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PRESENTACIÓN

La noche tiene garras, el nuevo libro de cuentos de Alejandro Juárez, es una salvajada. Me explico, se trata de una compilación conformada por relatos breves, pero que gozan de la fuerza necesaria para causar asombro, estremecimiento, asco o hasta melancolía. Es refrescante descubrir en este libro un gusto por las entradas poderosas, muchas de ellas in media res, que nos permiten adentrarnos en las geografías macabras, en las sensaciones perturbadas de sus personajes.

El terror es un género complicado. Algunos autores han preferido la utilización de la psique como materia para amasar las atmósferas y situaciones que provocarán ese sentido y estética de lo siniestro. Sin embargo, desde El castillo de Otranto, pasando por “El hombre de arena” y atravesando la estela del mismo Poe, lo sobrenatural se ha erigido como uno de los elementos preferidos de los escritores que se cuestionan los límites de la realidad por medio de los vistazos a la penumbra, a la oscuridad misma.

Además de los góticos, las piedras negras que se han erigido en la historia de un género tan cimentado como complejo, son bastantes, por fortuna. Después de los horrores góticos, del rumor del romanticismo, la literatura macabra no se olvidó de los fantasmas, ni de las creaciones originales, como en el caso de Frankenstein, ni tampoco se dejó atrás el incipiente conocimiento de la psique, la mente como un monstruo. Un siglo antes de la aparición de El exorcista, esta amenaza se situaba no en los demonios, sino en los terribles entresijos del pensamiento, y también del sueño y el inconsciente.

Es este rumor del sueño, que no se olvidó, a pesar de la Ghost story, de los monstruos vampíricos y revinientes, del folklore de las Islas Británicas, de Europa, de los seres terribles y divinos venidos de otras épocas, el que permea en la obra lovecraftiana y se convierte en un elemento importante para el horror, el movimiento errático y profundo de aquello que solo vive cuando cerramos los ojos.

El epígrafe con el que empieza La noche tiene garras pertenece a Gaiman, un onironauta avezado, tanto por su obra gráfica como por su narrativa. Quisiera, sin embargo, estar en contra de lo dicho por el gran artista inglés, pues en estos cuentos, cuando la noche parece desplazarse, no es el día luminoso y tranquilizador lo que se aproxima, sino la misma pesadilla recubierta por el manto nocturno, como sucede en el cruel relato “La visita”. Por eso es que el título del libro es tan acertado, pues es ahí, en lo desconocido, donde la amenaza se hace palpable. Aquí no nos tranquilizamos después de extender la mano en la oscuridad, mientras yacemos acostados, para encontrar la lámpara, el switch, que nos devolverá a nuestra habitación, a nuestra tranquilidad. En estos relatos hay más sombra y miedo y monstruos; no hay switch alguno, y posiblemente, al alargar la mano encontremos una garra cubierta por un líquido viscoso, de un olor característico, que posiblemente conozcamos demasiado bien.

Alejandro Juárez ha optado por seguir este camino sobrenatural, y es de celebrarse que lo haga tan bien. No hay aquí una tradición negada. Está aquí Lovecraft, pero también está Barker, Campbell o hasta los maestros sádicos como Ketchum o John Saul, además de los crueles como Villiers L’Isle Adam. La noche tiene garras bebe directamente de estas escuelas, y subvierte los tópicos para otorgarnos un refrescante avistamiento a lo que yace en la oscuridad. Como indicaba Lovecraft en El horror sobrenatural en la literatura, no es suficiente con el miedo o el monstruo, también es necesaria una buena prosa, una búsqueda del objeto artístico. Y si algo nos ha enseñado la estética, es que lo siniestro es una categoría tan válida como lo bello o lo sublime. La noche tiene garras utiliza esta estética y nos habla de los horrores ocultos tras lo cotidiano, y también de los rituales de tradiciones perdidas, pero que siempre hemos temido como posibles realidades. El horror nos habla de nosotros mismos, de nuestros temores más profundos y aquí, Alejandro Juárez no se ha olvidado de ello.

GERARDO LIMA

Noviembre de 2020.

La noche tiene garras

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