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Conclusiones

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La caída del crecimiento económico en proceso, entorpecido por la covid-19, ha cuestionado la viabilidad de que el paradigma hasta hoy dominante cuente con los instrumentos necesarios para enfrentar una crisis, que en realidad augura una depresión. El neoliberalismo ha perdido fuerza en sus ideas y su praxis.

Nunca como hoy ha tenido tanta vigencia el pensamiento de Herbert Marshall Mcluhan en el sentido de que vivimos en una “aldea global”. No importan los nacionalismos y los intentos de medidas proteccionistas por parte de algunos gobiernos (Estados Unidos, en específico), la humanidad ha generado un cúmulo de problemas y necesidades que requieren la cooperación entre sí, como también la integración entre países. Los hechos se han venido sumando: sobrecalentamiento de la tierra por las emanaciones de gases de las empresas, acumulación de basura en la tierra y los océanos, desigualdad y pobreza ante la falta de empleos y bienestar, que en muchos casos termina por expresarse en violencia, robos e inseguridad social. En la actualidad, hay sorpresivos asaltos a la salud humana, por “ejércitos invisibles” como dice Harari (2016, p. 16), que tienen una interacción y comunicación, propia de la era las tecnologías de la información y la comunicación, la cuarta revolución industrial y la nanotecnología. Es decir, por más que el hombre se empeñe en establecer fronteras y muros, como es el caso de Trump, se reproducen entes que se traspasan a las personas, a las comunidades y los países, que destruyen mucho antes de que los hombres adviertan de su existencia. El caso dramático de la covid-19, en el cual personas contagiadas no lo sienten porque son “asintomáticas”, o cuando se está en un grupo portadores del virus, al individuo se le manifiesta hasta dos semanas después.

También son nuevos los fenómenos de la economía. La trayectoria cíclica de la economía —expresada en auges, recesiones, crisis, depresiones y recuperaciones— siempre fue explicada por los llamados datos duros expresados en crecimiento económico, generación de empleos, ingresos, capacidad de consumo de los individuos, las familias y las empresas, como también por los flujos del comercio internacional expresados en la balanza comercial. En este sentido, los países de Norteamérica atraviesan una coyuntura peculiar, Estados Unidos viene de una fase de 11 años ininterrumpidos de crecimiento, mientras que México no ha podido salir de un largo periodo de desaceleración y aletargamiento económico. En este caso, el binomio peculiar es la relación entre México y Estados Unidos. El 80 % de las exportaciones del primero tienen como destino el segundo. Así, en la lectura cíclica de la economía, las curvas de crecimiento de ambos países suelen mostrar la misma tendencia. Esto significa que, hoy en día, parte de la apuesta mexicana para recuperarse tiene que ver con la suerte de Estados Unidos y los efectos que pueda tener el t-mec, los cuales no podrían ser inmediatos, sino de mediano y largo plazo.

Sin embargo, ante los embates endógenos y exógenos, se necesita de algo más que las inercias positivas del ciclo económico aderezado por las fuerzas del mercado. Es menester investigar en los instrumentos de la economía keynesiana y poskeynesiana en un entorno en el cual la objetividad y la subjetividad caminan tomadas de la mano; es decir, en el que los hechos simbolizados en números sean explicados a partir de las conductas de los individuos y de las emergencias no visualizadas, como en este caso, el coronavirus. Los planteamientos keynesianos encaminados hacia un siglo de vigencia históricamente han demostrado su eficacia; aún más, en este paradigma están presentes las eventuales reacciones de los agentes económicos ante expectativas de incertidumbre y volatilidad de los mercados.

Es evidente que se requiere un nuevo Estado, cuyas medidas no sean procíclicas, sino innovadoramente anticíclicas. Un Estado, cuyas reglas sean claras y precisas, que construya márgenes tolerables para el manejo del déficit presupuestal, cuyos recursos se canalicen en un marco de planeación inductiva hacia varios propósitos: creación de empleo y abatimiento de la pobreza, lo cual implica poner lo social en el centro de las preocupaciones públicas, la construcción de sistemas de seguridad pública y la modernización de la infraestructura con visiones económicas complementarias para el mercado interno y el externo, los cuales son receptores de productos distintos y de alcance diferente.

Aun en épocas de globalización, la apuesta no puede ser que el universo de empresas de un país se avoque totalmente a la búsqueda de los mercados internacionales, cuando existe una realidad dicotómica que muestra que es solo una parte de la economía la que cuenta con niveles de productividad y competitividad acordes con las exigencias de los mercados internacionales. En esta lógica, el Estado estimular el reparto de los mercados.

Adicionalmente, el Estado debe generar medidas para la seguridad nacional de su población, que tengan que ver con hacer planeación prospectiva, capaz de avizorar con anticipación ocurrencias de avance invisible, como son las infecciones y los contagios trasmitidos por entes invisibles como la covid-19. Resulta inaudito que, en tiempos de intenso despliegue tecnológico, drones y detectores de diversa índole, con un nivel de la ciencia inmemorial, el hombre sea sorprendido por los llamados “ejércitos invisibles” de Harari.

Pero si el mercado transitó de la “mano invisible” de Adam Smith, en la cual la competencia se suponía perfecta, a los monopolios que controlan escalas de producción, perfil y calidad de las mercancías y precios, hasta llegar el momento en que desvirtuaron la armonía de la economía, para ofrecer igualdad de oportunidades, al imponerse la evolución darwiniana y, en la actualidad, la reconfiguración del Estado se vuelve a ofrecer como la opción para salir de un pantano de donde millones de personas no pueden salir, es menester que la fuerza centrípeta de la sociedad se exprese con intensidad. Para esto se requiere la creación de una conciencia social que se retroalimente de las diversas partes del mundo para tener convergencia en la defensa mutua de las estrategias autoritarias y antidemocráticas de muchos Gobiernos, en la defensa del entorno que se genera en la interrelación de la producción con la naturaleza, es decir, que favorezca un desarrollo sustentable; una sociedad que sea vigilante y que evalué las promesas y las acciones del Estado, es decir, se requiere una sociedad menos pasiva, participativa de los hechos sociales que incumben a aquel, para diagnosticarlos, evaluarlos, fortalecerlos si arrojan resultados, y suspenderlos si no tienen trayectoria social positiva.

Lo anterior implica también que las instituciones educativas y de investigación asuman la responsabilidad social de hacer ciencia básica y aplicada, no solo para diagnosticar el pasado y el presente, sino también para que, junto con visión prospectiva, se adelante en la identificación de la diversidad de problemas que enfrenta la humanidad y, de igual forma, ofrezca soluciones con impactos innovadores a favor de las mayorías.

Estado, sociedad, empresa y ciencia se convierten en una amalgama que ofrece soluciones que benefician a todos, constituyen una fuerza capaz de doblegar los vaivenes de la economía y a los entes nanotecnológicos que son peor amenaza, porque se esconden en su invisibilidad. ¿Una utopía?, tal vez, pero de cómo se asuma dependerá la próxima trayectoria de la sociedad global, en sus respectivas comunidades y países. Finalmente, surge la pregunta: “¿Son síntomas de la senilidad de un sistema que hoy se hace imperativo superar para asegurar la supervivencia de la civilización humana”? (Amin, 2003, p. 10).

Impactos de la COVID-19 en el sistema internacional y en la integración regional

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