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Paseo nocturno

No le es difícil seguir el rastro, hacerlo es casi un juego, el juego de la vida y de la muerte. El olor del miedo traza el camino como dibujándolo en el aire. Ella sabe que permitió a la presa que huyera sólo para prolongar la caza. En el momento en que acecha, ataca, rastrea y tiene a su merced a la víctima es cuando se siente completa.

El incremento en las pulsaciones es casi imperceptible pero constante, domina completamente la situación. Da el último salto, muerde el cuello que se parte como una rama seca al pisarla. La sangre empieza a correr, bebe del borbotón casi con gula. El placer, definitivamente sensual, le eriza la piel.

Sudorosa, agitada, se incorpora; la sábana que la cubre se desliza hasta su cintura. Los pezones desnudos, al recibir el viento fresco de la noche que penetra por el balcón abierto, se tensan tanto que duelen. Sus ojos poco a poco van recobrando su color, del ámbar de reflejos rojizos y dorados al casi negro color de un pozo sin fondo.

Ella se deja caer sobre la almohada. Con el hambre saciada pasa el resto del día mirando al techo, la mente en blanco, con el sabor de la sangre en los labios espera con calma el paso del tiempo, que llegue el momento de su paseo nocturno.

Color de noche

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