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País/territorio: Thailandia

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El país de los tais es uno de los destinos más amables que pueden encontrarse en toda Asia. Si bien es cierto que su capital, Bangkok, es una inmensa metrópolis con una energía que puede llegar a ser extenuante, el carácter tailandés fascina por su amabilidad y talante budista.

Su gente vive sin prisas, sin exigencias y sin quejas, independientemente de cuál sea la situación. Puede haber restos de agresividad en los conductores de tuk-tuks en las grandes ciudades, aunque mayoritariamente lo que uno encuentra en Thailandia es dulzura y formas elegantes, al igual que en los países vecinos del sudeste asiático, como Myanmar, Laos o Camboya, también bajo la forma de budismo Hinayana, que cree en la liberación en esta vida.

Bangkok es el epicentro financiero y comercial. Ubicada junto al río Chao Praya que la convirtió hace siglos en importante puerto de intercambio, hoy ejerce de hub asiático que conecta Occidente con muchas destinaciones de Asia.

Asimismo, se ha convertido en el lugar de residencia de múltiples occidentales. El país vive bajo una monarquía cada vez menos absolutista y con la voluntad de abrirse al mundo, por detrás de gigantes asiáticos como China o India. Al igual que estos, puede ser un lugar de contrastes, aunque las diferencias entre ricos y pobres no son tan exageradas. Probablemente, solo en los grandes y lujosos centros comerciales de zonas de Bangkok, como Silom, se note la distancia entre los muy ricos y el resto de la población.

Con localidades como Chang Mai y Chang Rai, el norte es más rural y montañoso, con zonas selváticas que se adentran en el prohibido triángulo del opio: una zona fronteriza, que une a Thailandia con Laos y Myanmar, en la que el tráfico de droga ha causado estragos desde hace décadas.

La droga y la prostitución son inherentes al paisaje humano tailandés, una herencia de la ya lejana guerra de Vietnam, que desde entonces atrae a los occidentales en busca de hedonismo, escapismo, vicio y diversión.

La alta concentración de prostitución en diversas zonas de Bangkok, como Nana o Pat Pong, pueden convertir este destino en una especie de Estación Termini de la decadencia de Occidente.

Esta es una cara de Thailandia que hay que tener en cuenta, pero se trata de algo que uno encuentra si lo va a buscar, o cuando a lo largo del viaje se visitan determinadas destinaciones, como la playa de Pattaya o alguna de las supuestas islas paradisíacas del archipiélago tailandés. Si se viaja por zonas rurales del interior, como Lampang, todo esto desaparece. Lo mismo sucede en Bangkok, evitando ciertos barrios.

Mi experiencia como viajero en Thailandia ha sido casi siempre la de estar de paso, he recurrido a Bangkok como enlace para otros destinos. Sin embargo, han sido tantas las veces que he pasado por esta ciudad que se ha convertido en una de mis ciudades predilectas del continente asiático. Casi siempre me he alojado cerca del río, cerca del Hotel Oriental, con la proximidad del embarcadero que te permite tomar las lanchas públicas, que remontan el río en dirección al barrio chino, el Palacio Real o el barrio mochilero de Kaosan Road, en el norte.

En ocasiones, he llegado a emprender cortas excursiones para visitar lugares de interés histórico, como las ruinas de Ayutayya y Sukhotai, que cobijan los restos del antiguo reino de Siam, o a la más lejana Phimai, con templos que anticipan la civilización jemer de Angkor Wat.

En todos los casos, mi impresión de Thailandia ha sido la de un país amable, donde se me hace fácil seguir el fluir de su gente, donde puedo improvisar sin temer que las cosas puedan complicarse. Se trata de un lugar de esos que los americanos denominan easy going. Tal vez lo más duro de Thailandia sea la alta humedad relativa que dispara la sensación de calor a estados de tedio bastante sofocantes. Como compensación, puede recurrirse a sus tradicionales masajes o a los placeres de una comida picante como pocas, pero sanamente vegetariana y equilibrada.


Gran Buda reclinado del Wat Pho en Bangkok.

Darshan

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