Читать книгу Pornogramas - Alejandro Jiménez Cid - Страница 10
ОглавлениеHistorias de Filadelfia
La industria del porno, que genera sus contenidos basándose en las leyes sacrosantas de la oferta y la demanda, es un indicador infalible para saber por dónde van las fantasías más inconfesables de los consumidores. Pues bien, no sé si os habéis dado cuenta de que en los motores de búsqueda de porno en la red se han multiplicado últimamente los vídeos de temática incestuosa. Entre ellos, me han llamado la atención los catalogados como «sister jerk off instruction». La actriz, insinuante, habla a la cámara, dirigiéndose en segunda persona al espectador; se hace pasar por hermana de este y le invita a masturbarse bajo su atenta mirada y sus indicaciones. El incesto es una de las transgresiones sexuales más incómodas para la opinión pública, así que los buscadores especializados, para evitarse problemas, han optado por catalogar este tipo de clips bajo la categoría de «not sister», equívoca a la par que elocuente. Estos contenidos son tan polémicos porque se pueden interpretar como una apología del incesto, aunque, obviamente, lo que ofrecen no es más que un simulacro. Tanto la fingida hermana (o «no-hermana») que graba el vídeo como el usuario que lo reproduce tienen que poner mucho de su parte para creerse la ficción... a no ser que se dé el caso de que el masturbando sea, efectivamente, hermano de la actriz. (Apostilla sobre género: hablo en todo momento de actriz porque no he sido capaz de encontrar vídeos de «brother jerk off instruction», ya sea dirigidos a un público masculino o femenino.)
Todo esto no puede dejar de recordarme a Freud, y en particular a Tótem y tabú (1913), donde habla in extenso de las muchas prohibiciones que las sociedades primitivas imponen a las relaciones del hermano con la hermana. En algunas tribus, el horror al incesto llega hasta el punto de considerar necesario evitar todo contacto entre ambos, incluido el verbal o el visual. Según Freud, estos tabúes son una herramienta desarrollada por la comunidad para reprimir el deseo por la hermana, pulsión experimentada universalmente por nuestra especie: «El psicoanálisis —dice Freud— nos ha demostrado que el primer objeto sobre el que recae la elección sexual del joven es de naturaleza incestuosa condenable, puesto que tal objeto está representado por la madre o por la hermana». Supongo que, si el sabio austríaco levantara la cabeza, le parecería fascinante que el hombre de hoy, siempre potencialmente incestuoso, pueda realizar frente a la pantalla de su ordenador un ritual de sustitución en el cual, en lugar de acostarse con su hermana, derrama su semilla ante el fantasma de una actriz (llamadla pornosacerdotisa) que representa su papel. Así queda descargada limpiamente la tensión sexual generada por los deseos prohibidos. Deseos que, sin embargo, no dejan de embrujar el imaginario colectivo. Sin ir más lejos, el opus magnum de George R. R. Martin, la saga de ficción de más éxito mediático hoy en día, tiene como hilo conductor el tormentoso romance de Jaime Lannister y su hermana Cersei.
Tótem y tabú nos ilustra también sobre cómo, en toda sociedad estratificada, los reyes y los miembros de los clanes aristocráticos, al ser poseedores de una energía psíquica (mana) mucho más poderosa que el pueblo llano, son capaces de violar tabúes y saltarse prohibiciones sin que los dioses los castiguen por ello. Una de las transgresiones más habituales en las familias de alta cuna es el incesto; cabía esperarlo tratándose de personas adoctrinadas desde la niñez en la superioridad de su linaje. Si un joven aristócrata, para quien las mujeres de la plebe son mercancía de usar y tirar, busca un alma digna de entregarle su amor, recurrirá a una muchacha de su familia cercana... ¿y quién más cercano que su propia hermana? Queda así justificada la endogamia, prerrogativa aristocrática que, no muy afortunada en términos biológicos, ha sido causa de desgracias genéticas sin cuento dentro de las familias reales. Todo esto viene de muy antiguo. A Tolomeo II, monarca helenístico de Egipto, le apodaban «Filadelfo» porque se casó con su hermana. «Filadelfo» (literalmente «amigo de la hermana») es un blando eufemismo; lo más adecuado, como amante de su hermana, hubiera sido «Adelferasta»... pero claro, suena más feo.
Es natural que, elevados por encima de la chusma merced a la nobleza de su sangre, los miembros de las familias reales sientan la soledad de las alturas y busquen consuelo acostándose con quienes son de su misma camada. No hace falta irse al Antiguo Egipto para encontrar ejemplos: mismamente, nuestros Borbones han sido una familia de gran tradición endogámica, aunque ahora van de modernos y consienten en mestizarse con la plebe. En las últimas décadas han incorporado a las ramas más bajas de su árbol genealógico, como si fuesen esquejes de otra variedad botánica, a vulgares periodistas y deportistas sin rastro de sangre azul en sus venas. De este modo, los actuales miembros de la Casa Real exorcizan el fantasma del incesto que revolotea sobre su apellido y se atienen ejemplarmente a los tabúes del sistema de parentesco igual que todo hijo de vecino. Al menos en apariencia. No seré yo quien se ponga a investigar, desde luego. Estas cosas es mejor no tocarlas: mirad cómo acabó Eddard Stark.