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INTRODUCCIÓN

IDEARIOS LETALES

Uno de los atributos más singulares de la manera de ser de los humanos es su potencialidad mortífera en función de un ideario. Los primates sabios son capaces de matar y morir por una doctrina. De liquidar vidas ajenas o sacrificar la propia para defender o promover un sistema de creencias. No todos, por supuesto, se apuntan con idéntico fervor a esos dispendios biológicos tan exigentes y muchos procuran eludir cualquier contingencia que implique riesgos de verse arrastrados hacia esas exageraciones tan onerosas. Pero tampoco puede decirse que el fenómeno sea excepcional. En circunstancias de grave desasosiego social puede darse, incluso, con considerable frecuencia. No hay más que recordar el incontable número de contiendas religiosas, patrióticas, étnicas o ideológicas que ha ido jalonando el devenir de la humanidad con las consiguientes cuotas de mártires. Y aunque todo el mundo entiende que bajo aquellas etiquetas doctrinales a menudo se esconden intereses, agendas y objetivos muy dispares, hay que reconocer que algunas personas son capaces de jugarse la piel de manera descarnada y estentórea por un ideario. Se trata de un hecho reiterado e incontestable.

Incontestable y difícil de relacionar, en principio, con lo que sabemos sobre los mecanismos de la competición y los conflictos entre los animales más cercanos a nosotros. Para muchos vectores de la letalidad humana está clara la correspondencia con mecanismos ofensivos o defensivos que se han descrito [193] en otros primates no tan distinguidos ni prominentes como los humanos modernos, así como en otros muchos linajes del reino animal. Incluso para algunas pasiones humanas tan aparentemente idiosincráticas como la ambición, el resentimiento, la envidia, la lascivia, los celos, el odio o el enviciamiento debido al uso de sustancias psicoactivas, pueden encontrarse análogos animales que cumplen funciones equivalentes en sus hábitats ordinarios o en situaciones de laboratorio. En cambio, para el fervor combativo generado por una doctrina política o por una concepción religiosa o filosófica del mundo no hay de momento parangón consignable, o mínimamente plausible, en el mundo animal. Y hay que convenir, repitámoslo, que las hogueras pasionales encendidas por esas elaboraciones mentales que llamamos doctrinas o idearios pueden conducir al máximo sacrificio o a la dedicación homicida más tenaz.

Se trata de una singularidad humana que convendría estudiar a fondo puesto que está en el origen de no pocas de las hecatombes que los primates sabios ponen en marcha con incierta pero ineluctable asiduidad. El doctrinarismo combativo muestra, por otra parte, unas derivaciones sorprendentes. Vale la pena fijarse, por ejemplo, en la consideración social que suele recibir. Aunque los fanatismos implican, de ordinario, marginalidad entre las tendencias doctrinales que caracterizan a un cuerpo social, a los individuos con arrestos suficientes para jugarse la vida por un ideal o un sistema de valores se les reserva, a menudo, el lugar más prominente y distinguido en las crónicas que elaboran sus convecinos. En la nómina de los héroes y los mártires hay un considerable cupo de doctrinarios. No todos lo son, por descontado, porque a veces no queda más remedio que atenerse a ese papel por estricta casualidad (o por conminación perentoria), pero el peso del fanatismo en el martirologio es innegable.

Como alguno de los cataclismos más singulares que nos ha sido dado presenciar, en los últimos tiempos, llevan el sello distintivo del doctrinarismo pienso que vale la pena analizar con minuciosidad el fenómeno desde la perspectiva de la disección biológica.

Eso puede parecer un despropósito y no es, desde luego, la aproximación que ha primado en un mundo que vive atenazado por la amenaza del terror integrista a gran escala desde el pórtico del nuevo siglo. Pero hay que tener en cuenta que matar o morir por un ideario es un comportamiento suficientemente regular como para intentar bucear en posibles raíces biológicas. Cuando se manejan hipótesis explicativas sobre el papel que juegan los guiones doctrinales en la germinación de los conflictos sociales nos adentramos en el ámbito de la Psicología. De las complejas imbricaciones entre las creencias y pasiones individuales con la presión y la influencia social. Ése es un ámbito científico que ha tenido unos albores titubeantes y hasta descorazonadores, con frecuencia, a lo largo de más de cien años de incipiente andadura, pero ahora conoce un impulso prometedor y en los últimos tiempos ha comenzado a generar un cuerpo firme y acumulable de datos. La novedad más reciente es que puede empezar a valerse de soportes sólidos que proceden de la Biología Evolutiva y de la Neurociencia Cognitiva. En la conjunción de esas aproximaciones hay algunas garantías de progreso y de conocimiento acumulativo para abordar el problema de la letalidad doctrinal. Intentaremos sacar partida de ese tipo de conocimiento en esta incursión a los resortes del cerebro doctrinario.

Propósito del ensayo

El fanatismo político o religioso es uno de los ingredientes reverberantes de la conflictividad entre los grupos humanos. La potencialidad de algunas doctrinas para azuzar litigios letales, a pequeña o a gran escala, es proverbial. En esta obra se apuntan algunos mecanismos biológicos que forman el entramado de base para que surja ese tipo singular de pasión combativa que puede conducir a la especialización homicida y, en algunos casos, al martirio exterminador.

La lealtad o compromiso progrupal de alta exigencia es el requisito de partida. Aunque ha habido serias discrepancias sobre si esa modalidad del altruismo es aplicable a la conducta humana, la evidencia confirmatoria hoy en día es incontrovertible. El núcleo de la presente propuesta comienza ahí, con la discusión de las evidencias más consistentes sobre la operatividad del altruismo procomunal y su papel en los litigios humanos. A continuación, se discuten algunos de los mecanismos del reconocimiento intragrupal (marcadores o señales identitarias), en relación con mediadores neurocognitivos que actúan como engarces (facilitadores cerebrales) para que cuajen los agonismos basados en sistemas de creencias. Se propone, asimismo, el entramado de rasgos temperamentales que permiten distinguir a los fanatizadores de los fanatizados. Todo ello antes de pasar revista a las características nucleares de dos de los sistemas de creencias con mayor potencia agonística: los etnonacionalismos y las religiones.

TABLA I

Sacrificios agonísticos (Esquema de abordaje)


Nos proponemos, en definitiva, dibujar una cartografía tentativa de las mentes agonísticas y doctrinarias. Si la propuesta es viable, los análisis sobre el papel del fanatismo combativo como detonante/amplificador en los conflictos humanos pueden ser más penetrantes y fructíferos. Hasta hace muy poco este tema se consideraba un territorio exclusivo de las ciencias sociales y hay que reconocer que no había recibido una atención singularizada desde la ciencias de la naturaleza. Pero eso ha empezado a cambiar. Con el ánimo, por consiguiente, de ofrecer un esquema de abordaje (tabla I) y de indicar pistas productivas para exploraciones futuras, esta incursión a la psicobiología del doctrinarismo parte de una serie de hipótesis de trabajo que intentaremos sustentar con la evidencia disponible que se ha ido acumulando en la Psicología Social, la Biología del Comportamiento y la Neurobiología.

Hipótesis de trabajo

1. La lealtad o altruismo progrupal (grupalidad) tiene raíces biológicas discernibles y modula no sólo las conductas cooperativas sino los litigios y los enfrentamientos entre las comunidades humanas. Para que pueda funcionar es imprescindible que existan mecanismos de reconocimiento intragrupal fiable.

2.Hay señales primadas de identificación grupal (caracteres físicos, voz, ornamentos, rituales, etc.) que inducen un procesamiento neurocognitivo sesgado: prefiguran el surgimiento de los vectores de la lealtad progrupal al tiempo que constituyen rutas preferenciales para el adoctrinamiento combativo.

3. Las creencias encapsuladoras (dogmatismos, sectarismos, integrismos) se engarzan en esos resortes facilitados del procesamiento neurocognitivo para maximizar la conflictividad intergrupal (guerras de ideas).

4.Hay diferencias constitucionales en la proclividad individual a la lealtad progrupal y a la alianza agonística que prefiguran los roles individuales distintivos (liderazgo frente a seguidismo), en las células combativas que actúan como vanguardias en los conflictos grupales.

5.Existen, asimismo, perfiles neurocognitivos discernibles para las predisposiciones temperamentales que distinguen a fanatizadores y fanatizados.

6. Las doctrinas totalizantes (etnocentrismos, religiones e idearios utopistas) optimizan el funcionalismo de los agonismos sociales y se comportan como vectores particularmente infectivos para azuzar la conflictividad intergrupal.

Si conseguimos reunir datos que fundamenten las hipótesis anteriores, estaremos en condiciones de concluir que los conocimientos acumulados por la Psicología Social, la Biología del Comportamiento y la Neurobiología podrán ser usados para complementar las múltiples cautelas contenidas en los contratos sociales vigentes. Las estrategias para mitigar la peligrosidad de las doctrinas fanatizantes deberían tenerlos en cuenta.

Mártires mortíferos

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