Читать книгу El enigma del código de las favas - Alberto Alexis Martínez - Страница 8
ОглавлениеCAPITULO 1.
“El pasajero inesperado”
Corría el año 1990 cuando yo vivía en el sur de Brasil, recuerdo que aquella tarde de noviembre era un día de mediana temperatura, aunque el sol brillaba en medio de algunas nubes pasajeras que, parcialmente, cubrían el cielo. Yo me dirigía en el auto por la Free Way, una carretera que conduce de Porto Alegre al litoral sobre la costa Atlántica, donde mantendría una reunión de negocios con mis otros dos socios en la ciudad de Capâo da Canoa.
Por norma, yo nunca salía para una reunión con el tiempo justo, a fin de que, en caso de cualquier emergencia, siempre tendría un margen de tiempo para obtener algún apoyo, y mismo así, aún podría llegar en hora, por lo tanto, mi tiempo excedía y no llevaba ninguna prisa.
Siendo un agradable día de primavera, el aire fresco me ayudaba a mantener un buen estado de ánimo, el cual, como era costumbre, lo estimulaba en cuanto dirigía escuchando música por la radio, la que mal acompañaba canturreando algunas letras de las canciones, en cuanto disfrutaba del viaje.
Eran aproximadamente las 16 horas, y el tránsito de automóviles a esa hora, siempre es más leve, porque en los días hábiles de semana muy poca gente se dirige a la región litoral de Río Grande do Sul, a excepción, de los camiones de carga, que constantemente recorren las carreteras.
Habitualmente, cuando se trata de negocios, yo siempre evito ponerme a pensar sobre el asunto en cuanto estoy a camino de una reunión, porque una vez que se ha definido algo, pueden aparecer nuevas ideas que generan confusión sobre lo que ya está planeado, por lo tanto, la desconcentración tomaba cuenta de mí cabeza, sabiendo que, por un transcurso de cien kilómetros, en esta ruta, no existe absolutamente nada.
De pronto, estando ya a unos dos o tres kilómetros de Porto Alegre, lugar donde hay muchas quintas de productores rurales, no sé cómo o de donde, ni si fue por causa de mi distracción, pero a escasos cincuenta metros delante de mí, apareció un hombre en la faja lateral de la carretera con el clásico pulgar levantado haciéndome señas para ser llevado, lo que no es muy frecuente.
Como es entonces, la “primera y absoluta norma de seguridad”, especialmente en Brasil, nunca se debe parar para recoger a ninguna persona en una carretera, porque, por lo general, estas pueden ser trampas que frecuentemente utilizan los delincuentes para desvalijar de todas sus pertenencias al infeliz samaritano que se detiene, cuando no, además de ser asaltado, también acaba siendo asesinado.
Yo conocía y mantenía a rigor esta norma, por lo cual, la primera intención fue la de continuar adelante. Pero... en uno de esos momentos de arrebato que ocurren en la mente, algo me hizo rebajar los cambios reduciendo la velocidad del automóvil, en cuanto en mi mente, aceleradamente, evaluaba informaciones en fracciones de segundos... Algo ocurrió que fueron, según recuerdo, una secuencia de pensamientos. Lo primero que pensé, fue que ese hombre era una persona de edad, un señor mayor que en mucho se parecía a mi padre, calvo, aún con su nuca y laterales blancos, también su recortada barba blanca, y con ciertas características muy particulares, fuera de lo común...
Por su apariencia, este hombre, no era un necesitado, muy por lo contrario, tenía un buen aspecto general, utilizaba un bastón, el cual levantó delicada pero enérgicamente, de forma muy distinguida con la mano izquierda, en cuanto me indicó con la derecha la señal de que lo llevara.
Lo que más me impresionó, fue que no parecía haber realizado un pedido de la forma en que lo hizo, sino, que pareció ser alguien muy seguro de si mismo, como que me indicó, “llévame”, sin considerar otra opción.
En las pocas fracciones de segundos en que todo esto sucede dentro de mi mente, como si fuera de manera instintiva, fui deteniendo el auto y sacándolo hacia la derecha para la faja de seguridad de la carretera.
Al detenerme totalmente, había ultrapasado unos treinta metros la posición donde se encontraba parado el hombre, y nuevamente, de forma casi instintiva, engaté la marcha atrás y me desplacé suavemente por la autopista para acercarme a él.
Todo esto, fue con la mente en un estado que estaba como “paralizada”, porque, de pensarlo conscientemente, seguramente jamás lo habría hecho.
Fui acercando el auto, siempre en marcha atrás, como para reducirle el camino, al tiempo en que, por observar la maniobra de ir en sentido contrario a través del espejo retrovisor, no perdía de vista la imagen del individuo que, mismo siendo bastante mayor de edad, caminaba muy erecto, con pasos firmes, al tiempo en que suavemente “como un Lord” apoyaba la punta de su bastón en el piso a cada pisada.
Se termina de acercar al auto, en cuanto yo bajaba el vidrio de la puerta, el se inclina suavemente por la ventanilla diciendo: ¡Tenga usted buenas tardes, y gracias por detenerse!, yo destrabé el seguro de la puerta y se la abrí desde el interior. Enseguida, él fue ingresando para sentarse a mi lado, mientras lo hacía calmamente y con total dominio como si fuera el dueño de la situación, yo le observo y le interrogo como sería de esperar… ¿hacia dónde va?, el individuo, termina de acomodarse en el asiento, coloca su bastón de pie entre sus piernas, cierra la puerta, se ajusta el cinturón de seguridad, me mira y esbozando una simpática sonrisa, hace un ademán con su mano hacia adelante, y me dice… bien… aquí no tenemos muchas opciones ¿no es cierto?
La respuesta a mi pregunta fue obvia, porque en aquella carretera de cien kilómetros, es un camino recto, y simplemente no hay absolutamente ninguna salida para ninguna parte hasta llegar al litoral.
Sonreí por lo absurdo de mi pregunta y como era habitual en mí, exclamé de forma espontánea en ingles: ¡OK, let´s go!, o sea, vámonos en inglés.
Nuevamente, me sorprende cuando me responde: ¡well, go ahead!, es decir “Bien, vamos adelante” también en inglés.
En Brasil, la gente es muy común, e inclusive la de élite, más aún en aquellos años cuando no existía internet, suelen ser muy simples en su manera de ser y de comportarse, por lo tanto, la forma de expresarse de mi acompañante en ingles, era algo totalmente fuera de lo común, ya que muy pocas personas hablaban inglés en ese tiempo, lo que no era común en la mayoría de la gente.
Su aspecto, era el de un típico hombre europeo, presumiblemente sajón, y su forma de hablar era bastante cargada por un fuerte acento extranjero.
Siendo medianamente calvo, parte de su cabello, así como su barba y bigote eran blancos y estaban perfectamente bien recortados. Vestía un pantalón de pana verde oscuro, acompañado de una fina camisa a cuadros, tipo escocesa, debidamente abotonada hasta los puños; sus zapatos marrones, con suela de goma, lucían impecablemente lustrados, y toda su vestimenta, era fina y tenía el aspecto obviamente de ser de origen extranjero.
Realizando un rápido pero minucioso análisis de mi inesperado pasajero, traté de saber a quién había colocado dentro de mi auto, y cuales podrían ser las consecuencias. Pero, indudablemente, todo indicaba que tenía a mi lado a alguien que parecía ser un individuo de muy fino trato, y nada peligroso.
Observando que no viniera tránsito por la carretera, puse en marcha el automóvil y entré en la pista de circulación. Así que avanzaba los primeros metros, se me ocurrían mil preguntas para hacerle a mi inesperado acompañante que, tal vez, me haría el viaje más ameno.
De las cosas que tenía certeza, era que se trataba de un sujeto de muy buen nivel, y también, que no era un individuo de escasos recursos económicos, porque al sentarse de forma erguida, colocó sus manos apoyándolas sobre el bastón, donde pude percibir, que portaba un hermoso, delicado y bien trabajado anillo, obviamente de oro, que lucía las iniciales HM dentro de un hexágono, al igual que en el puño de su bastón que tenía detalles en plata y oro con las iniciales HM también en relieve dentro del hexágono. Obviamente, no son cosas que se encuentren casualmente en una joyería, excepto, que se manden hacer a pedido especial. Pero... ¿por qué estar en la carretera y pedir que le lleven? Esa era mi inquietud.
Esto, momentáneamente, aumentaba aún más mi intriga sobre el sorpresivo visitante, quien, más que temor, ahora me generaba interés.
Así que el auto adquiría velocidad de crucero en la carretera, comencé con mi interrogatorio… ¿Vive usted por esta zona?, ¡No, más adelante! Es hacia dónde vamos – respondió.
Ah, ¿Qué estaba haciendo por acá? ¡Esta zona es muy desolada y peligrosa!
Indagué…
¡Como puedes ver, estoy paseando en auto por la carretera! Me responde sonrientemente. Bien esa fue otra de sus respuestas incontestables, que me dieron un “knock-out” y me hicieron sonreír.
Esto me llevó a reaccionar que debería ser bastante más inteligente en mi interrogatorio, porque aquel viejito, era más listo de lo que yo pensaba, y mi inteligencia, no tendría posibilidad de superar la objetividad de sus simpáticas respuestas.
- ¡Pero…! ¿Venir a pasear a este lugar?, ¿Cómo llegó hasta aquí, caminando? – ciertamente esta fue otra de mis absurdas preguntas… porque rápidamente me contestó… ¡Llegué de la misma forma en que estoy regresando! – vengo de paseo con alguien en su auto, y retorno con otro. Me mira, sonríe nuevamente, y afirma… ¡nada mejor que pasear y conocer a gente nueva! Todos tienen siempre algo para brindar, sus conocimientos, actividades, inquietudes, y eso me distrae bastante.
- Pero… mismo así… ¡puede ser algo peligroso! - Afirmé.
¡No, no lo es! Yo tengo mis mecanismos de protección – respondió.
Internamente, sin decir palabra, pensé – bueno, ¡este hombre debe ser un maestro en artes marciales, aunque a su edad debe de ser algo difícil luchar!
Como si hubiera leído mi pensamiento, afirma… “y no preciso saber luchar artes marciales”
Una vez más, no pude evitar sonreír y quedar totalmente perplejo, porque, obviamente, él era alguien verdaderamente magistral y parecía saber lo que yo estaba pensando.
Una vez que yo había arrancado con este interrogatorio, me di cuenta de que tenía a mi lado a una persona que además de ser muy preparado, era alguien a quien no le ganaría en sutileza y simpatía, así que me aflojé, como entregándome, delante de un grande pero experto adversario.
- Mi nombre es “Malden, Helder Malden”, me dice en tono de presentación.
- ¡Mucho gusto!, le respondí, yo soy Alex… Bueno, en realidad, mi nombre es Alexis, pero aquí, casi nadie lo consigue pronunciar correctamente.
- ¡Entonces! Alexis... – Déjame ver... piensa un poco y dice: ese nombre es de origen griego, y significa – el que defiende al hombre – o sea, el protector – tiene una naturaleza emotiva, muy activa y perseverante, también, es el de un individuo de mucho criterio, pero que, además, le interesan los misterios. ¿No es cierto? – Indicó, observando mi reacción.
- ¡Bien…! Sonreí - Realmente, no sé lo que decir – Afirmé, porque me sentí identificado.
- Bueno, todo eso, parece concordar plenamente con mi personalidad. ¿Cómo es que Usted lo sabe? – Indagué…
Eso es parte de mi trabajo, pero es algo de lo que ya hablaremos, así que cuéntame, ¿a qué es lo que tú te dedicas?
-Bien, yo soy Proyectista de Ingeniería, pero en este momento, estoy dedicado a una actividad, es decir, una iniciativa de negocios, y no precisamente al área industrial. Yo cursé varios estudios, en Aeronáutica, Proyectos de Ingeniería, soy Piloto Privado y también hice una introducción a Psicofísica.
Nada demostraba otra intencionalidad que la de un hombre culto, que, aparentemente, tan solo aspiraba a mantener una conversación amistosa. Aunque, por momentos, me sentía como si estuviera siendo sometido a un interrogatorio tipo “entrevista para empleo”, es decir, algo así como si se estuviera evaluando mi preparación y mi personalidad a cada paso o respuesta que yo contestaba.
Estaba dirigiendo, así que no podía disminuir la atención de la autopista, por lo cual, no podía fingir ni manipular mucho mis respuestas, y simplemente, respondí a sus preguntas con total naturalidad, sin ninguna clase de temor.
Entre una serie de preguntas me cuestiona...
- Alexis, usted tiene una buena preparación, ¿Por qué salió de Uruguay?
Esta pregunta me descolocó, porque yo no había mencionado cual era mi nacionalidad.
Inmediatamente, adivinando mi pensamiento, Malden acrecentó…
Además del acento, vi el adhesivo en el trasero con la bandera de tu país.
Entonces, contestando a esta última interrogante, le expliqué…
Bien, en realidad, la crisis interna en la década de los años 70 y la necesidad de un crecimiento profesional, me hicieron optar por venir a Brasil, así es que aquí estoy… desde 1974. Respondí.
- ¿Entonces te interesa el crecimiento profesional?
Sí claro, el hombre que no crece, simplemente vegeta en la vida y jamás puede sentir orgullo de sí mismo, contesté.
Ahí, yo invertí la jugada e indagué…
- Y usted… ¿de dónde es?
- Bien, te diré, yo soy ciudadano británico, aunque nací en Rumania, mi madre era rumana y mi padre inglés… Yo, seguí los pasos de mi padre, soy Profesor de Historia, Arqueología y Antropología.
- ¡Ahhh! Con razón, eso lo explica todo… Afirmé.
Me resultaba evidente que sus conocimientos superaban largamente lo que se puede encontrar por acá…
La conversación continuó ahora totalmente distendida, ya que, por su origen y formación, más que dudas, ahora sentía orgullo del tipo de acompañante que había recogido.
La charla resultó ser sumamente amena, durante el recorrido, ya que tanto la investigación como los temas antiguos y especialmente la arqueología, son, para mí, una pasión a la que, infelizmente, nunca puede acercarme en virtud de la diferencia de campos de estudio a los que me había dedicado.
Finalmente, estábamos llegando cerca de un lugar llamado Osorio, donde Malden me hizo una indicación con la mano, diciéndome que se quedaría enfrente a una estación de gasolina que allí se encontraba.
Reduciendo la velocidad, fui saliendo de la pista de rodaje, y una vez detenido el automóvil, Malden me dijo que había sido un gran placer conocerme, y que además, le interesaría mantener un contacto posterior conmigo, por razones que podrían ser de mucho interés, especialmente… para una persona con conocimientos como los suyos, afirmó.
Sin lugar a dudas, le dije, y como es habitual en toda persona de negocios, de inmediato saqué y le entregué una de mis tarjetas personales al tiempo que simultáneamente él hizo lo mismo, y le indiqué que podría localizarme cuando quisiera, ya que el conocimiento para mí, es una pasión.
-¡Lo sé! – Afirmó, y sonrientemente, me estiró la mano, y se dio media vuelta retirándose con la misma elegancia con la que había abordado el auto.
Continúe mi viaje, y me reuní con mis socios, como estaba previsto, sin mencionar nada acerca de este suceso. Pero, si bien no pensé detenidamente en el asunto, Helder Malden era una de esas personas que una vez que se le conoce, no se le olvida, e interiormente, yo tenía la certeza de que había encontrado algo más importante de lo que parecía, pero no sabía lo qué.