Читать книгу Saint X - Alexis Schaitkin - Страница 5

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“¿Por qué los pollitos cruzaron la carretera?”

“Para darle al oficial Roy el día más ajetreado de su vida.”

Éste es un chiste local y a mí no me importa. Las cosas que la policía de esta isla debe manejar son realmente insignificantes. El señor tal y cual cortó el árbol de manzanas dulces de la señora cual y tal. Una pelea en el Papa Mango’s. Floyd Vanterpool está otra vez operando un taxi sin permiso. Aunque algunas veces, cada año, es verdad que vemos algún caso de problemas domésticos.

Gran parte de mi trabajo implica ayudar a nuestros niños a crecer con seguridad y convertirse en ciudadanos de bien, y me gusta esta responsabilidad. Cada año visito las escuelas primarias de la isla y doy una clase sobre seguridad vial para andar en bicicleta por la calle. Para hacer esta demostración me subo a una bicicleta pequeña color rosa con cintas en los manubrios, y esto siempre provoca muchas carcajadas. Cuando los niños me ven por allí, me gritan: “¡Oficial Roy!”, “¡Oficial Roy!”, sólo para saludarme.

Cuando la población joven hace sus bacanales nocturnas en Little Beach, no tengo más remedio que reventar el evento, pero siempre intento no enojarme demasiado con ellos. Hago un esfuerzo por recordar que en su momento yo hice exactamente lo mismo en Little Beach. Mientras recogen la basura yo hago chistes. Si veo a un chico y a una chica saliendo de entre los arbustos, digo: “¡Está fuera de tu liga, chico!”. Si veo un chico que es demasiado joven para esto le digo: “¿Quién invitó a este niño de la guardería a esta fiesta?”.

Si los chicos están arremolinados fuera de Perry’s en Basin me acerco y les digo: “Esto es ociosidad. Voy a tener que ficharlos”. Sorprende ver cómo algunos de los más rudos me miran como si fueran a cagarse encima, hasta que empiezo a reírme.

Me dicen: “Ay, man, no nos hagas esa mierda”, pero en realidad no están enojados. “¡Hazlo, oficial Roy!”, me ruegan cuando me preparo para irme. “¡Por favor, oficial Roy!” Enciendo mis luces, mi sirena y me voy entre sus vítores. Se podría decir que tengo una relación con ellos. He visto a estos chicos crecer y yo he tenido algo que ver.

A Edwin y Sasa acostumbraba a echarlos de la torre de radio cuando estaban mucho tiempo vagando allí. Yo salía a veces con el padre de Sasa, el Señor lo tenga en su gloria. Por lo general me veía obligado a detener a este par y a sus amigos alborotadores por manejar borrachos, los llevaba al calabozo para que se les pasara la borrachera. No lo vi jamás como un castigo. No los fiché. Los estaba protegiendo de su propia estupidez, así como cuando hay que alejar a un bebé de la orilla del agua. Mi mujer y yo no pudimos tener hijos. Los niños de la isla son mis hijos.

Creo que he detenido a Edwin y a Sasa unas cien veces antes de esa ocasión. Por esa razón sabía que algo había pasado y que ellos eran parte de eso. Porque las anteriores noventa y nueve veces que los detuve, en el camino hacia la estación de policía, siempre bromeaban conmigo y hacían demasiado alboroto. Pero esa vez, la noche en que Alison Thomas murió, ninguno de los dos dijo una sola palabra.

Saint X

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