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La Muerte en el lobby

El área de más tránsito en un hotel es el lobby, los que llegan y los que se van, todos pasan por ahí. La fauna que lo cruza es de lo más variada. Me gusta observar a la gente en su constante ir y venir, gastando el tiempo como si fuera de ellos, como si fueran inmortales. Me llama la atención el contraste entre las rubias teenagers gringas de apetecible físico y su inminente futuro, su gruesa madre desbordada por las carnes, y el padre gigante, colorado, cuyo abdomen vence el esfuerzo que por albergarlo hace la camiseta de tirantes que porta y que ostenta el letrero: ¡Viva México Cabrones!

Entró justo después de un taxista bigotón. Delgada, muy delgada, con profundas ojeras y vestida de negro llegó la Muerte silenciosamente. Nadie reparó en ella. Sólo yo parecía identificarla. Se sentó casi frente a mí; al igual que yo, observaba a la gente. Parecía buscar a alguien. Un grito nos hizo voltear a los dos. Un niño que corre huyendo de sus padres resbala y su cabeza queda a unos centímetros de estrellarse contra el mármol. Busco a la Muerte en el sillón donde se encontraba; pero no, no es por el niño por quien viene… Ahí sigue sentada, sonriendo y fumando. Cruza una de sus flacas y pálidas piernas, roza una flor que inmediatamente se marchita y se desintegra; el polvo que queda es barrido por un gélido airecillo.

No me muevo, pero mi quietud me delata. Donde todo es ajetreo la tranquilidad se vuelve como un oasis en el desierto. La Muerte me dedica ahora su sonrisa, un leve gesto de saludo entre dos conocidos.

Una pareja se acerca al mostrador. Él tose con esa tos que parece que se lleva un poco de vida cada vez; la mujer que lo acompaña le ofrece un pañuelo. La Muerte se levanta y se acerca a la pareja suavemente; casi con dulzura toca a la mujer, quien se lleva una mano al pecho y se desploma.

El hombre trata de sostener el exánime cuerpo. También yo me acerco al cuerpo; una brillante luz nos baña. La Muerte se ha marchado, y la mujer y yo cruzamos el umbral:

—Calma, hija, calma —le digo, tratando de tranquilizarla.

—Papá, ¿eres tú?

—Sí, hija, después de tantos años he venido a recibirte.

Color de noche

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