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Capítulo 4


Vigilias de oración, obras de teatro y la estación del autobús

La oración es el secreto fundamental de la vida cristiana y como creyentes, debemos tener una vida de oración. ¡Debemos hacer de la oración un hábito diario y disfrutarlo al máximo! Las noches de oración (vigilias) eran mi evento favorito al cual asistir y recuerdo que tenía una gran expectativa cuando éstas se acercaban. Se llevaban a cabo en diferentes iglesias y provincias de Costa Rica. Cuando se realizaban en otra provincia y era necesario hacer un viaje para llegar al lugar del evento, a veces la iglesia contrataba un autobús para llevar a la gente a las reuniones. ¡El tomar el autobús prometía la diversión adicional de detenernos en el camino, en algún lugar para comer y a veces quedarnos despiertos toda la noche, durante el largo viaje de regreso a casa!

Esos servicios eran impresionantes. El Pastor William Magaña era uno de los que convocaba a estas concentraciones de oración. Cuando él tomaba el micrófono y oraba, ¡todo el lugar se sacudía con la Presencia de Dios! ¡El tiempo de la danza durante la alabanza y la adoración era mi favorito! Todos los chicos iban hasta la parte delantera del auditorio y bailaban con un gozo y una emoción tan contagiosa, ¡que muchos adultos también se nos unían!

A medida que mi hambre por la oración comenzó a desarrollarse, mi deseo de servir a Dios en la iglesia local creció. De pasar el recipiente de la ofrenda, a cantar una canción, a hacer un mimo con el departamento de artes, o a salir en una misión de evangelismo en las calles y en los barrios... para mí todo era muy divertido. A veces nos presentábamos en otras iglesias, o nos invitaban a presentarnos con otros grupos. Todo esto fue la preparación para los días que iban a venir. De niño, yo era muy consciente de que Dios estaba haciendo algo en mi vida y que un día, todo iba a llegar a cumplirse.

Me interesé en las artes, sobre todo en el teatro. A menudo me tocaba interpretar el papel de un profeta. En otras ocasiones, yo era un ángel. ¡Pero nunca el diablo o cualquiera de los demonios! Yo me cuidaba de aceptar esas ofertas cuando me llegaban y gracias a Dios nuestros maestros nunca nos obligaron a interpretar esos papeles. Marisol y su esposo Wilbur trabajaban en equipo enseñando a los niños de nuestra iglesia. Estaré eternamente agradecido con esa pareja por inspirarme a amar a Dios y servirle con excelencia y diligencia. Recuerdo a Marisol como una dama muy disciplinada, que nunca perdió una oportunidad para transmitirnos los principios divinos, incluso en los ensayos. Nuestras obras de teatro se hicieron tan conocidas, que ganamos algunos premios a nivel regional y nos invitaron incluso a actuar en las graduaciones escolares seculares.

La estación del autobús

Eran las tres de la tarde y todo el mundo en nuestra clase esperaba con impaciencia el sonido del timbre de salida. Ni bien sonaba, ya estábamos afuera de la puerta, corriendo, charlando con los amigos y regocijándonos en que otro día escolar hubiese acabado.

Fui a la estación de autobús adonde creí que encontraría a mi hermana mayor, aguardando para llevarme a casa, pero me alarmé al ver que no estaba allí. Seguramente se había olvidado de mí y ya había salido para la casa. Iba a tener que esperar el siguiente autobús. Me sentí muy ansioso con cada minuto que pasaba y me enteré de que el próximo autobús no llegaría hasta una hora después. En lugar de esperar, consideré el caminar hasta mi casa. Pero como la escuela a la que asistía en ese momento se encontraba demasiado lejos, decidí quedarme. Sin embargo presentí ¡que Dios tenía un propósito especial para mí, al estar allí en la parada del autobús!

Una señora con una expresión triste y cansada del mundo, vino y se sentó a mi lado. Tuve un impulso repentino de hablarle de Cristo, así que le pregunté si algo andaba mal. Se mostró sorprendida de que yo le preguntara, me habló de algunas de las situaciones que estaba enfrentando. Llegó el momento en que tuve la oportunidad de compartirle el evangelio, así que empecé a hablarle de Jesús y de cómo Él, había rescatado a mi familia. Sin demora, oré con ella por su salvación y antes de que me diera cuenta, ¡el autobús llegó! Con una sonrisa nueva, me agradeció y me dio un poco de dinero para comprar dulces. Ahora sé que Dios me puso en ese lugar sólo por ella. Esa sería una de las muchas ocasiones en las que me encontraría a mi mismo dándole testimonio de Cristo a extraños, en diferentes lugares y en una variedad de circunstancias.

Aunque por naturaleza siempre fui un niño callado y reservado, era un parlanchín cuando se trataba de hablar de Jesús y Su plan de salvación. Cada vez que me subía al autobús y tenía la oportunidad de hablar con alguien, lo hacía sin dudarlo. ¡Todo era tan divertido!

Al viajar en el autobús un día, un joven vestido extrañamente, se sentó a mi lado. Le dije: – "hola" – pero su reacción no fue exactamente cálida ni acogedora. Sin inmutarme, le pregunté cuál era su trasfondo religioso y – para mi sorpresa – me dijo que no tenía. En Costa Rica, es raro encontrarse con un ateo, pero cuando uno lo encuentra supone una oportunidad de oro. ¡Era hora de hablar de Jesús de nuevo! Comenzó a explicarme por qué no creía en ningún dios. Cuando escuché su declaración de incredulidad, me coloqué a mí mismo en la posición del cazador listo para entrar en acción. Lo miré y refuté sus argumentos con una convicción tal, ¡que sólo el Espíritu Santo la puede dar! Después de la larga conversación, finalmente se dio por vencido y dijo que iba a pensar en ello. Cuando estaba a punto de bajar del autobús, le estreché la mano y le dije: "Jesús te ama". Él sonrió irónicamente y se fue veloz, pero al menos lo dejé con algo en qué pensar. Cuando ahora miro hacia atrás, veo que el ministerio que Dios me estaba dando, estaba empezando a tomar forma, inclusive en las estaciones de autobús.



Campañas evangelisticas en Colombia a los 13 años y San Felipe, Venezuela a los 14.

El Niño Predicador

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