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Clavos de ataúd11

¿Ves aquel Señor Graduado

roja borla, blanco guante,

que nemine discrepante

fue en Salamanca aprobado?

Pues con su borla, su grado,

cátedra, renta y dinero,

es un grande majadero.

J. Iglesias de la Casa, 1820

barcelona, españa. La expansión de los escándalos de plagio académico no sólo son polvos de viejos lodos mexicanos. También en Alemania, Hungría, Perú, España, Estados Unidos, soplan esos vientos con los mismos lodos en algunos pantanos locales. Una revisión somera de casos recientes muestra que el “Síndrome Alzati” también ocurre, ha ocurrido y seguramente ocurrirá en otras denominaciones y contextos de manera más frecuente de lo que se cree. Presidentes, políticos, ministros, funcionarios de alto y bajo rango, académicos con cierta trayectoria, han protagonizado recientemente historias de falsedad, espejismos y pasados académicos que nunca existieron. A continuación, un listado rápido y, desde luego, nada exhaustivo del Billboard del plagio académico en distintas comarcas del mundo. El listado es producto de una consulta a las noticias publicadas por el diario El País, de España, en su página web, entre los años 2012 y 2016.

“Expresidente de Hungría anuncia su dimisión tras ser acusado de plagio”. Según la nota, la Universidad Semmelis de Budapest le retiró el título al político Pàl Schmitt “al copiar gran parte de su tesis doctoral”. La había presentado en 1992 (04/04/2012).

“Consejo académico rumano dictamina que el Primer Ministro rumano plagió su tesis”. Se trata de Victor Porta, político local que ve arruinada su carrera profesional por el escándalo (29/06/2012).

“La Ministra de Educación alemana pierde su título de doctor por plagio”. Se trata de Anette Shavan, quien obtuvo su título de doctora en 1980, otorgado por la Universidad de Dusseldorf. Una política que era miembro del gabinete de Angela Merkel y militante destacada de las filas del Partido Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU), (06/02/2013).

“El precio de tener un doctorado”. Norbert Lammert, presidente del Bundestag (el parlamento alemán), y también político democristiano, fue acusado de plagio en la elaboración de su tesis doctoral. Luego se supo que tampoco tenía título de licenciatura. Unos años antes del escándalo, en 2011, cuando se hace público un escándalo similar de un opositor político, el entonces diputado Lammer, con buen sentido de la retórica y de la oportunidad política había sentenciado: “El plagio es un clavo de ataúd para la confianza en la democracia” (31/07/2013).

“Acusada de plagiar su tesis la ministra de defensa de Alemania”. Se trata de Ursula Von del Leyen, también miembro de la CDU y del gabinete de Merkel. Era ministra de Defensa y obtuvo su título de doctora en Medicina unos años antes (26/09/2015).

Marc Guerrero, político español, miembro del Consejo Ejecutivo de Convergencia (CDC) y exvicepresidente del Partido Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa (ALDE), “plagió parte de su tesis doctoral en Ciencias Sociales”, presentada en la Universidad de Barcelona, quien le concedió el título Cum Laude en 2007 (30/11/2015).

“Candidato presidencial de Perú cometió plagio en su tesis doctoral”. César Acuña, dueño de un consorcio de universidades privadas y competidor en las actuales elecciones presidenciales peruanas, “obtuvo su título de Doctor por la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid en el 2009” (16/03/2016).

Frente a los escándalos se han hecho varios intentos para tratar de inhibir, penalizar o evitar prácticas de plagio entre investigadores, profesores y estudiantes universitarios. Dos ejemplos recientes: el 18 de sepiembre de 2013, ante la expansión de casos de plagio entre los estudiantes de licenciatura, la Universidad de Navarra, en España, elaboró un código de ética académica que castiga las prácticas fraudulentas en la elaboración y publicación de trabajos académicos. En México, en julio del año pasado, un grupo de 22 académicos pertenecientes a 12 instituciones de educación superior, publicó un documento en el cual se enuncian ocho propuestas para tratar de evitar prácticas de plagio en el ámbito académico mexicano.

El problema es que los comportamientos plagiarios son el efecto perverso de la combinación de decisiones individuales y de contextos sistémicos (o de factores “subjetivos” y “objetivos”, según la conocida formulilla sociológica). En el ámbito de los individuos, las decisiones de plagiar son actos de cinismo, pero también producto de la ansiedad, la angustia y la desesperación —el famoso “síndrome Los Tecolines” al que solía referirse José María Pérez Gay— por obtener de algún modo un título, un reconocimiento, un diploma. Hay en estos comportamientos ciertas connotaciones mágicas asociadas a los títulos de posgrado: formas de acreditar saberes, de mostrar evidencias de capital escolar relacionados a la posesión de capital cultural y estatus social. En el caso de los funcionarios y políticos que desean obtener a cualquier precio maestrías y doctorados, las ilusiones son más extrañas. Ser doctor para exhibir poder, para acrecentar la reputación y prestigio en las diversas arenas de la política, el título como una cosa que, bien usada, ayuda a competir con mejores recursos en la encarnizada disputa por puestos y posiciones. El doctorado como parte del currículum político, y no como evidencia de una trayectoria escolar y académica centrada en las rutinas humildes y clásicas del homo academicus: leer, investigar, organizar seminarios y conversatorios, dirigir tesis, publicar artículos, libros, ensayos.

Pero es la dimensión contextual la que también ayuda a comprender las decisiones individuales. Cuando lo que está en juego son el prestigio y el dinero, los mecanismos meritocráticos se confunden con los burocráticos (tabuladores universitarios, puestos directivos, programas de estímulos, becas), que operan como referentes para alcanzar fines sin tener muchos escrúpulos con los medios. En este escenario, cultivado pacientemente por políticas, por instituciones, por grupos académicos y por individuos, el plagio académico encuentra explicación y sentido. Es inmoral, debilita el ethos académico en las universidades, corrompe comportamientos, destruye carreras, debilita la confianza, causa indignación y escándalo. El problema es que la cosa existe, permanece y se reproduce, y no se vislumbran en el horizonte académico muchas posibilidades de que desaparezca.

11 Campus Milenio, 2 de julio de 2016.

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