Читать книгу Saint X - Alexis Schaitkin - Страница 7

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Sabemos qué hacer con la muerte cuando está cerca de nosotros. Tu madre muere, o un viejo amigo, y tú haces un duelo. Quizá no lo haces muy bien, quizá la muerte te jode, pero sabes qué es lo que se supone que tienes que hacer. Sabemos qué hacer con la muerte cuando está lejos de nosotros, también. Si una estrella del deporte o una celebridad muere, lees el obituario. Comienzas la comida de trabajo diciendo: “¿Se enteraron de que…?”. Lees los recuerdos picantes de los medios por un día o dos. Sigues con tu vida. Pero no sabemos qué hacer con la muerte de la gente que conocemos solamente un poco.

Yo ni siquiera sabía que el nombre de Alison Thomas era Alison Thomas hasta que desapareció. Antes, ¿puedo decir esto?, ella era la chica que yo espiaba durante toda esa semana de vacaciones, y mi mujer me descubría siempre. Ella era la razón por la que yo quería hacer un saque espectacular en el partido de voleibol, para impresionarla y para no sentirme tan ridículo con ese estúpido, maldito traje de baño. Iba con unos delfines color rosa. Ella era la razón por la que mi mujer desde su superioridad condescendiente me dijera: “¡Casi, cariño!”, cuando la pelota se estrelló en la red. Por las mañanas mi esposa se machacaba en el gimnasio, y yo aprovechaba para bañarme largamente y desnudar mentalmente el despreocupado cuerpo de la adolescente.

No soy un pervertido. Veo cuerpos hermosos, jóvenes y los disfruto. Todos lo hacemos, ¿o no? Está permitido. ¿Qué demonios puedes hacer cuando a la chica, en la que piensas al masturbarte cada mañana durante una semana, la encuentran muerta?

La noche en que mi mujer me dijo que estaba entablando el divorcio, me soltó:

—¿Sabes cuándo me di cuenta de que eras un pedazo de hielo desde lo más profundo de tu alma? Cuando mataron a aquella chica y tú no dijiste nada. Cada vez que intentaba hablar contigo sobre eso, cada vez que la sacaba a colación, porque yo estaba sufriendo, porque estaba devastada, tú, tú me cerrabas todas las puertas.

Me pregunto algunas veces si seguiríamos casados si Alison Thomas no hubiera sido asesinada. No me malinterpretes, nuestro amor llevaba erosionándose por una batalla de voluntades desde mucho tiempo antes. Pero ese viaje cavó una brecha entre nosotros que nunca pudo salvarse. No le di a mi mujer la satisfacción de saber cuánto me había afectado la muerte de esa chica. No podía soportar escucharla llorando, con esas lágrimas tan autocomplacientes y dramáticas por una chica que, seamos francos, para ella era simplemente una competencia. Yo escuchaba a mi mujer llorando y sabía que ella estaba esperando que la abrazara y le diera algún tipo de Respuesta Emocional Apropiada, y cuando trataba de recordar qué es lo que amaba de ella en nuestros primeros años juntos y por qué me había sentido el cabrón con más suerte del mundo, no podía encontrar nada.

Saint X

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