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PRÓLOGO

Las historias que componen La noche tiene garras fueron creadas a lo largo de años, algunas a partir de sueños (enorme fuente de inspiración) y otras a través de una mezcla de leyendas, imaginación y vivencias. Dos se basan en experiencias reales, la primera una visión fantasmal de mi infancia, que ambienté en el polvoriento patio de mi primaria (“Cuentos de escuela”) y otra resultado de un viaje a Japón, tierra de misterios y maravillas (“Jet lag”).

Siempre me ha intrigado la capacidad humana de crear monstruosidades y el ferviente deseo de creer en ellas, por más terribles que puedan resultar. En el impulso que nos arrastra hacia esas bestias y los recovecos oscuros en que moran, se encuentra la explicación de nuestras contradicciones, de nuestras candelas y nuestras cavernas sin luz.

En estas páginas deambulan niños horripilantes, obsesiones y ecos, espíritus vampíricos y viejas leyendas que huelen a moho y perdición. Aquí se explora el embarazo de los esqueletos, un tenebroso culto a la carne y la búsqueda de un monstruo por poseer un nombre.

La oscuridad surge a veces de algo no-humano, cosas pacientes que acechan y seducen con cuerpos cálidos y dientes larguísimos. En otras, el origen es una persona cuyas acciones están envueltas por el alambre de púas de sus emociones. ¿Cuál es más temible? Eso queda a decisión del lector.

De este racimo de historias, cinco habían sido incluidas en antologías: Reverberaciones, cuentos breves (2014, con dos relatos cortos: “El páramo” y “El filo del espejo”); Algo llamado horror (2018, que incluyó “Bajo el puente”), Umbral, antología de horror (2018, con “Nuevo amanecer”) y Fantasmas, quimeras y otros monstruos (2019, en donde se coló “Animalia”).

Una parte importante de estas bestias y juegos literarios se cocinó en el memorable taller de Gabriela Torres Cuerva, escritora de altos vuelos y ardiente defensora del relato breve. “Espejo en un iris de noche” es un juego-homenaje, tanto al borrascoso creador de Baltimore como a la propia Gabriela.

Escribí mi primera historia a los nueve años, impresionado por la lectura de Narraciones extraordinarias del titánico Poe. Nunca supe si la tía que me regaló el libro tenía conciencia de la enormidad terrible de esas letras. No guardo copia del texto ni recuerdo el contenido, sólo la memoria de leerlo en voz alta a mis hermanas, justo cuando la huída del sol nos obligaba a encender las luces, en la hora entre la cena y el ir a dormir.

Durante décadas compartí mis creaciones únicamente con gente cercana, hasta que me animé a presentarlas de forma pública. Uno o dos cuentos aparecieron en periódicos, un par fueron convertidos a formatos radiofónicos, otros se colaron en presentaciones y lecturas. Cayeron de repente y en diversos momentos tres premios literarios, incluyendo el Premio Nacional de Ciencia Ficción Julio Verne, en 2007, y varias menciones honoríficas. Finalmente, tomé la decisión de darle cuerpo a un primer libro, La bestia de la luna azul (2011, Editorial La Zonámbula), compuesto por historias que viajaban de lo fantasmal a la especulación futurista, el cual fue bien recibido y al que siguieron Máquina de sueños (2015, Editorial Paraíso Perdido), un vistazo sombrío a un futuro demasiado cercano (escrita a cuatro manos con la bella y talentosísima Mariana Mota); así como la inclusión de mis historias en doce antologías.

Este libro salió de la sala de parto ayudado por decenas de lectores que lo patrocinaron a través de una campaña en línea, poniendo este trozo de negrura bajo la luz. Para ellos, todo mi reconocimiento.

Para conocer más sobre mi obra y descargar mis dos libros previos de forma gratuita puede visitarse mi página web: http://alexjuarezmx.wixsite.com/alejandro-juarez

Igualmente les invito a intercambiar comentarios con su servidor en alejandro.juarez.literatura@gmail.com

La noche tiene garras

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