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LA ORDEN DE CALATRAVA EN EL CONTEXTO DEL NACIMIENTO DE MONTESA

Carlos de Ayala Martínez Universidad Autónoma de Madrid

PLANTEAMIENTO

El nacimiento de la Orden de Montesa es obviamente consecuencia directa del proceso de disolución del Temple. Pero esta evidente asociación resulta insuficiente a la hora de explicar aquel nacimiento. Detrás de la disolución del Temple, y por tanto del nacimiento de la Orden de Montesa, hay todo un conjunto de circunstancias, un contexto que nos obliga a ampliar un poco el foco de análisis y que, en definitiva, constituye la trama explicativa para el estudio de todas las órdenes militares en el decisivo primer tercio del siglo XIV.

Esa trama explicativa se articula sobre la base de tres procesos distintos pero que afectan a todas y cada una de las órdenes militares:

1. El cuestionamiento de su papel a raíz del fracaso de las cruzadas tras la caída de Acre en 1291, un cuestionamiento generalizado que se traduce en críticas, advertencias y proyectos de reforma.

2. La voluntad generalizada entre las monarquías de Occidente de acelerar procesos de integración política que apuntaban directamente a las órdenes militares y que aspiraban a su control por parte de las respectivas coronas.

3. La intensificación de la tensión interna en cada una de las órdenes militares, orientada hacia una redefinición de sus estructuras en la que el protagonismo nobiliario adquiere cada vez mayor presencia.

Este cuadro que afecta al conjunto de las órdenes militares puede ejemplarizarse en una de ellas, la de Calatrava, que a lo largo de este primer tercio del siglo XIV vive con intensidad una dinámica conflictiva coincidente con el largo y complejo maestrazgo de García López de Padilla (1297-1336), y en la convendrá contextualizar, y en buena parte explicar, el nacimiento de la Orden de Montesa.

CRÍTICAS Y FÓRMULAS ALTERNATIVAS

Las críticas a las órdenes militares son antiguas, anteriores a la caída de Acre. Ya eran una realidad después de la derrota de Hattin, e incluso con anterioridad,1 pero es cierto que a raíz de aquel acontecimiento, el de la caída de Acre, esas críticas arreciaron y se tradujeron en búsqueda de fórmulas alternativas que devolvieran su eficacia a las milicias.2 La más conocida de todas ellas, y que involucra a la Orden de Calatrava, es el proyecto luliano de la Orden de la Milicia formulado en 1305. Todas las órdenes militares, empezando por templarios y hospitalarios y acabando en todas las peninsulares, se reunirían bajo el liderazgo de un bellator rex, un hijo de rey que debería acabar ciñendo la corona de Jerusalén.3

Estos proyectos nunca se materializaron, desde luego no en lo que se refiere a las órdenes militares peninsulares, y de manera muy imperfecta y lenta por lo que respecta a Temple y Hospital, cuando la disolución de la primera en 1312 comportó el teórico traspaso de sus bienes a la del Hospital. La razón del fracaso es que los reyes occidentales no veían con buenos ojos la concentración de tanto poder en una sola institución, a menos que quedara bien clara su directa dependencia respecto a la Corona.

Los papas, que habían defendido algunos de estos proyectos de unificación, hubieron de plegarse a la negativa de los reyes, pero eso no les impidió que intensificaran sus críticas sobre la ineficacia de las órdenes militares. De hecho, en 1320, ante los rumores que circulaban, Juan XXII ordenaba a su legado en la Península que investigara en qué se gastaban santiaguistas, calatravos y alcantarinos sus rentas y por qué desatendían la defensa de la frontera granadina.4 Más adelante, en 1327, el propio papa denegaba a Alfonso XI la creación de una nueva orden en Castilla al estilo de Montesa o Cristo, porque dudaba mucho de que pudiera tener alguna utilidad.5

El escepticismo del papa acerca del valor de las órdenes militares, en el caso concreto de la de Calatrava, pudo verse reforzado por el proceso al que fue sometido en 1325 ante la corte real su maestre, García López de Padilla, imputándole cargos tan graves como dejación de fortalezas fronterizas y huida del propio escenario del combate. El resultado del proceso fue su deposición.6

PROCESOS DE INTEGRACIÓN POLÍTICA

Este clima de desconfianza y de desapego papal hacia las órdenes militares fue decisivo para que los reyes aceleraran sus procesos de integración política, incluyéndolas en ellos. El razonamiento era evidente: si las órdenes militares no eran eficaces es porque los maestres no eran los hombres idóneos para dirigirlas, y ello se resolvía interfiriendo en los procesos de elección y nombrando a aquellos que, desde la fidelidad a la Corona, pudieran servirla eficazmente con sus recursos.7

Este fenómeno de mediatización, cuyos antecedentes hay que situar ya a mediados del siglo XIII, se vio particularmente intensificado a partir de la disolución del Temple y de las difíciles circunstancias que acompañaron el destino de sus bienes; y desde luego el fenómeno fue, como no podía ser de otro modo, especialmente visible en la Península Ibérica. Se manifiesta en ella básicamente de dos formas no excluyentes. La primera, mediante la creación de órdenes militares fuertemente dependientes de la realeza, siendo paradigmáticos los casos de Montesa en 1317 y de Cristo en 1319. Y la segunda, mediante procesos de reorganización interna promovidos por la Corona y tendentes tanto a racionalizar recursos como a garantizar la movilización de efectivos idóneos. Ejemplifica muy bien esta última iniciativa la monarquía portuguesa, que, entre 1321 y 1327, normativiza la disciplina de las órdenes de Cristo, Santiago y Avis, sobre una plantilla regularizada por la propia Corona en la que se especificaban recursos y hombres necesarios, así como la precisa red comendataria que debía articularlos.8

El caso castellano es algo más complicado. Coincidiendo con la disolución del Temple se iniciaba una larga regencia, la de la minoría de Alfonso XI, un tiempo de debilidad de la Corona que no finalizaría hasta 1325. Este fue el año en que, por vez primera, se puso de manifiesto su voluntad real de sometimiento de los maestrazgos a la Corona, y se hizo de la manera traumática que ya conocemos, mediante el sometimiento del maestre calatravo López de Padilla a un proceso por traición, que inevitablemente acabó en su destitución. Pero no pensemos que la trayectoria anterior del maestre había sido fácil. Su elección en 1297 había provocado un cisma que obligó a intervenir a la casa madre de Morimond,9 y más tarde hubo de afrontar dos intentos de deposición antes del de 1325, en los que incluso algún rival alternativo llegó a proclamarse «maestre por la gracia de Dios», un título a todas luces inusual.10

Varias claves están detrás de tanta turbulencia, pero una de ellas, y no la menos importante, es la de las conexiones del maestre con el rey Jaime II, unas conexiones de cercanía política que datan del comienzo mismo del maestrazgo de López Padilla, en el momento –su acceso se produjo en 1297– en que había guerra declarada entre Aragón y Castilla por la posesión del Reino de Murcia.11

Esta circunstancia contribuyó a debilitar de manera extraordinaria la figura del maestre en el interior de su propia orden, una orden castellana dirigida por el amigo del enemigo.12 No es raro, pues, que a raíz de la resolución del conflicto, y con toda seguridad de común acuerdo con Jaime II, el maestre quisiese blindarse obteniendo en 1306 del capítulo de la Orden la concesión vitalicia del convento aragonés de Alcañiz y de cuantas villas y castillos dependían de él en los reinos de Aragón y Valencia,13 una situación que, por otra parte, quizá venía ya produciéndose desde antes de que López de Padilla accediera al maestrazgo.14

La activa colaboración del maestre y la Orden de Calatrava en el cerco de Algeciras de 130915 no modificó en modo alguno este anómalo cuadro de un maestre castellano protegido por el rey de Aragón frente a la contestación de su propia Orden; y esta circunstancia, en un contexto de extrema debilidad de la monarquía castellana,16 explica que en 1311, la fecha de otra desestabilizadora maniobra interna de los freires calatravos que estuvo a punto de costarle el control de la Orden a su titular,17 se produjera la iniciativa del rey Jaime II de proponer al papa la creación de un maestrazgo calatravo aragonés, autónomo del de Castilla, aplicándole las rentas de la Orden del Temple en proceso de disolución.18 No lo sabemos con certeza pero todo parece indicar que el beneficiario sería el maestre García López de Padilla, que aquel mismo año, el de su crisis interna, se encargaba de notificar al rey aragonés hasta qué punto era comprometida la posición del rey de Castilla.19

La constitución de un nuevo maestrazgo calatravo en Aragón no fraguó por la oposición del papa, sin duda temeroso de crear un cisma tan grave en el seno de la Orden de Calatrava. Pero es un antecedente que es preciso tener en cuenta para explicar el nacimiento, solo seis años después, de la Orden de Montesa. No vamos a analizar esta cuestión, objeto de tratamiento específico de otra intervención del presente congreso, pero, si como todo indica, la nueva orden fue fruto de un segundo intento real por crear una institución religioso-militar propia, habría que preguntarse por qué no fue García López de Padilla propuesto para cubrir su maestrazgo, teniendo en cuenta su escaso enraizamiento en el tejido social de Castilla y de su propia orden.20

La respuesta debe relacionarse con las nuevas circunstancias por las que atravesaba la procelosa trayectoria del maestre castellano. En el momento del nacimiento del proyecto montesiano, López de Padilla había afianzado posiciones en la Corte de la mano del hombre fuerte de la regencia de Alfonso XI, el infante don Pedro, apoyado también por el rey Jaime II, su suegro.21 En estas condiciones, el maestre calatravo podía recuperar el control de su orden, y a su vez el rey aragonés crear la suya propia con la colaboración activa de García de Padilla. Esa colaboración pasaba por una moderada dependencia disciplinaria de la nueva orden respecto a Calatrava y por ignorar la sugerencia papal de suprimir la encomienda mayor de Alcañiz y aplicar sus territorios y rentas dependientes a la Orden de Montesa. Las aparentes dificultades del proceso de constitución de la nueva milicia y las trabas que el maestre calatravo pudo poner en práctica a lo largo de este no deben confundirnos.22

Pero la buena estrella del maestre calatravo en Castilla acabó cuando murió su protector, el infante don Pedro, en la vega de Granada en 1319. A partir de ese momento el maestre hubo de luchar en dos frentes, el que provenía de la propia Corte –para ello suscribió sucesivos pactos de hermandad con otras órdenes militares,23 con ciudades y villas del reino24 y con el arzobispo de Toledo–25 y el de los propios enemigos internos instrumentalizados, a su vez, por esta.26 Ante ello López de Padilla sí sucumbió, como hemos visto, en 1325, coincidiendo con la mayoría de edad del rey Alfonso XI.

Obviamente, el filoaragonesismo del maestre no era buena carta de presentación para un rey que aspiraba a crear un Estado soberano para Castilla,27 y el maestre se vio obligado a refugiarse en su encomienda de Alcañiz en los dominios del rey de Aragón. Desde allí, y pasando por distintas fases, no dejó de reclamar la dignidad de su maestrazgo hasta su fallecimiento en 1336.28 El cisma no finalizaría hasta 1348.29

TENSIONES INTERNAS

Ahora bien, como hemos visto, el complejo maestrazgo de García López de Padilla no solo fue el fruto de su declarado filoaragonesismo. De hecho, en ocasiones, ese filoaragonesismo le sirvió de apoyo frente a procesos desestabilizadores generados en la propia Orden, unos procesos en los que los intereses cortesanos se mezclaban con ansias de renovación interna.

Hablábamos al principio de tendencias de redefinición de estructuras que en las primeras décadas del siglo XIV son comunes a todas las órdenes militares. Esas tendencias son deudoras de un incremento de la presencia nobiliaria en ellas que, poco a poco, demandaba cuotas de participación activa en el poder hasta consolidar estructuras de gobierno oligárquico, y aunque ciertamente sea esta una afirmación que requiera una atención matizada, parece que la tendencia resulta bastante evidente.30

Pues bien, esas estructuras acaban cristalizando en un sistema de distribución dual de competencias que es lo que conocemos como mesa maestral, por un lado, y red comendataria, por otro. El momento de constitución de la primera31 puede situarse en los años inmediatamente anteriores a 1300,32 aunque concretamente para la Orden de Calatrava es 1322 la primera mención explícita que disponemos de la «mesa maestral».33

Este proceso de oligarquización de las órdenes militares, y concretamente de la de Calatrava, no se vivió pacíficamente. La dialéctica entre un autoritarismo maestral, de que es acusado López de Padilla en más de una ocasión, incluida la decisiva de 1325, y el reiterado asalto de altos dignatarios de la Orden a la más alta responsabilidad –en esta circunstancia fue el clavero Juan Núñez de Prado– son otra clave con la que entender la difícil coyuntura de la que estamos hablando.

* * *

De este modo, y en conclusión, puede decirse que una identidad cuestionada –la de unas órdenes militares sospechosas de ineficacia–, el ansia de las monarquías por hacerse con el control de sus recursos y una insatisfacción creciente de las oligarquías comendatarias frente a políticas maestrales que se consideraban abusivas, son los tres argumentos que recorren la vida de la Orden de Calatrava en el primer tercio del siglo XIV y que, siendo también telón de fondo para el análisis de las demás órdenes, nos ayudan, de un modo u otro, a entender el contexto en que nace la Orden de Montesa.

* El presente estudio forma parte del proyecto de investigación I+D Violencia religiosa en la Edad Media peninsular: guerra, discurso apologético y relato historiográfico (ss. X-XV), financiado por la Agencia Estatal de Investigación del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (referencia: HAR2016-74968-P).

1. Concretamente las críticas contra el Temple, la única orden militar realmente existente entonces, comenzaron a raíz del mismo fracaso de la «segunda cruzada». Véase M. L. Bulst-Thiele: «The Influence of St. Bernard of Clairvaux on the Formation of the Order of the Kingths Templar», en M. Gervers (ed.): The Second Crusade and the Cistercians, Nueva York, 1992, p. 63. Por otra parte, es bien conocido el carácter marcadamente crítico con la cruzada del anónimo analista de Würzburg, responsable de los Annales Herbipolenses; pues bien, en la narración correspondiente al año 1148, el del desastre de la ofensiva, aparece una clara acusación contra los templarios: su avaricia, perfidia, envidia y actitud fraudulenta explicarían sin dificultad ese fracaso. Cit. H. Nicholson: Templars, Hospitallers and Teutonic Knights. Images of the Military Orders, 1128-1291, Leicester University Press, 1993, p. 38. No debemos olvidar, por otra parte, las conocidas críticas del abad Isaac de L’Étoile –fallecido en torno a 1159–, en su famoso sermón 48 acerca de un «monstruo nuevo» refiriéndose al Temple. G. Raciti: «Isaac de l’Etoile et son siècle. Texte et Commentaire historique du sermon XLVIII», Cîteaux: Commentarii Cistercienses, 12, 1961, pp. 281-306, y 13, 1962, pp. 18-34. El texto ha vuelto a ser editado en A. Hoste y G. Raciti (eds.): Isaac d l’Étoile, Sermons, III, París, 1987, pp. 150-167. La opinión mayoritaria se decanta por considerar el Temple como el objeto de los comentarios del abad Isaac, pero existen visiones distintas. Estas han sido bien recogidas por Ph. Josserand: L’Église et pouvoir dans la Péninsule Ibérique. Les ordres militaires dans le royaume de Castille (1252-1369), Madrid, 2004, p. 1, n. 2. Con todo, es evidente que esas críticas se hicieron más intensas después de la frustrante caída de Jerusalén en 1187. A. Demurger: Auge y caída de los templarios, 1118-1314, Barcelona, 1986, pp. 227 y ss.

2. A. Demurger: Los templarios deben morir, Barcelona, Ediciones Robinbook, 2009, pp. 175-183.

3. Todo lo relativo a este tema no resulta nada claro, porque las ideas de Ramón Llull sobre su proyecto de unificación fueron variando con los años. En una obra inicial, Liber de passagio, de 1292, Llull, con el fin de hacer efectiva la recuperación de Tierra Santa, solicitaba del papa la creación de una orden militar que, bajo el nombre de «Orden del Espíritu Santo», sería el resultado de la fusión de las del Hospital, Temple, Teutónica y las hispanas de Santiago y Calatrava, y su maestre habría de ser «un rey devoto y valeroso que no tuviera esposa o estuviera en disposición de abandonarla». Más adelante, en 1305, en su Liber de fine, la orden fusionada pasa a denominarse «Orden de la Milicia», y su caudillo sería un bellator rex, el noble hijo de algún monarca, que, después de reconquistar Jerusalén, se proclamaría rey en la Ciudad Santa. Pero es que más adelante, en 1309, en otra obra que lleva por título Liber de adquisitione Terrae Sanctae, Llull dice que el maestre de la orden unificada sería un caballero y religioso, feudatario y servidor del papa (véase R. da Costa: «Ramón Llull, la cruzada y las órdenes militares de caballería», conferencia pronunciada en el seminario «Cristianisme i l’Islam –el cas de Tortosa i Tartous a la Mediterrània» [en línea]). En estas condiciones, no es fácil identificar al máximo responsable de la orden proyectada y que Ramón LLull, al menos en un principio, tenía en mente. Demurger sugiere a Felipe IV o a alguno de sus hijos (A. Demurger: Caballeros de Cristo. Templarios, hospitalarios, teutónicos y demás órdenes militares en la Edad Media (siglos XI a XVI), Granada, Universidad de Granada-Universitat de València, 2005, p. 254), pero quizá sea más razonable pensar que el franciscano mallorquín en realidad apuntaba hacia el rey Jaime II de Aragón o, mejor aún, a su hermano Fadrique, rey de Sicilia desde 1296, y al que tenía en particular estima. S. García Palou: «El candidato de Ramón Llull para el cargo de Maestre General de la Orden del Espíritu Santo», Estudios Lulianos, 11, 1967, pp. 1-15.

4. B. Palacios Martín (ed.): Colección diplomática medieval de la orden de Alcántara (1157?-1494), I, De los orígenes a 1454, Madrid, Fundación San Benito de Alcántara-Editorial Complutense, 2000, I, docs. 504-505, pp. 361-363.

5. En efecto, a la solicitud real el papa respondía mediante la bula Inter cetera de 28 de abril de 1327 con una contundente negativa que reiteró más tarde en la Litteras regias de 1331, justo cuatro años después. Los argumentos eran demoledores: una nueva orden, para cuya constitución los plazos concedidos por Clemente V habían sido superados, tenía una más que discutible utilidad, probablemente no mayor que la que pudiera ofrecer la Orden del Hospital, a la que teóricamente ya se habían transferido los bienes del Temple. Philippe Josserand resume bien toda la problemática en torno a este frustrado intento y contribuye a aclarar la cronología de la cuestión; en Ph. Josserand: Église et pouvoir..., pp. 81 y 625-626.

6. S. de Moxó: «Relaciones entre la Corona y las Órdenes Militares en el reinado de Alfonso XI», en VII Centenario del Infante Don Fernando de la Cerda, Instituto de Estudios Manchegos, 1976, p. 129; véase asimismo Carlos de Ayala Martínez: «Un cuestionario sobre una conspiración. La crisis del maestrazgo de Calatrava en 1311-1313», Aragón en la Edad Media, XIV-XV, 1999, pp. 73-89. El tema de las fortalezas fronterizas había sido ya objeto de queja por parte del propio maestre ante la corte real desde el comienzo de su gobierno: a finales de 1298 Fernando IV se había visto obligado, a instancias de García López de Padilla, a ordenar a las autoridades locales que impidieran a mercaderes no autorizados por el maestre negociar con el azogue de los pozos de Almadén, porque eran precisamente sus rentas las que la Orden destinaba a la retenencia de sus castillos fronterizos (A. Benavides: Memorias de don Fernando IV de Castilla, Madrid, 1860, II, doc. cxxviii, pp. 178-179). Por otro lado, había ya antecedentes de relajación de la Orden en este punto. En diciembre de 1303, y en nombre del papa, un cardenal de la curia solicitaba del maestre que acogiese nuevamente en la milicia, tras la correspondiente penitencia, a un freire acusado de haber dejado perder un castillo a manos de los musulmanes; el freire, ausente, había dejado la fortaleza a un pariente suyo, y este la había entregado a los musulmanes huyendo después a su tierra (AHN, OOMM, Calatrava, carp. 445, doc. 68).

7. C. de Ayala Martínez: «La Corona de Castilla y la incorporación de los maestrazgos», Militarium Ordinum Analecta, 1, 1997, pp. 257-290; C. de Ayala Martínez: «Las órdenes militares y los procesos de afirmación monárquica en Castilla y Portugal (1250-1350)», en As relações de fronteira no século de Alcanices. IV Jornadas Luso-Espanholas de História Medieval. Actas, Oporto, 1998, vol. II, pp. 1279-1312; C. de Ayala Martínez: Las órdenes militares hispánicas en la Edad Media (siglos XII-XV), Madrid, Marcial Pons, 2003, pp. 714-716.

8. Monumenta Henriciana, I (73 y 74), Coimbra, 1960, pp. 150-160; C. de Ayala Martínez: «La escisión de los santiaguistas portugueses. Algunas notas sobre los establecimientos de 1327», Historia. Instituciones. Documentos, 24, 1997, pp. 53-69; L. Filipe Oliveira: «As definições da Ordem de Avis de 1327», en I. C. Ferreira Fernandes (coord.): As Ordens Militares. Freires, Guerreiros, Cavaleiros. Actas do VI Encontro sobre Ordens Militares, GESOS, Municipío de Palmela, Palmela, 2012, I, pp. 371-388.

9. Lo hizo en concreto el abad de San Pedro de Gumiel por delegación del de Morimond. También hubo mediación por parte de la Orden de Santiago: AHN, OOMM, Registro de Escrituras de la Orden de Calatrava (REOC), IV, 1344 C, ff. 219-222r. Más tarde intervendría también el maestre de Alcántara. A. Benavides: Memorias de don Fernando IV..., II, doc. clxxvi, pp. 241-242.

10. J. F. O’Callaghan: «The Affiliation of the Order of Calatrava with the Order of Cîteaux», Analecta Sacri Ordinis Cisterciensis, XVI (1960), en especial pp. 256-261 (reed. íd., The Spanish Military Order of Calatrava and its Affiliates, Londres, 1975, I); C. de Ayala: «Un cuestionario sobre una conspiración...», pp. 73-82. Sobre el inusual título de «maestre por la gracia de Dios», véase B. Casado Quintanilla: «Intitulatio y directio en la documentación de Calatrava», Cuadernos de Estudios Manchegos, 19, 1990, p. 42. Cit. Ph. Josserand: Église et pouvoir..., p. 533.

11. M. T. Ferrer Mallol: Entre la paz y la guerra. La corona catalano-aragonesa y Castilla en la baja Edad Media, Barcelona, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2005, pp. 27 y ss.

12. El hecho de que en plena ocupación de Murcia por las tropas de Jaime II, este, en 1298, concediera a García López de Padilla seguridades para los miembros y propiedades de la Orden en tierras aragonesas pudo no ser bien comprendido en la corte castellana (I. J. de Ortega y Cotes, J. F. Álvarez de Baquedano y P. de Ortega Zúñiga y Aranda: Bullarium Ordinis Militiae de Calatrava, Madrid, 1761 [ed. facs., Barcelona, 1981], p. 738, en adelante BC), y menos aún que Jaime II reconociera la lealtad del maestre castellano que actuaba en febrero de 1300 de auténtico «confidente» político del monarca aragonés; en aquella ocasión Jaime II se dirigía al maestre en contestación a la carta que este previamente le había mandado, reconociendo su lealtad. A. Giménez Soler: Don Juan Manuel. Biografía y estudio crítico, Zaragoza, 1932, doc. xxiii, p. 243. Poco después, en febrero de 1304, era el propio maestre quien, en consideración del afecto que Jaime II y sus antecesores habían mostrado hacia la Orden, confería vitaliciamente al infante don Juan, hijo del monarca aragonés, cuantos lugares, rentas y posesiones tenía la milicia calatrava en tierras italianas de Apulia, Principado y Romaña (Pedro Carlos Picatoste Navarro: «Intereses transalpinos de Jaime II en la época de conquista del reino de Murcia. La donación de los calatravos al infante Juan en 1304», en Jaime II, 700 años después, Alicante, 1997, pp. 463-464). Frente a estos datos, apenas resultan significativos indicios aislados que denotan algún tipo de fricción entre el maestre y el rey Jaime. Sirva de ejemplo la protesta que en junio de 1300 cursa ante la corte el subcomendador de Alcañiz y un procurador del maestre calatravo por la participación de los vecinos de Alcañiz y sus aldeas en la hueste del rey junto con los de Teruel, sin contar con el preceptivo permiso del maestre (AHN, OOMM, REOC, IV, 1344 C, f. 244).

13. La concesión incluía autorización para enajenar bienes, y sería confirmada por el abad de Morimond en el transcurso de su estancia en la Península en 1307: AHN, OOMM, Calatrava, carp. 462, docs. 182 y 185. Con todo, no era este el único medio que encontró el maestre para blindar posiciones. Sabemos que más adelante, en 1311, López de Padilla se comprometía a entregar anualmente dos caballos al cardenal Pietro Colonna, protector de la Orden en la curia pontificia, con el fin de facilitar la defensa de sus causas. AHN, OOMM, REOC, V, 1345 C, f. 86r. Cit. Ph. Josserand: Église et pouvoir..., pp. 128-129, n. 180. Otro cardenal, Francisco de Santa María in Cosmedin, acogía ese mismo año bajo su protección a las personas y bienes de la Orden de Calatrava (BC, p. 164).

14. AHN, OOMM, Calatrava, carp. 462, doc. 179. Cit. Ph. Josserand: Église et pouvoir..., p. 291, n. 334.

15. Se trataba, en cualquier caso, de una ofensiva conjunta de castellanos y aragoneses contra el emir de Granada. Lo cierto es que en ella contamos con claros testimonios de la participación de la Orden de Calatrava. Cuando las Cortes de Madrid, en las que se votaron los correspondientes servicios, aún no habían concluido, el maestre García López de Padilla había protagonizado una acción de cierta resonancia contra el arráez de Andarax, obteniendo al frente de 400 jinetes copioso botín (A. Giménez Soler: Don Juan Manuel..., doc. cxcii, p. 364). Un poco más adelante, en septiembre de 1309, el maestre se hallaba junto al rey en el cerco de Algeciras y participaba en la conquista de Gibraltar, al tiempo que algunos comendadores castellanos cum bonis familiis equitum colaboraban con el rey de Aragón, junto a los freires calatravos de Alcañiz, en el coetáneo sitio de Almería (BC, p. 758). Fernando IV reconoció expresamente esta colaboración en forma de significativas concesiones, como la entrega vitalicia a favor del maestre de todos los servicios que los vasallos de la Orden debían satisfacer al rey (AHN, OOMM, REOC, V, 1345 C, ff. 68-69; AHN, OOMM, Calatrava, carp. 428, doc. 175; A. Benavides: Memorias de don Fernando IV, II, doc. dxxxii, pp. 773-775).

16. El arcediano de Tarazona Domingo García de Echauri, en carta a Jaime II fechada en septiembre de 1311, comentaba que «tan grandes son los bolicios e assi con mal leuantados que ni el rey puede saber sy quienta sera la fin ny cuando» (A. Giménez Soler: Don Juan Manuel..., doc. ccxxxii, p. 400). Cit. C. González Mínguez: Fernando IV de Castilla (1295-1312). La Guerra civil y el predominio de la nobleza, Universidad de Valladolid, 1976, p. 315.

17. C. de Ayala: «Un cuestionario sobre una conspiración...», pp. 77-82.

18. «Y porque era ya muy público que la orden de los templarios se había de deshacer y que sus rentas se aplicarían a la orden del Espital, llevaban instrucción estos embajadores [del rey de Aragón] que se suplicase al papa que se instituyese, de las rentas que tenían en sus reinos, un maestrazgo de la orden de Calatrava que tenía origen y dependencia de la orden de Cistel, con que no fuese sujeto ni a corrección ni visitación del maestre ni del convento de Calatrava de Castilla, sino que estuviese subordinado a la corrección y visitación del convento y monasterio de La Gran Selva o de Fonfrida de la orden de Cistel». J. Zurita: Anales de la Corona de Aragón, 2, lib. V, caps. xciii y ci, Zaragoza, 1977, pp. 748-749; C. de Ayala: «Un cuestionario sobre una conspiración...», p. 82; Ph. Josserand: Église et pouvoir..., p. 50, n. 86; a él debemos confirmación de que el dato cronístico tardío tiene base documental. H. Finke: Papsttum und Untergang des Templerordens, Münster, 1907, II, doc. 143, pp. 291-293.

19. En efecto, en septiembre de 1311 –la misma data del documento del arcediano de Tarazona a la que aludíamos en la nota 16–, y fechado en el Magistrado, García López informaba a un consejero del rey de Aragón de la alianza conformada en Castilla por infantes y ricoshombres en contra de Fernando IV, a cuyo hijo recién nacido se negaban a prestar homenaje (A. Giménez Soler: Don Juan Manuel..., doc. ccxxxi, p. 397).

20. Sirva como un ejemplo más el acuerdo alcanzado unos años antes, en 1313, entre el maestre y los hermanos Raimundo y Arnal Guillén Catalán, ciudadanos de Valencia, por el que recibían el arriendo por cinco años del 50 % de los estratégicos pozos de Almadén; de las ganancias del acuerdo, dos tercios de ellas irían a parar a los mercaderes valencianos (AHN, OOMM, REOC, V, 1345 C, f. 97r). Ese mismo año el maestre recordaba al rey Alfonso XI que las rentas de los pozos iban destinadas al mantenimiento de los castillos fronterizos de la Orden (AHN, OOMM, Calatrava, carp. 428, doc. 180; publ. E. González Crespo: «Castillos andaluces en época de Alfonso XI», Castillos de España, 91, 1986, doc. 1, p. 49). Pues bien, una buena parte de esas rentas beneficiaban a súbditos del rey de Aragón.

21. La boda entre el infante castellano Pedro y la infanta aragonesa María, hija de Jaime II, se había producido años antes, en enero de 1312, en un preciso contexto político. Á. Masiá de Ros: Relación castellano-aragonesa desde Jaime II a Pedro el Ceremonioso, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1994, I, pp. 179-184. Solo dos años después, cuando don Juan Manuel procediera a la detención del maestre López de Padilla, Jaime II informaría a su yerno, el infante don Pedro, de las gestiones llevadas a cabo para liberarlo y trasladarlo a Valencia (A. Giménez Soler: Don Juan Manuel..., docs. cclxxxviii, cclxxxix y ccxcii, pp. 442-444).

22. En efecto, esa colaboración se escenificó en medio de un panorama aparentemente tenso. Pensemos que el acuerdo inicial entre el papa y las autoridades aragonesas, contenido en la bula de 10 de junio de 1317 que daba paso a la constitución de la Orden de Montesa, incluía extremos en principio inaceptables para el maestre calatravo (BC, pp. 169-173). Aunque se reconocía el control disciplinario de Calatrava sobre la nueva milicia mediante las preceptivas visitas, ese control se hallaba condicionado por el protagonismo concedido al monasterio dinástico de Santes Creus y su filial valenciana de Valldigna. Por si fuera poco, y según el planteamiento recogido en la documentación pontificia, esta tímida sujeción calatravo-cisterciense de la nueva entidad debería acarrear la supresión de la encomienda mayor de Alcañiz, al menos como enclave calatravo en el Reino de Aragón directamente dependiente del maestrazgo castellano, y ello porque, tal y como expresaba una segunda bula de Juan XXII dirigida al maestre castellano fechada al día siguiente de la fundacional, era deseable la aplicación a la nueva Orden de Montesa de cuantos bienes disfrutara la institución calatrava en los dominios del rey Jaime II (J. Villarroya: Real Maestrazgo de Montesa. Tratado de todos los derechos, bienes y pertenencias del patrimonio y maestrazgo de la real y militar Orden de Santa María de Montesa y San Jorge de Alfama, Valencia, 1787, II, pp. 16-19). En principio, por tanto, es fácil de entender el recelo que provocaría en el maestre García López de Padilla la propuesta inicial sancionada por Juan XXII. Ello explica la ralentización de movimientos por parte del maestre, que debió de ser amenazado con la excomunión por el papa para dar finalmente su consentimiento al nuevo proyecto montesiano, cuyo convento finalmente quedó constituido en julio de 1319 (H. de Samper y Gordejuela: Montesa Ilustrada, Valencia, 1669, I, pp. 30-55; J. F. O’Callaghan: «Las definiciones medievales de la Orden de Montesa, 1326-1468», Miscelánea de Textos Medievales, I, 1972, p. 214, n. 8 [reed. ibíd.: The Order of Calatrava, X]; E. Guinot: «La fundación de la Orden Militar de Santa María de Montesa», Saitabi, XXXV, 1985, pp. 73-86). Lo cierto es que, no sin algunos desencuentros previos, el rey aragonés acabó aceptando la exigencia del maestre de que los bienes calatravos aragoneses no pasaran a formar parte del patrimonio de la nueva orden. Este acuerdo final facilitó la definitiva aprobación del proyecto por parte del capítulo general del Císter en 1321 (BC, pp. 186-187; H. de Samper: Montesa Ilustrada..., I, pp. 124 y 127; J. Villarroya: Real Maestrazgo de Montesa..., II, pp. 46 y 47-50; C. de Ayala Martínez: Las órdenes militares hispánicas en la Edad Media [siglos XII-XV], Madrid, Marcial Pons, 2003, pp. 91-95).

23. En 1318 suscribía un primer pacto de hermandad con los maestres de Santiago y Alcántara. El acuerdo contemplaba aspectos de colaboración que iban mucho más allá de los relativos a la guerra con los musulmanes: incluía cláusulas de apoyo mutuo con vistas a la consolidación de los derechos y libertades de todas las órdenes, así como cara a la defensa de su integridad patrimonial; significativamente se contemplaban también garantías de solidaridad frente a eventuales conspiraciones interiores (B. Palacios (ed.): Colección diplomática de la orden de Alcántara..., I, doc. 485, pp. 325-328).

24. A finales de 1319 el maestre García de Padilla se sumaba a la hermandad de ciudades y villas andaluzas dispuestas a vetar el nombramiento de cualquier tutor del rey o adelantado de la frontera que no contara con su aquiescencia (AHN, OOMM, REOC, V, 1345 C, ff. 186-188r).

25. En agosto de 1321, en un clima de inestabilidad política creciente, el maestre calatravo suscribía un acuerdo con el arzobispo Juan de Toledo, al que también se sumaba el maestre santiaguista García Fernández, a fin de procurar la paz y el sosiego de la tierra (A. F. Aguado de Cordova, A. A. Alemán y Rosales y J. López Agurleta: Bullarium Equestris Ordinis S. Iacobi de Spatha, Madrid, 1719, p. 288).

26. La presión del papa tampoco ayudaba mucho en estos momentos. En agosto de 1319 Juan XXII exhortaba al maestre y Orden de Calatrava a combatir contra los infieles en defensa de la Cristiandad, ya que la existencia de un periodo de debilitamiento general por razones políticas había tenido funestas consecuencias para la frontera (AHN, OOMM, REOC, V, 1345 C, ff. 199-299).

27. C. de Ayala Martínez: «Guerra santa y secularización. El ideal caballeresco de Alfonso XI de Castilla», en C. de Ayala Martínez, J. S. Palacios Ontalva y S. Martín Ríos (eds.): Guerra santa y cruzada en el Estrecho. El occidente peninsular en la primera mitad del siglo XIV, Madrid, Sílex, 2016, pp. 23-63.

28. Ph. Josserand: Église et pouvoir..., pp. 542-543.

29. BC, pp. 756-760. El asunto colearía años después, y el intervencionismo de Pedro IV el Ceremonioso en los asuntos internos de las órdenes de Calatrava y Santiago formaría parte de las reclamaciones de Pedro I de Castilla a su homónimo aragonés en vísperas de la «Guerra de los Dos Pedros». A. Masiá de Ros: Relación castellano-aragonesa..., II, docs. 201/22 y 203/38, pp. 386 y 394.

30. Algunos especialistas tienden a retrasar estos fenómenos de aristocratización. Ph. Josserand: Église et pouvoir..., pp. 374 y ss.

31. Obviamente, la creación de redes comendatarias es anterior a la constitución propiamente dicha de las mesas maestrales, aunque en realidad no muy anterior, si consideramos dichas redes como el resultado de una evolución territorial que las va convirtiendo en un sistema sólido, eficaz y bien articulado. C. de Ayala Martínez: «Comendadores y encomiendas. Orígenes y evolución en las órdenes militares castellano-leonesas de la Edad Media», en Ordens Militares. Guerra, religião, poder e cultura. Actas do III Encontro sobre Ordens Militares, Lisboa-Palmela, 1999, I, pp. 101-147; ibíd., Las órdenes militares hispánicas..., pp. 332-336.

32. C. de Ayala Martínez: «Las órdenes militares en el siglo XIII castellano. La consolidación de los maestrazgos», Anuario de Estudios Medievales, 27(1), 1997, pp. 239-279; C. de Ayala Martínez: «Maestres y maestrazgos en la Corona de Castilla (siglos XII-XV)», en R. Izquierdo Benito y F. Ruiz Gómez (eds.): Las Órdenes Militares en la Península Ibérica, I. Edad Media, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 2000, pp. 325-378; íd., Las órdenes militares hispánicas..., pp. 205-208.

33. Se trata de un documento en el que García López de Padilla concedía al concejo de Berninches libertad de uso del horno local y autorización de construir otros a cambio del pago de un censo a la «mesa maestral». AHN, OOMM, Calatrava, carp. 470, doc. 384. Cit. E. Rodríguez-Picavea Matilla: La formación del feudalismo en la mesa meridional castellana. Los señoríos de la Orden de Calatrava en los siglos XII y XIII, Madrid, Siglo XXI, p. 163; E. Rodríguez-Picavea Matilla: «Evolución de la orden de Calatrava durante el reinado de Alfonso X», Alcanate, 2, 2000-2001, p. 69, n. 5. Como ya hemos indicado, antes de esta fecha el maestre, en septiembre de 1311, databa en el Magistrado, un documento dirigido a la corte aragonesa (A. Giménez Soler: Don Juan Manuel..., doc. ccxxxi, p. 397).

Santa María de Montesa

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