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Linea de Shuri

Había sido un largo e impredecible día pacifico, no hubo absolutamente ninguna baja por reportar. No tardaron muchas horas para que los hombres se pusieran cómodos dentro de las casas de campaña y comenzaran a celebrar la continuidad de sus vidas.

Los juegos de cartas se habían retomado y la tensión de la guerra se redujo por el resto de la noche. Al menos que los japoneses tuvieran planes de desatar otro ataque al estilo Pearl Harbor, pero lo dudaba.

Comenzaron los tragos de cerveza mezclados con los cigarros, yo era la excepción. Usualmente siempre alejado de las mesas de apuestas y vicios dañinos. Comprendo que mis compañeros pensaran que esta sería su última noche, pero yo prefería pensar lo contrario.

Además, nunca soporté el sabor de la cerveza y mucho menos el humo de los cigarros. Mi único vicio y tranquilizante eran los dulces de azúcar, podría durar horas y horas comiéndolos hasta que me dolieran masticarlos seguido de un ardor en la lengua.

Extrañamente la tormenta comenzó a notarse con los tremendos truenos, casi podían confundirse con los bombardeos y por ello, sentía un poco de preocupación. Al escuchar un trueno más fuerte que el anterior, decidí abandonar a mis compañeros en sus apuestas y verificar que no hubiera una batalla a lo lejos.

Al salir sólo me encontré con un ambiente de consternación, sin duda el clima y la naturaleza se encontraban en agonía por lo que nuestra armada naval había hecho en la mañana. Bajé mi rostro y extendí las manos para recibir a la lluvia. Al sentir el agua escurrir por mi cráneo, entonces levanté mi cabeza para refrescarme mi frente hirviente.

A lo lejos detecté a varios soldados salir apurados de la playa en su ropa interior y dirigirse a las carpas. Nunca he comprendido cuál es el motivo de jugar en el mar, sólo entras, te mojas y brincas; eso es todo. ¿Cuál es el motivo? Esta inquietud no tiene importancia ya que odio mojarme y especialmente con la ropa puesta.

Otro estruendoso trueno me puso más nervioso de lo común, puesto que se me figuraba que el propio cielo se estaba quebrando y por ende el fin de mundo sucedía. Yo y mis traumas. Me temo que viene desde mi niñez desatendida; pero comparado con la guerra, no es nada.

La lluvia se intensificó y regresé a la carpa para evitar formar parte de un caso de hipotermia. Me recosté cerca de la entrada, para estar atento a la caída de la lluvia.

Por lo menos, mis actividades de asesor no fueron solicitadas en esta tarde, dada la tranquilidad de la situación y mi ignorancia hacia temas intolerantes como el acomodo de letrinas e inventario de recursos. Por más que insistieron, no tuve opción que darle la orden a un tonto que andaba de paso. Después de todo, soy un Cabo y un Cabo tiene cierto dominio sobre su sección o escuadra.

Entretanto escuchaba la lluvia recostado en el suelo, me vino a la mente el caso de dos soldados que cayeron desmayados tras poner los pies en la isla. Esto fue debido a enfermedades causadas por un piquete de insecto o los efectos de los campos de batalla. Así es, existen muchas formas de morir en una guerra aparte de un balazo o cuchillazo.

Conozco algunas enfermedades como el ántrax, un síntoma que se presenta en los siete días de haberse infestado o inhalado. Éste se percibe como un simple resfriado, pero enseguida suceden los espasmos y las complicaciones respiratorias. Del mismo modo aparecen en la piel: una úlcera dolorosa de uno a tres centímetros de apariencia gangrenosa oscura. Esta característica la identifiqué fácilmente en uno de los hombres caídos en la playa.

Inusualmente, he escuchado de casos de congelamiento, no de la clase de cuerpos congelados como en las películas de ciencia ficción sino de partes de piel endurecida, pálida y fría, tras la exposición prolongada a altas temperaturas. Se pueden notar como parches blancos en la epidermis y carecen de sensibilidad. El problema radica durante su calentamiento porque se convierte en un área roja y dolorosa. El tratamiento suele revertir el daño, pero la mayoría de las veces suele ser demasiado tarde y se opta por la amputación. Eso me han dicho, pero será mejor platicarlo con los rusos.

Uno de los casos más populares es el dengue, no tengo idea de por qué lo llamen así, pero sólo sé que debo cuidarme de un tipo de zancudo especial. Un solo piquete puede causar fiebre elevada, sangrado espontaneo, fallas circulatorias y shock. Esto lo sé porque un compañero mío me dijo antes de morir que tuviera cuidado de un zancudo con líneas blancas, pues este insecto era el causante. En ese momento supuse que estaba delirando al mencionarme un zancudo blanco, pero nada me costaba creerle.

Una enfermedad que me tiene preocupado es la malaria porque algunos de sus síntomas los tengo como: escalofríos, náuseas y cansancio. Aunque podría estar confundiéndolo con una desnutrición y mi constante participación en la batalla. Desafortunadamente el barco en donde se almacenaban los frascos de clorhidrato de quinina fue destruido durante un atentado kamikaze. Dudo poseerla, han de ser sólo mis nervios enviándome señales negativas. A veces, el peor enemigo es uno mismo.

Una de las enfermedades más comunes que me ha tocado ver son el pie de trinchera, todo debido a pasar muchas horas encerrados en las trincheras inundadas de agua y a bajas temperaturas. La combinación de frío y humedad causan que se desgaste el tejido, se hinche y adquiera colores azulados o negros. Esto es terrible, ya que se requiere de amputación. Por un lado, los hombres sonríen de volver a casa pero a los pocos minutos, el sufrimiento los domina. Por eso, siempre reviso mis pies antes de dormir, los lavo y limpio los calcetines.

En cuanto al tétano y el tifus, no se han reportado ningún caso en mi sección; todo gracias a las dolorosas vacunas que nos aplicaron días antes de enviarnos a luchar. Algo que me llamó la atención fue el rumor de que algunas de las dos primeras enfermedades mencionadas, estaban siendo utilizadas en Alemania por parte de los rusos para provocar bajas enemigas.

No hace mucho escuché que le comentaban a Carl que Gran Bretaña había solicitado a las fábricas, la elaboración de alimentos venenosos los cuales serían arrojados desde los aviones de la RAF para ocasionar serios daños a los campos de cultivo y los ganados en Alemania. Otro rumor manejado fue el uso de la Tuleramia empleado en Stalingrado contra las fuerzas alemanas.

La Tuleramia, conocida como la fiebre de las ratas, es causada por el microbio la Francisella tularensis, ésta fue descubierto en 1911 cuando una gran cantidad de ardillas murieron en el lago de Tulare en California. Supongo que fue por el nombre del lago que recibió el término de Tuleramia.

Curiosamente sé de esto porque estaba escrito en una hoja escondida debajo de la cama de mi padre. Supuestamente en sus anotaciones, los científicos establecieron que la Tuleramia era altamente contagiosa y peligrosa para los humanos, podía contraerse por contacto con animales enfermos como las ratas.

Cuando me enteré que los rusos habían regado ratas enfermas en el frente atemorizándolas a cruzar las líneas alemanas, supuse que se trataba de la Tuleramia. Este virus se propagó exitosamente causando las bajas considerables. Aunque la enfermedad también afectó a varios soldados aliados, pero estos eran reemplazables. Todo lo opuesto de los alemanes, quienes hallándose acorralados, les era imposible retirar a los enfermos y mucho menos reemplazarlos.

Nunca he sabido cuáles son los síntomas o las fases de esta extraña enfermedad. Cuando quise averiguarlo, Carl me prohibió mencionar el nombre y hablar al respecto. No sin antes darme un largo y tedioso discurso de no entrometerme en conversaciones ajenas de status extraoficial. Lástima, realmente estaba interesado por saber si el empleo de aquellas armas biológicas era verdadero.

****

Dos días pasaron sin escucharse ningún tiro, lo cual nos tenía impresionados y asustados a la vez. Varias escuadras se habían adentrado al interior de la isla, excepto la mía. Ahora resultaba que, desde mi nombramiento de Cabo, estaba oficialmente a cargo de este grupo perezoso. Asimismo, colaboraba en la coordinación de otros dos, bajo las órdenes del sargento Parker, el encargado principal de la sección.

Mi mente todavía no podía comprender las razones de mantenernos en reserva, no podrá ser por causa de mis malestares, los cuales han disminuido puesto que esta tarde recuperé mi apetito y comí una sopa de lentejas, aunque debieron de haberse sobre-cocido porque me causaron indigestión.

No me sorprendería que fueran inclusive por causa del agua empleada, ya ni se sabe si es pura. Cómo extraño el orden, la tranquilidad, el aire fresco y puro. El sabor picoso de la comida mexicana y las hamburguesas caseras con queso y tocino. Lo que daría por comerme una doble en este momento.

A pesar de que la situación se encontrara tranquila, en el mar se era una pesadilla. Constantemente se podían escuchar a cualquier hora disparos y explosiones provenientes del océano. A algunos soldados los tenía asustados por la sospecha de quedarse sin un raite de regreso para cuando terminara la guerra. En mi caso, evitaba cualquier tipo de esperanza y sólo me concentraba en cumplir mi objetivo.

Al pasó de varios días, la batalla finalmente se desató en la tierra por la línea Naha-Yanaburú, ubicada cerca del Castillo de Shuri, el monumento más antiguo de Japón. Construido aproximadamente en el siglo XVI, siendo una construcción de madera de dieciocho kilómetros de perímetro y muros de seis metros de espesor.

¿Quién sabe cuánto más duraría intacto?

En cuestión de segundos, todo se convirtió en una repetición de Iwo Jima. Los japoneses habían colocado obstáculos tales como: trincheras, barracas y cuevas. Además, peleaban hasta la muerte creando una barrera imposible de cruzar.

Esta barrera recibió el nombre de la Línea de Shuri y comenzó a adquirir fama de exterminio instantáneo. Centenas morían al intentar pasarla, incluso sargentos y cabos, por lo que se manejaron múltiples y fugaces ascensos. Los recién promovidos sólo duraban activamente un par de minutos; con suerte, quizá un día a tres como máximo.

Correspondía admitir que los japoneses habían elegido el terreno perfecto a defender, porque por más que los bombardeábamos, sus instalaciones subterráneas eran inmunes a nuestra artillería pesada. Era básicamente un combate cuerpo a cuerpo. Analizando correctamente, haberme quedado en reserva fue mejor que un baño de sangre.

Intenté conservar mis sentimientos y concentrarme en levantar el ánimo en algunos soldados, puesto que para cruzar la línea se iban a requerir de motivación. Era un presentimiento seguro que tarde o temprano me llamarían para ejecutar una estrategia para romper la línea. Si no estuvieran planeándolo, entonces de plano serían unos tontos.

El novato se la pasaba regularmente pegado a mí cuando debería estar con Jack. No entendía porque confiaba demasiado en mi liderazgo. No soy un buen líder, sólo soy un buen sobreviviente.

Uno de los errores constantemente cometidos consistía en atacar cuando el enemigo estaba preparado. Obvio, los sacrificios son necesarios para descubrir la fortaleza enemiga, pero quiero creer que este obstáculo se encontraba en los pensamientos de los delegados de la guerra.

De acuerdo con El Arte de la Guerra, los expertos no necesitan de segundos suministros sino todo se rellena con las armas, equipos y alimentos de nuestros adversarios. Desdichadamente, los soldados no podían apropiarse de estos recursos porque se encontraban adelante de la Línea de Shuri. Por ende, dependían de nuestra transportación y esto causaba estragos en el campamento por las raciones confinadas. Añadiendo la destrucción de buques con suministros por el exceso de kamikazes en el mar.

Una frase me tenía asombrado y era la siguiente: “(…) los que consiguen que los ejércitos se rindan sin luchar, son los mejores maestros del arte de la guerra.”

Me pregunto si Blake creía en esto porque en mis tres años de estar peleando, no creo en la posibilidad de ganar de este modo. Una guerra sin conflicto físico no es guerra, al menos exista un arma psicológica que persuada a los japoneses a rendirse antes de hacer su primer disparo.

—¿Cómo le haces para sobrevivir? —me interrumpió el novato como era de costumbre a estas horas de la tarde.

Como no tenía nada por hacer y realmente me empezaba a agradar la inocencia del muchacho, decidí darle unos breves minutos para contestar sus inquietudes. Me apoyé en las enseñanzas de Blake para darle la oportunidad de prolongar su subsistencia.

—¿Tienes claros tus objetivos?

—No comprendo —me contestó confundido.

—Quién no tenga claro sus objetivos no podrá enfrentarse a su oponente y como tal, morirá.

—¿Qué tiene que ver esto con la pregunta?

—Más de lo que piensas, ahora calla y escucha porque esto podría salvarte. Él que sabe cuándo combatir y cuándo no hacerlo, saldrá victorioso. Dominic –pausé– conoce a tu oponente y conócete a ti mismo y en cien combates, nunca estarás en peligro.

—Eso es genial, de dónde lo aprendiste.

—Leyendo, simplemente leyendo —no podía revelar mi fuente.

—Cuéntame más.

Me puse a pensar y comencé a arrepentirme de haberle dicho lo anterior. No sé si a Blake le hubiera gustado que transmitiera este conocimiento que pocos conocían y dos que tres sabían usarlo, pero miré dentro de mí y pensé que quizá un poco más no le haría daño a nadie.

—Haz que tu defensa sea como el agua, la cual no demuestra forma. La invencibilidad reside en la defensa, las posibilidades de vencer, en el ataque. Siempre y cuando sepas unir a un ejército hacia un objetivo llamado victoria.

—Con este conocimiento ya fueras Teniente; pero ahora me doy cuenta que sólo lo empleas en ti mismo y por ello, has sobrevivido estos años.

—Ya contéstate a tu pregunta.

No era tan tonto después de todo.

—Realmente no creo que seas un bastardo despiadado como muchos dicen, eres así porque alguien te dijo que lo fueras y quizá sólo estás aparentándolo para tener una ligera ventaja sobre nosotros —me desafió el joven bocón—. Estás jugando y manipulándonos constantemente usándonos para cubrir tus debilidades, pero muy dentro eres como cualquier otro hombre que tiene miedo de su destino.

Sentí la furia apropiarse de mi cuerpo y rápidamente saqué mi cuchillo colocándoselo en su cuello. Comencé a disminuir mi intensa respiración, intentando controlar mis impulsos.

—Te crees tan listo para figurarme, pero acaso olvidas que sólo eres un tonto inocente. Tú no has visto ni has hecho cosas que te hacen cuestionar tu propia humanidad. No tienes la menor idea por lo que he pasado en Berlín, Pearl Harbor, Guadalcanal, Iwo Jima y lo que falta por pasar aquí en Okinawa. No eres absolutamente nadie para juzgarme, novato. Así que hazte un favor y déjate de pendejadas, porque si no fuera por mí ya formarías parte de las pilas de cadáveres que yacen en la Línea de Shuri.

Despegué mi cuchillo de su cuello y con mi mano le mostré dos dedos significando que eran dos veces que le salvaba su vida. No sé si comprendió el mensaje en cuanto salió de la carpa, más le valía. No creo que tenga el valor de ir a delatarme, pero no me importaba si lo hiciera. Sería la palabra de un novato contra la de un Cabo; y siempre el superior tiende a tener la razón, por más demente que sea.

Al tranquilizarme pude escuchar las palabras de Blake en mi mente, creando un tipo de conciencia sobre mi reciente impulso emocional. Fue una de las lecciones tempranas, creo que a la siguiente semana del asesinato de mi padre.

Era una tarde lluviosa cuando Blake entró a la habitación, últimamente había adquirido el papel de mi maestro, supongo que sólo cumplía con la promesa de un muerto. Honestamente, sólo escuchaba más no escribía. Sólo esperaba el día en que me pusiera frente a los asesinos de mi padre, pero si para que ese día llegara tenía que escuchar las enseñanzas de Blake, entonces que así sea.

—Existen cinco debilidades peligrosas en un comandante.

—Pero no soy ningún comandante —renegué—, y no espero llegar a serlo por lo pronto.

Blake se me quedó mirando con sospecha ante mi lógica inexacta, pero el hombre era invencible, tanta sabiduría y experiencia en cada respuesta proporcionada me provocaba un golpe de conciencia, era difícil no prestarle atención.

—Pero acaso no eres el comandante de tu propia vida.

No sé cómo pero siempre hallaba las palabras adecuadas para convencerme. Por lo que empecé a prestarle atención para adueñarme de su conocimiento valioso. Después de todo, Blake trabajó un buen tiempo con mi padre.

—Tienes razón —expresé confiado—, tienes mi atención.

—Si el comandante es temerario, puede perder la vida porque es seguro que entablará combate sin tener conocimiento de sus ventajas; si es cobarde, será capturado porque estima su vida por encima de todo; si es impulsivo será ridiculizado, recuerda, quien se enfurece con facilidad no repara en las dificultades; y cuidado de quien posee un concepto sobrevalorado del honor porque será una distracción ligada a su propia reputación. Absolutamente nada de compasión, porque el temer las bajas es no saber ceder ventajas. Recuerda esto siempre, estás cinco debilidades ocasionan la destrucción del ejército.

—Entonces debo cuidarme de comandantes con esas debilidades.

—Siempre.

—Tanto para que hayas dicho que soy el comandante de mi propia vida.

—Las debilidades son transferibles Christian, y no sólo ocasionan tu propia destrucción sino incluso las de tu escuadrón.

—Blake tienes una manera de decir las cosas que a veces suenan exageradas.

—Sé específico.

—Cambias de un panorama general a uno personal y ahora me hablas sobre un escuadrón.

—Con el tiempo lo comprenderás —Blake observó su reloj—. Es todo por hoy, te dejo mis apuntes para que los estudies con detenimiento.

Repentinamente colocó el cuaderno en la cama, se dio la vuelta y salió por la puerta. Me pregunto ¿si así habrá sido con mi padre? Si no me equivoco, se miraba de la misma edad, pero no me atrevía a preguntárselo porque son asuntos irrelevantes del pasado.

Tomé el cuaderno leyendo el título: Apuntes de El Arte de la Guerra. Las citas y los análisis eran sorprendentes para tratarse de estudios de hace cientos de años. Si esto era un resumen cómo habrá sido el manuscrito original. En ese entonces el mundo no tenía otra cosa en qué meditar, eso pensé.

****

Era un poco tarde y el frío se desató, lo cual era usual posteriormente de un día caluroso. Estos cambios climatológicos provocaban espantosas jaquecas; acaso la propia naturaleza nos estaba castigando por nuestros traspasos. Algunas de las explosiones se escuchaban por el océano mientras otras retumbaban por la Línea de Shuri. Diversos reportes revelaban que la artillería naval continuaba sin dañar las trincheras de los japoneses.

Otros mencionaban que exitosamente lograron hundir el Yamato, un acorazado potente y famoso de la flota japonesa. Supuestamente habían decidido enviarlo a una misión suicida para distraer a la flota del Pacifico, facilitando el ataque masivo de los kamikazes. Si no hubiera sido detectado por uno de nuestros submarinos, hubieran eliminado nuestra fortaleza marítima.

Exitosamente, el Yamato fue interceptado por trescientos ochenta seis bombardeos, desatándose por naturaleza una batalla infernal en el mar. Al cabo de las dos horas, fue enviado al fondo del océano convirtiéndose en un deshonroso fracaso para los japoneses.

En eso el novato entró y se colocó frente a mí con la frente caída. Levanté mi rostro para verlo a los ojos, por tanto quería escuchar lo que venía a decirme. A veces me asombraba del poder de la intimidación que yo poseía sobre los nuevos reclutas, Blake tenía mucha razón sobre el uso correcto del miedo y las apariencias.

—Lo siento —expresó finalmente—, no debí juzgarte o haberte dicho aquello, yo no soy nadie para juzgarte, es sólo que no comprendo la guerra.

—Sólo es cuestión de aceptar, la guerra es guerra, siempre ha existido y siempre existirá mientras haya presidentes y soldados dispuestos a obedecer como nosotros. Punto.

—Pero…

—No trates de ser adivino ni menos justificador.

—Perdón.

—Las cosas sólo suceden porque suceden, no trates de adivinar las razones porque te perderás en ese laberinto confuso cuyas respuestas no son lo que parecen; y mucho menos trates de justificar las acciones de los hombres detrás de este caos. Esta guerra es demasiado enorme para nuestras cabezas por tanto sólo concéntrate en ti mismo, ya que en conclusión, somos reemplazables ante los ojos de nuestro propio gobierno.

—No sé si sea capaz de matar a una persona, realmente no vine a esto.

No pude evitar burlarme de su inocencia.

—¿Tú crees que todos venimos a matar? Nadie viene a esto, estamos conscientes y en veces creemos que sería fascinante matar alemanes y japoneses. La verdad, esto no es nada glorioso como te lo hacen creer; quitar una vida es brutal e inhumano pero no tienes opción, si quieres sobrevivir debes dominarlo a la perfección como al igual que en las ciudades pacíficas, aquí también existen asesinos impulsivos quienes adoran matar y lo mejor de todo, está justificado. Así que Dominic, espero y estés consciente del terreno en donde te encuentras porque percibo que no eres lo que aparentas.

Las manos del novato comenzaron a temblar. Estaba seguro haber tocado un punto delicado y esperaba indagar más.

—¡Es suficiente Chris! —interrumpió Jack—. ¡Déjalo en paz!

—No, está bien —respondió el novato.

—Hey novato, no está bien —corregí—, deberías escuchar a Jack puesto que tu inseguridad es un asunto que le importa más que a mí. Además ¿quién debió pedirte perdón en un principio? ¡Era yo! pero no te lo mereces.

Me acerqué al novato y le toqué el hombro como señal de paz. Jack me miró con recelo ante la acción y lo ignoré al pasar por un lado; ya ni me fijé en el rostro del novato, pero alguien debería ser duro con él. Por esta razón, sabía que pronto lo volvería a tener a un lado de mí.

¡Al novato le gusta que lo traten mal!

****

Recibimos el 30 de abril con una gran e importante noticia: ¡el suicidio de Hitler!

En un principio me sentí decepcionado porque esperaba yo ser el causante de su muerte, pero posteriormente sentí un regocijo al saber que ese asunto se había terminado. Lamentablemente, la guerra aún faltaba por concluirse.

Visiblemente la noticia de la caída de Alemania nos brindó esperanzas, pero esa emoción sólo perduró unos cuantos días porque más y más eran los cadáveres que recogíamos debido a la impenetrable Línea de Shuri.

—Ojalá esos cobardes hijos de puta terminen siendo balaceados —deseó Edgar refiriéndose a los alemanes que se rindieron.

—No deberías generalizar Edgar, si leyeras a Erich María Remarque en su diario Sin Novedad en el frente, te darías cuenta que tenemos mucho en común con los alemanes especialmente con el asunto de las ratas, las raciones de comida, el problema de los retretes y sus obligaciones a luchar y matar en los campos de batalla.

—¡Eres un aguafiestas Chris! A veces no sé si realmente estás con nosotros o con el enemigo.

—Estoy donde debo estar.

—¿Y dónde es eso?

—Entre tú y mi cuchillo.

—¡Es una amenaza!

—No tonto, es una forma de decir que estoy conmigo mismo.

Edgar comprendió y sólo asintió con una sonrisa, lo cual me sacó de quicio. Al parecer mi actitud estaba causando el efecto de negativo por negativo es igual a un resultado positivo.

En estos días me hicieron supervisar la transportación de los recursos hacia la playa y a la vez, aproveché la ocasión para trasladar varios hombres heridos.

Hoy marcó la primera vez que vomité en la lancha, bueno no exactamente dentro sino en el mar; no era de mi naturaleza marearme repentinamente, pero parecía como si las náuseas volvieran a resurgir, porque por el resto de la tarde no podía siquiera oler la comida.

Sentí un poco de cansancio y decidí acostarme temprano. Estar de reserva me estaba enfermando, esperaba y pronto me rescataran de este fastidioso puesto.

****

Me encontraba listo para entrar y crear la distracción. Blake me había enseñado como sujetar la pistola, apuntar y disparar. También me comentó que tomara un buen sorbo de aire antes de oprimir el gatillo. Matar no era un problema para mí, sino era una forma de alivio. Algunos pensaban que lo mejor era perdonar y no mirar atrás, pero si seguimos perdonando en vez de actuar; entonces seríamos cómplices por el hecho de permitir que tales sucesos continúen repitiéndose.

Nunca entendí porque Blake renunció a todo lo suyo por protegerme. En cierta manera, se convirtió en el padre que nunca tuve. Un poco exigente y disciplinario, pero de quien había aprendido más de lo que quería. Nunca me reveló qué era lo que exactamente hacía, ni nunca me habló de sus misiones pasadas, ni para qué clase de agencia trabajaba. Eso sí, hablaba de sus anécdotas de la guerra hasta por los codos. Lo cual era inusual ya que se afirma que lo menos que quiere hablar un soldado, es sobre guerra ¿Realmente podemos culparlos por reservarse esas tragedias?

Afortunadamente Blake me llevó a Rusia para encontrar al asesino de mi padre. Esto me trajo malos recuerdos y pesadillas; por más que le decía a Blake que de paso entráramos a Alemania y asesináramos a Hitler, siempre terminaba riéndose de mí. Ahora lo comprendo, debido a varios supuestos atentados fallidos, Hitler parecía inmune a la muerte. Hasta parecía que su protección venía del mismísimo Diablo.

En esa época, Rusia formaba parte de la Unión Soviética. Ante los orígenes de la guerra, Stalin firmó el pacto de No Agresión entre Alemania y la Unión Soviética en agosto de 1939. Oculto en el contrato, existía una cláusula en la cual Stalin obtendría territorios de Polonia e influencia en Europa Oriental.

La cláusula secreta resultó cierta puesto que en cuanto Alemania invadió Polonia, ocupó una parte de ese territorio. El resto fue invadido bajo la orden de Stalin. Más se rumoraba que a pesar de este pacto, Hitler se encontraba planeando su invasión. Un rumor improbable desde mi criterio.

¿No sé cómo? pero Blake logró meternos adentro del Edificio de Inteligencia de la Unión Soviética. A través de un corredor, cruzamos agachados para evitar ser descubiertos por las ventanas de cristal. La distracción recaía en dejarme capturar, lo cual era absolutamente tonto, pero no tenía alternativa. Debía seguir con el plan.

Me levanté del suelo e hice dos disparos hacia la ventana buscando no herir a nadie, por el momento. El personal se agachó y los guardias se concentraron en mí. Durante esta atención, Blake subió al segundo piso mientras a mí me escoltaban hacia ese mismo piso gracias a mi repentina rendición. Presentía que me dispararían de igual forma al tirar la pistola, pero Blake me aseguró que no pasaría tal cosa. Aun así prometió mantenerme un ojo fijo en mí por si las dudas.

Si tan sólo los guardias hubiesen sido cordiales, no tendría cicatrices de sus bastonazos en la espalda. Pero honestamente me las merecía. Me subieron a golpes y en segundos me empujaron a una amplia sala rodeada de paredes corroídas.

Blake conocía bien las rutas de escape de esta antigua planta, lo cual era el único alivio.

Me sentaron en el suelo a la fuerza y a los pocos segundos, entró un hombre americano vestido de traje, guardó distancia y me miró con familiaridad y confusión, como si me hubiera reconocido y reaccionado con decepción. Entonces me di cuenta de que este hombre era el traidor porque reconoció en mi rostro a mi padre. Estaba seguro, aquella expresión emitida lo confirmaba en su totalidad.

—¡Maldito traidor! —exclamé con frivolidad.

Inesperadamente por el fondo emergió Blake, matando a cada uno de los guardias esquinados. Aproveché la distracción del americano y me deslicé tomando una de las armas caídas lo más rápido posible; inmediatamente le apunté al americano quien se mantuvo quieto al darse cuenta de que era demasiado tarde para sacar su pistola.

Mi mirada se concentró sólo en él y nada más que él. Gozando cada segundo de su desesperación y tomándome el tiempo del mundo para apretar el gatillo.

—¡Qué les hice para merecer esto! —levantó sus manos.

—¡Mataste a mi padre, maldito traidor! —declaré con odio.

—¡Qué!

—¡Dispara! —me ordenó Blake.

Tomé un profundo respiro.

—¡Lo tienes todo mal!

Disparé sin cuestionarlo.

El americano se manifestó petrificado mientras se colocaba de rodillas hasta soltar el resto de su cuerpo hacia el suelo. Nunca le di la oportunidad de siquiera defenderse o ser escuchado. Me dio gusto. En cuanto su cabeza tocó el piso, murió al instante. Esto fue una pena porque mi padre murió consumiéndose lentamente bajo el fuego.

Bajé el arma y miré el cadáver por última vez, pero no me sentí satisfecho, no podía explicarlo. Supongo que quitar una vida solía ser un proceso complicado de aceptar cuando se hace por primera vez.

Sin pensarlo más, volteé y encontré a Blake colapsado en el suelo, herido por dos balas. Corrí a cerrar las puertas principales que daban a la habitación. La alarma comenzó a sonar, pero no se trataba del edificio, sino provenía del exterior.

Me asomé por la ventana y percibí las fuerzas acorazadas alemanas en plena madrugada. ¡El rumor había sido cierto!

—¡Debemos irnos! —alerté ante los sonidos de la batalla que comenzaban a distorsionar la tranquilidad del ambiente.

Me dirigí hacia Blake e intenté levantarlo para escapar por la ventana, pero se rehusó aferrándose al piso para decirme sus últimas palabras, palabras que nunca olvidaría como su rostro pálido.

—Estás listo —afirmó escupiendo sangre—, posees todo lo necesario para sobrevivir en cualquier contexto, incluso la guerra —especificó adolorido y perdiendo noción—. Ahora vete y vive en paz mientras esta dure.

—No puedo abandonarte Blake —mencioné negando que se trataba de la última vez que lo vería.

—¡Si puedes y lo harás!

El retumbe de los tanques anunciaban su aproximación y sólo me quedé observando a la ventana sin saber qué hacer. Blake intentó levantarse y me puso la mano en mi hombro apretándomelo con fuerza. Ante esa sensación, fijé mi vista en sus ojos rojizos.

—No sacrifiques varias vidas por el precio de una…

—Aunque se trate de la tuya —completé.

—Sin compasión —ordenó Blake por última vez.

Entonces comprendí. Le di la espalda y nunca miré hacia atrás. Salí por la ventana y caí en la oscuridad. Creí que había muerto, mas poco a poco las tinieblas fueron apartándose hasta revelar un escenario familiar.

¿Cómo llegué aquí? No tenía la menor idea. Todo parecía una confusa repetición. De repente escuché un susurro de auxilio detrás de mí y al rotar observé a Robert, acostado en la pradera, herido por la misma resistencia japonesa que se acercaba.

Me acordé de lo que me había dicho Blake sobre no arriesgar varias vidas por el precio de una y di la orden de retirarnos porque en ese momento no había oficiales presentes.

—¡Por favor, no me dejen! —suplicó Robert como cualquiera lo haría.

—¡No podemos dejarlo, no es lo correcto! —Edgar lo defendió.

—Si podemos y lo haremos —señalé con la mano la siguiente dirección, cubriéndome del fuego enemigo.

—¡Tú no tienes ninguna autoridad sobre nosotros! —retó Edgar.

Era obvia la incapacidad de Edgar para aceptar el trágico destino de Robert, sin embargo, no había tiempo para especificárselo y además no era mi obligación hacerlo.

—Adelante pues, no me importa, es tu vida y eres libre de terminarla como quieras.

Edgar miró a Jack para buscar consentimiento, pero Jack se hallaba dudoso.

—¡Edgar, Jack, Chris! ¡Se los suplico!

Al escuchar mi nombre sentí nostalgia, pero no había nada que pudiéramos hacer. El enemigo nos estaba rodeando y debíamos partir.

—¡No me dejen! ¡Regresen! ¡Nooooooooooooo…!

Sus gritos fueron silenciados y supuse lo lógico. Al menos ya se encontraba en paz, aunque no podía dejar de pensar en su repentina cobardía. No aceptar su fin y querer arriesgar las vidas de otros no era nada ético.

Miré a Edgar y le dije:

—Hiciste lo correcto.

Edgar no supo responder, llevaba en su rostro una carga de culpabilidad. Imprevistamente, el panorama se llenó de humo gris. No podía respirar y no podía ver hacia donde iba. Entre las tinieblas pude notar la silueta de una persona borrosa. No podía distinguir si se trataba de un amigo o enemigo. Así que me acerqué sosteniendo mi rifle.

—Ya no necesitas ese rifle, Christian —su voz resultó familiar.

Fui valiente e intenté descubrir la identidad de aquél rostro oscuro.

—Acaso olvidaste que ya me mataste —la oscuridad se iluminó y pude distinguir a Robert. Sin duda, esto se trataba de una pesadilla—. No mereces estar vivo, es más, te puedo asegurar que tu padre está decepcionado de escuchar en lo que te has convertido…

—¡No…! —me desperté gritando y apuntando con el cuchillo al sargento Parker, quien me sujetaba la mano y me miraba con intranquilidad.

—¡Demasiado ruido Cabo! ¡Si me permites! —me quitó el cuchillo de la mano.

—Estás empapado, probablemente se trate de fiebre, llamaré al enfermero.

—No es necesario Sargento, sólo fue un mal sueño.

—De igual modo lo llamaré.

—¿Sólo vino a revisarme?

—No —se detuvo—, han solicitado tu asistencia en el USS Constelación.

Me quedé sorprendido al escuchar que me solicitaban en uno de los cruceros altamente protegidos por su blindaje. La razón era porque ahí se planeaban las operaciones de batalla. Posiblemente se trataba de una reunión entre los comandantes.

—El teniente McKenzie y yo zarparemos de inmediato, pero dejaré indicaciones para que te transporten una vez que lo revise el enfermero. Tienes veinte minutos, recomiendo los aproveches y en el proceso te cambies de ropa.

—Así lo haré, Sargento —hice el saludo.

—No intentes hacer nada estúpido.

—Intentaré no hacer ver a otro estúpido.

—¡Para qué me molesto!

Tras quejarse, el Sargento salió de la carpa.

—¿Es cierto lo de Robert?

—¡Estúpido! —grité—. ¡Me asustaste!

—¿Es cierto? —insistió.

—¿De qué carajos hablas?

—Tiendes a hablar mientras duermes.

—¡Y qué te importa!

—¡Lo dejaste morir!

—¡Robert ya estaba muerto y a qué viene todo esto!

—Si me hieren, me abandonarás también.

—Depende.

—¿Depende? —repitió el tonto tal como esperaba.

—Así es, de qué tan estúpido seas. Acaso olvidaste quién te dio ese rifle que siempre cargas, y supongo que también olvidaste de mi petición por mantenerte en reserva.

—Eso no contesta mi pregunta.

—Novato, si te quisiera muerto ya lo estarías.

Tomé mis cosas y me preparé para salir de la carpa.

—Deberías abandonar tu actitud inmadura y comenzar a comportarte como un soldado.

—Eso intento, pero me cuesta confiar en ti.

—Descuida, si fuera tú tampoco confiaría en mí.

—Eso es reconfortante.

—Estamos en guerra novato, y en una guerra se hace lo necesario para sobrevivir. Es obvio que no te ha caído el veinte pero no te preocupes, tengo un presentimiento que pronto no sólo lo verás, sino lo sabrás. Ahora si me disculpas, ya se me hizo tarde.

—Lo siento —alcancé a escuchar.

—¡Guárdalo para otra ocasión! —le grité.

Al fijarme en la hora, decidí ignorar la visita al enfermero y sólo opté por desechar la ropa mojada por otra limpia. Lo ideal hubiera sido tomarme un baño pero con este aire fresco y el agua helada, probablemente atraparía un resfriado y no querría sumarme esto a una posible cruzada.

****

Para cuando abordé el USS Constelación la reunión había finalizado. Al parecer sólo el personal oficial estuvo presente en el puente de comando por lo que ni siquiera yo hubiera podido estar. Admito que esto fue un alivio puesto que seguramente me hubieran expulsado por conducta inapropiada.

—Cabo Copeland llegas en un momento ideal —me recibió el teniente McKenzie acompañado por los sargentos Walker y Parker. Curiosamente los apellidos casi concordaban, excepto por la primer y tercer consonante.

—Si Señor —lo saludé y presté atención.

—La ruta hacia el Castillo de Shuri ha resultado dificultoso, nuestra artillería naval y ataque aéreo no logran causar impacto alguno. Por ende, hemos experimentado severas pérdidas de soldados, equipo y tanques.

—Además la moral entre los soldados está por los suelos —añadió Walker—. Esto por causa de la lluvia incesante, el lodo, falta de suministros y el factor reciente sobre la imposibilidad de transportar a los heridos de esa zona.

Me quedé sorprendido al escuchar que no se estaban enviando suministros y que los heridos estaban muriendo por la imposibilidad de ser trasladados. Esto ha de ser sólo un resumen de lo tratado en la reunión militar.

—Ya no contamos con el lujo de seguir enviando refuerzos por tanto se puso en marcha una operación —reveló el Teniente mostrando un mapa de la isla—. Las tropas de la Noventaiseisava División de Infantería y el Setecientos Sesenta Tres Batallón de Tanques se encargaran de tomar Conical Hill, una colina aproximadamente de ciento cuarenta y cinco metros por encima de la llanura costera de Yonabaru, al este de las principales defensas japonesas. Mientras, la Sexta División de Marines tomará la costa opuesta de Sugar Loaf Hill.

—No nos olvidemos que las colinas Halfmoon y Horseshoe están en juego por el momento —recordó Parker—. La buena noticia es que el napalm parece estar funcionando pues la línea se ha visto debilitarse, pero aún necesitamos cruzarla.

—Para ello han seleccionado nuestra división para comenzar por Wana Ridge, Naha.

—La capital de Okinawa —mencioné.

—Así es Cabo —afirmó el Teniente—. De esta manera el Shuri estará completamente envuelto, obligando a los japoneses expuestos a retroceder hacia el castillo.

—Donde los bombardearemos con facilidad —agregué con admiración.

No cabía duda que era un excelente plan ideado por el Teniente General Simón Bolívar Buckner del Ejercito X, ahora sólo faltaba ejecutarse con éxito.

—¿Querías un poco de acción, no Cabo? —expresó Carl dirigiéndome una ligera sonrisa.

—¿Cuándo comenzamos? —regresé la cortesía.

—Inmediatamente —me notificó el Teniente.

Me preparé para regresar a los barcos, pero Carl me detuvo en pleno proceso para darme una información relevante.

—Debo notificarte que en esta ocasión dirigirás oficialmente una sección, bajo el mando del sargento Parker por supuesto.

—Lo que me faltaba —volví a darme la vuelta y fui de nuevo detenido.

—Christian, no te fíes de las praderas.

—Lo sé, no es mi primera vez.

—Más vale y no sea la última porque mi cuello está en riesgo.

—Tu cuello está sano y salvo como siempre lo ha estado.

—En ese caso —retomó su papel de Sargento—, no me queda más que desearte una buena cacería, cabo Copeland.

—Así será sargento Walker —lo saludé siguiéndole el papel.

Me subí al barco y comencé a dirigirme a la playa. No podía creer mi regreso a la acción; ahora que lo miraba no me encontraba muy feliz. El sólo hecho de tener que coordinar a varios compañeros de forma legal me provocaba náuseas. Tenía un presentimiento que el novato no saldría vivo de esta y no dependía de mí, sin embargo no podía evitar ignorarlo.

Había un motivo por lo cual me causaba responsabilidad y lo desconocía. Tal vez era su actitud, porque cada vez se parecía a la mía. De esto no estaba seguro, Blake me hubiera ordenado a no prestarle atención, pero nunca fue mi plan comandar una sección. Ahora que me doy cuenta, Blake era más sabio de lo que yo suponía, puesto que en una ocasión mencionó indirectamente que yo mismo encabezaría un ejército. Perspicazmente lo disfrazó con comandar mi propia vida para ganarse mi indagación.

Lástima que me cueste trabajo creer en Dios porque seguidamente le pediría que me protegiera como lo ha estado haciendo, si es que él ha sido la razón de la cual sigo vivo a pesar de mi terquedad por seguir luchando hasta el final. Para mi fortuna, el fin de la guerra no se encontraba tan distante.

knifer

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