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Alejandro, estás en el cielo...

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Los rayos de luz se proyectaban a través de la ventana, calentando suavemente mi habitación, a medida que el sol se elevaba sobre Alajuela, Costa Rica. Iba a ser un hermoso y cálido día en el valle, el tipo de día perfecto para un feriado nacional. Esa mañana disfruté el quedarme en la cama hasta pasadas las 6 am, hora en la que generalmente, me tenía que levantar para ir a la escuela. Tenía en ese entonces 11 años. A pesar de que la Escuela Primaria "La Pradera" estaba a sólo unas cuadras de distancia, nos levantábamos todos los días muy temprano para prepararnos, tomar el desayuno y tener tiempo para nuestro momento devocional con mi madre Dámaris, una fiel intercesora.

Quedarme en la cama esa mañana me permitió también ponerme al día con el sueño, algo que necesitaba. Yo era bastante estudioso, algo así como un "búho nocturno" que solía quedarse despierto hasta tarde, tratando de memorizar las respuestas para los largos exámenes. Despertarme temprano por la mañana, entonces, se convertía en todo un reto. Me levanté más descansado e hice mis deberes, y mientras los hacía, comencé a pensar en que ocuparme el resto del día. Recordando que todavía no había saludado a mi mejor amigo: Jesús, sentí un deseo intenso de encerrarme en mi cuarto y orar.

Como lo hacía siempre, encendí el reproductor de CD y comencé a adorar. Me había acostumbrado a hacer eso y a esperar en el Señor, durante todo el tiempo que le tomara a Su Presencia el saturar mi habitación. A veces eran necesarios sólo diez minutos en mi tiempo de oración, para que Él estuviera allí. Otros días tenía que perseverar y seguir adelante, esperando que Él viniera. Esa mañana, la Presencia del Espíritu Santo llegó instantáneamente, de forma tan abrumadora que sentí que respiraba Su unción.

Inmerso en la adoración y estudiando su Palabra, pasé por lo menos tres horas. Cuando me di cuenta, había perdido toda conciencia del tiempo. Estaba tirado en el suelo con la cara hacia abajo, sintiendo que algo particularmente sobrenatural estaba a punto de acontecer. Me di vuelta y de repente mis ojos se abrieron a un Reino Celestial: vi a un ser alto y glorioso de pie a unos metros de mí. Yo lo miraba fijamente con asombro y tuve una sensación extraña, como si estuviera saliendo de mi cuerpo. Cuando volví la vista hacia abajo me vi a mi mismo tirado en el suelo, vestido con una túnica blanca con una banda dorada alrededor de la cintura.

Una paz inmensa me inundó e instintivamente supe lo que tenía que hacer. Sin dudarlo me acerqué al ángel y lo seguí. El ángel se volvió y atravesó la pared de mi dormitorio y descubrí que yo podría hacer lo mismo. Mi cuerpo espiritual era capaz de atravesar lo sólido y lo material, así como Jesús lo hizo – cuando se apareció a sus discípulos – después de la resurrección.

Del otro lado de la pared, me encontré a mí mismo de pie, en medio de la sala, en donde mi hermano estaba viendo la televisión. Pude escuchar a mi madre que preparaba el almuerzo en la cocina. Podía ver todo esto sin que ninguno de los miembros de mi familia fuera consciente de mi presencia. El ángel y yo salimos a la terraza de nuestra casa de dos pisos, que ofrecía, abajo, una amplia vista de nuestro vecindario. El ángel me tomó de la mano y de repente fue como si despegáramos, viajando por el cielo a una velocidad cósmica, velocidad que no tengo palabras para describir.

Al pasar a través de la atmósfera y ya en el espacio exterior, alcancé a ver el Planeta Tierra mucho más abajo. Nuestro sistema solar pasó a nuestro lado como un destello y en un abrir y cerrar de ojos, estábamos en un lugar completamente distinto. Me vi a mí mismo caminando a través de un gran corredor, que finalmente se abrió y dio lugar a una pared muy grande. El enorme muro parecía estar hecho de un reluciente mármol blanco de una sola pieza y era tan hermoso que no se parecía a nada de lo que hubiera visto en la tierra. Caminamos bordeando el muro unos minutos antes de que me diera cuenta de que éste encerraba una ciudad. Me maravillé al pensar en lo increíble que era, que incluso antes de que hubiera ciudades amuralladas en la tierra, las paredes ya existieran en el cielo. Su propósito, sin embargo, parecía no ser el de mantener a los enemigos afuera, sino reflejar la grandeza y la gloria de nuestro Dios, quien se describe a sí mismo como un muro de fuego alrededor de su pueblo y su ciudad:

"Yo seré para ella, dice Jehová, muro de fuego en derredor, y para gloria estaré en medio de ella." Zacarías 2:5 (RV60)

En poco tiempo, llegamos a una de las tres puertas en el muro. Hice una pausa, mirando asombrado la enorme estructura de madera maciza, que era algo así como una compuerta de las que existían en los antiguos castillos ingleses. Al ver que la puerta estaba sellada, esperé a que el ángel la abriera. Fue en ese momento en el que él me habló por primera vez, no en el tipo de voz audible, física, que escuchamos en la Tierra, sino más bien era como si su espíritu le estuviera hablando al mío. Hablaba sin palabras y yo sentía – más que escuchaba – lo que él me decía:

"Alejandro, estás en el cielo."

De repente, un viento fuerte sopló a nuestro lado y abrió de forma brusca la puerta. Una niebla gruesa e intensamente cegadora salía de la entrada y cuando se aclaró, pude ver una larga habitación rectangular con una mesa que se extendía hasta el otro extremo. La mesa estaba decorada de forma preciosa, con un mantel de lino blanco y sobre él un camino de mesa de satén rojo. También había tazones de oro llenos de muchos tipos diferentes de frutas. Cada lugar estaba preparado con la mejor vajilla de oro y plata que yo hubiera visto. En resumen, todo estaba en un estado de perfección total y absoluta.

La elegancia de la vista continuó incluso mientras yo miraba hacia arriba, la magnitud de la habitación era totalmente insondable. Las paredes estaban hechas de oro y estaban decoradas con un elegante papel tapiz hasta la mitad. El techo estaba cubierto de bloques grabados de oro macizo, colocados con intrincados patrones de diamante. Lámparas adornadas colgaban del techo, emitiendo su resplandor brillante sobre toda la habitación. Cuando miré más de cerca, me di cuenta de que no parecían funcionar con electricidad o fuego; en lugar de eso obtenían su energía de alguna otra fuente. Estaban iluminados por la Presencia, por el propio resplandor de la Gloria de Dios, tal y como se describe en las Escrituras:

"La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera." Apocalipsis 21:23 (RV60)

¡Qué maravilloso es que en el cielo toda la luz es un reflejo de Dios mismo! Debido a que Dios es Luz, no hay necesidad en lo absoluto de algún recurso o fuente de energía. ¡Él sustenta todo por medio de su propio ser!

"Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él." 1era de Juan 1:5 (RV60)

Volví mi atención de nuevo a la mesa, una mesa tan larga que yo no podía ver el final de la misma. La sensación que tuve fue la de que todos los detalles estaban preparados en vista de un gran evento. Todo estaba listo, en silenciosa expectativa. El ángel me tomó de la mano y en un instante nos transportamos al otro extremo de la mesa.

"Alejandro, este es el lugar donde se realizarán las Bodas del Cordero" – dijo el ángel. Luego se volvió y señaló una gran silla de madera adornada, que parecía un trono colocado a la cabecera de la mesa. "Y aquí es donde el Esposo se sentará en ese glorioso día".

Todavía estaba tratando de asimilar todo esto, cuando fuimos traspuestos en el Espíritu de nuevo a la muralla de la Ciudad. Caminando a lo largo del muro, cerca de donde habíamos estado la primera vez, llegamos a una segunda puerta. Esta puerta tenía un estilo colonial, con una manija de plata grande. Una vez más, sentí la ráfaga de viento corriendo a mi lado, abriendo la puerta de par en par. El ángel me condujo hacia adentro de la mano y me encontré con un espectáculo tan glorioso que apenas puedo describirlo. Estábamos de pie en un anfiteatro colosal, lleno de miles de ángeles de pie, adorando a Dios al unísono. En armonía coral cantaron una sinfonía de voces más allá de la comprensión humana. Sus letras eran profundas y de gran hermosura. Algunos tocaban instrumentos musicales, mientras otros cantaban, todos organizados en secciones y todos sincronizados a la perfección.

A pesar de que trabajaban en equipos, también era claro que los ángeles tenían cada uno su propio ministerio en particular. Algunos dirigían la música, mientras que otros danzaban, agitando banderas de colores y pancartas. Me quedé asombrado al ver que los ángeles adoran a Dios en formas similares a nosotros, utilizando muchos de los mismos instrumentos y símbolos.

Lo más notable acerca de los ángeles era la genuina delicia que experimentaban. Ninguno adoraba a medias. Nadie simplemente cumplía. Ellos irradiaban gozo puro mientras honraban y daban gloria al Dios Altísimo, al Creador y Rey del Universo. Mientras los observaba, me sentí completamente abrumado por mi deseo de unirme a ellos; al mejor coro que había escuchado en toda mi vida. Con toda la urgencia de un niño, me solté de la mano del ángel y comencé a correr hacia el frente del auditorio. Un ángel me detuvo y me preguntó cortésmente:

– "¿Su nombre, por favor?" –

Luego se dirigió a un gran libro abierto y empezó a hojear sus páginas. Con una amplia sonrisa, alzó la vista y señaló el camino adelante, diciendo:

– "Puede usted pasar." –

¡Cómo saltó de alegría mi corazón, cuando escuché esas palabras! A medida que subía cuidadosamente un tramo de escalones al frente, pude ver que tenían incrustadas piedras preciosas, zafiros y esmeraldas. En la parte superior de las gradas había una enorme plataforma recubierta de oro. Un río fluía desde el centro de la plataforma. El fondo de la plataforma era una ventana viviente; un panorama de verdes prados, ríos y un arco iris espectacular. Flotando sobre la plataforma había una nube resplandeciente, agitándose con relámpagos y vibrantes truenos. Aunque invisible para mí, yo sabía de alguna manera en mi espíritu, que en lo profundo de esa impenetrable nube estaba el trono mismo de Dios. Al pasar por la nube, otro trono apareció a la vista – uno a la mano derecha del trono principal, lleno de luz y lleno de majestad.

Sentado en el trono estaba la persona más hermosa que yo había visto en mi vida, uno a quien reconocí al instante: El Cordero de Dios, El Gran Triunfante. Sentí la Gloria de Dios abrazándome, envolviéndome. Lo siguiente que supe fue que estaba sentado en Su regazo ¡el regazo de Jesucristo! Vi las marcas en sus manos y pies. Extasiado con tanto amor, ¡sólo quería envolver mis brazos alrededor de él y no soltarlo nunca!

El tiempo dejó de existir mientras yo estaba con Él. Estaba tan emocionado y contento que podría haber estado allí con Él por el resto de mi vida. Jesús levantó su mano y señaló al frente de nosotros y vi algo así como una gran pantalla abriéndose. Para ese momento, los ángeles habían dejado de tocar la música y todo había quedado en silencio. En la pantalla, me pude ver a mí mismo, pero me veía mucho mayor. Yo estaba de pie delante de una multitud de diversas nacionalidades, predicándoles con mucho fervor y valentía. Mientras yo viva, nunca olvidaré las palabras que Jesús me dijera, mientras observaba la visión delante de mí:

– "Este será tu ministerio en la tierra." –

Con esto la pantalla se apagó y se desvaneció. Cuando me volví para mirar a Jesús una vez más, oí una voz fuerte que me decía:

– "¡Es tiempo de irnos!" Era mi ángel guía, a la entrada del auditorio llamándome. ¡Oh, cómo quería abrazar a Jesús y no tener que irme! A pesar de que me aferré a él con fuerza, sin embargo, de repente me encontré a mí mismo de nuevo fuera de las murallas de la ciudad, caminando lado a lado con mi guía angelical.

El último salón al que fui llevado era como una gran biblioteca. Sus paredes estaban revestidas de roble y muebles de oro estaban esparcidos sobre alfombras de lujo. Había libros apilados en categorías de acuerdo a su color. Los ángeles estaban sentados detrás de grandes mesas rectangulares, parecían alumnos de escuela, mientras escribían y estampaban en los libros. En una ráfaga constante de actividad, ellos abrían los libros, los cerraban y los volvían a colocar en los estantes.

¡Lo curioso fue que durante todo el tiempo, ellos también miraban hacia abajo, al piso! Cuando miré, descubrí por qué. Debajo del piso había algo así como un río de cristal con imágenes flotando en él. El río parecía servir como una pantalla de alta tecnología en la que todo lo que sucedía en la Tierra ¡se grababa y se transmitía al cielo! ¡Fue impresionante ver a los ángeles "descargar" la nueva información y los datos de la pantalla y registrar en sus libros cada vez que un alma nueva venía a Jesús! Justo cuando estaba empezando a disfrutar de toda la escena, el ángel me tomó de la mano y de repente ¡estábamos descendiendo en dirección a la Tierra!

Abrí mis ojos y me pregunté cuántas horas habrían pasado. Curiosamente, una de las primeras cosas que recuerdo fue que mi estómago gruñía. La hora del almuerzo había pasado hacía rato, pero la experiencia que tuve se quedaría conmigo para siempre. Guardé la visión en mi corazón y no le hablé a nadie de ella, sino hasta muchos años después. Este libro es el relato del llamado que el Señor Jesús me hizo en esa visión, cómo llegó a cumplirse y lo que Él me ha enseñado a lo largo del camino...

El Niño Predicador

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