Читать книгу knifer - Adrian Andrade - Страница 6
ОглавлениеOperacion Iceberg
Habían transcurrido doce años desde el escape de Alemania y me encontraba a bordo de uno de los trescientos veintisiete buques de combate de la Armada de los Estados Unidos de América. Reunida con la Armada Aliada, la Flota del Pacifico constaba de aproximadamente de mil cuatrocientos transportes. Entre estos se integraban: portaviones, destructores, cruceros de inteligencia y navíos de desembarco.
Era un panorama tan impresionante que sólo se podía presenciar desde la cubierta, seguramente los japoneses tenían la mejor vista desde la isla de Okinawa. Supuestamente la última operación que tendría con la Primera División de los Marines del Tercer Cuerpo Anfibio.
Digo “supuestamente” porque para mí no hay un ultimato hasta que se termine la guerra o muera durante la acción. Desde lo que pasó en Berlín, no pude evitar sentir un poco de culpabilidad, si hubiera ayudado a mi padre en lugar de haber estado discutiendo, quizá en este momento no me encontraría en el fin del mundo.
Quizás hubiera evitado este camino que se estableció en Pearl Harbor, lo cual me pone a razonar. Quién hubiera dicho que los alemanes no serían los primeros en declararnos la guerra. De hecho, la forma en que los japoneses la iniciaron me hizo recordar a las primeras enseñanzas de Blake:
—Todo el arte de la guerra está basado principalmente en el engaño, aparenta pasividad ante el enemigo cuando realmente estás listo para atacar —me reveló Blake sosteniendo unos apuntes basados en el Arte de la Guerra por Sun Tzu, un general chino cuya filosofía, sabiduría y experiencia fueron trasladados a un total de trece tomos, compilados por sus discípulos Sun Wu y Sun Pi en el año 500 antes de Cristo.
Al principio no podía aceptarlo, pero conforme fui abriendo mi mente a los conocimientos proporcionados, empecé a comprender lo valioso que era el poder de crear un señuelo a través de la mentira. Método que posteriormente los Aliados emplearon en la invasión de Normandía. La exposición de una intensa campaña para hacerles creer a los alemanes que el territorio a invadirse sería otro.
Hasta la fecha me sigo preguntando: ¿cómo Blake sabía que la Segunda Guerra Mundial sucedería? Fue tanto su obsesión enseñarme maniobras defensivas de sobrevivencia, liderazgo, autonomía, condición física y conocimientos de batallas con los apuntes resumidos del libro que siempre tendía a mencionar. Es una lástima que se hayan extraviados ya que hubieran sido útiles para repasar.
Aunque uno no lo crea, por más que se tiende a comprender, profundizar y memorizar; nada se queda grabado. Igual que en la vida, nunca se es eterna y mucho menos cuando eres soldado de primera clase.
La buena noticia es que la guerra estaba más próxima a terminar, la Operación Iceberg consistía en capturar la isla de Okinawa empleando todos los medios y recursos posibles para usarla como base de operaciones aéreas y sucesivamente darle en el corazón de Japón. Suena fácil, pero tenía un presentimiento que el peligro iba a ser mucho peor a comparación de Iwo Jima, Peleliu, Guadalcanal y otras islas cuyos nombres he olvidado.
A pesar de contar con una inmensa flota jamás vista, artillería naval y miles de aviones, nada podía darse por asegurado. Decidí no pensar en el futuro y permanecer tranquilo en los dormitorios, escuchando la radio hasta recibir el llamado.
El reloj marcaba las 8:30 de la mañana del primero de abril de 1945 cuando los bombardeos me despertaron. Me levanté rápidamente de la cama, creyendo que nos estaban atacando; pero me tranquilicé al asomarme por la ventana. Sólo veía destellos de fuego alrededor de la isla. Nuestra invasión militar se encontraba cerca de pisar tierra.
Regresé a recostarme en mi cama e intenté volverme a dormir, pero no pude. Los bombardeos llevaban más de una hora sin parar y eso me tenía un poco inquieto. Seguramente no era el único despierto. Al igual que otros miles de soldados, todavía se nos dificultaba acostumbrarnos a los sonidos y más cuando hace tres días, la infantería se adelantó en las islas Kerama a veinticuatro kilómetros del oeste de Okinawa e inmovilizó cientos de botes suicidas.
¡Botes suicidas! Así es, los japoneses arriesgaban su cabeza con tal de estrellarnos una lancha o avión. Estás técnicas de suicidio honorario recibieron el nombre de kamikazes. Sólo imaginarnos que un kamikaze llegara y se estampara exitosamente en este buque, era un terror que no dejaba a nadie descansar.
Aunque me costara aceptarlo, debía admitir que admiraba a los japoneses. Honestamente no los odiaba ni los culpaba por lo que nos habían hecho en Pearl Harbor. Todos los soldados sin excepción seguimos órdenes; y probablemente esa orden de ataque sorpresa, había sido ordenada por un burócrata gordo o un comandante con excelente oratoria y respaldo informativo relevante. Ambos escenarios decididos ignorantemente detrás de un escritorio lujoso e importado.
Desde hace siglos la guerra siempre ha existido y es un movimiento que no se puede evitar, está en nuestra sangre y forma parte del instinto humano. Es un pensamiento fuerte, pero me temo que es la verdad. Nosotros los hombres creamos las herramientas en un principio con la finalidad de cazar, alimentarnos y sobrevivir. Posteriormente usamos estas mismas herramientas para matarnos entre sí con el fin de adueñarnos de objetos, mujeres y conquistar los terrenos ajenos.
Algunos la aceptan y respetan, otros la admiran y temen por no encontrarse inmiscuidos, y no faltan los codiciosos quienes la usan para obtener poder. Los pacíficos se quedan con los brazos cruzados y sólo se quejan mientras observan. No hay nada que puedan hacer para detener este suceso; porque si verdaderamente lo intentaran, entonces no se podrían llamar pacíficos.
En el campo de batalla: asesinos se forjan, sobrevivientes se ponen a prueba y los cobardes mueren, bueno sospecho de algunos. Si no posees una actitud fuerte, morirás al instante porque no hay garantía de que tu compañero te cuide la espalda mientras se cuida la suya.
Confiar demasiado en un equipo puede convertirse en tu propia perdición.
Yo sé que mi entrenamiento con los Marines estipula que no existe un yo en el equipo, pues en mis tres años eso ha resultado no del todo cierto. No puedo darme el lujo de depender de otros cuando poseo más conocimiento y habilidades superiores.
Blake siempre me dijo que confiara en mi primero y en última instancia porque a final de cuentas uno siempre está solo.
—Chris si algún día quieres ingresar a la Infantería o los Marines, por mí adelante. Probablemente aprenderás poco más de lo que yo te he enseñado, pero recuerda lo siguiente: miente unión y trabaja como un equipo, pero si te encuentras al borde de la muerte, huye. No sigas órdenes a la ligera sino existe una verdadera justificación de por medio, cuestiona en el silencio y actúa en la oscuridad. Recuerda, tú debes ser mejor que los demás porque no dependes de ellos. Aparenta unidad por la superficie cuando realmente eres autónomo en el interior —este último consejo solía ser uno de varios que solía reforzarme en distintas interpretaciones.
Aquellas palabras, aunque se sintieran extremistas, decían la pura verdad. Por ello, casi no socializaba con el resto ni me mostraba ansioso de crear un legado. Siempre tranquilo y dando un paso a la vez. Escondiéndome en la oscuridad y en la primera oportunidad, avanzar hacia el siguiente objetivo. Paciencia y perseverancia, pero sobre todo precaución de mi entorno.
—Es de esta manera como he sobrevivido tantas batallas, intentando no crear lazos que me hagan cometer el error de salvar una vida sacrificando otras vidas, especialmente la mía. No tiene sentido regresar por un caído cuando la situación es comprometida, porque siempre termina por morir junto con quien lo intenta rescatar.
Lo anterior no me causaba inconveniente alguno, siempre he sido del carácter de seguir adelante sin importarme el resto de mis compañeros, si me siguen bueno sino tampoco. Esto es la ley de la jungla donde el más fuerte sobrevive y el débil muere, por lo que de ellos depende quedarse atrás o mantenerse a mi paso. De esta manera mi escuadra se ha fortalecido y en el proceso, han sobrevivido en los últimos meses, excepto por uno.
—No es heroico, lo sé… pero quién dijo que un soldado es un héroe. Un soldado pelea para sobrevivir, pelea por sí mismo, por sus objetivos. Christian si no tienes fijos tus objetivos, fracasarás —pronunció Blake con tono grave para alentar mi conciencia.
Era una ideología cruel que me repetía una y otra vez, procurando insertármela en mi mente, pero no demoré en aceptarla conforme lo fui experimentando con mis propios ojos y manos en los campos de batalla. Mi objetivo por el cual sobrevivía consistía en dar lo mejor de mí y ponerle fin a esta guerra como mi padre lo quiso hacer en un principio.
Este camino que he tomado no ha resultado cómodo, inclusive desde antes de la guerra. Debo confesar que los consejos de Blake han resultado útiles y más al mezclarse con el entrenamiento de un marine. A veces no estoy seguro de qué pensar, a veces no sé si lo que digo es lo que verdaderamente siento. Mis acciones y comportamiento han llamado mucho la atención y he sido señalado, castigado, encasillado pero nunca desterrado, porque saben lo útil en que me he convertido.
Antes de esta gran reputación, me rechazaron el ingreso al Cuerpo de Marines, desconozco el motivo. Cuando me presenté tenía una actitud agresiva, prepotente e individual, todavía la mantengo pero cuando inició la guerra, no tuvieron opción que aceptarme por mi respaldo. De igual forma estaban seguros de que durante la primera batalla terminaría balaceado por mi propia actitud. Lamentablemente, otros fueron los muertos.
A mí y otras docenas de nuevos reclutas nos trataron como instrumentos, nos hicieron estudiar y nos enseñaron técnicas de defensas que ya dominaba. También nos hicieron correr durante lluvias hasta escalar montañas precipitosas. Cada una de estas rutinas en equipo.
En cuanto a las armas, disparábamos varios modelos y recargábamos cada vez en menor tiempo. Mi estancia fue corta porque nos enviaron rápidamente a la ofensiva.
No me hice de amigos, es algo que el ambiente no lo permite. Un día cenaba o dormía a lado de un soldado quien moría al día siguiente dejando un nuevo espacio para otro y así sucesivamente. Era la cruel realidad en donde me encontraba. Los lazos de compañerismo sólo brindaban sufrimiento y más muerte. Era mejor no tener amigos, no tener nada porque arriesgarse y nada porque debilitarse emocionalmente.
La concentración era lo esencial para sobrevivir. Concentración en el arma, en el panorama y en el compañero quien debía cumplir con su deber. Si me descuidaba por mostrar compasión, destruiría todo por lo que había luchado y terminaría en una fosa cubierto de gusanos por causa de mi propia debilidad contagiada por el caído.
No tengo nada en contra de mi enemigo, vuelvo a insistir, admiró su valentía, pero cuestiono sus métodos de suicidio. Tenía entendido que un soldado muerto no sirve de nada, pero vaya gran uso que le han dado los japoneses al pintarlo con honor. Un soldado muerto para ellos equivale de uno hasta diez americanos muertos. Asimismo, un kamikaze puede equivaler a un buque de guerra. Esto es impresionante, detrás de todo, el suicidio de un japonés sí tiene un precio.
Regresando al buque, no sólo eran los bombardeos que no me dejaban dormir sino mis propios pensamientos y algunos recuerdos de eventos terribles. Decidí levantarme oficialmente a ponerme el uniforme. Ese verde, café y gris revueltos entre sí conformaban un camuflaje estable. Me gustaba el uniforme, no sólo porque me ayudaba a ocultarme entre los bosques sino porque siempre me ha gustado la combinación de estos colores en la ropa.
Me coloqué las botas negras con sumo cuidado ya que los pies me dolían de tanto usarlas ¡Como extrañaba mis zapatos deportivos, cómodamente acolchonados y no tan ajustados como estás botas gastadas que en su interior yacían manchadas de mi sangre! Casi estaba seguro de esto por las molestias en mis talones.
Me toqué la cabeza para masajearme el cabello untado al cráneo. Extrañaba mucho mi cabello largo, el color café oscuro se aclaraba con la luz del sol mientras me caía por los hombros. Supongo que fue lo más difícil que haya tenido que hacer para enlistarme, cortármelo hasta quedar al ras. Todavía podía sentir que algo me hacía falta. Quizá cuando esto termine, tenga la oportunidad de dejármelo crecer otra vez. Al menos sé que alguien lo apreciaría, mas no debería pensar eso.
Abandoné los dormitorios y decidí entrar a la cubierta sosteniéndome del barandal. Me sentía un poco mareado por el repentino insomnio de las noches anteriores. Mis compañeros de escuadra ya se encontraban afuera poniéndose al tanto, excepto por uno, Robert. Este joven había fallecido hace un par de semanas. Por motivos de documentación administrativa, estaba pendiente su reemplazo.
Me acerqué a un lado de ellos y los ignoré desviando mi vista hacia las llamaradas en Okinawa, quería evitar una conversación a toda costa. Me coloqué un poco al extremo y observé la isla rodeada de fuego y humo negro. Habían transcurrido dos horas desde que los bombardeos iniciaron y todavía continuaban sin indicios de detenerse.
Por fortuna, el sol se había perdido entre las tinieblas ahorrándome así una terrible jaqueca. El problema fue respirar, el aire estaba contaminado de las cenizas levantadas por el viento. Me recargué con lentitud procurando no volverme a marear. El paso de un día completo sin tambaleos en el buque me hacía sentir relajado, por el momento.
—¡Chris, por qué tan alejado! —se acercó Jack Hardy, un compañero de mi fireteam, un concepto utilizado de estrategia que significaba un equipo de fuego.
—¿Te encuentras bien? —me preguntó Edgar Palmer buscándome una debilidad.
Nosotros tres conformábamos uno de diversos fireteams de la Compañía A del Primer Batallón y Quinto Regimiento de la Primera División de Marines del Tercer Cuerpo Anfibio. Recientemente transferidos tras terminarse la campaña de Iwo Jima.
—Estoy bien —respondí a la brevedad, evitando iniciar una conversación al confesar que las explosiones me provocaban un dolor de jaqueca.
—¿Quién será el nuevo integrante de nuestro equipo? —reveló Edgar su incertidumbre sin perder tiempo.
¡Para mi mala suerte! Un tema de conversación había surgido del cual no me importaba tratar, como lo mencioné antes, prefería estar solo y más en momentos como estos donde no necesitaba portar un arma y estar pendiente de que un banzai (japonés suicida) me sorprendiera por la retaguardia.
—¿Qué te hace tan seguro que tendremos una nueva adición?
—Hemos sobrevivido por tres meses, dudo que opten por separarnos y nos metan al azar a otros equipos con huecos.
—No deseo hablar de eso en este momento —interrumpí.
—Tienes razón —agregó Edgar—, a Robert no le hubiera gustado tener esta conversación.
—Robert está muerto, déjalo así —expresé directamente.
Honestamente no era un fan de bromear en nombre de un muerto, un muerto está muerto y punto final. Dichoso Robert quien ya no tenía que estar soportando esta porquería.
—¡Lo dices por lo que pasó! —respondió Edgar con recelo.
—Si lo que buscas es una confrontación para curar tus sentimientos, guárdalo para cuando desembarquemos —contesté con seguridad.
—¡Eso quisieras, verdad!
—Tranquilos —se interpuso Jack nivelando la tensión.
—Ser fuerte es aceptar las cosas como son y no como uno quisiera que lo fueran.
—¡Estás diciendo que Robert merecía ese destino!
—¡Acaso estás ciego! ¡Ve a tu alrededor! ¡Somos soldados! ¡Todos estamos sentenciados a ese destino!
Hubo un breve silencio hasta que el pacificador Jack habló:
—Es obvio que esto es tensión por la cercanía de otra batalla.
—En serio ¿no sientes remordimiento? —confesó Edgar con la voz temblorosa.
Guardé silencio por unos segundos antes de responderle.
—Robert fue débil y esa debilidad fue su perdición. Aceptar o rechazar ese hecho es tu problema, así que no vuelvas a restregármelo en mi cara. Odiaría tener que matar a alguien de mi propia unidad.
—Vamos Chris, no te pongas en ese plan —expresó Jack mientras yo me alejaba.
—¡Déjalo ir! —lo detuvo Edgar—. ¡Tiene razón, siempre la tiene!
—¡No, no siempre!
La última frase de Jack me sorprendió mucho. Apenas la alcancé a escuchar, pero prefería hacer como si no hubiera entrado por mis oídos. Se me hizo inusual que lo hubiera dicho cuando no existía ningún antecedente en contra mía. Decidí no prestarle más importancia y opté por dirigirme a los dormitorios.
Los pasillos estaban deshabitados por lo que tuve cero dificultades en regresarme al dormitorio. Al entrar fui directo hacia la ventana, por suerte esta habitación contenía una. Era una lástima que tuviera que compartirla con otros tres.
—Los bombardeos ya van para tres horas —me asustó una voz extraña proveniente de la litera opuesta a la mía.
Me volteé encontrándome con un soldado demasiado joven; a simple vista, parecía un adolescente de preparatoria. No tenía idea de quién era y menos sobre qué estaba haciendo aquí, pero en ningún momento se sintió amenazado por mi inconformidad.
—Se rumora que los japoneses se están escondiendo en cuevas al mismo estilo de Iwo Jima, espero y estas se colapsen con los bombardeos.
—¡Quién eres y qué demonios haces aquí! —pregunté finalmente.
—Soldado Dominic Farley, el nuevo recluta.
—Eso me temía —declaré sin vergüenza—. ¿En cuántos combates has participado?
—Ninguno, para serte franco.
—¡Ninguno! —repetí asombrado—. ¿Nunca has estado en una batalla?
—Pasé exitosamente el entrenamiento.
—¡Maldita sea! ¡Enviaron a un novato tonto!
—Puedo defenderme, corro con velocidad y tengo una excelente puntería.
—No dudo de tus capacidades, dudo de tu inexperiencia e ignorancia en el momento de encontrarte cara a cara con un japonés dispuesto a sacrificarse con tal de cortarte la cabeza.
El novato colocó un rostro de horror, era obvio que había escuchado las historias y eso lo intimidaba. Malo por él porque ahora conocía su debilidad. En el momento de encontrarse con uno de estos soldados suicidas, se quedaría congelado y por consecuencia moriría.
—Chris, deja de asustar al muchacho —interrumpió Jack—. Todos fuimos alguna vez novatos, no te preocupes eh…
—Dominic Farley —se saludaron.
—Dominic, yo soy Jack Hardy; mi compañero de atrás es Edgar Palmer y éste maldito bastardo—señalándome a mí—, es Christian Copeland.
—¡Christian Copeland! —exclamó el novato sin dejar de apartar su vista—. ¡El Christian Copeland! —continúo expresando mi nombre con una sonrisa de idiota.
—Tienes un admirador —vaciló Jack.
—¿Eres el Glorioso Bastardo que nunca ha parado de luchar?
—Querrás decir Glorioso Bastardo porque de soldado no tiene nada.
La modestia del novato fue correctamente corregida por el recelo de Edgar, pero eso no rompió su entusiasmo.
—¡Has estado en todas las batallas y siempre has ganado victoriosamente!
—Eso es una exageración —rectifiqué.
—Escuché que estuviste en el principio ¿es cierto?
Honestamente no me gustaba platicar y mucho menos de mis orígenes, no es algo de lo que me sienta orgulloso.
—Esa parte si es cierta —supuse que una respuesta no podría causar daño.
—¿Guadalcanal?
Al mencionarme este nombre, me hizo recordar de mi primera misión ejecutada por agosto de 1942. Sinceramente no me acuerdo del día ni la hora exacta, sólo recuerdo de cuando el pelotón del cual formaba parte fue exterminado, convirtiéndome en uno de tres sobrevivientes. Eventualmente nos torturaron sin hacernos ninguna pregunta y delante de mí, rodaron las cabezas de mis compañeros.
En ese tiempo yo era un inocente novato como lo era actualmente Dominic. Era una garantía que iba a morir en cuanto los japoneses me hincaron y colocaron un machete por arriba de mi cabeza. Me acuerdo mucho de ese momento, porque sentí decepción al no haber podido llegar lejos, ni siquiera avancé dos o tres pasos para terminar esta guerra a diferencia de mi padre quien se había acercado más a su objetivo, aunque haya fracasado.
Respiré profundamente y decidí morir sin pedir una súplica ni compartir siquiera una lágrima como lo hicieron mis compañeros anteriores. En cuanto iban a degollarme, varios disparos penetraron en el puesto, matando a mis torturadores al instante. Caí al suelo y un soldado me ayudó a levantarme. Personalmente no creo en los milagros, pero ese debió de haber sido uno.
—Chris —interrumpió Jack regresándome al presente.
—Antes —contesté rápidamente.
—¿Perdón? —continuó el novato.
—Estuve antes.
—¿Pearl Harbor?
Cómo podría olvidarlo, el lugar donde mis padres se conocieron y se enamoraron. Quisiera creer que mi madre ya se reencontró con mi padre en el más allá, pero no creo en la existencia de otra vida después de esta.
Pearl Harbor también representaba mi lugar de nacimiento, mi niñez y mi inolvidable pasado con… mi visión se volvió blanca y escuché una voz familiar pronunciando mi nombre: —¡Chris! —expresó la enfermera con preocupación.
—Chris —volvió a interrumpirme Jack—. ¿Estás bien?
—Mucho antes —volví a responder la pregunta de Dominic ignorando de paso a Jack.
—¿Antes que Pearl Harbor? —comentó asombrado.
Jack y Edgar también se asombraron sobre ese dato revelador. En fin, los tres se quedaron atentos y ansiosos de escuchar mi siguiente silaba.
—Berlín, Alemania… hace como nueve o diez años aproximadamente.
—¿Qué estabas haciendo ahí?
Me le quedé contemplando con un profundo silencio, disfrutando del suspenso generado.
—¡No es de tu maldita incumbencia! ¡Mocoso!
Jack y Edgar rieron al ver al típico yo.
—No lo tomes personal compañero, Chris es verdaderamente un bastardo, pero mientras estés a su lado, estarás en buenas manos —aseguró Jack.
Entretanto Jack y Edgar se pusieron a platicar con el novato, yo fui a recostarme en la cama inferior de la litera. A pesar de cerrar los ojos, me encontraba atento de la conversación ajena.
—¿Cómo se conocieron?
—Edgar y yo éramos de la Cuarta División de Marines asignados a la batalla de Iwo Jima y Chris vino por petición personal, nos lo encontramos solo dentro de una de las cuevas de la isla y decidimos permanecer a su lado. Después de capturarse la isla, nos transfirieron a su Primera División para mantenernos juntos.
—He escuchado que ha rechazado varios relevos ¿por qué querrá seguir luchando?
—No tenemos idea —confirmó Edgar—, conociéndolo como es, nunca lo sabremos.
—Me sorprende que siga siendo soldado de primera clase.
—No estoy aquí para escalar rangos —interrumpí—. No me dejan dormir con tanta basura que sale de sus bocas.
Me levanté de la litera y salí al pasillo, Edgar me siguió muy de cerca.
—Perdona por lo de hace rato en la cubierta —me susurró.
—El miedo y la culpa son emociones que definen a un débil de carácter —dije citando a Blake—, pero una persona de carácter fuerte también tiene miedo, la diferencia radica en la forma en que enfrenta sus miedos. No huye ni se paraliza, enfrenta las situaciones de riesgo con audacia y las resuelve de una forma superior ¿Comprendes?
—Oh —suspiro—, esperaba algo más crudo como un no me importa o un vete al carajo, ya sabes por cómo eres, pero gracias por esta inesperada respuesta, creo poder comprenderlo.
—Bien por ti, porque realmente no me importa un carajo lo que hagas, digas y pienses.
No podía explicar lo anterior, era como si el novato hubiera causado sensibilidad en mi frialdad emocional. ¿Acabo de revelar dos líneas de sabiduría a un soldado equis? —me cuestioné. Obviamente sólo había una forma de cuidar mi reputación y era el gran cierre. Lo cual funcionó porque Edgar regresó más confundido al dormitorio.
En el momento en que me recargué a la pared, la alarma comenzó a sonar. Era el llamado para tomar nuestras cosas e ir a cubierta para comenzar a subir en las lanchas de desembarco. Comencé a sentir nervios de nuevo, pero los ignoré comenzando a usar el odio y la frialdad.