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Raúl Padilla: el poder, las causas, los intereses14

El anuncio que el candidato de la Coalición por México al Frente, Ricardo Anaya, realizó la semana pasada de incorporar a su equipo de campaña a Raúl Padilla López, exrector de la Universidad de Guadalajara, ha causado diversas reacciones en la opinión pública. Algunos han visto el hecho como un acierto político; otros, como un error o como un riesgo innecesario; algunos más, como una noticia que habrá que tomar con las reservas del caso. Más allá de las interpretaciones contradictorias que se tienen sobre el hecho mismo, derivadas de filias, fobias y escepticismos propios del momento y de la temporada, quizá conviene poner en perspectiva el contexto y la trayectoria política de un personaje ciertamente destacado en la vida pública y política de Jalisco, para tratar de entender las causas y los intereses de su participación en el proceso electoral federal en el campo de las propuestas culturales que intenta desarrollar la coalición PAN/PRD/Movimiento Ciudadano.

Para nadie es desconocido el hecho de que Raúl Padilla ha construido una destacada trayectoria política dentro y fuera de la Universidad de Guadalajara desde hace casi cuarenta años. Líder estudiantil de la extinta (y con varios episodios siniestros) Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG) durante el periodo 1977-1979, Padilla comenzó su carrera política a la sombra de su mentor, Carlos Ramírez Ladewig, un político priista jalisciense asesinado a plena luz del día en las calles de la colonia Moderna de Guadalajara el 12 de septiembre de 1975. Poco después de su presidencia en la FEG, y bajo los códigos y reglas del juego político universitario de los años setenta, Padilla se convirtió en funcionario universitario entre 1979 y 1989, una década en la cual comenzó a construir una red política de alianzas en la UdeG y en el entorno político jalisciense, lo que le permitió en 1989 ser electo rector de su universidad, a los 35 años de edad.

Como suele suceder en política, las claves de la trayectoria de Padilla se encuentran en su pasado, en los distintos momentos y coyunturas que configuraron una reputación contrastante, polémica, entre diversos grupos y corrientes políticas universitarias y jaliscienses. Licenciado en Historia (egresado de la misma UdeG), Padilla emprendió durante su rectorado una ambiciosa reforma institucional que culminó en la construcción de la Red Universitaria de Jalisco de la UdeG, un proyecto que colocó a la institución en la lente política nacional. El origen, el diseño, las implicaciones y los efectos de ese proyecto reformador marcaron un punto de conflicto y ruptura con el grupo político que había cobijado la carrera de Padilla durante su primeros años y que explica su llegada a la rectoría, un grupo liderado durante los años ochenta por Álvaro Ramírez Ladewig, hermano de su mentor político.

Antes y durante su función como rector, Raúl Padilla había impulsado dos proyectos culturales inicialmente modestos, pero que luego se convertirían en emblemáticos de su poder, de sus causas e intereses: la Feria Internacional del Libro y la Muestra Internacional de Cine (ahora festival). Situados en el ambiguo territorio ubicado entre la difusión académico-cultural universitaria y la gestión empresarial-profesional, ambos proyectos se convirtieron en representaciones de su trayectoria posterior luego de dejar la rectoría en 1995. Sin embargo, para Padilla era claro (o lo fue a lo largo de los primeros años de esos eventos) que la supervivencia de ambos proyectos y otros (por ejemplo la construcción del Centro Cultural Universitario), dependerían fundamentalmente del apoyo político e institucional que pudiera construir desde la universidad, pero también mediante la gestión permanente con actores políticos externos a la misma. En otras palabras, para Padilla sólo un sólido poder político permitiría la viabilidad y permanencia de sus proyectos institucionales. Eso explica lo que he denominado en otros espacios la configuración de la “coalición padillista”, una compleja red de grupos y alianzas intra y extrauniversitarias que explica su poder político estratégico (“El vino y los odres. Gobernabilidad y cambio institucional en la Universidad de Guadalajara”).15

Pero entre 1995 y 2012, con la llegada de la alternancia política en Jalisco, el PAN se constituyó como una fuerza política fundamental para la entidad y para el país. Raúl Padilla fue electo diputado local plurinominal por el PRD en el periodo 1998-2001, posición desde la cual pudo experimentar los límites y posibilidades de su influencia en el nuevo mapa gobierno-oposición en la entidad. Las lecciones fueron claras: sus habilidades políticas carecían del “don divino” al que se refería el viejo Weber para definir una de las fuentes de la legitimidad política: el carisma. Eso le llevó a abandonar el espacio de la política partidista abierta y pública, para concentrarse en el cultivo y desarrollo de una gestión política discreta, pero efectiva, en torno a múltiples proyectos e intereses específicos universitarios y no universitarios.

Durante tres gubernaturas consecutivas, el contexto político jalisciense experimentó una profunda transformación simbólica y práctica, en la cual nuevas tensiones y equilibrios marcaron el territorio de los intercambios entre sus diversos actores y fuerzas. La UdeG, como otras universidades públicas en otros contextos estatales, es un grupo de interés y un grupo de poder al mismo tiempo, clave para entender la dinámica política estatal. Durante los 18 años del panismo jalisciense, la coalición padillista hegemónica en la UdeG mantuvo relaciones de tensión y conflicto con los gobernadores panistas en turno, relaciones marcadas por la lucha entre dos legitimidades: la de gobiernos democráticamente electos, y la de la autonomía política e institucional de la universidad, algo que Rollin Kent definió muy bien como “la disputa por la legitimidad” en el campo de las políticas de educación superior en la entidad.

Desde la oposición política al oficialismo panista, Raúl Padilla articuló una complicada y ecléctica red de alianzas con el PRI y con el PRD a nivel estatal y nacional, lo que le permitió tramitar sus intereses en ambos frentes, a través del impulso a candidaturas de funcionarios y diputados locales, federales y regidores municipales de origen universitario. Uno de los desenlaces de esa historia de tensiones fue conocido, dramático e inesperado: el suicidio de un exrector que fue seducido por los cantos de sirena del último gobernador panista (Emilio González, 2001–2007), obsesionado por terminar con la carrera política de Padilla y del “grupo universidad”, como el panismo y otras fuerzas políticas (y periodísticas) suelen caracterizar a la “coalición padillista”.

A lo largo de ese periodo de tensiones (poblado de múltiples anécdotas y microhistorias políticas), el poder de Raúl Padilla, paradójicamente, se fortaleció de manera significativa. Las imágenes de cacique, líder legítimo, político visionario, empresario universitario, caudillo cultural, político astuto, se convirtieron en calificativos distribuidos heterogéneamente entre sus simpatizantes y detractores. Esos calificativos revelan la compleja caracterización que se puede hacer de su trayectoria y representaciones, y de la comprensión del orden de lealtades que habita el corazón de las prácticas políticas en la UdeG y en el régimen político jalisciense contemporáneo.

De lo que no parece haber duda es que Padilla es un político profesional que ha construido un capital político propio en el campo cultural. En sentido estricto, no es un intelectual ni un académico universitario tradicional. Es un político que ha edificado su reputación con los códigos propios de la política, no con los de la fe religiosa. Negociar, cabildear, intercambiar favores y apoyos, distribuir recursos, impulsar algunas ideas y fortalecer algunos intereses, vetar adversarios y construir o saber escoger a sus enemigos, forman parte de los hábitos, usos y costumbres que explican las prácticas y los reflejos de la política real del padillismo, como expresión local de un viejo oficio alejado de la política imaginaria, reacia a las prescripciones normativas y cercana a la política práctica de todos los días. Por ello, su incursión en la liga de la política nacional durante una campaña electoral reñida y complicada es un riesgo personal, profesional y político, pues pondrá en evidencia sus límites, incertidumbres y capacidades. Sería ingenuo suponer que esa decisión lo alejará de sus intereses políticos en Jalisco y en la UdeG. Lo que hará es hacer más compleja, y probablemente más interesante, la trayectoria política de Padilla y de las corrientes que le apoyan dentro y fuera de Jalisco.

En suma, la experiencia de Raúl Padilla en el ámbito cultural y político jalisciense puede ser un componente interesante para repensar, discutir y debatir la política cultural nacional. La propuesta de ocho ejes que él mismo presentó en la conferencia de prensa en la cual Anaya anunció su incorporación a la coalición que encabeza, sintetizan una agenda ambiciosa para colocar a la cultura como parte central de un nuevo proyecto de desarrollo nacional. Ya habrá oportunidad de conocer y comentar con más detalle los contenidos específicos de esas propuestas.

14 Campus Milenio. Publicado en dos partes, los días 12 y 26 de abril de 2018.

15 Texto incluido en Acosta Silva, Adrián (coord.), Poder, gobernabilidad y cambio institucional en las universidades públicas en México, 1990-2000. Vol. 2, CUCEA-UdeG, Guadalajara, 2006.

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