Читать книгу Color de noche - Alejandro Ramirez - Страница 9
ОглавлениеY todo lo que el sueño
hace palpable:
la boca de una herida,
la forma de una entraña,
la fiebre de una mano
que se atreve.
X. VILLAURRUTIA
3
Allegro non molto
Los nudos son firmes pero no llegan a lastimarte; sin embargo, a pesar de los fuertes jalones que les das no te puedes liberar. La música parece que sale de todas las paredes de la habitación. Tratas de reconocer la melodía; no estás seguro, pero después de una breve duda lo confirmas, sí, es Chopin. Te parece increíble estar con ella. Desde que llegaron a su departamento prácticamente no te ha dejado hacer nada. Te desnudó y, después de acariciarte y besarte con intensa y sorprendente dedicación, te condujo a esta recámara en penumbra que apenas si has visto. Las lámparas en la pared de suave brillo ambarino casi no alumbran, no sabes ni de qué color son las paredes, pero ¿a quién le importa saber si el cuarto es rojo, azul o negro? Sólo tienes ojos para ella. Desde que te recibió no has podido apartar la vista de sus ojos, de su cabello, de su cuerpo y de su sinuoso y felino andar. Cuando la seguías del vestíbulo a la habitación sus nalgas parecían llevar el hipnótico ritmo de la flauta de un encantador de serpientes y tú eras la más dichosa de ellas. A través de la tela de su vestido, o más bien señalada por ella, distingues la hendidura que divide a esos dos rotundos hemisferios que a cada paso parecen invitarte al placer sin fin.
Sólo la intensa salivación y una pesadez inusual en el escroto te recuerdan que estás aquí y ahora y no soñando.
Te tiende sobre la cama, una muy amplia cama, la colcha amistosa te ofrece su confortable textura y cada célula de tu piel empieza a responder a los estímulos que las asedian. Fue en ese momento cuando te ató. Supones que las cintas con las que te amarra son de seda; de otro modo no podrían ser tan suaves y a la vez tan resistentes. Después de atar tus pies, su lengua inició lo que parecía un inacabable viaje, desde la suave piel del empeine pasando por el interior de tus muslos hasta la rigidez de tu sexo. Primero el calor de su aliento y luego la humedad de su boca al recibirte se convierten en una insoportable tortura. Cuando crees que ya no puedes más, se deja caer sobre tu dureza e inicia una indescriptible danza del vientre. Se inclina sobre tu rostro para pasear sobre él la contundencia de sus senos. Tratas de apoderarte de uno de ellos, pero tu boca no logra atraparlo. No tienes idea de cuánto tiempo ha pasado. Cada vez son más intensos tus esfuerzos por liberarte, pero también cada vez más inútiles. Finalmente tu cuerpo explota en el más intenso orgasmo que alguna vez hayas tenido. Ella se sigue moviendo, y tú, con los ojos cerrados, empiezas a recordar.
1
Adagio
Todas las tardes, cuando empiezas tu jornada, la encuentras en la oficina trabajando frente a su computadora con los audífonos conectados al walkman; su gesto de intensa concentración te desanima siquiera a saludarla. Hubieras pensado que ni estaba enterada de tu existencia, pero una tarde, una inolvidable tarde, esgrimiendo su encantadora sonrisa, te pide casi a gritos, quizá por tener puestos los audífonos, que le prestes tu encendedor, y tú que no tienes ni encendedor, ni siquiera una triste caja de cerillos, te sientes de lo más miserable por no poder atender su petición. Sin dar explicación sales corriendo a buscar quien te pueda ayudar. Buscaste por todo el edificio, pero fue inútil. Regresas con gesto de derrota para encontrar que ya tiene entre sus labios el cigarrillo encendido; algo balbuceas y ella te dice que no importa; desaparece la sonrisa y se vuelve a sumergir en su trabajo. Pero lo importante es que ya te notó, que se dio cuenta de tu existencia. Además, cuando te acercaste a su escritorio alcanzaste a ver que los libros que tenía a un lado trataban de Vivaldi y otros compositores de la época; pensaste entonces que tal vez la música que escucha en el walkman sería música clásica, tu preferida. Así, al otro día le llevas un casete con Las cuatro estaciones, te acercas tímidamente y, cuando te voltea a ver, se lo ofreces con una tibia sonrisa. Te sientes un poco estúpido, pero la amabilidad con la que lo recibe te reconforta. No te imaginabas que a partir de ese momento tu vida cambiaría. Platicaron largamente de sus músicos favoritos, en unos coincidían y en otros no; resulta poseedora de una amplia cultura que te seduce inmediatamente y ella a su vez se asombra de tu modo de expresarte, inusual en un mozo. Son dos o tres semanas las que transcurren con casi una rutina: atiendes rápidamente el aseo de todas las oficinas y dejas al final la de ella; aspiras la alfombra y una vez que apagas la ruidosa máquina ella te ofrece un vaso de jugo o de agua mientras platican un poco de todo, pero principalmente de música. Un día, cuando has ahorrado lo suficiente, decides invitarla a un concierto el sábado. Sin sorpresa para ti, acepta; el anzuelo era demasiado apetitoso, el programa incluye Las variaciones de Rachmaninoff a un tema de Paganini, una de sus favoritas.
3
Largo e brioso
El orgasmo de ella provoca que se derrumbe sobre tu cuerpo sudoroso. Los brazos y las piernas te empiezan a doler; después de un rato se endereza y, sonriendo enigmáticamente, te deja atado y desaparece. No sabes qué pasa hasta que te das cuenta de que fue a cambiar el disco que ha estado sonando. Cuando regresa le pides que te libere; ella, con voz aterciopelada, te dice que la noche apenas empieza y te desafía a mostrar más paciencia y carácter. Sus palabras te acicatean y le pides que ponga a prueba tus virtudes; ella contesta que justamente eso es lo que va a hacer.
Se sube a la cama y de pie, con las piernas abiertas, separa con los dedos los labios de su sexo, te muestra el enhiesto botón de placer preguntándote si deseas probar su dulzura. Antes de que contestes se sienta sobre ti y acerca a tu boca su ensortijado pubis, te ayuda a encontrar tu objetivo y pronto estás besando, lamiendo, succionando la entrada a su gruta íntima. Tu lengua se transforma en el audaz Magallanes que explora lentamente y a conciencia ese, hasta ahora desconocido, territorio. Ella te dice que tendrás que buscar más profundo si quieres encontrar el tesoro; no haces mucho caso de sus palabras hasta que súbitamente tu boca se llena de un sabor dulce y perfumado. En ese momento, como si hubieras activado algún interruptor, ella te toma por la nuca obligándote a penetrar más. Por los convulsivos movimientos de su cuerpo te das cuenta de que está gozando una vez más. Riéndose te pregunta qué te ha parecido la experiencia. Tu aún tienes en la nariz y en los labios y la lengua el olor y sabor a miel salvaje. Sin darte cuenta te encuentras nuevamente dispuesto; ella se voltea, se sienta sobre tu pecho y te ofrece la gloriosa vista de su grupa. Se va acomodando hasta que puede tomar con comodidad tu rigidez y con calma te devuelve el favor. Si estuvieras libre podrías acariciar su trasero incomparable y sodomizar, hasta que implorara clemencia, ese tan cercano e inalcanzable otro sexo. Mientras tratas nueva e inútilmente de liberarte, ella se dedica a su tarea hasta lograr que viertas tu licor vital, el que apura con deleite sin derramar una gota.
2
Moderato non troppo
Después del concierto la invitaste a cenar y ella generosamente insistió en pagar, tal vez adivinaba que una noche como ésta dejaría en ceros tu reserva financiera. Como tú no tienes automóvil, es ella quien te lleva a tu casa; tratas de elaborar una especie de disculpa por lo inusual de la situación, pero ella te dice que no importa y casi como una travesura te besa en los labios y te muerde dejándote el sabor de tu propia sangre. Esa noche prácticamente no pudiste dormir, y cuando por fin logras conciliar el sueño, su rostro se te aparece como si fuera una aparición celestial. El domingo sin verla se vuelve un día gris, no se te antoja salir de tu casa y pasas la tarde deprimido escuchando una y otra vez la grabación de los temas interpretados en el concierto. El lunes sales temprano de tu casa, deseas terminar rápido tus tareas y, con algo de suerte, platicar un poco más. Sin embargo, así como antes la suerte estuvo contigo, parece que ahora te ha abandonado. Encuentras su oficina vacía, ¿qué le ha pasado, dónde está? Buscas inútilmente quien te pueda informar qué es de ella. ¿Estará enferma?, ¿le habrá pasado algo el domingo?, finalmente, y por pura casualidad, te encuentras al encargado de personal saliendo del baño y sin más rodeos le preguntas por ella. No tiene ningún inconveniente en contarte que simplemente tomó unos días de vacaciones. Luego de mucho insistir logras que te apunte en un papel su número telefónico. En cuanto no hay nadie a la vista, marcas en uno de los teléfonos de la oficina el número que te han dado. Suena una, dos y hasta tres veces; estás a punto de colgar, te das cuenta de que no sabes nada de ella, no sabes si vive con su familia, si es casada, ruegas por que no lo sea, y justo cuando separas la bocina de tu oído alcanzas a escuchar su voz. Un poco nervioso te identificas y la saludas y ella te dice que el sábado se le pasó avisarte que tomaría algunos días, pero que te iba a llamar un poco más tarde, y agradece que hubieras tomado la iniciativa de buscarla, y que si no tienes compromiso para el viernes, espera puedas ir a su casa para la cena. Inmediatamente le respondes que con mucho gusto y que, así estuviera programado para ese día el Juicio Final, allí estarías. Escuchas su risa franca y un prometedor “hasta el viernes”.
3
Forte-finale smorzando
Estas agotado, cuando te dirigías a su casa tu preocupación era la de conducirte lo mejor posible y, después de lo que ha pasado, no sabes qué pensar; ella nuevamente ha desaparecido dejándote solo y a oscuras, pues ha apagado las lámparas que iluminaban la habitación. Cierras los ojos, estás a punto de dormirte, pero te das cuenta de que ha cambiado nuevamente la música. Escuchas su voz, ¿habla con alguien? Tal vez está contestando el teléfono; no, no puede ser, te ocupas en esas reflexiones cuando la luz se enciende nuevamente y su intensidad va en aumento. Te das cuenta de que las lámparas se controlan desde un interruptor que regula la intensidad de la luz, y si antes estaba a un bajo nivel, ahora parece estar en el máximo. La música y el piso alfombrado amortiguan el ruido de sus pasos y de pronto la tienes junto a ti. Te pregunta cómo te sientes; tú, con voz un tanto apagada, le dices que bien y le pides que te libere, que te duelen las muñecas y los tobillos y que estás a punto de sufrir un calambre. Responde que ya falta poco para concluir la noche y toma una botella de la mesita de noche, vierte el contenido en la palma de su mano y te empieza a frotar, te das cuenta de que el líquido de la botella es un aceite tibio y aromático. Con cuidado fricciona todo tu cuerpo aliviando la tensión que ya te parecía insoportable. Ella deja el aceite en la mesita y de un cajón saca algo que no alcanzas a ver. Se sienta en un sillón que antes no habías notado y te muestra el objeto que trae en la mano: la artística reproducción de un falo, el color te hace suponer que quizá sea de marfil; sus dimensiones sin ser exageradas son considerables. Ella, sentada en el sillón abre las piernas, las apoya en los brazos del mueble, deja su sexo completamente expuesto, y poco a poco se va introduciendo el instrumento. Tú, que continúas atado, impedido de moverte contemplas cómo desaparece dentro de ella centímetro a centímetro. Una vez introducido en su totalidad, inicia el eterno juego del vaivén, al principio suavemente y después con más intensidad. Aunque te parezca increíble, el espectáculo provoca que tu virilidad reaccione nuevamente. Ella ha continuado metiendo y sacando, acariciándose los senos y masajeando con fruición los pezones erectos. Se acomoda mejor, y aprovechando su propia humedad, ahora inicia la introducción del falo en su ano. Observas cómo también este rincón del placer es invadido. Termina con un grito y todavía temblorosa se levanta del sillón para besarte. Introduce su lengua en tu boca para después morder tus labios y, como la primera vez que te besó, hacerlos sangrar. Ves que tiene entre sus manos una daga. Le preguntas de dónde la sacó, ella te dice que va dentro del falo y que es para ciertos usos especiales. Te monta como lo hizo cuando llegaste, tu sexo se acomoda en el de ella. Empieza a pasar la daga sobre tu pecho, le dices que tenga cuidado, pero ella presiona cada vez más fuerte. Tiene los ojos cerrados, ha iniciado otro orgasmo. Tu piel se abre igual que tus labios hace un momento, la sangre empieza a brotar, ella se inclina y con gula lame el rojo fluido. Gritas, pero es inútil; te das cuenta de que no se va a detener, que lo beberá hasta el fin.