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Dios es Amor

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El 10 de agosto de 1985, mis padres se casaron en la Iglesia Católica local de La Guácima, Costa Rica. Mi madre, Damaris Naranjo Arroyo, tenía tan sólo dieciocho años y mi padre casi treinta. En ese momento, él tenía una tienda de comestibles y le iba bastante bien. Mi padre había sido un pequeño empresario desde la edad de doce años, pero que no estaba teniendo el éxito que podría haber tenido debido a un problema: gran parte del dinero que ganaba, lo desperdiciaba en su vieja y querida amiga: la botella. Debido a su fuerte adicción al alcohol, papá no siempre llegaba a casa temprano. Se iba al bar y bebía hasta que estaba tan borracho que sus amigos tenían que traerlo a casa.

Mi madre solía contarnos una historia graciosa acerca de su luna de miel, que ejemplificaba el comportamiento de mi padre cuando él estaba bajo la influencia del alcohol. Mis padres se alojaron en una casa de campo que habían alquilado para la ocasión y se habían ido a un "Turno" – término costarricense para una fiesta – por la noche. No obstante durante el transcurso de la noche mi padre hizo enojar a mi madre y ella decidió dejar la fiesta antes de tiempo. Más tarde esa noche, cuando mi padre se tambaleaba en la oscuridad de regreso a la casa, oyó un débil ruido... un gruñido. Sin saberlo él, al haber tomado una ruta diferente, había alertado al perro guardián de la granja: un robusto pastor alemán. Cuando el perro comenzó a ladrar y a perseguirlo, mi padre no tuvo más remedio que huir para salvar su vida. Cuando por fin llegó a la casa de campo, descubrió que la puerta estaba cerrada por completo y asegurada con el pasador. En su desesperación, sacó algunas de las celosías de vidrio de la ventana, subió y se las arregló para conseguir que la mitad de su cuerpo quedara dentro de la casa. Con el pastor alemán queriendo atraparlo, se inclinó sobre la mesa del otro lado de la ventana y se quedó dormido en un estado de agotamiento y ebriedad.

Aunque ese incidente en particular fue gracioso, significó el inicio de un matrimonio tumultuoso y a menudo doloroso, especialmente para mi mamá. A partir de ese día ella comenzó a llevar la cruz de estar casada con un alcohólico, con pocos signos o esperanza de cambio. El 16 de mayo de 1986, mi hermana Karina María nacía en el Hospital México en San José, aproximadamente a las 8:16 de la mañana. Un rayo de esperanza y un paquete de alegría, porque era su primer bebé.

El 1 de noviembre de 1987, mi madre estaba a punto de dar a luz a su segundo hijo. La mayoría de nuestros parientes pensaron que iba a ser una niña, pero mi mamá tenía una profunda convicción de que iba a ser un niño. Mi hermana tenía poco menos de dos años de edad, cuando yo vine a este mundo. Algunos de mis tíos y tías sugirieron nombrarme "Armando". Pero a mi mamá no le gustaba ese nombre. En cambio, me puso el nombre "José Alejandro". José, en honor a mi padre y mi abuelo, quienes llevan el mismo nombre de pila. En Costa Rica es tradicional que un niño lleve el primer nombre de sus antecesores, a fin de honrar el nombre de la familia. Es una vieja tradición, aunque no es seguida en todos los casos.

Mamá dice que yo era un bebé gordito y muy saludable cuando nací. Sin embargo, dos meses después, tuve que ser colocado en una incubadora, debido a un caso muy grave de neumonía. Esa fue una de las muchas estancias en el hospital que experimentaría en el futuro y continué siendo un niño enfermizo por mucho tiempo.

El 30 de octubre de 1988, un año y dos días después de mi nacimiento, mi hermano menor llegó al mundo. Fue un poco sorpresivo, debido a que mis padres no habían planeado tener más hijos. Mi madre había pensado que estaba enferma, pero cuando las pruebas de embarazo dieron positivo, fue un gran impacto para todos. Así que allí estábamos: Tres Mosqueteros. Cuando salíamos a pasear, los dos niños iban apretujados en el cochecito y mi hermana mayor, caminando a nuestro lado.

La Guácima, donde vivíamos en ese momento, se encuentra a unos 15 km de Alajuela, la ciudad principal. A veces, dependiendo del tráfico y de lo lento que el autobús iba, se necesitaban hasta cuarenta minutos para llegar allí. Ir a la ciudad era toda una expedición. ¡Te puedes imaginar a tres niños llorando y exigiendo la misma atención! Alajuela es la segunda ciudad más grande de Costa Rica y es donde se encuentra ubicado el aeropuerto internacional. Solíamos ir a hacer viajes familiares al aeropuerto. Para nosotros los niños, era como ir a un parque de diversiones con la gran vista de los aviones despegando y aterrizando. Nos sentábamos allí y disfrutábamos de un "granizado" (un batido costarricense hecho de hielo raspado, sirope y leche condensada). Recuerdo el estar sentado en la hierba y ver como esos grandes aviones jumbo despegaban. Yo tenía una gran fascinación por esos aviones, entendí que Dios me estaba preparando para viajar mucho, más adelante en la vida.

Un día fuimos a visitar a nuestros abuelos, Mari y Fran, quienes vivían muy cerca, en la pequeña localidad de Las Vueltas. Era muy introvertido a la hora de interactuar con otros niños, pero me deleitaba en cambio, en las conversaciones con adultos, aún desde los tres años. Recuerdo un día – después del almuerzo – estaba charlando con mis abuelos, cuando de repente – de la nada – una paloma entró en la casa y voló sobre nosotros. Mi abuela recuerda que levanté la mano y dije, sin siquiera pensar en ello: "¡El Espíritu Santo está sobre mí!" Mi abuela, una católica fiel, se me quedó mirando extrañadamente y después de unos minutos reacciono y... ¡estalló de la risa! Ella nunca penso que su nieto iba a mencionar al Espiritu Santo en ese contexto.

Cuando tenía cinco años, yo celebraba la Misa Sabatina. Aclaro que no en una iglesia, ¡sino una misa privada en mi casa! Me despertaba temprano en la mañana, me vestía los "ornamentos sacerdotales" – que eran en realidad únicamente la camisa extra grande de papá – corría arriba y abajo por las calles, repartiendo invitaciones a los niños del barrio y llamándolos a que vinieran. A pesar de que algunos se reían de mis ocurrencias, para mí la Misa en el garaje era un asunto muy serio. Yo preparaba una mesa y cuidadosamente extendía un bonito mantel sobre ella. Y cuando estaba seguro de que todo estaba listo, le pedía a mi padre que me diera unas galletas blancas – para representar el pan – y a mi madre el jugo de uva – para representar el vino. Una vez que los niños se habían reunido, yo predicaba un breve sermón.

Aunque algunos escuchaban, otros sólo estaban interesados en jugar. Como todo el asunto era muy serio para mí, esto me molestaba y les llamaba la atención. Después de veinte minutos de hablarles acerca de la historia de la creación y del amor de Dios, yo oraba por ellos y los hacía hacer la fila para recibir la Comunión; tratando de imitar lo que había visto hacer durante la misa en la iglesia. Algunos de los niños hacían la hilera dos o incluso tres veces, ¡hasta que me di cuenta de que sólo habían venido por los bocadillos gratis!

A pesar de que yo sólo tenía cinco años y no sabía leer, cuando le predicaba a los niños... versículos e historias de la Biblia saltaban a mi mente. Todos estos acontecimientos sorprendían a mi padre, que se preguntaba: – "¿De dónde está recibiendo Alejandro todas estas palabras e ideas?" – Él no era un asistente regular – ni a mi pequeña Misa, ni a la Iglesia Católica – prefiriendo en lugar de eso trabajar duro todo el fin de semana y salir a las fiestas por las noches. En esas ocasiones, mi mamá y él nos llevaban a dormir temprano, con una bebida caliente especial, cuyo contenido todavía es desconocido para mí.

A veces nos llevaban con ellos también, pero nunca tuve la inclinación para participar en esas festividades. A diferencia de mis hermanos, que iban a la pista de baile a jugar y bailar con el resto de los niños, yo prefería quedarme sentado y mirar, hasta el final de la noche. Era muy difícil para mis padres entender por qué era tan diferente y a menudo se quedaban desconcertados por mi comportamiento.

Mi padre me preguntaba muchas veces: "Alejandro, ¿por qué no vas y te unes a los niños y bailas con ellos?" –

– "Yo no estoy contento de estar aquí, papá, no creo que a Dios le agraden estas fiestas." – le respondía.

En ese momento no me daba cuenta, pero aún desde una muy temprana edad, el Señor Jesús había estado guardando mi corazón, alejándome del estilo de vida de mi padre. Por tener un espíritu emprendedor, mi padre había abierto varios bares en la ciudad y finalmente, terminó siendo el dueño de más de seis tiendas de licores, así como de dos bares ya establecidos. También era bien conocido en la comunidad como un organizador de fiestas y de vez en cuando cerraba las calles, para traer grupos de música y discomóviles grandes. Parecía como si él "lo hubiera logrado", pero en la realidad, su vida estaba en completa esclavitud al vicio del alcohol.

Muchas noches, mi padre no llegaba a casa sino hasta la siguiente mañana. Las cosas habían llegado al momento en que la bebida se había convertido en su principal prioridad y todo lo demás estaba en segundo lugar. A veces ni siquiera abría los negocios durante días enteros. Todo llegó a un punto crítico en donde nuestras finanzas finalmente fracasaron. Recuerdo una noche en que le dije: – "Papá, Dios tiene un plan para ti y Él te puede cambiar." – En ese tiempo, cuando había tanta lucha y desesperación en nuestra familia, yo le instaba persistentemente a cambiar, pero en última instancia, el cambio todavía estaba bien lejano. El alcoholismo es una atadura y requiere de tiempo para confrontarse.

Yo no pude hacer más que simplemente observar y orar en mi corazón, pidiéndole a Jesús que transformara nuestra familia. Hubo momentos en que los escuchaba pelear. Durante una de esas discusiones, mi madre finalmente le dijo a mi padre que quería el divorcio. Él estuvo de acuerdo, pero con una condición: que ella se mudara muy lejos, para que él nunca tuviera que verla con otro hombre. A la noche siguiente, ellos convocaron a una reunión familiar y nos hicieron la pregunta más difícil de responder:

– "¿Con quién quieres vivir? ¿Con mamá o con papá?" –

A pesar de que en la escuela siempre era el primero en levantar mi mano durante el tiempo de preguntas y respuestas, esta noche me quedé en silencio, esperando a que mis hermanos respondieran. Mi hermana Karina, quién había visto las lágrimas y el sufrimiento de mi madre, respondió: – "Me voy con mamita." – Mi hermano Francisco respondió lo mismo, pero con una risita; era demasiado joven para entender y tal vez pensó que todo era un juego.

Como el niño de seis años que era, no comprendí completamente la gravedad de lo que le estaba sucediendo a nuestra familia. Pero cuando me llegó el turno de hablar, creo que el Señor me dio las palabras adecuadas: – "Yo me voy con los dos." – Mis padres no se alegraron con esa respuesta, pero yo tenía la firme convicción de que Jesús ya tenía planes trazados para nuestra familia. Dios ha sido fiel para con nosotros en cumplir esos planes y hoy podemos mirar hacia atrás y maravillarnos por todo lo que Él ha hecho y sigue haciendo en nuestras vidas.

Los trámites de divorcio continuaron y el abogado que estaba a cargo del caso de mi madre quería acelerar el proceso. Para complicar las cosas, este hombre se había enamorado de mi madre y estaba tratando de adularla con palabras bonitas. El hombre estaba haciendo todo lo posible para tener éxito en su misión de amor; pero lo que Él no sabía era, que el mejor amante del mundo: Jesucristo, ¡estaba a punto de cautivar el corazón de ella!

Llegó el fin de semana y la hora de que las grandes fiestas comenzaran de nuevo. Este viernes, mi padre ya se había ido al bar y no volvería hasta la noche. Sin embargo, sin que yo lo supiera, ese día iba a ser diferente. Dios tenía lista una sorpresa maravillosa, que ninguno de nosotros podría haber imaginado.

Mi madre encendió la radio aquella tarde – como lo hacía habitualmente – para escuchar su programa de música favorito. Como yo no disfrutaba de la música secular, me volví para salir a jugar con mis amigos. Mientras lo hacía, pude escuchar su exploración a través de los canales, para encontrar su estación. Ella recuerda que – de repente – sintió como si alguien hubiera detenido su mano en el dial. Una difusión cristiana se filtraba a través de los altavoces y las tres palabras más bellas que había escuchado jamás, llenaron nuestra sala: "Dios es amor."

"Pero: ¿quién me ama – pensó – si mi padre me abandonó cuando era pequeña y mi marido se está divorciando de mí?" Inmediatamente, el Espíritu Santo comenzó a trabajar en su corazón, rebelándole la profundidad del amor incondicional de Dios hacia ella. De rodillas en la sala de estar y mientras corrían las lágrimas por su rostro, mi madre le entregó su vida a Cristo. Nunca la había visto llorar como lo hizo ese día y eso dejó una impresión en mí. Se levantó, anotó la dirección de la iglesia que transmitía el mensaje, se alistó y se fue a San José, para asistir a uno de sus servicios.

Hoy en día, mi mamá habla de esta experiencia con gran regocijo. Fue verdaderamente sobrenatural y gloriosa. Vi el cambio en ella y quedé impactado. Estaba muy agradecido por todo lo que Dios estaba haciendo en mi familia. No obstante, supe que algo había cambiado profundamente, en el momento en que mi madre se comprometió a orar por mi padre. Poco a poco, la paz comenzó a reinar en nuestro hogar. Sus discusiones fueron cesando y nuestra vida cambió por completo.

Alrededor de ese tiempo, nos mudamos a La Pradera, una ciudad a unos 10 minutos de La Guácima. Mi madre comenzó a asistir a la Iglesia de Dios de la ciudad. Yo tenía siete años cuando ella me invitó, por primera vez, a ir con ella; a pesar de yo no había tomado la decisión de aceptar a Cristo todavía. Dio la casualidad de que diez días después de la conversión de mi madre, se anunció en el servicio del domingo, que una campaña evangelística al aire libre tendría lugar en nuestro barrio y que tendrían un predicador invitado. ¡Yo estaba muy emocionado y comencé a contar los días! Cuando llegó la hora, la reunión se celebró en uno de los patios de nuestros vecinos. Cerca de doscientas personas abarrotaron el lugar y el ambiente era realmente hermoso. La presencia de Dios llenó el patio y esa noche fue inolvidable para mí. Muchas personas se entregaron a Cristo y hubo milagros asombrosos. La segunda noche había ya resuelto hacer algo y lo planeé todo cuidadosamente de antemano. Sabiendo que muchas personas correrían hacia el frente, después del llamado al altar, me aseguré de sentarme más cerca de la plataforma. Cuando ese momento llegó y el predicador hizo la invitación a aceptar a Cristo, literalmente salté de mi asiento y corrí hacia el frente, decidido a ser el primero en llegar.

El pastor parecía extasiado al contemplar las decenas de personas que habían corrido a los pies de Cristo. Él continuó invitando a la gente a pasar al frente y comenzó a orar por nosotros. Allí, en la presencia de Dios, sentí como si una corriente eléctrica atravesara mi cuerpo. Las lágrimas rodaron por mis mejillas. Después de esperar tanto tiempo para conocerlo y ver Su gloria, mi corazón latía de gozo y emoción. El servicio finalizó demasiado pronto para mi gusto y me hubiera querido que la campaña no hubiera tenido que terminar. A la mañana siguiente cuando me levanté, lo primero que le dije a mi madre fue: "Yo no quiero ser un sacerdote, quiero ser un pastor." Con una sonrisa, ella me respondió: "Sí, lo serás." Lo que ella no sabía era que Dios ya me había estado preparando para un llamado ministerial.


1999, predicando en el parque en Alajuela.


A los cinco años en el altas de la iglesia católica en La Pradera


De izquierda a derecha; Alejandro, su prima Karen, sus hermanos Karina y Fernando

El Niño Predicador

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