Lo audiovisual aparece en medios basados exclusivamente en sonidos como el disco, el magnetófono, el teléfono y la radio. Lo visual se presenta en medios basados en representaciones de imágenes: cine mudo, cartel y fotografía fundamentalmente. b) En sentido restringido, se refiere a la interrelación plena de los dos términos mediante la cual se establece una integración de ambos para originar un nuevo producto: lo audiovisual pleno, dentro del cual ya no es posible examinar por separado cada uno de los componentes si no se quiere destruir el sentido que transmiten. La percepción se realiza por la vista y el oído simultáneamente. Las vinculaciones de imágenes y sonidos son tales que cada uno contrae relaciones con el otro por armonía, complementariedad, refuerzo, contraste. De todo ello surgen nuevos sentidos. Lo audiovisual, según esta acepción, no es una suma, sino una unidad expresiva total y autónoma. Los medios más representativos son el cine sonoro, la televisión, el vídeo y todos los derivados de cada uno de ellos, y cuya influencia se aprecia en los sistemas de multimedia y su horizonte próximo en las redes interactivas multimedia. [...] Lo audiovisual se enmarca en el proceso comunicativo. Las perspectivas anteriores analizan el concepto desde puntos de vista parciales. Eliminan el entorno y el contexto en el que se presenta lo audiovisual. Son válidas pero incompletas. Lo audiovisual no es algo aislado y fijo, sino que tiene una dinamicidad y una interconexión con el proceso y sistema comunicativo global. Cada uno de los componentes del acto comunicativo tiene repercusión en lo audiovisual. Hay que examinarlo, pues, en esta trabazón de contextos particulares y en el contexto global.
Así pues, el estudio lingüístico de los productos mediáticos es pertinente y necesario por constituir una manifestación de su objeto específico de indagación, al tiempo que debe formar parte del análisis, comprensión e interpretación del discurso mediático como entidad compleja, si se quiere dar cuenta de la misma de modo adecuado y coherente. En otras palabras, la aproximación lingüística a los discursos mediáticos se convierte en necesaria desde el momento en que históricamente los lingüistas han asumido los lenguajes naturales como objeto primordial de su investigación y, a nuestro modo de ver, los nuevos lenguajes significan, sin duda, una nueva manifestación de esos lenguajes naturales, por más que se presenten interrelacionados con otros de carácter visual, auditivo, etc. Además, la automarginación de los lingüistas en el análisis e interpretación de los discursos mediático-audiovisuales puede convertir el estudio de los mismos en una operación a todas luces insuficiente y parcial.
Considérese como dato de apoyo el hecho de que cualquier productor (emisor) de tales discursos realiza continuamente una doble traslación (traducción, si acaso) del lenguaje natural al audiovisual-mediático y de éste al natural explícito e implícito, lo que constituye el auténtico proceso de conformación / interpretación de estos discursos.
La tesis que aquí se propone tiene, pues, como primer supuesto la naturaleza compleja de los productos, que proviene de la interrelación de diferentes lenguajes en tales discursos en cuanto sistemas sígnicos y comunicativos entre los cuales está, sin duda, el lenguaje natural (oral o escrito). El segundo es correlato del anterior en tanto en cuanto la presencia del lenguaje en los textos discursivos conlleva lógicamente la intervención epistemológica y metodológica, por tanto investigadora, de la Lingüística como disciplina y de los lingüistas como investigadores, analistas e intérpretes.
1.4.2 Paradigmas comunicativos y paradigmas lingüísticos
Planteada la necesidad de la perspectiva lingüística en el estudio de los discursos mediáticos, conviene especificar las posibles pautas de los lingüistas como investigadores y de la Lingüística como paradigma científico adecuado para el análisis e interpretación del objeto de investigación seleccionado.
Para llevar a cabo los dos objetivos enunciados, consideramos imprescindible realizar, o al menos tener presentes, estas operaciones:
a) delimitar el objeto de investigación como complejo, especificando los aspectos de esa complejidad;
b) definir el ámbito de intervención de la Lingüística como disciplina o campo de investigación, y finalmente
c) incidir en el compromiso de que participen lingüistas en la actuación investigadora necesariamente interdisciplinar.
La naturaleza compleja del objeto es fácil de comprobar y ha sido reiterada por los especialistas basándose, por una parte, en los factores que intervienen en el proceso de producción, tal como han puesto en evidencia, entre otros, los teóricos de la Economía Política de la Comunicación, la Semiótica, la Socio-semiótica, etc.; por otra, en los elementos que intervienen en la conformación de los discursos como lenguajes dotados de una peculiaridad especial, pero que, al mismo tiempo, adquieren una única particularidad como hecho, objeto, discurso mediático definido por la complementariedad (sincretismo), y no por la siempre superposición.
Cualquier discurso mediático es el resultado de la complementariedad de un conjunto de signos, sistemas sígnicos o sistemas plurales que se interrelacionan e interactúan dentro de un sistema más complejo propio de un medio y, dentro de él, en un programa o programación determinados, en el cual adquieren una especificidad particular, mediática: sea audiovisual, hipertextual o multimediática.
No obstante, la complejidad o complementariedad a la que hemos aludido no supone la eliminación de la peculiaridad de cada uno de los lenguajes que la componen o conforman, sino que éstos adquieren mayor o menor relevancia en función de la fase del proceso de producción o recepción (análisis de la interpretación) al que hagamos alusión o centremos nuestro interés investigador.
Si trasladamos lo dicho anteriormente al terreno específico del lenguaje natural (oral o escrito) hemos de situarnos en el ámbito conceptual e investigador (epistemológico y metodológico) enmarcado en la unidad comunicativa «texto», que viene definido por unas propiedades específicas y se traduce en las situaciones concretas en diferentes tipos, géneros o ámbitos de uso (Casetti y Di Chio, 1999; González Requena, 1992; Van Dijk, 1998; Zunzunegui, 1992).
Desde esta perspectiva, los textos audiovisuales, multimediáticos e informáticos se conforman respetando en los diferentes tipos textuales las propiedades que los definen genéricamente, aunque se realicen de formas específicas. En este tipo de textos mediáticos, la presencia, y en su caso la relevancia, creemos que puede estudiarse e interpretarse recurriendo a la perspectiva, modelo, que ha sido denominada cognitiva y gestáltica (López García, 1989, 1992), que toma los conceptos de «fondo» y «figura» y su relación como ejes fundamentales de la dinámica explicativa. Es decir, el lenguaje natural, oral o escrito, funciona como fondo de la figura en los textos mediáticos en algunas de las fases del proceso de producción y de recepción.
En la producción de textos informativos televisivos, por ejemplo, puede contemplarse el lenguaje escrito como figura en la construcción del guión o escaleta, mientras que se convierte en fondo en la representación puesta en escena, si bien, incluso en la puesta en escena el lenguaje oral de los presentadores o conductores de un programa específico, el de los intervinientes en los cortes de voz, pasan a ser figura. En el proceso de recepción ocurre algo similar, puesto que en la participación de los actores o espectadores, telespectadores del espectáculo televisivo informativo (González Requena, 1992) supone, quizá, un proceso inverso en el que ese agente comunicativo, que es el receptor, convierte el lenguaje oral o escrito en figura de la comprensión, análisis e interpretación, de la puesta en escena del discurso informativo.
La presencia del lenguaje natural en los discursos mediáticos, interpretado desde esta o desde otra perspectiva, aparece sin duda como formante indispensable y su estudio no ha de realizarse únicamente en función o a partir de su relevancia, como figura o como fondo, sino también como elemento autónomo caracterizado de acuerdo con las notas o rasgos que lo definen, al igual que el resto de los lenguajes que intervienen.
Es evidente, por tanto, que el objeto de investigación que hemos denominado texto o discurso mediático, tiene entre sus elementos formantes el lenguaje natural, que aporta a la complejidad o complementariedad del mismo sus particularidades constitutivas y, al mismo tiempo, adquiere nuevas dimensiones constitutivas y mediáticas al interactuar de acuerdo con las normas codificadoras de los sistemas comunicativos de los diferentes discursos mediáticos.
Los discursos mediáticos de la llamada «sociedad o era de la información» son, en conclusión, instrumentos vehiculizadores específicos de la interacción comunicativa dominante protagonizada por los miembros de la sociedad contemporánea; constituyen la conformación de un lenguaje específico, en el que intervienen de forma complementaria e interconectada una pluralidad de lenguajes que han surgido o dominado en diferentes momentos de la sociedad, pero que forman parte en la actualidad de un nuevo lenguaje con rasgos específicos y peculiares al tiempo que distinto de los anteriores, por más que todos y cada uno de ellos, y concretamente el lenguaje natural (oral o escrito), forme parte de él con su propia naturaleza y adquiriendo, sin duda, nuevas dimensiones. Como afirma Van Dijk (1998: 244-245):
Con los mensajes visuales, esto resulta por cierto más fácil y, en algunos casos, más efectivo que por medio del discurso. Pero, en general, no hay un código semiótico tan explícito y articulado como el lenguaje natural (y, por supuesto, diversos lenguajes por señas) para la expresión directa de significados, conocimientos, opiniones y diversas creencias sociales. Si una imagen vale más que mil palabras, esto se debe fundamentalmente a los detalles visuales que resultan difíciles de describir verbalmente. Esto significa que las imágenes pueden ser particularmente apropiadas para expresar la dimensión visual de los modelos mentales. Si las imágenes expresan opiniones o creencias generales e ideologías, lo hacen más bien indirectamente y, en consecuencia, necesitan interpretaciones (indeterminadas). Esto no significa que, en la comunicación, esas expresiones indirectas de opiniones e ideologías sean necesariamente menos persuasivas. Por el contrario, una fotografía dramática de una escena, acontecimiento o persona específicos, puede ser un medio mucho más «poderoso» que las palabras para la expresión de opiniones. Sin embargo, esta persuasión está basada, precisamente, en lo concreto del «ejemplo», y necesita inferencias por parte del lector sobre lo que la imagen realmente «significa», como también sucede con la narración de historias basada en modelos, u otros ejemplos utilizados para transmitir opiniones e ideologías.»
Desde estas pautas que tratan de delimitar el objeto de investigación, derivan el papel de la teoría lingüística, cualquiera que sea el paradigma que se elija como más adecuado, y la función que debe cumplir esta disciplina a la hora de tratar los discursos mediáticos.
La lógica empleada en la selección del objeto y en especificar sus peculiaridades conduce a incidir en dos aspectos: el estudio del lenguaje natural como realidad autónoma y como parte de la complejidad mediática, y aludir a la función que debe desempeñar el lenguaje. En primer lugar, la autonomía del lenguaje natural, oral o escrito, como elemento formante de los diferentes lenguajes mediáticos, diferentes según los medios de comunicación a los que pertenecen, implica la aplicación de la teoría lingüística a su objeto específico de investigación y, por tanto, supone la intervención de un modelo de aproximación que despliega todo el bagaje teórico y práctico, epistemológico y metodológico, para analizar el lenguaje oral o escrito como objeto específicamente lingüístico, de acuerdo con el paradigma explicativo que se elija como adecuado y eficaz.
Desde esa perspectiva, la teoría lingüística no debe sufrir alteración o revisión significativa, puesto que simplemente constituye la actuación más pertinente y quizá rutinaria de dicha disciplina, y, por lo mismo, permite valerse, hacer uso del modelo explicativo, de la delimitación científica del objeto, del corpus terminológico y de los mecanismos metodológicos que se consideren oportunos. Por resumir de algún modo lo anotado hasta el momento con respecto a la aproximación lingüística a los discursos mediáticos, podríamos afirmar que el lenguaje natural puede ser analizado desde la perspectiva analítica e interpretadora (sea generativa, cognitiva, pragmática, funcionalista, etc.) que se considere adecuada y eficaz (Echeverría, 1999; Gavaldà, 1999; López García, 1996; Van Dijk, 1998).
La particularidad, no obstante, surge cuando el lenguaje no se considera como objeto autónomo sino como un formante que interactúa con otros lenguajes como formante del discurso mediático estructurado como objeto complejo. En este sentido, la Lingüística, como disciplina científica, carece igualmente de autonomía y ha de funcionar como campo del saber incluso dentro de otro macrocampo, que se enmarca en el ámbito de la teoría de la comunicación, sea cual sea el paradigma explicativo e investigador seleccionado.
Con esta perspectiva compleja e interdisciplinar, es necesario realizar dos acotaciones sobre el papel y la forma de intervenir de la Lingüística. La primera se refiere a la necesidad de que el paradigma lingüístico asuma la particularidad que adquiere el lenguaje natural como elemento complementario de otros lenguajes empleados en las producciones, representaciones y puestas en escenas mediáticas (periodismo escrito, programación radiofónica, televisiva, hipertexto o multimedia) y que, por tanto, adquiere dimensiones no contempladas en el análisis del lenguaje oral o escrito como objeto autónomo.
La segunda supone el reto más importante e ineludible de la Lingüística y, sin duda, la aportación más necesaria, puesto que no se ha llevado a cabo hasta el momento, por razones diversas enunciadas al principio de este trabajo. La Lingüística ha de desarrollar, junto a otras disciplinas, un modelo adecuado para analizar e interpretar el discurso mediático conformado de forma compleja.
La Lingüística, en este caso, pierde, por supuesto, la autonomía explicativa e investigadora, pero adquiere una nueva dimensión y abre un nuevo campo de aplicación de esta disciplina, que se deduce de su participación en un modelo y programa interdisciplinar.
La reivindicación fundamental (si es correcta esta expresión) que corresponde a la Lingüística es exigir al resto de disciplinas implicadas en este modelo y programa que asuman la aportación de la teoría lingüística a la comprensión e interpretación de los discursos, textos mediáticos, en los que, como anotamos en la delimitación del objeto, el lenguaje natural, asume el papel de figura por encima del valor de lenguajes que aparecen como fondo discursivo, en términos de la perspectiva lingüística cognitivo-perceptiva.
Por otra parte, y desde el razonamiento expresado en el párrafo anterior, la Lingüística está obligada a asumir la particularidad que introduce en la definición del lenguaje su papel de fondo cuando otros lenguajes actúan como figura en la producción y representación de los productos o discursos mediáticos.
En uno y otro sentido y desde ambas perspectivas, es evidente que la Lingüística se interna en un campo científico explicativo e investigador en el que, por otra parte, está obligada a intervenir y colaborar, puesto que constituye el campo científico específico de la nueva comunidad científica que ha de ser entendida como colectividad intelectual según Levy (1998).
Esta obligación deriva de un doble supuesto que convierte en irrenunciable la intervención de la Lingüística. En primer lugar, la consideración de que los discursos y lenguajes mediáticos de los medios audiovisuales e informáticos representan un avance o al menos una nueva modalidad discursiva de lenguaje, diferente, quizá más compleja que la del lenguaje natural. En segundo lugar, la constatación de que el lenguaje natural es parte relevante de esos nuevos lenguajes y discursos y, por lo mismo, la ausencia de la aproximación lingüística comportaría no sólo una gran ausencia explicativa sino también la radical imposibilidad de realizar un estudio adecuado y coherente de los mismos.
1.4.3 Los retos de los lingüistas en la era de la información
El panorama epistemológico, metodológico, investigador, diseñado en los epígrafes anteriores conduce a plantear y, en cierto modo, recalcar algunas sugerencias irrenunciables a los estudiosos del lenguaje que, por otra parte, hasta el momento no han dado muestras quizá significativas de haber asumido los retos evidentes que plantean las manifestaciones de los nuevos lenguajes a todas luces dominantes en la actual sociedad de la información.
El programa de actuación que sigue ha de considerarse como respuesta adecuada al conjunto de necesidades y exigencias que se derivan de las acotaciones apuntadas hasta el momento en torno a los lenguajes mediáticos, al lenguaje natural como elemento conformante de los mismos y a la Lingüística como disciplina responsable del estudio del lenguaje natural autónomo e interrelacionado con otros en el ámbito comunicativo mediático.
Los retos para los lingüistas y la presentación de perspectivas se refieren, como mínimo, a los ámbitos relacionados a continuación y a las operaciones que derivan de su consideración. Son éstas:
a) delimitación del lenguaje natural como objeto autónomo y como objeto relacionado e interdependiente respecto al resto de los que intervienen en la construcción de los discursos mediáticos;
b) establecimiento de un modelo explicativo, terminología y método de investigación adecuados para el estudio del lenguaje en su doble característica de objeto autónomo y restrictivamente lingüístico, y como formante complementario del complejo lenguaje mediático;
c) participación como investigador perteneciente a la comunidad científica lingüística que entra a formar parte de una comunidad científica e investigadora interdisciplinar, que se ocupa del análisis e interpretación de los diferentes discursos mediáticos.
Tanto la delimitación del lenguaje natural como objeto autónomo así como su estudio desde una teoría lingüística restrictiva acorde con cualquier paradigma que se considere adecuado y eficaz, no supone una actuación científica e investigadora diferente de la que normalmente realizan los especialistas en Lingüística. Únicamente habrán de estar atentos para seleccionar el modelo, terminología y método adecuados para aproximarse a su objeto de investigación, manteniendo los rasgos genéricos comunes al lenguaje natural y atendiendo a peculiaridades provenientes de la situación comunicativa especial en que se produce la interacción comunicativa, la comunicación de masas.
En cambio, la participación de lingüistas en un macrocampo de investigación comporta nuevos retos, exige adoptar actitudes peculiares y llevar a cabo operaciones diferentes a las realizadas hasta el momento cuando se enfrenten a los discursos mediáticos, sean cuales sean, tanto por la necesidad de identificar la naturaleza del lenguaje natural que adquiere nuevas dimensiones, al ser un elemento complementario en el conjunto complejo de los lenguajes que definen tales discursos, como por la responsabilidad de aportar la perspectiva lingüística dentro del equipo investigador interdisciplinar, que necesariamente ha de realizar el estudio integral de los discursos mediáticos.
La particularidad de este reto y la responsabilidad de esta operación proviene, entre otras razones, de la información necesariamente multidisciplinar (Echeverría, 1999: 294), que exige la investigación de los lenguajes mediáticos debido a la gran complejidad de su producción, y por el conjunto de factores que interviene en ella, lo que determina definir el objeto o producto desde una perspectiva plural que contemple los aspectos socioeconómicos, tecnológicos, comunicativos e incluso estéticos.
En este contexto, el lingüista está/estamos obligados a salir de su/nuestra estricta parcela y a introducirse/nos en la complejidad del nuevo lenguaje vehiculizador de unos mensajes, de unos matices ideológicos, emitidos con intereses específicos y apropiados a la situación sociocultural contemporánea. Al mismo tiempo, los lingüistas deben/debemos aprender a convivir dentro de una comunidad científica más amplia y compleja con miembros que poseen pautas de investigación e interpretación diferentes. En tercer y último lugar, tampoco pueden/ podemos eludir una valoración equilibrada y, por supuesto, crítica de los factores que intervienen en la construcción de los discursos mediáticos que son, sin duda, responsables directos de su particularidad, entre otros, el factor tecnológico, como soporte (fondo) y también como protagonista (figura). Bajo la denominación de nuevas tecnologías de la comunicación e información (NTIT) (Echeverría, 1999: 292) el embrionario paradigma de la postcomunicación ha empezado a definir y aplicar a este campo de investigación, análisis e interpretación de significación y transcendencia absolutas en la sociedad del futuro (Rojas Vera y Arape, 1998).
A modo de conclusión, convendría asumir como punto de referencia las palabras que Echeverría (1999: 305-306) dedica al lenguaje de la sociedad futura, que denomina «Telépolis» o «el Tercer Entorno» (E3):
Para terminar este apartado volveré sobre la cuestión del lenguaje en E3. La expresión «lenguaje de las máquinas» que hemos utilizado más de una vez no es la más correcta, porque los sistemas de signos que se utilizan en el primer entorno no sólo son lingüísticos. Pero prescindiendo de estos matices cabe hablar de un lenguaje de las máquinas, teniendo en cuenta que dicho lenguaje es, por una parte, un metalenguaje, y por otra un interlenguaje (o translenguaje), en la medida en que sirve como espacio semiótico intermedio para la intercomunicación entre las diversas lenguas y sistemas de signos. Desde un punto de vista filosófico, estos nuevos procesos semióticos pueden ser pensados desde el proyecto leibniciano de la Característica Universal. Ello quiere decir que el progreso de la Característica, que ha sido muy considerable con el desarrollo de la ciencia y sus diversos formalismos, es mucho más acusado cuando emerge este lenguaje electrónico, digital e hipertextual que está a la base del funcionamiento del tercer entorno. En cuanto abrimos una televentana (la televisión) o una telepuerta (el ordenador conectado a una red) y nos adentramos en el tercer entorno, el lenguaje de las máquinas adquiere una relevancia cada vez mayor. Para nosotros, el nuevo espacio puede parecer artificial, y ciertamente lo es, porque su componente tecnológico es indudable. Para los niños y niñas que se eduquen en las futuras tele-escuelas el tercer entorno será connatural a ellos y ellas, y por eso pedirán más puertas, más ventanas, y más fáciles de abrir y cerrar. Esos niños y niñas serán los ciudadanos de Telépolis, y a ellos les corresponde desarrollar, perfeccionar y utilizar el lenguaje de las máquinas.
1.5 Ejercicios
1. Explica la relevancia teórica de la necesidad de establecer la pluralidad de las situaciones comunicativas.
2. Estudia los criterios enumerados en el apartado §1.2.2. para enmarcar las propuestas de definición de la comunicación y selecciona ejemplos de definiciones que respondan a cada uno de esos criterios.
3. Selecciona tres ejemplos de situaciones comunicativas y comenta las particularidades del proceso comunicativo de las mismas.
4. Resume en qué consiste la complejidad de la realidad comunicativa actual.
5. Estudia lo que en el texto se explica sobre la revisión del papel de los lingüistas en relación con los lenguajes mediáticos y construye una argumentación propia a partir de esa información.
6. Lee los capítulos que D. Crystal (una de las lecturas recomendas) dedica al estudio del correo electrónico y el chat, selecciona algunos ejemplos de ese tipo de cibertextos y aplícales el análisis propuesto por el autor.
Lecturas recomendadas
CRYSTAL, D. (2002): El lenguaje de internet.
Madrid, Cambridge University Press. (Traducción del inglés de Pedro Tena)
Una obra pionera que asume el riesgo de enfrentarse al lenguaje de Internet (Ciberhabla) estableciendo, en primer lugar, los rasgos que definen este tipo de lenguaje y desarrollando, a continuación, el tratamiento específico de algunos lenguajes específicos del cibermundo: correo electrónico, chat y realidad virtual. El contenido de esta obra puede cubrir con creces las expectativas que en los últimos epígrafes de este trabajo aluden a la necesidad de ampliar el campo de acción teórico-práctica de los lingüistas como consecuencia de los retos que les plantea el habla y la escritura empleadas para la interacción comunicativa de los miembros de la sociedad actual.
DÍAZ NOCI, J.; SALAVERRÍA ALIAGA, R. (2003): Manual de redacción ciberperiodística.
Barcelona, Ariel.
Los coordinadores de esta obra y los colaboradores, especialistas en el estudio de la llamada escritura digital, han conformado una obra clave para que iniciados y legos puedan extraer una información, tan extensa como necesaria, en torno a las cuestiones generales de la peculiaridad comunicativa de la escritura digital y, de interés muy especial, una revisión y reformulación de los géneros tradicionales del periodismo a partir de las implicaciones en la producción, circulación y recepción e interpretación de los textos periodísticos propios del Ciberespacio.
MATTELART, A. Y M. (1997): HISTORIA DE LAS TEORÍAS DE LA COMUNICACIÓN.
BARCELONA, PAIDÓS.
Los autores de esta obra proponen una reconstrucción muy coherente de la evolución de las teorías de la comunicación a partir de los supuestos historiográficos de la denominada Historia total. Eso conlleva, el desarrollo de la historia de las teorías de la comunicación, establecer las ineludibles relaciones entre la evolución de la sociedad, el desarrollo tecnológico, el cambio de paradigmas científicos y el planteamiento y desarrollo de los paradigmas comunicativos.
ROSENBERG, K. E. (2001): Introduzione allo studio de la comunicazione.
Bolonia, Il Mulino. (Traducción del inglés de Daniela Cardini)
Una obra introductoria que afronta, desde una perspectiva sincrónica, las exigencias del tratamiento científico de la realidad comunicativa actual. En ella pueden encontrarse desarrolladas un conjunto de cuestiones que en nuestro texto hemos definido como constantes epistemológicas necesarias para el estudio de la comunicación que, a su vez, han de constituir el bagaje necesario para afrontar la aproximación a la pluralidad de las situaciones comunicativas en las que participan los agentes de la comunicación, también actores sociales en la era de la información.
SERRANO, S. (2000): Comprender la comunicación. El libro del sexo, la poesía y la empresa.
Barcelona, Paidós. (Traducción del catalán de Javier Palacios Tauste)
Obra de carácter ensayístico en la que se pone de manifiesto, a través de una perspectiva diacrónica, la pluralidad de las manifestaciones comunicativas y las interrelaciones de las mismas con el proceso evolutivo de la sociedad. Al mismo tiempo, constituye una clara incitación a los estudiosos de la comunicación, y por tanto a los lingüistas, para que asuman un compromiso firme con los retos que supone la realidad comunicativa actual en su conexión con el avance tecnológico y sus implicaciones en la conformación de nuevos lenguajes específicamente mediáticos.