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ОглавлениеNarrativas del espacio público David Estal, arquitecto
Desde 2011 coordino un curso en la Escola d’Art i Superior de Disseny de Valencia bajo el mismo título que este artículo. En él abordamos el espacio público desde su percepción y desde el uso que hacemos del mismo, descodificando convencionalidades inducidas por nuestra formación para conferirle otros significados (di-segno) más subjetivos, derivados de la vivencia personal.
El conocimiento que compartimos deriva abiertamente de la observación y la representación para alcanzar la acción y/o la intervención. La narración se construye a sí misma. Frente a lo preestablecido, lo adaptable. Frente a los límites, los desbordes. Perderse para desaprender. Si la rutina hace invisible las cosas que acontecen a nuestro alrededor, el relato de lo público no tiene por qué atender al orden categórico. Pero, ¿para qué sirve comprender el espacio público desde aspectos cognitivos?
Actualmente, la ciudad occidental ha recuperado el interés por generar espacios de encuentro más allá de la consonancia canónica de la plaza. Apoyándose en fórmulas de activación, la mayoría de carácter efímero o progresivo, diferentes ejercicios creativos experimentan con las relaciones ciudadanas, a veces con el riesgo de convertirse en un simple simulacro de espacio público, a veces incluso esponsorizados.
Si en los años ochenta se dibujaba un modelo de ciudad dotacional, hoy se prefiere facilitar un proceso de abajo a arriba en el cual, técnicos y políticos son actores que acompañan a los propios ciudadanos implicados que, definidos como vecinos, accionan su entorno inmediato, creando espacios de micro-comunidad (vecindario). Vemos cómo ya se ha producido el tránsito del vivero al vividero local.
De este modo, los proyectos que se recogen en esta publicación pertenecen a esa clase de experiencias integrales donde el diseño viene acompañado de modelos de gestión e identidad. Son conscientes de que el contenido de un lugar debe desvelarse previo a su categoría. Con las necesidades básicas prácticamente cubiertas (saneamiento, transporte, equipamientos, mobiliario urbano, etc), se ha producido una evolución en la unidad barrio que trasciende de la reivindicación a la acción, haciendo más hincapié en lo relacional que en lo material. Esto conlleva un giro en la disciplina urbanística hasta ahora inexistente en el planeamiento ortodoxo.
En la dialéctica entre ciudad y naturaleza, el estancamiento de la urbe desarrollista permite la multiplicidad de espacios de renaturalización y lugares desregularizados o islas de libertad. Seducidos por ello, el intento de traslación de lo que aquí acontece al espacio normalizado produce efectos descontextualizados que, aunque aportan nuevas posibilidades, derivan en ocasiones en situaciones forzadas, disfrazadas de innovación y poco comprendidas. Pongamos algo de sentido común a tanta fascinación contagiosa por lo hipersocial.
Pensamos que últimamente algo está pasando en nuestras calles, o algo queremos que pase. La adoración por la idea de la ciudad mediterránea no es más que un recuerdo de la ciudad pre-automovilizada. Ya no existe más. Sin embargo, la identidad renacida en algunos barrios que anteriormente fueron conjuntos independientes, exhiben un reflejo de aquel modelo de convivencia. Pero no nos engañemos, el uso intenso del espacio público es intrínseco a las clases bajas o populares. En cambio, su diseño e idealización responde a las clases acomodadas o burguesas. El contraste entre el imaginario colectivo y la búsqueda de dignidad produce efectos de desplazamiento de los usos marginales, vulnerables a cualquier modificación imperativa.
En lo público hablamos enérgicamente de derechos, de disfrute, de convivencia y de poner en valor las cosas buenas que acontecen. Ponemos en valor el espacio intangible como clave en el significado de la ciudad. Ahora bien, en la era del pueblo, una mujer mayor está sentada en el escalón previo a su casa. Pasas y os saludáis. Tu coche está aparcado justo a su lado. Antes, en la era, se extendía el grano. Hoy es un almacén para el visitante y un estar para el habitante. De forma análoga, en la planta baja de la ciudad sucede exactamente lo mismo: cohabitación dinámica. Ya no podemos pensar (soñar) sólo estáticamente (de manera servicial) en aceras, pavimentos, rayas pintadas y ordenanzas. Si quitas los coches, aparecen las terrazas; si promocionas la marca comercial, aparecen los turistas; si rehabilitas, aparecen los hostales; si dignificas desaparece la libertad.
Si no percibimos estos vínculos no nos anticipamos. El espacio público es una tendencia que salta de ciudad en ciudad. Y, aunque admire los rincones destartalados contra los ágoras ordenados, merece la pena equivocarse de nuevo confiando en la capacidad de transformación de un lugar por parte de las personas que lo habitan en cada momento.