Читать книгу Mártires mortíferos - Adolf Tobeña Pallarés - Страница 6
ОглавлениеPRÓLOGO
¿Qué mueve a algunos al autosacrificio en aras del grupo? En el epílogo de «Mártirs mortíferos» Adolf Tobeña resume el objetivo de su obra y la respuesta a tal cuestión: «Se puede acometer el estudio del doctrinarismo combativo y del martirio exterminador desde una perspectiva biológica. Estamos ante una conducta excepcional, pero en absoluto anómala o patológica, que depende de unos ingredientes neurocognitivos discernibles que deberán interconectarse con los factores sociales que le dan curso» (pág. 251).
En un fantástico ejercicio de síntesis, Tobeña nos viene a decir que para dar con una explicación cabal a tal cuestión necesitamos combinar biología y cultura. Pero, ¿cómo es posible que necesitemos biología para explicar acciones suicidas?, ¿no sería suficiente considerar la historia, la sociología, la política, la economía asociadas a las mismas? No, no es suficiente, dice Tobeña. Él ha escrito este libro porque, como se podrá apreciar a lo largo de su lectura, si se animan a ello, lo que recomiendo encarecidamente, crece en la sospecha de que la biología tiene mucho que decir sobre las causas que subyacen a ése y muchos otros tipos de comportamientos. Contrariamente a una primera impresión, su intento no es reduccionista, pues admite que existen unos ingredientes neurocognitivos discernibles (que se pueden aislar, medir, comparar, etc.), que se relacionan con el entramado sociocultural, es decir con ese otro ámbito de interpretación que llamamos ciencias humanas y que, clásicamente, ha venido a delimitar toda explicación de la conducta, individual y/o colectiva, humana. Si se me permite, diría que tal delimitación sí que es excluyente. Lo más lógico es pensar que biología y cultura son los dos ingredientes que constituyen la receta del comportamiento humano. Y ya se sabe que, aún cuando los ingredientes sean los mismos, el plato final puede tener sabores bien distintos. Pues bien, el comportamiento humano, como digo, se nutre de biología y cultura, pero tanto la biología como la cultura de cada individuo pueden, de hecho suelen, ser diferentes. La singularidad que nos caracteriza se justifica, primero, por el hecho de que nuestra biología, desde la dotación genética hasta el programa de desarrollo que culmina en la formación de un organismo adulto, son únicos; segundo, porque la forma en cómo aprendemos la cultura es irrepetible; y, tercero, porque si no fuera suficiente con los componentes biológico y cultural su interacción incrementa todavía más nuestra singularidad. Pero, cuidado, no pensemos por ello que tales supuestos hacen inabordable el estudio científico del comportamiento humano. Probablemente la falta de consideraciones biológicas explicativas del mismo a lo largo de la historia del pensamiento no ha sido tanto la negación por evidencia empírica de nuestra biología, pues siempre se ha hablado de las partes natural y cultural, o animal y humana, del hombre, como un rechazo tácito a negar lo evidente, por consideraciones ya religiosas ya ideológicas, o simplemente por falta de ciencia suficiente como para abordar de forma efectiva su real e intuida presencia. Las cosas están cambiando, y el libro de Tobeña es un ejemplo de ello.
La aproximación de Tobeña, aunque no lo dice explícitamente, se nutre de la mejor sociobiología para tratar de indagar cómo pueden darse conductas inmoladoras, cuando no somos capaces de encontrar explicaciones basadas en consideraciones históricas y/o sociales. De hecho, él mismo admite que, al igual que ocurre con la del objetivo de estudio de su obra, hay muchas otras conductas que no admiten explicaciones exclusivistas de índole histórico-social, las circunscritas al ámbito de las ciencias sociales en sentido clásico. Es más, una sociobiología dura, y hay autores actuales que lo suscriben, interpreta el éxito, por ejemplo, de las culturas o la persistencia de actitudes religiosas, en clave de eficacia biológica. Dicho de otro modo: determinadas conductas han evolucionado porque confieren a los individuos ventajas relativas, éxito reproductor diferencial, puro Darwin podría decirse. Pero hay veces que no es tanto el individuo como el grupo el receptor de tales beneficios. Pueden evolucionar comportamientos que beneficien al grupo en detrimento del de algunos individuos, aquellos llamados altruistas.
Las poblaciones humanas, al igual que ocurre con el resto de poblaciones de otras especies, tienden a diferenciarse genéticamente. Podemos rastrear la naturaleza de tal diferenciación de múltiples formas. A veces es muy elevada, simplemente porque factores geográficos impiden el intercambio genético, otras simplemente son incipientes o inexistentes por la ausencia de barreras a tal tipo de intercambio. Nuestra historia evolutiva está plagada de barreras al intercambio, desaparición de las mismas, nuevas barreras, etc. En tales poblaciones han evolucionado caracteres muy distintos, con éxito diferencial según la historia particular que las ha atravesado. Una de tales características es la de la cohesión de esos grupos y/o poblaciones. No todas las especies son capaces de evolucionar comportamientos de cohesión grupal y, también hay que decirlo, muy probablemente algunas características que, como el lenguaje o el pensamiento simbólico, sean singularidades de la nuestra. Lo que no excluye el sustrato biológico y la necesaria interacción entre la biología y el contexto social que facilita la implantación o proliferación de determinadas conductas y actitudes. Como digo, una de especial interés en este libro es aquella que favorece la cohesión de un grupo. Un grupo más o menos organizado, con individuos altruistas en determinado grado puede evolucionar frente a otros basados exclusivamente en comportamientos egoístas. Un grupo cohesionado puede incrementar en tamaño frente a un grupo menos cohesionado. En tales grupos cohesionados pueden haber evolucionado determinadas características comportamentales. Así, explicaciones a la sensación de incomodidad ante el extraño o la solidaridad frente a la necesidad ajena, especialmente cuando el prójimo pertenece a mi grupo, por poner dos ejemplos, habría que buscarlas en los primeros tiempos de la evolución de nuestra especie, si no antes. Pero hay un sustrato biológico para esas actitudes y/o comportamientos. Desde hace algunos años disponemos de herramientas biológicas varias, genéticas y neurobiológicas fundamentalmente, que nos permiten ahondar en la componente biológica de tales caracteres. Este es el contexto general de la tesis que sostiene Tobeña.
El autor nos presenta en su obra las componentes biológicas de caracteres asociados a un tipo de comportamiento altruista un tanto peculiar: el letal. Sostiene que la lealtad o el altruismo dentro de un grupo tienen bases biológicas contrastables, no sólo por lo que hace a conductas cooperativas, sino también en el caso de litigios o enfrentamientos entre comunidades. Ello requiere, obviamente, el que los individuos sean capaces de reconocer, de forma fiable, quien pertenece o no a su grupo. Existen señales inequívocas que promueven alteraciones sesgadas de tipo neurocognitivo, y que son las que desencadenan la emergencia de una especie de lealtad colectiva. Se trata de un arma de doble filo, como decía más arriba, porque lo que puede ser un factor de cohesión grupal, también puede serlo para el ejercicio de la guerra de ideas, o la guerra simplemente. Sostiene Tobeña que creencias tales como los dogmatismos, los sectarismos o los integrismos, particularmente estas, tienen en las señales que promueven la identificación como miembro de un grupo un vehículo biológico para facilitar el incremento de la conflictividad entre los mismos. De hecho, deberíamos preguntarnos por qué no nos parece difícil pensar en morir por Dios, por la bandera, por la patria, o por la lengua. ¿De dónde proceden tales acuerdos que trascienden culturas? Podría sostenerse que con la educación de cada cultura ya se promueve tales actitudes, como un buen ejercicio de supervivencia de las mismas, biología aparte. Pero la cuestión no es tan sencilla, porque la respuesta no es uniforme entre los individuos. La singularidad existe, y la lealtad hacia el grupo y, especialmente, la de aquéllos que son extremos en sus intenciones, muestra que hay individuos dentro de ellos con papeles de liderazgo y otros simplemente seguidores. Más aún, y esto es de especial relevancia, Tobeña nos indica que hay perfiles neurocognitivos evaluables en ciertas predisposiciones temperamentales entre líderes y seguidores, entre fanatizadores y fanatizados. Así pues, tales predisposiciones biológicas van a servir a doctrinas totalizadoras como los etnocentrismos, las religiones o los idearios utópicos, como anillo al dedo. Ciertamente la educación tiene un gran reto por delante. Siempre hemos tenido un miedo atávico a reconocer que nuestra predisposición biológica era una forma anticipada de problema sin solución a conflictos y que, por el contrario, la educación en determinado tipo de valores o la vida plena (cultural y económicamente) la única forma de romper con problemas como el fanatismo suicida. Pues bien, no es el caso, los fanatismos que nos presenta Tobeña se dan en personas que han tenido acceso a educación y podido participar de una vida plena. Por ello hay una predisposición biológica a la que no podemos hacer caso omiso. Solo el conocimiento nos puede hacer libres y el libro «Mártires mortíferos» de Adolf Tobeña contribuye a ello.
ANDRÉS MOYA
Catedràtic de Genètica
Director de l’Institut Cavanilles
de Biodiversitat i Biologia Evolutiva
Universitat de València