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ОглавлениеCapítulo 1
Karl Barth: de la crisis a la teología de la palabra
Ser o llegar a ser teólogo, en el sentido más estricto o más amplio de la palabra, es algo que “no ocurre” (no se da), sino precisamente a la luz del asombro radical y fundamental que es lo único que lo puede provocar. Es una manifestación concretísima de la gracia.1
Karl Barth
¿Por qué es importante estudiar a Karl Barth? ¿En qué consiste su aporte decisivo a la teología cristiana del siglo 20? Estas son las preguntas que guían nuestra búsqueda. Como bien dijera Karl Adam en imagen rotunda: el comentario de Karl Barth a la carta a los Romanos fue una bomba de tiempo que cayó en el terreno de los teólogos. A cien años de la publicación de ese comentario, corresponde preguntarnos por qué constituyó un giro copernicano de la teología cristiana. Se podría decir que la teología cristiana en el siglo 20 se divide en “antes de Barth” y “después de Barth” ya que esa disciplina que, para Barth es “ciencia”, no queda indemne luego de su monumental obra. Solo con mencionar su Kirchliche Dogmatik que consta de 9.000 páginas nos daremos cuenta de la dimensión de su trabajo teológico al punto de que su obra lo constituye como un Tomás de Aquino protestante. ¿Quién fue Barth? ¿Dónde se formó? ¿Cuáles fueron sus maestros? Y, finalmente, ¿por qué podemos afirmar que su teología es una teología de la Palabra?
Ámbito familiar de Karl Barth
Karl Barth nació en Basilea, Suiza, el 10 de mayo de 1886, dentro de una familia protestante, más específicamente, reformada. Su padre –Fritz Barth– era pastor de la Iglesia Reformada Suiza y profesor de la escuela de predicadores en Basilea. El ámbito de su familia estaba impregnado del pietismo al punto que, según comenta Mark Galli2, Fritz creía en cuatro rasgos positivos: a. La prioridad de la vida sobre la doctrina; b. La necesidad de un nacimiento espiritual; c. La íntima conexión entre fe salvífica y su consecuencia en la vida de fe y d. El énfasis en el venidero Reino de Dios.
Sobre su personalidad de Karl, David I. Mueller dice que “fue marcado por un intelecto inusual, una gran capacidad de trabajo, seriedad de propósito, espíritu democrático, un aprecio por las artes –especialmente la música– y finalmente, por gestos que suscitaban un sentido del humor”.3 Respecto a la música, su autor preferido era Mozart, en tal medida que dice en un libro consagrado a este músico: “Tal vez los ángeles, cuando desean entonar loores a Dios, ejecuten la música de Bach, pero tengo mis dudas; de una cosa, sin embargo, tengo certeza: en sus momentos de esparcimiento, ciertamente tocan a Mozart, y entonces hasta el Señor se complace en oírlos”.4
El ámbito en que se formó teológicamente fue el de la teología reformada o calvinista. Más allá de las críticas que a veces formula al reformador francés, admiraba a Juan Calvino al punto que en una ocasión tuvo que suspender su clase de teología por haberse quedado toda la noche leyendo a Calvino cuya teología, dice, es una catarata, algo chinesco, algo caído del Himalaya y del cual le era imposible sustraerse.5
Años de formación y estudios en Alemania
A los dieciséis años Karl Barth es confirmado dentro de la Iglesia Reformada, mostrándose como un gran conocedor de las confesiones de la Iglesia. Simultáneamente decide hacerse teólogo. “Durante su temprana educación, Barth estaba interesado en la historia y el drama, mientras las matemáticas y las ciencias le producían poca atracción.”6 En sus años de formación, Barth estudió algunos semestres en la Universidad de Berna y otro semestre en la Universidad de Berlín, que se había tornado en un bastión del liberalismo y el lugar donde enseñó nada más y nada menos que el padre de la teología moderna: Friedrich Schleiermacher. En Berlín, Barth aprovechó las clases que impartía Adolf von Harnack sobre historia de la Iglesia. En forma gráfica, Galli sentencia: “Si Barth fue bautizado en la teología liberal en Berlín, fue confirmado en ella en Marburgo”.7 Ni Harnack ni Schlatter –erudito en Nuevo Testamento– le causaron el impacto que sí le produjo el profesor Wilhelm Hermann. Dice Mueller: “El deseo de Barth de estudiar con Hermann en Marburgo fue concretado en el otoño de 1908. Pasó tres semestres escuchando a Hermann, de quien después se refirió como ‘el teólogo de mis años de estudiante’”.8 Los años 1909 a 1922 constituyen lo que Mueller denomina “La transición hacia la teología dialéctica”. Habiendo culminado sus exámenes de ordenación, comenta Muller, Barth no se sentía todavía preparado para asumir el ministerio pastoral. Y agrega: “Esto, debido en parte, al repetido énfasis de Hermann de que toda verdadera predicación debe crecer desde la experiencia del predicador”.9
De vuelta a Suiza: el comentario a Romanos
Los primeros años de su regreso a Suiza provocan su ruptura con la teología liberal. Se hace amigo de colegas como Eduard Thurnesysen y Johann Christoph Blumhardt, con quienes se involucra en las cuestiones sociales y políticas, concretamente en “un movimiento suizo religioso-socialista”.10
Pero el gran cambio o “su conversión” al mensaje del Evangelio se produce en su ensayo “The Strange New World Within the Bible” que data de 1916. Como ya hemos comentado en otra obra11 Barth explora lo que hay dentro de la Biblia y entiende que “dentro de la Biblia hay un extraño, nuevo mundo, el mundo de Dios. Esta respuesta que tuvo el primer mártir Esteban, cuando dijo: Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la diestra de Dios”.12 Ese descubrimiento le conduce casi inmediatamente a su comentario a la carta a los Romanos.
Como resultado de sus exposiciones sobre Romanos en la Iglesia, Barth fue elaborando su comentario, que finalizó en 1918. El problema fue, como señala Mueller,13 que no encontraba editor alguno que quisiera publicar ese comentario. Finalmente dio con un editor en Berna en 1919 que se animó a publicar 1.000 copias del libro, el famoso Der Römerbrief. En otros textos nos hemos abocado a profundizar tanto en el contexto como en el mensaje de este comentario de Barth sobre Romanos. Aquí solo queremos puntualizar dos aspectos: el primero es el método que utiliza Barth para exponer la carta paulina y, en segundo lugar, la hermenéutica que privilegia. En cuanto a lo primero, como ya hemos expresado en otro trabajo:
La exposición que Barth hace de la Carta a los Romanos implica un método que podemos denominar dialéctico-crítico-paradójico. Barth no pretende hacer el comentario definitivo a la obra sino que, como bien señala en el prólogo a la primera edición, “su aportación no quiere ser más que un trabajo preliminar que pide a gritos la colaboración de otros”. 14
Y en cuanto a la hermenéutica que Barth privilegia es, deliberadamente una hermenéutica de texto, tan ponderada hoy por pensadores como Paul Ricoeur. No faltaron críticas al trabajo exegético de Barth por parte de teólogos que privilegiaban exclusivamente el método histórico-crítico. Barth no desconoce su importancia, pero les responde que su interés no es saber lo que Pablo quiso decir a la gente de su tiempo, sino descubrir el mensaje para el ser humano del siglo 20. Por eso les dice provocativamente:
Los histórico-críticos deberían ser más críticos conmigo. Porque comprender “lo que hay ahí” no se logra mediante una valoración de las palabras y grupos de palabras del texto esparcidas al azar o determinada por un casual punto de vista del exegeta, sino solo se puede conseguir mediante un sumergirse obsequioso y receptivo en la tensión interna de los conceptos ofrecidos con mayor o menor claridad por el texto.15
En resumen: es una hermenéutica que, aunque toma como punto de partida el método histórico-crítico, no se queda allí, sino que ejercita una dialéctica entre la comprensión y la explicación y se constituye en una dialéctica circular en el ser-ahí (Dasein) de tan rico y profundo desarrollo en la filosofía de Heidegger. Para Barth, el texto es autónomo por sí mismo de las intenciones del propio autor: San Pablo. Por eso nos obliga a redescubrir su mensaje para el ser humano del siglo 20. Y no solo eso:
Todavía más llamativo es el hecho de que Barth refleja una hermenéutica del texto, expuesta con mayor sistematicidad tanto por Gadamer como por Ricoeur. Y, en el plano estrictamente bíblico, utilizando las categorías de Croatto, se trata de una búsqueda del “delante” del texto, o sea, lo que él nos quiere comunicar más allá de las intenciones del autor, en ese caso San Pablo.16
La Dogmática de la Iglesia
En 1927 Barth publica su Bosquejo de dogmática y en 1931 su análisis del principio de San Anselmo: Fides quarens intelllectum (La fe que busca comprensión = creo para comprender) pero es en los años 1932 a 1968 que desarrolla su obra magna: Die Kirchliche Dogmatik. Gómez-Heras define adecuadamente el sentido del título de la obra: “Dogmática eclesial no es otra cosa que exposición de la palabra de Dios en función de la predicación de la Iglesia”.17 La obra solo está traducida al inglés y al francés, desde el original alemán, y consta de cinco volúmenes que a su vez se desglosan en varios tomos, a saber:
La doctrina de la Palabra de Dios (dos tomos)
La doctrina de Dios (dos tomos)
La doctrina de la creación (cuatro tomos)
La doctrina de la reconciliación (cuatro tomos)
Índice (con ayudas para el predicador)
Georges Casalis, en su hermosa biografía Retrato de Karl Barth, describe elocuentemente cómo ha de quedar quien se someta al esfuerzo de leer cuidadosamente esta obra majestuosa:
Maravillado, deslumbrado, colmado, ya no puede abandonar estos gruesos volúmenes de arquitectura rigurosa bajo la abundancia de los detalles y de los paréntesis; se arraiga en este pensamiento y lo habita, suscitando por lo demás no una imitación servil, sino un eco rico en armónicos originales y en resaltos inesperados. Sin la menor duda, es una suma teológica, la suma del pensamiento evangélico en el mundo de hoy: los paralelos históricos son siempre peligrosos y nos faltaría la suficiente perspectiva, pero para quien ahora aborda la Dogmática, Barth ocupa un lugar en la raza de los más grandes doctores de la Iglesia: Agustín, Tomás de Aquino, Lutero, Calvino…18
Es una obra monumental no solo por su extensión sino también por los varios modos en que Barth aborda los temas teológicos. No se reduce a exponerlos sistemáticamente, como en toda obra de esa naturaleza, sino que incluye exégesis profunda de los textos bíblicos. José Míguez Bonino ha sugerido más de una vez que, cuando leemos la Dogmática de Barth, debemos tomar muy en serio “la letra chica”, es decir, los espacios de letras más pequeñas a la que se utiliza en el texto general de la obra, porque allí está la mayor riqueza de la obra.
¿Qué es la teología para Barth?
En el primer volumen y primer tomo La doctrina de la palabra de Dios, Barth se explaya sobre el tema al cual se consagró toda su vida: la teología. Allí define lo que es la teología, cómo se hace y cuál es su finalidad. La primera tesis –porque justamente su obra se articula a partir de una tesis o afirmación que luego desarrolla– dice: “Como disciplina teológica, la dogmática es la propia examinación científica de la Iglesia cristiana respecto al contenido de su distintivo hablar de Dios”.19 Lo primero es que la dogmática es una disciplina que está dentro del amplio campo de la teología, la cual, como sabemos, se puede desarrollar como teología bíblica, teología histórica, teología pastoral, entre otras modalidades. Esta disciplina que llamamos dogmática la realiza la Iglesia cristiana como propia examinación científica, analizando el contenido de su especial y distinguible modo en que habla de Dios. Más adelante, Barth se refiere a la teología como investigación y como un acto de fe. Al ser una ciencia, la teología es investigación y presupone la posibilidad de que el ser humano pueda conocer a Dios. Pero a su vez, la teología también está vinculada a la fe, es un acto de fe. “La dogmática es parte de la obra humana del conocimiento. Pero esta parte de la obra humana del conocimiento se mantiene bajo una decisiva condición.”20 Esa condición, para Barth, es la fe. Ya que “la dogmática es una función de la Iglesia cristiana”21 y para ser Iglesia hay que responder al llamado de Cristo, “Actuar en la Iglesia es actuar en obediencia a ese llamado. Esta obediencia al llamado de Cristo es fe”.22
Por supuesto, el volumen citado no es el único en que Barth se refiere a la teología. Por eso, de esa primera aproximación al tema de la Dogmática, pasamos a su Introducción a la teología evangélica, el otro extremo cronológico, ya que reproduce las clases que el maestro expuso en Basilea en 1961 cuando ya estaba jubilado y le pidieron que enseñara un semestre más porque todavía no se había designado a su sucesor. En esta joya, que Barth denominaba “el canto del cisne”, vuelve al tema de la teología, su carácter científico, su relación con la Palabra, la comunidad, el Espíritu y la existencia teológica como asombro, conmoción, compromiso y fe. En la aclaración inicial dice:
La teología es una de aquellas empresas humanas tradicionalmente llamadas “ciencias” que buscan percibir un objeto o el ámbito de un objeto por el camino que éste señala como fenómeno, comprenderlo en su significado y enunciarlo en todo el alcance de su existencia. La palabra “teología” parece indicar que en ella, como en una ciencia especial (¡muy especial!), se trata de percibir a Dios, de comprenderlo y enunciarlo.23
Barth ubica a la teología dentro de esas “ciencias” humanas que definen un objeto de estudio a modo de recorte de la realidad para estudiarlo. Al escribir “ciencias” y “teología” entre comillas, está indicando un uso general y amplio del término, al punto de reconocer que en este caso se trata de una ciencia muy especial dado que intenta percibir a Dios, comprenderlo y enunciarlo, un Dios que nunca será objeto sino siempre un Sujeto supremo y soberano. Porque dado que hay muchos dioses, argumenta Barth, hay también muchas teologías en tanto son discursos sobre Dios. Para que no queden dudas, Barth denomina a su teología como “teología evangélica”. Debemos tener mucho cuidado cuando leemos esa nomenclatura ya que muchas veces remite desde el inconsciente colectivo a pensar en teología “de los evangélicos”. Barth dice sin ambages:
No toda teología “protestante” es teología evangélica. Hay teología evangélica también en el ámbito romano, así como la hay en el ámbito ortodoxo-oriental y en los ámbitos de las variaciones mucho más recientes, como hay también deformaciones en el empeño renovador de la Reforma. Con la palabra “evangélica” queremos describir objetivamente la continuidad “católica”, ecuménica (para no decir “conciliar”) y la unidad de toda aquella teología que busca, en medio de la variedad de todas las demás teologías (sin querer hacer un juicio de valores) y en contraposición con todas ellas, percibir, entender y enunciar al Dios del Evangelio, es decir al Dios que se revela en el Evangelio, que les habla a los hombres y actúa sobre ellos, por el camino que él mismo señala. Allí donde él llega a ser el contenido de la ciencia humana, siendo al mismo tiempo su origen y su norma, allí hay teología evangélica.24
Nadie puede adueñarse del evangelio como si fuera su propiedad privada. El Evangelio es de Dios y hay teología evangélica solo allí donde se revela el Dios del Evangelio, que es origen y norma de esta teología que, insiste Barth, sigue siendo siempre una ciencia humana. Más adelante va a aclarar con gran precisión que esta teología evangélica trabaja con tres suposiciones que están subordinadas, a saber: primero, el hecho de la existencia humana en la dialéctica entre ella y el Dios del evangelio; segundo, con la fe de las personas que están dispuestas a reconocer esa revelación de Dios; y tercero, con la razón, “es decir, con la capacidad de percibir, discernir y expresarse de todos, o sea, también de los que creen, que es la que técnicamente permite que ellos participen activamente en el esfuerzo teológico de conocer al Dios que se revela en el Evangelio”.25
En otro texto Barth pondera a la teología como una de las ciencias más hermosas, pero a la vez, advierte sobre sus peligros. Dice:
Entre todas las ciencias, la teología es la más hermosa, la que toca más profundamente a la inteligencia y al corazón, la que se aproxima más a la realidad humana y ofrece las visiones más claras de la verdad que persigue toda ciencia, más cerca también de todo lo que quiere significar en el cuadro de la vida universitaria […] ¡Pobres teólogos y pobres épocas en la teología los que no se han dado cuenta de toda esta belleza! Pero entre todas las ciencias, la teología es también la más difícil y la más peligrosa; la que conduce rápidamente a la desesperación, cuando uno se inicia en ella o, lo que es casi peor, al orgullo; la que perdiéndose en acrobacias aéreas o calcinándose en abstracciones, puede transformarse en la cosa más horrible que exista: su propia caricatura.26
La teología es hermosa por tocar tanto la inteligencia como la emoción y por su capacidad para aproximarse a la realidad humana, pero el peligro radica en que puede conducir a la desesperación o al orgullo y transformarse así en una mera caricatura de su original. Se percibe también la nota de humor de Barth en la descripción de una teología que se pierde en “acrobacias aéreas” como si fuera un trapecista que solo se dedica a entretener a la gente.
En un reciente artículo, el teólogo checo Milan Opoĉenský, luego de citar ese párrafo donde Barth pondera a la teología por su belleza y su carácter científico, dice:
La teología dialéctica (de Barth y otros) trató de puntualizar que la teología tiene su justificación entre las ciencias solo si comienza con la revelación y con la realidad histórica de la iglesia, la cual es la reacción a la revelación. De otra manera, cualquier ciencia asumiría la responsabilidad de la reflexión teológica. Si hablamos acerca del carácter eclesial de la teología esto no significa que se quiera crear un espacio protegido en donde no tomaría lugar la confrontación con los resultados de otras ciencias. La teología no tiene como su tarea llevar a cabo la actividad proclamadora de la iglesia.27
Finalmente, para Barth la teología no es un fin en sí mismo; es más bien un servicio que presta a la Iglesia. Por eso Barth destaca el papel de la comunidad cristiana como el espacio donde se hace teología. Dice: “El lugar de la teología frente a la palabra de Dios y sus testigos no está situado en alguna parte del espacio vacío, sino muy concretamente en la comunidad”.28 Esta es definida por Barth como communio sanctorum y congregatio fidelium, es decir: comunión de los santos y congregación de los fieles. Su papel en el mundo es decisivo ya que:
Ella no habla solamente con palabras. Habla por el mero hecho de existir en el mundo, también su actitud específica hacia los problemas del mundo, y especialmente en su servicio mudo para con todos los postergados, débiles y necesitados. Finalmente habla al orar por el mundo.29
La teología entonces es una sierva de la Palabra de Dios. Sirve a la Iglesia sirviendo a la predicación de la Palabra. Apelando a la división de oficios que había introducido Calvino y donde el diácono ocupaba el cuarto y último lugar, después de los presbíteros gobernantes y los presbíteros maestros o pastores, Barth dice que con tal división Calvino no tenía la intención de hacer una rígida división de tareas, y agrega: “No obstante, habría que aconsejarle al doctor ecclesiae, al teólogo, a convertirse –como lo indica el Evangelio– rápidamente del primero en el último, un siervo de todos los demás, en su servidor y diácono”.30 Y todo ello, porque ser teólogo o teóloga no es para Barth algo que ocurre naturalmente, que surge de la nada, por pura inspiración o decisión, sino que, como dice de modo rotundo:
Ser o llegar a ser teólogo, en el sentido más estricto o más amplio de la palabra, es algo que “no ocurre” (no se da) sino precisamente a la luz del asombro radical y fundamental que es lo único que lo puede provocar. Es una manifestación concretísima de la gracia.31
Por último, reflexionemos sobre las nomenclaturas que ha recibido la teología de Barth y juzguemos cuál de ellas es la más representativa.
¿Cómo se denomina a la teología de Barth?
Hugh R. Mackintosh32 denomina su teología como teología de la crisis, teología dialéctica y teología de la palabra. Seguiremos esa orientación ampliando lo que cada una de ellas quiere expresar y enriqueciendo el planteo con otros textos.
a. Teología de la crisis
El término “crisis” hay que entenderlo en dos sentidos: como el punto culminante de una enfermedad y como cambio de dirección en el pensamiento, una especie de “giro”. Pero como bien dice Mackintosh, hay un tercer sentido mucho más profundo: “crisis” en tanto juicio de Dios.
Según esta teología, tanto el hombre como el mundo, la religión y la Iglesia están bajo el juicio y la exigencia de la Palabra de Dios, de la que el Nuevo Testamento afirma que es “penetrante hasta separar el alma del espíritu,” y también que “escudriña hasta los pensamientos del corazón”. Para comprender la Revelación, el hombre debe escucharla, sabedor de hallarse ante el juicio de Dios.33
No debemos olvidar el contexto histórico en que surge la teología de Barth: se comienza a gestar dentro del liberalismo europeo cuyo talante era el optimismo, pero luego se convierte en juicio con la tragedia de la Primera Guerra Mundial. Por otra parte, la religión y la Iglesia caen bajo el juicio de Dios. En su texto “La revelación como abolición de la religión” Barth reflexiona sobre el lugar desde el cual puede venir una crítica de la religión. Dice:
Solo puede haber una crítica decisiva de la Religión si se hace desde fuera del círculo mágico de la Religión. El punto de partida debe estar esencialmente fuera, esto es, debe estar fuera del hombre mismo, de las realidades y posibilidades del hombre. El juicio sobre la Religión solamente se puede hacer desde un lugar “completamente otro”. No desde la Religión y las posibilidades humanas. ¡Este juicio solo se puede hacer a partir de la fe!34
Dios enjuicia a la religión por su incredulidad, idolatría y autojustificación. Dentro de ese juicio cae también el cristianismo y la Iglesia, ya que fácilmente pueden tornarse en espacios de idolatría.35
b. Teología dialéctica
Como bien observa Gómez-Heras,36 bajo la nomenclatura de “teología dialéctica” se distinguen dos escuelas: la de Barth y sus discípulos; y la seguida por Gogarten, Bultmann y Tillich, entre otros. Mientras Barth propone una “dialéctica de la revelación”, la otra escuela intenta una “dialéctica de la existencia” inspirada en la filosofía de Heidegger. Ambas escuelas coinciden en su repulsa al liberalismo teológico y ensayan un retorno a la Reforma protestante, especialmente a Lutero y Calvino. Dicho esto, centremos nuestro análisis en Karl Barth. En su profundo análisis de su teología y, sobre todo, su método, dice Jacob Taubes: “Su trabajo agrega un nuevo capítulo a la historia del método dialéctico. El método y el programa de Barth son quizás el aporte más significativo a la conciencia general de nuestro tiempo; resulta necesario, por lo tanto, analizar su obra desde la filosofía”.37 En ese análisis Taubes descubre que, para Barth, solo es posible la teología como diálogo, como discurso humano de pregunta y respuesta sobre Dios.
Solo en este encuentro entre pregunta y respuesta se realiza el carácter tético-antitético de la teología. La teología es “pensamiento dialéctico”. Si se considera seriamente el carácter dialéctico de la teología, ella debe entonces seguir siendo discurso abierto y no debe cerrarse en un sistema autorreferencial. La propia “palabra propia de Dios”, su “teología”, sería entonces, como Karl Barth observó una vez, “teología no dialéctica”. Pero el hombre es mortal y no puede reclamar para sí la “última palabra”.38
Hay dos filósofos que influyen decididamente en la forma en que Barth desarrolla su teología: Kierkegaard y Hegel. Del primero, dice Taubes: “El hecho de que Barth destaque tanto el hiato entre Dios y el hombre, la diferencia entre creador y creación, es resultado de la influencia de la ‘dialéctica negativa’ de Kierkegaard”.39 En cuanto a Hegel, Taubes destaca el hecho de que su filosofía se desarrolla a partir de la idea del Logos del capítulo 1 de Juan, que era en el principio, que estaba con Dios y que era Dios. De ese modo, el Logos es la lógica, la lógica es la verdad y la verdad es el espíritu de vida. De ese modo, “Hegel desarrolla un esquema de tesis, antítesis y síntesis sobre la base de las ecuaciones de Juan”.40 La conclusión a la que arriba Taubes es la siguiente:
Hay, por lo tanto, otro tema fundamental en la dialéctica teológica de Karl Barth: debe describir la reconciliación entre Dios y el hombre de manera tal que supera la dialéctica hegeliana de la reconciliación. El fantasma de Hegel deambula del principio al fin durante el desarrollo de la teología de Karl Barth.41
Todas estas observaciones de Taubes no son producto de la mentalidad afiebrada de un filósofo, sino que están plenamente respaldadas en la obra de Karl Barth y su énfasis en dobles opuestos de sí vs. no, creador vs. criatura, justicia de Dios vs. justicia humana, presente vs. futuro, tiempo vs. eternidad. Solo en Jesucristo, para Barth, esos opuestos pueden ser superados. Dice en un tramo de su exposición a Romanos:
Al separarse nítidamente en Jesús tiempo y eternidad, justicia humana y justicia divina, el más acá y el más allá están unidas con nitidez. […] todo ser-ahí y ser-así del mundo y, en cuanto tal, es también carencia, insuficiencia, cavidad y nostalgia. Pero, al reconocer esto como tal, resplandece sobre ello la fidelidad de Dios que absuelve condenando, da vida matando y dice Sí donde tan solo es audible su No. En Jesús se conoce a Dios como Dios desconocido.42
c. Teología de la Palabra
La tercera nomenclatura que recibe la teología de Karl Barth es “teología de la palabra”. Esta designación sea acaso la más importante y la que está mejor expuesta por el propio Barth en su Dogmática. Precisamente, en el volumen I, tomo I de su Dogmática, el tema que recibe el tratamiento más profundo por parte de Barth es la Palabra de Dios. Mackintosh reconoce que esta designación es la más adecuada y explica:
El contenido de los prolegómenos a la teología, y de hecho el contenido de la teología misma, es esa Palabra. La teología surge de la predicación y sirve de medida para la predicación; pero, como él mismo afirma, “el supuesto que hace que la proclamación sea proclamación, y que por ello la Iglesia sea Iglesia, es la Palabra de Dios.43
Y tan apegado quiere estar Barth a la palabra de Dios que él mismo dice en palabras recogidas por Mackintosh: “No buscamos a Dios en otro sitio que en su Palabra, no pensamos de Él sino con su Palabra, no hablamos de Él sino mediante su Palabra”.44
Ahora bien, ¿qué entiende Barth por “palabra de Dios”? No se trata de la mera identificación con la Biblia, independientemente de Cristo y del Espíritu Santo. Básicamente, la expresión “palabra de Dios” adquiere en Barth una triple designación: Jesucristo, palabra de Dios encarnada, la Biblia como palabra de Dios que da testimonio de Jesucristo y, finalmente, la predicación de esa palabra de Dios por parte de la Iglesia. Refiriéndose a la triple forma de la Palabra de Dios, en la Dogmática Barth distingue entre la palabra de Dios predicada, la palabra de Dios escrita y la palabra de Dios revelada. Dice: La verdadera proclamación significa palabra de Dios. Comparándola con Cristo es similar, ya que “Como Cristo llegó a ser hombre y permanece verdadero hombre por toda la eternidad, la verdadera proclamación llega a ser un evento en el nivel de los otros eventos humanos”.45 Ya que la Biblia registra la acción de Dios en la historia y esa acción es un evento:
La Biblia, entonces, llega a ser palabra de Dios en este evento, y en la declaración de que la Biblia es palabra de Dios, la pequeña palabra “es” se refiere a este ser en tanto llegar a ser. No llega a ser palabra de Dios por causa de nuestra fe sino en el hecho de que llega a ser revelación para nosotros.46
La revelación, para Barth, no difiere de la persona de Cristo, sino que “decir revelación es decir: ‘la Palabra fue hecha carne”.47 La triple forma de la palabra de Dios tiene en Barth una analogía con la Trinidad. Barth dice que cuando afirmamos que la palabra de Dios fue hecha carne y habitó entre nosotros estamos diciendo algo que tiene que ver con las relaciones intratrinitarias sobre la base de que el Padre envía al Hijo y al Espíritu Santo. Barth encuentra una analogía para la palabra de Dios en la trinidad y se anima a afirmar: “Esta es la doctrina de la trinidad de Dios. En el hecho de que nosotros podemos sustituirla por los nombres de revelación, Escritura y proclamación, por los nombres de las personas divinas del Padre, Hijo y Espíritu Santo y viceversa […]”48
Conclusión