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LOS PRIMEROS AÑOS

Alex solía ponerse el sombrerito elegante de su padre y se aventuraba al sótano oscuro con una linterna para buscar una reliquia que solían ocultarle. El propósito de ello consistía en desarrollar su espíritu de autodescubrimiento y razonamiento personal para a su vez fomentar esa confianza e instinto interno.

Todavía era muy niño como para comprender el valor de los objetos por tanto no solían ser duros con él si malinterpretaba el mensaje o justificaba su entusiasmo a cambio de un premio. Tanto José como Sarah estaban de acuerdo sobre el empleo de estas dinámicas para irle generando una sana conciencia.

Por estar situados en una vecindad ruidosa y de malos modelos a seguir, José y Sarah siempre estaban al constante cuidado de su único hijo para evitar que cayese en malos hábitos o creencias. Por lo que preferían jugar con su creatividad, acelerar su madurez y gesticular su estado analítico.

Alex no era como cualquier niño común, no gozaba de actitudes atractivas para su edad, fácilmente era la presa de los burlones y por su baja autoestima, solía ser el hazmer reír durante los recesos escolares.

Ser el preferido de los maestros le ayudaba adentro de las clases pero en cuanto sonaba el timbre, la pesadilla se desataba por lo que parecían horas de tortura psicológica cuando tan sólo eran unos cuantos minutos.

Debido a las malas bromas, Alex evadía la cafetería para aprovechar su tiempo en la biblioteca. Era por esa misma razón que su acelerada comprensión provenía de este constante esfuerzo de estar siempre leyendo toda clase de libros.

No tenía alternativa, estaba en su sangre; además si el resto de sus compañeros no lo aceptaban como tal, no iba a quedarse llorando más de lo debido; al contrario, buscaría trasladarse a otra dimensión como lo hacía mediante la lectura de sitios arqueológicos y leyendas egipcias.

Aparte, José le alimentaba esta curiosidad cultural a través de sus propias experiencias. Desde joven estuvo viajando por varios países tratando de descifrar los orígenes y la evolución de las primeras civilizaciones del mundo. Sucedió durante un traslado a España cuando conoció por primera vez a Sarah, la cual por obra del destino, se sentó al lado de él, en un camión turístico. ¿Cuáles eran las probabilidades de que dos mexicanos estuviesen experimentando la misma aventura?

De inmediato congeniaron entre los temas tratados ignorándose así la presencia del guía. Hubo ciertos puntos a su favor y unos cuantos en su contra, debido a un ligero choque de personalidades y creencias.

Sarah era una devota católica mientras José no creía en las religiones ni tenía la menor intención de hacer una excepción, para nada quería limitar su comportamiento o cerrarse ante la libertad de las posibilidades.

Seguro de su decisión, José se casó por la Iglesia Católica más nunca se convirtió en un miembro de esta a pesar de haber acudido a los cursos. Ante esta flexibilidad, Sarah comenzó a desprenderse de sus rutinas religiosas como orar e ir cada domingo a misa porque en cierta manera comprendía a lo que se refería su esposo. Además se daba cuenta que el gusto de asistir había desaparecido hace muchos años. Ese antiguo protocolo formaba parte de una obligación estipulada por su madre y como ahora ya no vivía con ella, entonces era libre de ir cuando ella lo sintiese necesario.

Nunca fue la intención de José pertenecer a una religión en específico ni tampoco el de Sarah cambiar el catolicismo por el adventismo. Pese a no practicarlo, José respetaba la existencia de Dios pero debido a su larga trayectoria de reportero e historiador, se podría decir que tenía bien claro la urgencia de la humanidad por depender de una entidad divina. No obstante, esta mentalidad cambió cuando el pequeño Alex no pudo levantarse de su propia cama.

Era una mañana cualquiera cuando Sarah le gritaba a su hijo para que bajara a desayunar. Ya habían pasado diez minutos y éste no bajaba. Ligeramente molesta, acudió a su habitación encontrándolo con los ojos llorosos.

—¿Qué tienes cariño? —Le tocó la frente para verificar si tenía calentura— ¿Te sientes mal? ¿Te duele algo?

—¡No puedo levantarme! —reveló con frustración.

—¿Cómo que no puedes? —Lo tomó de una mano, jalándolo con delicadeza—Vamos cariño, tú puedes.

Alex se desplazó a la esquina de la cama y al tratar de levantarse cayó al suelo debido a que una parte de su pierna superior le había arrojado un repentino bajón. Sarah se agachó a tocarle alrededor del área donde al parecer Alex se había dado el fuerte e intenso estirón.

—Vamos cariño —volvió a jalar— levántate.

Alex dio su mayor esfuerzo pero la pierna nomás no le respondió.

—¡No puedo! —concluyó con sollozos ante la impotencia.

Llevándose un buen susto, Sarah corrió a avisarle a José y juntos lo llevaron de inmediato con un médico especialista. Éste tocó la pierna defectuosa con mesura y se detuvo momentáneamente al detectar una anomalía.

—No puedo sentir su huesito.

—¿Qué? —expresó Sarah brincando de su asiento —¿Cómo que no lo siente?

—Es como si una parte del fémur se hubiese desaparecido así nomás, quizás el trocante mayor o menor se despegó en una de sus volteretas.

—Doctor —lo llamó José con una profunda seriedad —¿Qué trata de decirnos?

—Por favor —insistió Sarah experimentando el mismo temor de José.

El médico guardó silencio un momento para apaciguar la tensión, y procedió a revelarles el diagnóstico de la manera más tenue posible.

—El hueso en los cuádriceps pudo haberse desprendido y por eso no puede pararse.

—¡Ave María Purísima! —suspiró Sarah.

—¿Tiene solución? —Cuestionó José sosteniendo un ataque de nervios— ¿Podrá caminar?

—Lo mandaré a hacerse unas radiografías, pero debo ser honesto, no dicta nada bien.

Devastados, Sarah acompañó a su pequeño en el procedimiento mientras José se quedó afuera hablando con Ignacio, un viejo amigo a quien había conocido cuando tomaba clases de la Biblia. Esto con la intención de hacer un documental sobre la palabra de Dios y su impacto en las diversas culturas.

—Amigo, creo que es momento de que tú y tu familia asistan a la iglesia.

—Ignacio, de verdad aprecio lo que has hecho por nosotros pero la religión no va con nuestra forma de ser.

—El problema contigo es que eres pura mente, no te das el lujo de simplemente creer. Dios te envió a las clases como Dios mismo a través del Espíritu Santo te está poniendo a prueba en este momento. Acepta su palabra, únete a los adventistas y verás cómo tu hijo volverá a caminar.

—¡Eso es fanatismo!

—Fe, mi estimado —lo corrigió—. Fe.

—No quiero ser irrespetuoso, pero lo he visto y estudiado en varias partes de este mundo, es sólo una forma que el ser humano inventó para justificar su existencia, para no sentirse solo y confundido.

—¡Sólo haz un salto de fe! —suplicó Ignacio dándole una palmada en la espalda— ¿Qué tienes que perder?

José sólo volteó la mirada deseando que esta conversación llegara a su fin.

—Incluso tus padres creían, para haberte llamado así —José sólo peló los ojos—.Si tan sólo callaras tu mente y abrieras tu corazón, entonces sabrías de lo que te estoy hablando.

—La Iglesia Adventista tiene muchas restricciones.

—Si Dios Nuestro Señor sacrificó a su hijo Jesús para salvarnos, estoy seguro que tú podrás sacrificar algunos hábitos por el bien de tu familia. Sólo piénsalo hermano.

—¡Está bien pues! —Suspiró— Lo pensaré.

—Perfecto, bueno pues debo irme, mantenme al tanto de Alex.

—Gracias Ignacio, yo te llamo más tarde.

En cuanto Ignacio lo dejó, José decidió tomarle la palabra. Por primera vez se encaminó a Dios y le prometió que si hacía caminar a su hijo, tanto él como su familia se volverían miembros activos de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

Tras llevar las radiografías al doctor, éste se sorprendió de no encontrar absolutamente ningún defecto en su pierna ¡Es más! En cuanto Sarah lo sentó, el niño comenzó a correr por la adrenalina acumulada de haber estado en cama. El doctor no podía explicarlo, por otro lado, José sí tenía explicación y en cuanto se lo contó a Sarah, la Iglesia Adventista formó parte esencial de sus vidas.

Debido a encontrarse en su temprana niñez, no le resultó complicado aceptar la palabra de Dios aunque si le tomó un buen tiempo comprender la crucifixión de Jesús. Este relato era distinto al temor impartido en el Antiguo Testamento. En cuanto al Nuevo, de inmediato le huía al libro del Apocalipsis por tomarse las profecías muy literales. No obstante, siempre retomaba la historia de Jesús ya que leer sobre sus enseñanzas lo impulsaban a tratar de aplicarlas al pie de la letra.

Del mismo modo, conocía el reglamento de la Iglesia y aceptaba vivir bajo esas reglas o limitantes con tal de ser salvado durante la segunda venida del Señor Jesucristo. A consecuencia de la larga experiencia y amplio conocimiento del mundo, José abandonó su profesión para convertirse en un humilde misionero.

Esta transformación de historiador a misionero le generó un poco de atención en los medios de comunicación, pero a él sólo le importaba promover la palabra de Dios a como diese lugar. Siempre y cuando fuese mediante un acto de bondad y gracia.

Con tal de apoyarlo, Sarah tomó el puesto de tesorera y cuando había oportunidad viajaba con su esposo mientras Alex se quedaba con su tía Isabel, la hermana menor de José.

A pesar de llevar como primer nombre María, ella lo detestaba sin importarle el valor bíblico. Desde niña había dejado bien sentenciado que sólo se le refirieran como Isabel; con la excepción de Alex quien solía llamarla la tía Isa de cariño.

Isabel nunca estuvo de acuerdo con que su hermano se hubiese aventurado al adventismo y mucho menos que haya involucrado a la familia, ya que no aceptaba que esta religión coartara la libertad de sus vidas con cientos de prohibiciones injustificadas.

Por su parte era católica pero de aquellas que cuestionaban sin guardarse nada. En ningún momento colocaba a los miembros de la parroquia en un pedestal, los consideraba de carne y hueso como cualquier otro hermano.

Como la secretaria de una parroquia, debía mantener la agenda de los sacerdotes en absoluto orden y los servicios con fluidez, cordura y honestidad. Nada de dejarse intimidar, sino lo opuesto.

Usualmente solía advertir a las monjas de que tuviesen cuidado de no salir embarazadas por obra del Espíritu Santo. Tampoco se dejaba engañar por las órdenes de los cardenales, Isabel les decía sus verdades y hasta de lo que se iban a morir.

Era una maestra de la palabra: justa, directa y honesta.

Cuidado nomás de levantarle un falso testimonio o quisieran pasarse de listos ya que ella los hacía trizas con su astuta sabiduría. A Alex le fascinaba este tremendo carácter de su tía.

Usualmente recurría a que le contara anécdotas, sin embargo, cuando le preguntaba sobre las diferencias entre un católico y un adventista, ella cambiaba el tema por una promesa que le había hecho a José. Aunque no estuviese de acuerdo, ella respetaba la decisión de su querido hermano.

Nada era fácil para el pequeño Alex, entre su aferramiento a los mandamientos de Moisés y a las reglas de la Iglesia, los problemas en la escuela seguían igual. Cada receso sin excepción se ocultaba en la biblioteca perdiéndose no sólo en la lectura sino también en sus deseos de convertirse en un talentoso arqueólogo, para de esta manera poder escapar de este lugar donde jamás pudo adaptarse.

Las lecciones sabáticas se dividían en dos: adultos dentro de la iglesia y los niños con un maestro en un aula aparte en el exterior. La razón era estudiar libros simplificados e ilustrados sobre la palabra de Dios y las enseñanzas de Jesús. Al final de cada sesión, se obtenía una conclusión de dicha temática respaldada por una actividad.

En cuanto daban las doce del mediodía, se reunía con sus padres para poner atención al sermón del pastor. Por más que intentaba comprender, los conceptos simplemente tenían significados muy profundos para un niño, por tanto solía aburrirse de la profunda seriedad del predicador quien nomás no hacía esfuerzo alguno para darle un giro dinámico a su tosco y plano estilo narrativo. En comparación con algunos sacerdotes católicos que añadían una pizca de humor a sus discursos evangelistas.

Eso sí, detestaba que recurrieran a los gritos y regaños ¿cuál era la necedad de hacerlo?

De igual forma, sostenía la biblia con mucha atención tratando de seguir las citas mencionadas y siempre se mantenía atento a los cánticos aunque estuviese desafinado. Inclusive apoyaba con el diezmo al extraer el diez por ciento de lo que sus padres le daban a la semana.

Por más que le insistían, no se atrevía a cargar la charola, se le hacía vergonzoso. Bueno no tanto como orar enfrente de la congregación lo cual hizo con tanta inocencia que el progreso de Alex se tornó evidente. Aunque sus padres no lo sintiesen listo todavía, Alex ya podía proceder a ser bautizado tal como él anhelaba.

Desde otro enfoque, gozaba de un extraordinario desempeño educativo siendo su talón de Aquiles las cuestiones sociales. Alex quería morirse porque la fe no le era suficiente para salvarlo de las terribles burlas de sus compañeros.

Debido a su sensibilidad, Alex se malinterpretaba por su supuesto feminismo, en otras palabras, su caballerosidad era tachada de amanerada, además de una mala dicción y una voz aguda que nomás no le ayudaban en lo absoluto.

Las huidas a la biblioteca se volvieron rutinarias y el silencio se apoderó de su cuerpo y mente porque odiaba ser lo que sus compañeros decían. Él sólo quería estar en paz y ser respetado como él solía respetar, por tanto era una rotunda decepción estar dando siempre la otra mejilla sin recibir un milagro a cambio.

Tanto silencio, exceso de remordimientos y un corazón quebrado fue todo lo que recibió por haberse tragado los resentimientos. Era demasiada carga para un niño inocente, pero si alguien podía hacerlo era él mismo, aunque no lo creyera.

—¡Ya no quiero ir a la escuela! —concluyó en sollozos.

—Alex ya hablamos de eso.

—¡Se burlan de cómo habló y me dicen de cosas!

—Te hacen eso porque eres muy noble —le explicó Sarah acariciándole su cabello lacio—. Vamos, no les hagas caso, ignóralos y verás cómo te dejarán de molestar.

—He tratado pero no funciona,

—Ten fe cariño, confía en Dios, todo estará bien.

Alex agarró un poco de aire y trató de expresar su inquietud con claridad.

—¡Por favor llévenme a Jerusalén!

Sarah río ante la mención del viaje que tendría con José debido a una petición personal de la organización adventista que consistía en guiar a un grupo exclusivo de hermanos por la Tierra Santa para consecutivamente, embarcarse en un acto misionero por los rincones sombríos de África.

—Mañana iré a hablar con la maestra y directora ¿te parece?

— ¡No me dejes! —Volvió a retomar el llanto— ¡Llévame, me portaré bien!

—Cariño, Jerusalén no es un lugar para un niño, además sólo estaremos unos días, porque tu padre y yo iremos a predicar la palabra de Dios en algunas aldeas desoladas de África.

—¡Pero yo quiero ir!

—Es peligroso.

—¡Te prometo que haré lo que me digas! ¡No me dejes!

—Cariño.

—¡De verdad quiero ir a la Tierra Santa! ¡De verdad quiero estar cerca de Dios!

—No necesitas volar miles de kilómetros para estar cerca de él.

—¡Por favor!

Sarah trató de ser frívola ante ese gesto de auxilio, pero su lado maternal al final de cuenta le ganó.

—Está bien, hablaré con tu padre.

Inmerso de emoción, Alex la abrazó.

—Dije que hablaré —advirtió—, así que no te me alborotes todavía.

—Está bien.

Alex trató de calmarse pero dijera lo que dijera o por más que se justificara con veremos, Alex sabía que cuando su madre decía que hablaría con su padre, significaba que era un hecho que iría a Jerusalén, por tanto había ganado la batalla aunque desafortunadamente estaba tan lejos de ganar la guerra.

En el sentido que si definitivamente esta distracción era grandiosa para olvidar su tormentosa niñez, pero nada era eterno y por ende, al regreso tendría que volver a enfrentar los mismos problemas sociales seguidos de las mismas decepciones ante la carencia de buenos resultados.

No tenía fuerza alguna para luchar por sí mismo, demasiado inseguro con su voz como para expresar sus inconformidades. Era demasiado fácil hacerlo llorar, cualquiera lo podía hacer, sólo era cuestión de concentrarse duramente en su mirada y con las palabras más crueles, bastaba para quebrarlo.

Alex hacía lo posible por ignorarlos hasta eventualmente sacarlos de su propio mundo. Cuando este sistema defensivo fallaba, simplemente huía a la biblioteca, esta vez habría una excepción, huiría a Jerusalén.

—¿Que lees ahora?

Alex le enseñó a su padre el mapa donde venían ilustrados los sitios sagrados.

—Ya veo.

José se sentó en la cama para platicar sobre su día, como solía acostumbrar antes de mandarlo a dormir.

—No dejes que te molesten Alex, no vale la pena.

Alex agachó la mirada.

—Sólo trato de caerles bien, sólo quiero tener un amigo.

—Mírame Alex, por favor.

Alex alzó la mirada conectando con la frente gruesa de su padre.

—Un amigo te va a aceptar por lo que eres y no por lo que quiere que seas, sé que estás en una etapa difícil. No te preocupes, todo pasara y si te mantienes fiel a tu persona y principios como Dios manda, cuando menos lo esperes, tendrás a un amigo.

—¿En serio?

—Acaso ya olvidaste el Salmos 65:5.

—¿No?

—Haber repítemelo.

—Con tremendas cosas nos respon… —expresó con timidez.

—En voz alta y seguro para que también lo escuches—exigió.

—Con tremendas cosas nos responderás tú en justicia, oh Dios de nuestra salvación, esperanza de todos los términos de la tierra y de los más remotos confines del mar.

—¿Crees en esta promesa del señor?

—Sí.

—Entonces, no tienes por qué preocuparte.

—¿Pero cuándo?

—A su debido tiempo Alex —se levantó de la cama—. Todo a su debido tiempo. Ahora guarda ese mapa y duérmete que mañana nos espera un largo día. Espero hayas preparado tu maleta.

—¡Uh desde cuando!

—¡Ese es mi hijo! —José le besó la frente y apagó la lámpara—. Dios te bendiga.

—Igualmente —se cubrió con la sábana mientras la puerta de su cuarto se cerraba.

Cazadores de la pasión

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