Читать книгу Cazadores de la pasión - Adrian Andrade - Страница 5

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PROLOgo

Era apenas de madrugada cuando a Sarah se le rompió la fuente. Inmediatamente José se lanzó por la maleta y corrió a ayudar a su esposa a bajar por las escaleras por miedo a quedarse atorados en el elevador debido a las ligeras descargas de la tormenta reciente.

—Corazón —le dijo con dulzura—, deja voy por un paraguas para que no te mojes.

—¡No seas tonto! —Se cortó el romance— ¡Qué no ves que ya estoy mojada!

—Sólo bromeaba.

—¡Sólo trae el carro! —regañó Sarah mientras se agarraba el vientre tratando de respirar varias veces como se lo habían explicado en las clases para las embarazadas.

De repente un rotundo estallido del cielo puso todavía más nerviosa a Sarah que comenzó a sentir un terrible malestar en su estómago. José llegó a la entrada del edifico e impacientemente salió a abrirle la puerta a su mujer y ayu-darla a entrar al carro. Una vez adentro, se apresuró a su asiento y aceleró hacia el hospital.

—Por favor ve más despacio querido porque muerta nomás no puedo dar a luz.

—¿Quién es la graciosa ahora?

Sarah comenzó a reírse con suma dificultad, las contracciones iban y venían, pero ella se mantenía con suma calma a pesar de haber pedido la disminución de velocidad.

—¿Cómo te sientes?

—Me duele mucho, mejor si, acelera.

—No es necesario, es aquí a la vuelta.

Con extrema cautela, José aplicó el freno para no derrapar por la calle mojada. Encendió las luces de emergencia y pidió a gritos una silla de ruedas al personal más cercano. Sarah abrió la puerta y José la auxilió a tomar asiento en la silla.

Rápidamente la llevó a la sala de recepción y mientras el personal se la llevaba para revisar su estado, José se puso a llenar el formulario para validar el procedimiento de parto.

—¡Señora por favor salga! ¡Abra la puerta, no hay tiempo que perder!

Ante los gritos insistentes de las enfermeras, José acudió a revisar la situación.

—¿Señoritas, qué está pasando?

—Su esposa se encerró en el baño y no quiere salir.

—¿En serio? —no pudo ocultar su sonrisa.

—No es gracioso señor, en cualquier momento va a dar a luz y no sería prudente si sucediera sin nosotros y menos en la taza del baño.

—No sé hablé más, la sacaré.

José se acercó a la puerta tratando de aguantarse la risa pero no podía evitarlo.

—Corazón, te dije que cenar ese platote de pozole no sería buena idea.

Algunos de los presentes comenzaron a reírse.

—¡Eres un maldito imbécil!

Tras aquellas resonantes palabras, Sarah salió del baño y golpeó la nariz del burlesco de José. Las enfermeras la volvieron a sentar para llevarla a la sala de parto. El médico le entregó un pañuelo a José para que se limpiara la sangre.

—Qué buen gancho tiene su esposa.

—¿No me diga? —respondió José tratando de no colapsar.

—Creo que va a necesitar puntadas.

—Sólo váyase a revisar a mi esposa, por favor quiere, gracias.

—Déjeme atenderlo— se le acercó una de las enfermeras.

—¡Qué vergüenza!

—Oh no se preocupe, pasa todo el tiempo.

Debido a razones propias del médico a cargo, detuvo el parto natural para optar por una cesárea. José no tuvo opción que seguir esperando de forma impaciente por el nuevo cambio de dirección. Aproximadamente a la hora, Sarah dio a luz un varón frágil ya que estaba bastante morado.

—¿Todo bien? —pregunto José un poco nervioso en cuanto emergió el médico de la sala.

—El pequeño se estaba asfixiando, pero ya está bien —aseguró el médico—Efectivamente puede pasar a verlo si gusta.

—Muchas gracias.

José entró a la habitación y observó a su querida esposa sosteniendo a su pequeño hijo. No cabía duda que era una escena conmovedora de la cual valía mucho para José como parar tratar de separarlos.

—Lo siento —comentó Sarah en cuanto detectó el parche en la nariz.

—Descuida, me lo merecía.

Ambos rieron.

—¿Puedo? —José finalmente se animó.

—Por supuesto que sí —le sonrió.

José extendió sus manos para sujetar al pequeño infante y lo puso cuidadosamente entre sus brazos procurando no hacer-lo sentir incómodo. No podía explicarlo, no era cualquier sensación producida por algo nuevo, se trataba de un ser vivo que él había creado en compañía de su mujer.

— ¿Realmente es mío?

José no despegaba la vista en lo absoluto, es más ni siquiera pestañeaba. Por primera vez sentía ese instinto paternal del que todos hablaban pero nadie podía explicarlo. Fue en ese instante cuando Sarah detectó en su rostro esa determinación de un padre que se proponía hacer todo lo posible para mantener a su hijo sano y salvo.

—¿Cómo lo llamaremos?

—José –mencionó haciendo gestos al niño.

—¿Como yo? No quisiera.

—Sabes, como que se parece al abuelo —pensó Sarah.

—Lo mismo pensé en cuanto lo vi.

—¿Qué opinas si lo llamamos como él?

—¿Alejandro Romero?

—De cariño le podemos decir Alex ¿qué te parece?

—Alex Romero —pronunció José mientras sostenía en alto a su hijo—. Me gusta.


Sarah dejo escapar algunas lágrimas al ver a su esposo e hijo congeniar.

—¿Todo bien? —interrumpió la enfermera.

—Si —contestó José.

—No espere —Sarah la detuvo justo antes de salir—En aquella mochila hay una cámara ¿sí podría tomarnos una foto?

—Por supuesto —la enfermera sonrió.

Sarah se recargó en la pared de la cama y José se sentó a un lado con el recién nacido.

La enfermera tomó una foto instantánea y se las dejó en la cama. Sarah le extendió los brazos a José para que le entregara al pequeño Alex mientras se ponía a esperar a que la foto terminara de revelarse.

—Ahí en el primer compartimento de la mochila, están unas tijeras para que recortes la foto en un círculo y la pongas dentro del reloj de bolsillo que te regalé. Así para cuando andes en tus viajes, siempre estemos contigo.

—Oh amor, te prometo que pase lo que pase siempre es-taré con ustedes. Nunca los abandonaré mientras yo viva, nada les hará falta.

—Lo sé.

Sarah lo besó brevemente entregándole nuevamente al niño y se recostó momentáneamente tratando de no quedarse dormida, sin embargo, el dolor provocado por la cesárea la tenía bastante cansada como para negarle el tan merecido descanso a su cuerpo.

—Escuchaste mi pequeño cazador— José volvió a sostener a su hijo en alto sin poseer miedo alguno de que se le cayese como solía sucederles a los padres primerizos—. Siempre estaré contigo hijo mío, te lo prometo— lo puso en su pecho y lo besó mientras dormía.

Debido a que Sarah ya se encontraba rotundamente dormida, José optó por colocar al recién nacido en la cuna que hace poco le habían traído las enfermeras. Recostado desde el sofá, se quedó mirándolos dormir en plena armonía, sentía un poco de miedo sobre el futuro de su familia pero conforme recortaba la foto revelada y la acomodaba en la tapa interna del reloj, sus nervios comenzaron a desvanecerse.

Había sido fácilmente el mejor regalo que le había dado su estimada esposa por tanto decidió mantener esa reliquia familiar siempre consigo, a donde fuera o donde estuviera para que así nunca se le complicara encontrarla. Aunque cada vez estaba más determinado a abandonar su profesión dado que su estancia en casa era insuficiente, especialmente ahora que era un padre de familia.

Cazadores de la pasión

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