Читать книгу Mártires mortíferos - Adolf Tobeña Pallarés - Страница 7

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PREÁMBULO

Hace exactamente un lustro, durante la primavera de 1999, estaba pasando una temporada en la Universidad de Tel Aviv. Era una de las épocas más plácidas, de las que hayan vivido los pueblos que se disputan el corredor palestino: el sacrosanto paso entre el Jordán y el mar que cierra el Mediterráneo oriental. En el horizonte israelí se anunciaba la formación del gobierno de Ehud Barak y las expectativas para alcanzar una paz duradera con la autoridad palestina, bajo los auspicios de Clinton y los acuerdos fijados en Oslo, eran muy grandes. Dediqué mi estancia allí a trabajar en un libro sobre la neurobiología de la agresión [193], aprovechando un sabático que me había concedido mi universidad. Retumbaban, lejanas, las noticias sobre el campaña de la OTAN en Serbia, pero el clima en Israel y Palestina era distendido. Los días tibios en Kfar Smariahu invitaban al baño en un Mediterráneo tentador, el mar Rojo en Acaba estaba espléndido y las caminatas por el Golán y el Monte Hermón resultaban estimulantes y apacibles. Los desplazamientos en las omnipresentes líneas de autobuses, los paseos por el viejo y nuevo Jerusalén, las compras en los mercados de Jaffa, Nazaret, Acre y otros lugares, tenían el punto de tensión inevitable en aquella sociedad, pero el ambiente era siempre incitador.

Concluí mi libro durante aquel mismo verano, en Sant Cugat del Vallès, pero tuvo una andadura editorial desdichada. Acabó saliendo dos años después, en la primavera del 2001, en pleno estallido de la Segunda Intifada en Palestina y con el litigio vasco, en España, recrudeciéndose a marchas forzadas. Aunque había dedicado la parte final de aquel libro a los orígenes de las confrontaciones bélicas, tenía la sensación de haber rozado, tan sólo, el tema y al iniciarse las vacaciones de verano del 2001 me puse de nuevo al teclado con la intención de redondear el panorama. Quería lidiar con el fanatismo como inductor de conflictos severos.

El 11 de septiembre del 2001 lo viví en las montañas del Tarn, en Occitania, y en los vastos lomos de aquel macizo no se vislumbró indicio alguno de la tragedia que sobrecogía al mundo. Al caer la noche y en un tramo del trayecto de retorno cercano ya a mi casa, los noticiarios radiofónicos en el automóvil me volcaron al espanto global. La mañana siguiente dictaba una conferencia, en el Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Vall d’Hebron de Barcelona, sobre Neurobiología de los Trastornos Agresivos, y mientras conducía hasta allí decidí que las sesenta páginas que había conseguido pergeñar, en las tardes estivales, irían directamente al fondo de un cajón. Aunque en el hospital me pidieron que ofreciera una interpretación de urgencia sobre lo sucedido en Manhattan eludí el asunto y me atuve al guión previsto. Decidí que no podía continuar con mi proyecto de libro ante la previsible inundación de materiales para analizar el cataclismo. Lo mejor, pensé, era callar y esperar a que amainara el temporal.

Aquellas páginas continuaban durmiendo tranquilamente cuando en marzo del 2003 apareció en Science un ensayo de Scott Atran

[5] sobre las raíces del suicidio terrorista. Era, de largo, lo mejor que había podido leer sobre el asunto pero me pareció que la perspectiva que adoptaba el artículo era restringida y que podía complementarse con incursiones a la biología. Quizás ya iba siendo hora de retomar mi trabajo aparcado. Me decidí a escribir una carta a Science para tantear la posibilidad de provocar una discusión de fondo en una tribuna de excepción. Pedí ayuda a algunos amigos para asegurarme que acertaba con el tono en un asunto obviamente delicado para los norteamericanos. Aparentemente no acerté. No tuve noticia alguna de mi carta durante muchos meses y olvidé, de nuevo, el asunto. Hasta las vísperas de la navidad del 2003. Recibí un correo de una editora de Science comunicándome que iban a publicar aquella misiva. Tenía setenta y dos horas para dar el visto bueno a la versión que habían preparado y que traía pocas modificaciones, la verdad sea dicha. Di mi conformidad inmediata, pero la publicación volvió a demorarse y no vio la luz hasta el 2 de abril del 2004 [194]. La discusión a partir de aquellos comentarios, que se prolonga con la participación de otros participantes y con materiales disponibles en la red, en <http:// www.sciencemag.org/cgi/content/full/304/5667/47/DC1>, da fe del grado de controversia y de desazón interpretativa que provoca el asunto.

He explicado esos pormenores domésticos porque ahí radica el impulso que me llevó a completar aquel proyecto. El libro que sigue es una reelaboración de un esquema que ya tenía trazado antes del 11 de septiembre del 2001 y de todo lo que ha sobrevenido después. Como he conservado la mayor parte del material escrito en aquellos tiempos más benignos tengo la impresión de que se nota. De que a pesar de los inevitables retoques para suprimir las referencias temporales inadecuadas, el flujo de la escritura deja traslucir los diferentes estados de ánimo de un texto que ha sido trabajado en momentos distintos y punteados, además, por sobresaltos mayúsculos. Eso no suele ser bueno porque el pálpito de un ensayo debe tener un tono coherente. Pero me da igual. Son los inconvenientes de abordar un tema cuyas manifestaciones reverberan y se van transformando a golpe de tragedias. De pretender acercarse, quiero decir, al análisis de unos acontecimientos de impacto indigerible mediante unos métodos que aspiran al retrato fijado. No creo, en cualquier caso, que el libro sufra mucho por ello y esta nota puede valer como preaviso.

Aunque llevamos 3 años ya de postefectos desde el 11 de septiembre, con un rosario de salvajadas y diversas contiendas de por medio, es evidente que el temporal no escampa ni hay señales de que vaya a hacerlo pronto. Al contrario, puede incluso que arrecie. Estaba bosquejando este prólogo la misma mañana del infausto 11 de marzo madrileño. No ha lugar, por tanto, para la distancia sosegada. Todos los materiales que se discuten a continuación tienen, inevitablemente, un cierto aire de atolondramiento, de estricta e incómoda provisionalidad. Los he reunido con la esperanza de intentar entender algo cuando las circunstancias lo permitan. Si es que lo permiten.

Bellaterra, abril del 2004

Agradecimientos

El Seminario «El cerebro social» celebrado en el Fórum Universal de las Culturas – Barcelona-2004 (Diálogos), resultó un ámbito estimulante donde pude presentar y discutir algunas de las ideas del libro. Diversos ponentes de aquel evento aportaron sugerencias y retoques muy útiles: Scott Atran, Jaume Bertranpetit, Ignacio Morgado, Arcadi Navarro, Núria Sebastián, Leonardo Valencia y Oscar Vilarroya. Walter Meyerstein revisó con esmero una primera versión del libro y me ayudó a precisar muchos puntos. Xavier Bru de Sala escaneó asimismo esa versión y sugirió énfasis pertinentes. El Jurado del Premio «Estudi General» de la Universitat de València demostró una audacia poco común al galardonar una incursión intempestiva en un área conflictiva del pensamiento biológico. Juli Peretó, como director de la colección Sense Fronteres, ha derrochado el entusiasmo y la energía que le es consustancial y que ha aplicado hasta la corrección minuciosa de las pruebas de imprenta. Andrés Moya ha escrito un prólogo tan espléndido y generoso que puede incluso despertar sospechas, cuando en realidad todavía no hemos tenido la oportunidad de intercambiar opiniones, cara a cara, por primera vez. Soledad Rubio, desde la logística de la Càtedra de Divulgació de la Ciència de la Universitat de València ha ayudado de mil maneras. Y los colegas de mi Departament de Psiquiatria i Medicina Legal, de la Universitat Autònoma de Barcelona, me ofrecen la colaboración necesaria para encontrar los huecos que hacen posible este tipo de excursiones colaterales.

Campus de Bellaterra

Febrero, 2005

Mártires mortíferos

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