Читать книгу Color de noche - Alejandro Ramirez - Страница 8
ОглавлениеPaso mi vida entre libros y soy asiduo visitante de bibliotecas. Mi profesión de paleógrafo es también mi pasatiempo y, debo admitirlo, mi pasión. No hace mucho me llegó una de esas invitaciones que, para una persona como yo, constituye el más seductor de los señuelos. Se había iniciado la restauración de un antiguo edificio que había sido construido y ocupado durante casi trescientos años por una orden religiosa. Al seguir los planos de la construcción original, se encontró que un muro no estaba señalado, una pared más reciente, quizá de hace unos doscientos o doscientos cincuenta años, de adobe, de casi treinta centímetros de espesor. Los arqueólogos a cargo de la restauración practicaron una perforación a través de la cual pasaron una lámpara y una pequeña cámara de televisión. No sé qué esperaban encontrar, tal vez una cripta o algo parecido, pero lo que hallaron es lo que provocó que tuviera la oportunidad de conocer el convento de San Cosme.
En una habitación de tal vez dos por tres metros, inaccesible y oculta desde hace mucho tiempo, se hallaban una pequeña biblioteca en perfecto estado, una mesa de madera basta, una silla en el centro del cuarto y, lo más asombroso, al menos para mí: sentado en la silla un cuerpo momificado, muy bien conservado, vestido con los hábitos de la orden que ocupó el convento. El cuerpo, recargado en la mesa, junto a un tintero y la caña de una pluma, se encontraba encadenado de pies y manos.
Platicando con los arqueólogos concluimos que el clima seco de la región y el ambiente casi anaeróbico del interior de la celda eran las causas de que tanto el cuerpo como los libros se encontrasen en tan buen estado. A causa del espacio tan reducido, primero se retiraría el cuerpo, para lo cual era necesario tirar totalmente el muro de adobe. El siguiente paso sería que mi asistente, un calificado bibliotecólogo y yo entraríamos a inventariar y clasificar los volúmenes hallados. Después, ya con tiempo, estudiaríamos cada libro.
Habríamos seguido este sencillo plan de trabajo si no hubiera sido porque al levantar el cuerpo se encontró un manuscrito debajo de éste. Desde luego, la curiosidad nos venció. Todos quisimos saber que era lo que el monje escribía cuando la muerte lo sorprendió.
Una prolija caligrafía llenaba varias páginas del papel ahuesado que, en cuadernillos de ocho, formaba el tomo encuadernado en piel que por largo tiempo estuvo oculto bajo el cuerpo de quien lo escribió:
Tenga el Señor piedad y misericordia de este humilde siervo que sin pecado es asediado por el Maligno. Obediente al mandato de su Ilustrísima, transcribo las visiones infernales que cada noche asaltan mi sueño hasta el punto que ya temo el momento en que la fatiga me obliga a cerrar los ojos.
Éste era el inicio del que parecía ser el diario del pobre hombre que tal vez fue encadenado por culpa de algunas pesadillas. No hay que olvidar que en el tiempo en que le tocó vivir, a los pobres neuróticos en lugar de darles tratamiento psicológico se les condenaba a la reclusión o, con demasiada frecuencia, a la tortura. Inmediatamente nació en mí cierta simpatía hacia quien parecía ser víctima de la ignorancia y la superstición. Por otra parte, bien comprendí ese temor a quedar dormido, pues de un tiempo acá mis noches se habían vuelto intranquilas. Aunque no recordaba mis sueños, sabía que algo terrible pasaba en ellos.
Durante dos días fotografiamos y ampliamos cada página del cuaderno. Con las fotografías en la mano inicié la transcripción de los —suponía yo— afiebrados sueños de aquel monje:
son millones de libros, nunca pensé que pudieran existir tantos… Un cuadro, que representa un paisaje pero con mucho mayor detalle y preciosura que los que adornan, Dios me perdone, la sala en que recibe su Ilustrísima y que una vez hace ya tiempo tuve el privilegio de visitar, brilla aun más que la luz que parece venir de todas partes. Ahora, el paisaje desaparece y en el marco que lo contenía se van formando palabras en una lengua que desconozco.
El texto continúa y conforme voy leyendo, aunque parezca increíble, me parece encontrar en las palabras escritas hace tanto tiempo la descripción de la biblioteca de la universidad en la que trabajo, las mesas de los investigadores con sus computadoras… El paisaje del que habla bien podría ser el tapiz de la pantalla de alguna de ellas; de hecho, tengo en la mía una hermosa fotografía de una cascada que yo mismo tomé con una cámara digital. No deja de asombrarme la exactitud de la descripción, desde luego que trato de interpretar lo que con su lenguaje el monje nos dice. Después de leer y releer decido que ha sido suficiente. Por fin pude recordar y entender las pesadillas que me atormentan, el frío, la luz de la vela y, sobre todo, el dolor que cada vez que escribo me producen los grilletes en la carne viva.